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Esa mañana calurosa de diciembre, María Lourdes Ramírez había cambiado el recorrido que habitualmente hacía hasta la panadería donde hace más de veinte años trabaja junto a su esposo y familia. Apurada para no demorar más de lo previsto en el viaje a la ciudad, aceleró el paso y allí lo vio: su estado era preocupante. “Buscaba comida en la basura y estaba tan delgado que daba impresión. Ese día no pude hacer nada por él ya que estaba yendo a la ciudad. Me quedé con la pena y a los días una sobrina me dijo que lo había visto también”.
Comenzaron a buscarlo día y noche por el pueblo de Portachuelo donde viven, ubicado a 70 kms de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia. Pasaron varias jornadas hasta que finalmente dieron con el animal: había seguido a la sobrina de María Lourdes hasta la casa. “Con sus últimas fuerzas tomó agua, comió y se acostó”.
“Pensamos que no iba a sobrevivir”
No quisieron perder más tiempo y pusieron manos a la obra. Donde se había acostado, armaron una cama cómoda para que el perro pudiera descansar y, acto seguido se comunicaron con un veterinario para que se acercara hasta el domicilio a examinarlo.
El cuadro era más complejo de lo que todos imaginaban. Sansón, como bautizaron al perro que prácticamente había esquivado la muerte, tenía un severo estado de desnutrición, demodexia, garrapatas y pulgas y una herida profunda en una de sus patas. “El veterinario le indicó vitaminas ya que necesitaba recuperar peso y también le administró antibióticos para el problema de su pata. Pensamos que no iba a sobrevivir. Tenía un olor espantoso y apenas levantaba la cabeza”.
Para sorpresa de todos, gracias a la dedicación, el amor y el compromiso con el que María Lourdes cuidó de Sansón, de a poco fue recobrando fuerzas. Una buena alimentación, baños medicados y visitas semanales a la veterinaria hicieron su parte para que el perro lentamente se transformara en un animal fuerte y con ganas de vivir.
“Son compañeros de trabajo”
Sin embargo, durante esas semanas de incertidumbre, también ocurrió otro hecho más que tampoco nadie esperaba. “Creemos que fue en ese tiempo, que viajábamos a una veterinaria de una ciudad cercana, que Sansón se fue acostumbrando a estar en el auto con Hugo, mi esposo”. Y así, entre viaje y viaje se forjó entre ellos una amistad incondicional.
“Mi esposo es argentino y yo soy de aquí. Tenemos una panadería y repostería hace más de veinte años. Vinimos a Bolivia en la época del corralito, a probar suerte. Y gracias a Dios pudimos salir adelante, por supuesto con mucho sacrificio. Cuando mi esposo viaja a la Argentina para visitar a la familia y mi hijo queda a cargo de la panadería, conduce el auto para llevarlo a hacer compras para el local y, por supuesto, conduce el auto, Sansón lo acompaña pero no con el mismo gusto que con su papá”.
Tal es el vínculo estrecho que Sansón tiene con Hugo, que cuando él no está sufre una suerte de pequeña depresión y le bajan las defensas. Por eso la familia tiene que estar alerta y mantenerlo contenido los días en los que Hugo se ausenta. “Tenemos otros rescatados y estamos promoviendo siempre en el pueblo campañas de esterilización de perros y gatos. Hemos logrado dar a algunos en adopción y otros siguen con nosotros. Creemos que el ejemplo, el compromiso y la ayuda que cada uno pueda dar es la única forma de cortar esa cadena de sufrimiento y abandono. El vínculo que formó Sansón con mi esposo es único. Cuando alguien agarra -aunque sea con mucho cuidado- las llaves del coche para que el perro no escuche, dónde esté, Sansón las escucha y espera para que le abran la puerta para subir. Ahora Hugo y Sansón son compañeros de trabajo y prácticamente van juntos a todas partes”.
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