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Desde luego no estaba en sus planes terminar sus vacaciones en Uruguay de esa forma. No lo había considerado como algo serio en su vida. Mucho menos esa noche que la habían invitado a una cena en la casa de unos amigos. Paseaba por el jardín y charlaba con la dueña de casa, cuando se enteró que hacía cuatro días la mujer había rescatado a un perrito que deambulaba por la playa. Conmovida por el caso, lo había bañado, lo había llevado al veterinario y le había dado techo y comida.
Tenía intenciones de hacer algo más por aquel dulce cachorro. Pero la realidad era que los dos gatos de la casa no estaban contentos con la llegada del nuevo integrante. Se habían refugiado en la planta superior de la casa y la mujer temía que se estresaran por demás. Por eso le comentó a Cecilia la necesidad de encontrar a alguien que pudiera adoptar al perro.
“La dueña de casa realmente sentía mucha pena pero no estaba dentro de sus posibilidades dejarlo en su casa. Volvimos a la mesa para empezar a comer. Durante toda la cena no pude dejar de pensar en ese perro. Y, sin decirle a nadie fui a buscarlo. Quería saber cuán amigable era. Cuando lo encontré, lo acaricié, me miró e inmediatamente lo levanté en mis brazos para saber si era un peso agradable para mí. En ese momento, algo mágico -y que no puedo poner en palabras- sucedió”.
“No estaba en mis planes adoptar un perro”
Casi sin pensarlo, caminó hasta la mesa donde todavía estaban conversando el resto de los amigos y dijo en voz alta:
- Me llevo al perro.
Todos se quedaron sorprendidos. Algunos quisieron que Cecilia entrara en razón e intentaron que reflexionara sobre la decisión que “precipitadamente” estaba tomando. También hubo otros que pretendieron adoptar al cachorro. Pero Cecilia se mantuvo firme en su postura.
Esa noche regresaron juntos al departamento donde ella se estaba alojando. “No estaba en mis planes tener un perro. Suelo viajar por temas laborales y tenía la creencia de que adoptar un perro iba a ser una complicación. Además, pensaba que tampoco podría dedicarle el tiempo, ya que trabajo muchas horas en el día”.
“Su primer ladrido me asombró”
Al día siguiente, hicieron una nueva visita al veterinario. En el consultorio, le revisaron los dientes y gracias a eso pudieron saber que tenía un año y medio. Además, se le colocaron las vacunas y el chip obligatorio que requiere la autoridad de ese país para cruzar a Buenos Aires. Los papeles demoraron tres días y, a pesar de los nervios y el miedo de Cecilia porque algo fallara, llegaron sin problema a la fecha que tenían prevista para emprender el regreso a la Argentina.
Aunque Cecilia no supo nada sobre el pasado de Raúl -así bautizó a su nuevo compañero de ruta- es consciente de que aquella “decisión precipitada” de una noche de verano cambió tanto la vida del perro como la de ella. Al principio Raúl era un tanto tímido e independiente. De hecho, durante el primer mes no ladró nunca. “Su primer ladrido me asombró, ya que lo hizo con mucha timidez al cruzarse con otro perro. Pero siempre se lo notó independiente”. Tanto, que el primer día en el departamento de Palermo donde viven, Raúl no quiso dormir en la habitación y se instaló con una camita en la cocina. Los primeros meses fueron de adaptación para ambos.
Hasta que a Cecilia se le ocurrió que Raúl podía acompañarla a Huerta, el espacio de cowork donde trabaja y que queda a la vuelta de su departamento. “Poder ir a trabajar con Raúl tiene un plus. Ambos estamos tranquilos. Yo no pienso en que él esta solo en el departamento. Ya todos lo conocen y contagia simpatía cada vez que lo ven. Muchos lo saludan, lo acarician y él se siente muy mimado. Tambien disponemos de una terraza en la que podemos ir a pasear y cambiar de aire cuando tenemos ganas”.
En un día típico, salen temprano por un primer paseo. Suelen desayunar en algún bar del barrio o en la oficina. Muchas veces, Cecilia tiene que hacer algún trámite por el que no hace falta se baje del auto y Raúl la acompaña. Juntos también hacen viajes más largos, como a Rosario, de donde ella es oriunda o a Uruguay, donde se conocieron.
“Verlo disfrutar es mi felicidad”
“Pasó de ser de un perro playero a un perro de Palermo. Es fanático de la playa. Volvimos este verano y quedé completamente emocionada. Nunca vi tan feliz a mi perro, corría palomas por la playa, paseaba de sombrilla en sombrilla y recibía caricias de todos. Quienes lo conocen saben que tiene una personalidad muy dulce. A Raúl le gustan los niños y recibir mimos y caricias”.
Con una sonrisa, Cecilia confiesa que Raul es su fiel compañero de vida. “Me llena de alegría porque su amor es sano, incondicional. Él siempre me acompaña, muchas veces en silencio con alguna mirada tierna. Mientras él esté conmigo, recorreremos juntos esta vida. Verlo disfrutar es mi felicidad. No me genera un problema como antes pensaba que podría suceder. Voy a estar siempre agradecida por este encuentro”.
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