Pensar el silencio como bien ganancial
Nueva York.- Mi recuerdo es más o menos así: es 1990, tengo 12 años, estoy en el living de mi casa viendo un programa de videoclips y estrenan el de "Enjoy The Silence" (Disfruta el silencio), una hermosa canción de Depeche Mode. Un rey lleva una reposera por una pradera hasta que encuentra el lugar ideal donde desplegarla y sentarse a contemplar el paisaje y hacer lo que el nombre del tema le propone.
Pensar al silencio como bien ganancial suena a pecado en esta era de la velocidad y el multitasking. En todo existe ruido -visual o sonoro- y despegarse supone el riesgo de bajarse de un tren en movimiento. ¿Cuál? No tengo la menor idea, pero mientras escribo esto, en mi casa sólo se oyen los ronquidos de mi perra, a quien no voy a culpar de alterar la paz que aprendí a disfrutar hace muy poco tiempo.
Durante toda mi vida pensé al silencio como un alivio que llegaba para recordarme lo acostumbrado que estaba al sonido del momento, fuera un disco o el tren Sarmiento en la casa de mi infancia. O como un gesto estético de algún músico vanguardista para embellecer una canción con una pausa, pero no mucho más. ¿Y si fuera una herramienta?
En "Here's The Thing", el muy recomendable podcast en el que Alec Baldwin entrevista a personajes de la cultura, Jerry Seinfeld confiesa que no hubiera podida aguantar el ritmo de su exitosa serie sin encerrarse a meditar veinte minutos después de almorzar en cada jornada de grabación. OK, lo dijo Seinfeld y no un operador de Bolsa con culpa por su ritmo de vida: ahora estoy interesado. Qué fácil que soy.
De lunes a viernes conduzco un programa de radio; callarme, salvo para escuchar a mis compañeros, no parece ser una opción. Así que tengo que esperar a salir del trabajo. Cuando lo hago, subo a mi auto y no emito ningún sonido hasta que llego a casa. Tampoco escucho música. El silencio se me presenta como una necesidad y me pide, además, un renunciamiento a la velocidad de las redes sociales, WhatsApp y cualquier estímulo audiovisual consumible y descartable en quince segundos.
Todos los días uso el silencio como atajo disfrutable para reiniciar mi cabeza. Cambiar el rumbo de mis pensamientos o, simplemente, darles un descanso y reemplazarlos por otros provenientes de un libro o cualquier lectura ocasional es parte de una rutina saludable que decidí incorporar. No se necesita dinero ni disponibilidad horaria. En cualquier momento sirve.
Hace un tiempo conocí la historia de Christopher Knight, un hombre que en 1986 decidió abandonar la sociedad y vivir solo, recluido en un bosque en Maine, Estados Unidos. Lo hizo durante 27 años, abandonando su refugio por las noches para robar alimentos, ropa y libros, hasta que en 2013 fue atrapado por un policía. Gracias a la insistencia de un periodista de la revista GQ, Knight accedió a revelar algunos detalles de su pacífica vida, como el hecho de que su decisión fue espontánea y que, en realidad, no pasó todo el tiempo en silencio. Una noche, en algún año imposible de precisar, un hombre lo cruzó mientras caminaba en busca de provisiones. Se miraron unos segundos hasta que Christopher decidió romper el hielo: "Hola", dijo cortésmente, y siguió su camino. Porque si hay algo que se aprende con el tiempo es a disfrutar el silencio y a no hablar de más.