Pelear por la vida
Además de criar a sus hijos y llevar adelante el hogar, muchas cholitas bolivianas practican la lucha libre. Así lo hace Carmen Rosa, guerrera de La Paz
LA PAZ.— Un cuadrilátero. Paredes sin revocar, varias filas de sillas, puerta de chapa. Niños y adultos piden a gritos: "Que entre, que entre". Pero Carmen Rosa, la Campeona, no entra y se hace esperar. El cielo nublado, mucho frío en La Paz. El fervor crece con el calor de los aplausos y los gritos. Entonces se abre la puerta y hace su aparición. Carmen Rosa blande una bandera de Bolivia, en la otra mano enseña su cinturón rojo y dorado de campeona. En el cuadrilátero espera otra cholita: Yolanda, la Amorosa, que de amorosa parece que poco y nada. Carmen Rosa sube al ring. Deja el cinturón y la bandera, se quita la manta de seda y su sombrero. Remerita turquesa, pollera y zapatos rosados. Luchadoras se ven las caras. Referí da la orden. Se agarran de las trenzas y no se sueltan. La pelea tiene varios ida y vuelta: Carmen Rosa fuera del ring sostiene contra las cuerdas a Yolanda. Yolanda derriba a Carmen Rosa y salta encima de ella para caerle con el codo en el estómago. Carmen Rosa se arroja encima de Yolanda pero ésta se agacha y la otra besa las tablas. Couch de Yolanda sostiene por la cabeza a Carmen Rosa mientras Yolanda muestra al público un cajón de verduras vacío. La gente abuchea. Pero es igual: lo rompe en la cabeza de Carmen Rosa y ésta vuelve a besar las tablas. Pero la Campeona es de raza fuerte y se levanta. Tiene la mitad de la cara teñida en sangre. Le asesta un golpe a Yolanda, dos, la deja en el suelo. Entonces Carmen Rosa se sube a una de las esquinas y se tira encima de Yolanda. El referí cuenta, es el fin: la Campeona gana la pelea, levanta los brazos con la cara todavía llena de sangre. La gente aplaude.
Así es la vida de Carmen Rosa. Así de dura.
Polonia Ana Choque Silvestre se levanta a las 6. Pone agua en una cacerola, prende el fuego y sale a hacer las compras al mercado que está cerca de la iglesia de San Francisco de La Paz. Compra carne, papas, fideos, todo lo que se necesita para el almuerzo que servirá al mediodía en su fonda. Hija y esposo ayudan. A las 12 tienen que tener listo el almuerzo. Pelan papas, cortan pollo, hierven arroz y fideos. Van llegando los comensales: obreros, puesteros, jornaleros, gente de bajos recursos que llega y se sienta en las mesitas a comer su almuerzo en un respetuoso silencio. Polonia no para un segundo: saca platos nuevos, limpia los sucios, los vuelve a llenar de comida. A las 13.30 sale casi corriendo de la fonda porque conduce un programa de contenido social en la TV local. El programa va de 14 a 16. Como la mayoría de sus telespectadoras, ella también es de pollera, como se le dice usualmente a las cholitas en Bolivia. Se apagan las cámaras y sale del programa corriendo. Llega a su casa, recoge los platos que quedaron del almuerzo y se pone a lavarlos. Hija y esposo siguen ayudando. Le queda una hora para tomar su matecito de coca con pan y mermelada. Y después, todo otra vez, el ciclo, volver a empezar. Polonia sale a la calle, camina, compra papas, arroz, fideos. No se puede dar el lujo de parar. El día de mañana será igual que el anterior.
Así es la vida de Polonia Ana Choque Silvestre. Así de dura.
Ah, una cosa. Polonia Ana y Carmen Rosa son la misma persona.
