Pedro Mairal, un escritor que también se le anima a la música
Fue en Rennes, Francia, que el escritor Pedro Mairal regresó a la música. Hacía mucho que no tocaba y tenía interés en explorar de nuevo ese campo. En una residencia de artistas coincidió con su colega argentino Washington Cucurto, con el que convivió durante dos meses.
Cuando no escribía inventó canciones con el ukelele que le "tomó prestado" a su hija. Con el perfume del papel en blanco esparciéndose por el aire, Mairal se reencontró con la música, su juego infinito e indestructible, tanto como para desplazar a la literatura, reacomodarla y hacerla canción.
Formó un dúo con Rafael Otegui, Pensé que era Viernes, con el que hacen un show titulado Primer rayo y con el que se presentaron a tocar algunas veces en Palermo y hasta en Mar del Plata, señal de que el emprendimiento tiene eco más allá de los límites de la ciudad de Buenos Aires: "Toco la guitarra desde mi adolescencia, pero fue una etapa muy anterior a esta. Ahora me animo a componer. Descubrí un instrumento como el ukelele –que parece un juguete, pero es un instrumento–, que me hizo conocer mejor los acordes. Entonces, un acorde llevó a otro y armé algunas melodías. De pronto, mis poemas se sentaron a negociar con mis melodías. No es mi zona cómoda y eso es lo que más me atrae".
–¿Cómo surgió el dúo?
–Nació a partir del reencuentro con Rafael, músico que conocí a través de los talleres literarios. Vio que yo posteaba en la redes sociales letras de canciones y empezó a mandarme melodías. La simbiosis fue inmediata. Los dos tocamos la guitarra y comenzamos a armonizar muy bien. Él me manda una línea melódica y yo escribo una letra. En un año armamos un repertorio de doce canciones y ya tocamos varias veces en vivo. Hacemos canción rioplatense con una impronta folclórica. Estoy divirtiéndome y aprendiendo mucho y me siento entusiasmado con este nuevo crecimiento. Estoy muy feliz con la música.
–¿Por qué?
–Porque es como aprender a andar en bicicleta: cada día progreso un poco. Hace rato que no tengo esta sensación de algo nuevo con la literatura.
–¿Existe un secreto para escribir canciones?
–La letra debe negociar con la música. Un poema es solo palabras y debe defenderse solo. La letra de una canción es una parte que une ese todo. Hay poemas que podrían sonar medio cursis hechos canción. Fijate cómo aparece la palabra corazón en las canciones y no suena nada cursi, además tiene rima. En un poema tal vez quede un poquito cursilonga. En la canción queda bien. La melodía permite que la palabra juegue de otra cosa –de un modo muy sonoro– evocando cosas sin molestar.
–¿No se te escapa el escritor cuando escribís música?
–Sí, es lo que me dicen: "Dejalo ir de una vez" (risas). Soy muy narrativo y meto mucha palabra. Debo aprender a eliminar estrofas enteras. Hay que dejar que tomen vuelo los instrumentos. Es muy interesante todo este trabajo. Por otro lado, hay cosas de la literatura que se pueden rapear, como los sonetos.
–¿Qué rapean?
–Hacemos el soneto Buscas a Roma en Roma, de Francisco de Quevedo. Tocando surgió una melodía en mi menor y quisimos meter El sur, de Borges, pero no entró. Era una prosa muy difícil de meter (risas). Sí pudimos con Fundación mítica de Buenos Aires. Le tuvimos que faltar un poco el respeto a Borges. En la música se le debe faltar el respeto a la palabra.
–¿A un escritor se le van las ganas de contar algo?
–Lo formulo a la inversa: a la larga siempre aparecen las ganas de decir. Es difícil entender, porque las ganas de decir se fueron en algún momento, pero vuelven. De eso estoy seguro. Cuando no escribo seguramente me escapo de algo. Siempre me estoy escapando de algo. Tal vez ahora huyo de escribir la segunda parte de La uruguaya. Me saturé un poco.
–¿De la narrativa?
–Sí, a veces me pasa que no quiero saber nada. Una noche con Sabrina Love o La uruguaya son novelas muy populares, pero siempre estoy escribiendo otras cosas que me gustan, como poesías o El gran surubí, una novela en sonetos. Pero el mercado editorial no sabe muy bien qué hacer con eso (risas).
–¿En qué etapa de la escritura sentís la exposición? ¿Cuando escribís, cuando publicás o pasado todo eso?
–Descubrir que mis libros tienen lectores me fascina, pero me siento un impostor. Creo que tiene que ver con el tiempo. La falta de interés de hablar de cosas que hice hace mucho. Lo comparo con la música. Cuando vos tocás compartís ese momento en vivo con los espectadores. No hay delay. En la literatura, el delay es enorme. Escribís una cosa, tardás un año en corregirla, luego se la mandás al editor y pasa otro año. Luego sale a la calle y un año después seguís hablando del libro. Todavía recibo comentarios de Una noche… que escribí hace casi veinte años.
–¿Cómo actúa la literatura en la vida de un escritor?
–La literatura no es algo a lo que te subís y anda. Puede resultar curioso, pero yo tengo que aprender a escribir cada libro: ese libro (señala el aire). Creo que con La uruguaya y Maniobras de evasión me expuse mucho, ¿no? Me penetraron los rayos X (risas). Por más que sea ficción, me desgastó un poco. Sentí que me quedé un poco vacío.
–¿La música llena ese vacío?
–La música es una manera de volver a contar historias, pero con otras reglas.
–¿Este año vas a publicar algo?