"Mi nombre verdadero es Ana Polonia Choque Silvestre. El de luchadora es Carmen Rosa, aunque primero empecé como Juana la India, porque siempre en los buses me veían vestida como cholita y me señalaban y me decían Esta india. Pero luego apareció otra luchadora de nombre Juanita y lo tuve que cambiar por el de Carmen Rosa, que es así como se llamaba la madre de mi marido, que también era de pollera", nos cuenta, sentada en una de las mesitas de su fonda, llamada también Carmen Rosa. El lugar parece de película. El patio de una vecindad de estilo colonial. Una puerta de madera grande por entrada. Pilas de escombros, palanganas con ropa, las mesitas donde comen los clientes, el Choco, su perro, dando vueltas.
Luchar. La vida de Carmen Rosa acaso pueda definirse con esa palabra. Arriba del ring, abajo, todo el tiempo luchando. De sangre aymara, se define dura, o mejor dicho, de ñeque, que significa sólida como la tierra altiplánica donde crecen las raíces de su pasado. Unas raíces que no mueren y la mantienen firme en el ring. Siempre amó la lucha libre, ese deporte tan popular en Bolivia, introducido por la gran similitud cultural con el territorio azteca. Y es esa forma de pelear, pero a la vez de amar su condición de india, de chola, lo que la mantiene todavía en el ring. Acaso ese luchar no sea otra cosa que pelearle a la invisibilidad de las costumbres establecidas, a esas que dicen que la mujer aymara es maltratada por el hombre y sólo sirve para procrear y mantener la casa en orden. No. Una llave inglesa a todo eso. El amor por la lucha y por la liberación de la mujer y la reivindicación de sus raíces es lo que mantiene arriba del ring a Carmen Rosa. "Mi mensaje siempre es el mismo: la mujer no debería quedarse atrás, bien sumisa. Quiero demostrar que las mujeres, si tenemos algún objetivo, lo conseguimos. Porque las aymaras somos mujeres muy fuertes de cuerpo y corazón", explica.
Primer round
"Yo era fanática de la lucha libre. Me gustaba ir a ver los shows que se daban aquí en La Paz. Pero los que peleaban siempre eran hombres, pues. Y un día me enteré que en la ciudad de El Alto se iban a abrir las puertas de un gimnasio para que puedan ir a entrenar para lucha libre tanto hombres como mujeres. A ese llamado asistimos como 50 personas. Éramos 20 mujeres. El entrenamiento era muy fuerte, a la par de los varones, teníamos una dieta muy estricta, y por todo eso muchos fueron quedando en el camino. Sólo los que amábamos la lucha libre seguimos adelante", nos cuenta Carmen Rosa. Aunque sus comienzos fueron todavía más difíciles. Un día su marido llegó borracho a la casa de la calle Murillo, cruzó el patiecito y fue directo a donde estaba Polonia, que recién comenzaba a ganar sus contiendas como Juana la India. Se plantó delante de ella y apenas pudo hilar una frase, pero se lo dijo: "Tienes que decidir… La lucha libre o tu familia". Ése fue el peor golpe que iba a recibir Carmen Rosa en toda su carrera. Con todo el dolor del mundo, pensó que no podía dejar la lucha libre, pero tampoco podía dejar a su familia. Entonces se dio cuenta. El problema mismo era la solución. No dejar ni una cosa ni la otra. Unir a la familia con la lucha libre, ésa era la clave: "Mi marido se llama Óscar Cahuasa, y hoy me apoya mucho en la lucha, porque él trabaja de referí. Tengo una hija de 23 años que se llama Lucía Corina, y hoy por hoy está peleando con el nombre de la Hija de Rosa. Mi hijo tiene 18 años y se llama Pablo Bismark, pero lucha con el nombre de Bismark Junior".
Asunto resuelto. Todo unidos dentro y fuera del cuadrilátero. Polonia Ana Choque Silvestre había ganado el round más importante de su vida.