–Sí. Se van a publicar cuentos nuevos, probablemente en el mismo volumen de Hoy temprano, que se editó en 2001. Sería algo así como mis cuentos reunidos. No sé cómo llamarlo, por ahora no tiene título. También va a editarse El gran surubí (N. de la R.: antes lo publicó en la revista Orsai) y en España van a publicar Maniobras de evasión, que acá ya se editó.
–Definitivamente no hay una novela.
–No tengo nada escrito y no quiero mentir más. Ya lo hice y estoy avergonzado.
–¿Cuándo mentiste?
–Una vez mi editora catalana en la Feria de Fráncfort me dijo que les dijera a todos que estaba escribiendo una novela. Sería para mostrarme activo... ¡Yo no estaba escribiendo una novela! (risas). Estaba escribiendo Maniobras de evasión, que no tenía ese título. Ni siquiera forma de libro. Eran crónicas de viajes. En todo caso, era la novela que no estaba escribiendo.
***
La uruguaya, editada por Planeta, no paró de crecer desde que se publicó, en 2016. Lleva quince ediciones en la Argentina y vendió 40,000 ejemplares entre América Latina, Francia, Italia, Alemania, Noruega y Holanda. Solo en España completó diez ediciones. Es lo que Hollywood llaman un sleeper, un éxito durmiente que brota inesperadamente sobre todo gracias al boca en boca, aunque el autor no se trate de un novato ni clandestino. Este año, si los tiempos se cumplen, se verá su versión cinematográfica.
–¿Empezó la producción?
–Escribí hace poco el primer guion y se lo mandé a los productores, Javier Beltramino y Diego Peretti. El rodaje sería a mitad de año en Buenos Aires y Montevideo. Entre ellos la producen y la dirigen, pero aún no están definidos los roles ni conozco los tiempos de producción.
–¿Cómo fue el trabajo de adaptar tu propia obra?
–Me costó mucho más de lo que pensé: La uruguaya no es muy cinematográfica. Es raro hacerlo. Es volver visible lo invisible. La historia es el mar de fondo de la culpa del protagonista. La literatura trabaja muy bien lo no dicho, lo silenciado. Pero el cine es todo para afuera. Hubo que resolver varias cosas, pero no laburé solo. Me ayudaron Hernán Casciari y Christian Basilis.
–¿Y en Una noche con Sabrina Love no colaboraste?
–No. Me quedé con la sangre en el ojo de escribir el guion de Sabrina Love. De todos modos, estuvo bien que Alejandro Agresti haya hecho todo, porque era su película. Me hubiera gustado involucrarme un poco, tener una opinión. Pero probablemente yo habría estorbado.
–¿Fantaseaste con el elenco de La uruguaya?
–Sí. A mí me gusta cómo laburan [Rodrigo] De la Serna y [Juan] Minujín. Veo como protagonista a un cuarentón loser, frágil, no debe ser muy pagado de sí mismo. La actriz creo que debería ser uruguaya. Me la imagino como Úrsula Corberó, la actriz de La casa de papel. Todavía no hubo casting.
–¿Qué película te sorprendió en el último tiempo?
–Roma me pareció extraordinaria. Es una película que hizo visible el mundo de las mucamas, que en México es muy acentuado, y de repente le reclamaron al director que se quedó corto con la historia de Cleo o le machacan por qué no lo hizo antes. Claramente fue la punta de un iceberg. Roma tiene algo de muralista, a lo Diego Rivera. Nunca es despojada. Un hombre disparado por un cañón, una revuelta popular, una clase de artes marciales en el medio de la nada. Todo tiene el tenor de la complejidad de México. Son capas geológicas de cultura. Es una película incómoda por momentos, pero cuando me instalé en esa lentitud me sentí en otro plano. Incluso cuando llega la escena del incendio me pregunté si correspondía a la misma película.
–¿Un escritor admite que está influido por otros escritores contemporáneos?
–Yo lo admito. Aunque en general nadie quiere deberles nada a sus contemporáneos. La escritura es una experiencia colectiva, no un acto individual. Esa idea me encanta y crecí practicándola. En 2005, se trasladó una dinámica propia de la poesía a la narrativa. Las lecturas en espacios independientes, algunas antologías de cuentos y blogs diseñaron un comportamiento grupal. Para mí, eso resultó muy importante. Se mezclaron escritores y escritoras, se formaban parejitas. Aquella generación forjó una especie de entramado hormonal sin una base estética. No fue un momento de manifiestos, fue más bien un espacio de exploración a través de los blogs para buscar un relajamiento del estilo, vivir de una manera más coloquial.
–¿Cada uno le mostraba al otro el avance del trabajo propio?
–Sí. Nos consultamos todo, reflexionamos sobre la literatura en conjunto. Así conocí a Santiago Llach, Fabián Casas, Lloyds, Julián López, Juan Incardona, Samanta Schweblin, Selva Almada, Leila Guerriero y otros tantos, como los poetas cordobeses. Me interesa lo que hacen todos ellos y no me da pudor decirlo: les debo mucho.
–¿Es una imagen idealista la del escritor solitario encerrado en su búnker?
–Hay algunos autores que se aíslan y escriben y lo hacen perfectamente. Pero la escritura está atravesada por muchos soportes: la poesía, la narración, el guion, el periodismo. Y muchas de esas cosas significan moverse e intercambiar ideas. Cuando vos filtrás eso podés trabajar para un medio haciendo una crónica que te propuso el editor: ese texto no es solo tuyo. Es también del editor. Otro tanto pasa cuando escribís para teatro o armás una antología de cuentos. Todo eso está atravesado por una creación colectiva. Para eso hay que escuchar a los demás qué dicen sobre tus textos. Ese es el contraste del escritor escribiendo su novela en el búnker antiatómico.
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