Cuestión de pesos
Carmen Rosa es una de las primeras cholitas luchadoras que surgieron hace unos diez años. Las Mamachas del Ring es el grupo de luchadoras que hoy lidera esta mujer corpulenta y de sonrisa de oro. Se presentan todos los domingos en el centro Cultural El Ojo de Agua, de La Paz, aunque también pelean en barrios, escuelas y hasta hacen exhibiciones a beneficio de los más necesitados. "Se ha monopolizado la lucha libre de cholas. Las que pelean en El Alto no son cholas, sino que se visten de pollera para subir al ring. Además, los extranjeros tienen que pagar entradas costosísimas y si quieren sacar fotos, tienen que pagar más. Ni que hablar si alguien quiere filmar un documental o sacar fotos para algún medio. Una entrevista sale 300 dólares, un documental de 800 a 1000 dólares. Nadie puede hacer festivales en el Multifuncional de El Alto. Sólo su dueño, el señor Walter Mamani", cuenta con rabia Carmen Rosa, que se alejó de este tipo de espectáculo porque luchar, rebelarse contra la injusticia y la explotación es su leitmotiv, su modo de pelearle a la vida, dentro y fuera del ring. "Por pelea hoy ganamos 250 bolivianos. Cuando yo salí campeona estaba luchando en el Multifuncional de El Alto y nos explotaban: los turistas iban y nos veían y pagaban, pero el dueño se llevaba todo el dinero. Cuando salí campeona había unas 20 mil personas mirando y, ¿sabe cuánto gané? 120 bolivianos, que vendrían a ser algo así como unos 15 dólares."
No todo es el ring
"Como luchadora creo que ya voy terminando, estoy tratando de dejar lugar a los más jóvenes. Creo que tenemos que hacer lugar a las nuevas generaciones. Y yo ya estoy vieja y algo cansada de pelear", se sincera la Campeona con la voz entrecortada como si le estrangularan el cuello contra las cuerdas. Pero para Carmen Rosa la lucha es un modo de vida. Entonces, no puede dejar de pelear. Dejará el cuadrilátero, pero seguirá peleando desde abajo. Acaso la motivará lo mismo que la subía al escenario. Los derechos de las mujeres, el renacer de la aymara. "Estoy como vicepresidenta de un partido político que se llama Movimiento por la Soberanía. Me he metido en la política porque quiero que la mujer aymara, la mujer de pollera, siga saliendo adelante, que se culturice más para poder ocupar cargos. No quiero defraudar como defraudó Evo Morales a la gente, a los que hemos confiado en él."
Carmen Rosa se tiene que ir. Es tarde y todavía debe hacer las compras para el almuerzo de mañana. Después tendrá que ir a entrenar al gimnasio. Aunque anuncie su retiro, todavía no se baja del ring. O no la bajan. Porque todavía no hay quien haya podido hacerlo. Una cholita malvada y sanguinaria, un cajón rompiéndose en su cabeza, un manager explotador, un marido que le pide decisiones imposibles, la sociedad que ve a la mujer aymara como débil y sometida: el rival puede tener infinitas formas. Pero no hay quien pueda con ella. Por el momento, Carmen Rosa sigue peleando, porque como ella dice, es de ñeque, y ñeque en aymara quiere decir duro y fuerte como la tierra andina, esa tierra inquebrantable, inmortal.
Así comenzó todo
La lucha libre de cholitas bolivianas es una versión de la ya mundialmente conocida y famosa lucha libre. Fue creada en El Alto (uno de los departamentos más pobres de todo Bolivia) allá por 2003, por un veterano de la lucha libre que encontró a unas cholitas que peleaban por la calle. Al ver el tumulto generado a partir de esa breve y colorida riña callejera, no tuvo mejor idea que organizar un show de Cholitas Luchadoras. Las primeras contiendas tuvieron lugar en el Coliseo Multifuncional de El Alto, aunque después ganaron notoriedad y se extendieron a todo Bolivia, incluso Perú. Hoy, las Cholitas Cachacanistas son mundialmente famosas y se presentan regularmente en varios países de América latina.