Antes de la pandemia, Pedro Cahn tenía una costumbre. Dos veces por semana, corría cinco kilómetros bajo una máxima: nunca alteraba el itinerario. Ni las calles ni la dirección. Las mismas 50 cuadras desde hace 20 años. Quienes lo conocen aseguran que nada, absolutamente nada, ha logrado hacerlo cambiar su ruta.
La patota rosa
Otoño de 1982. Un sol transparente se alza sobre el Club Ciudad de Buenos Aires. Pedro y su familia se acomodan en un grupo de mesas al costado de una parrilla. Hace unos 10 años que terminó la carrera de médico. Después de realizar suplencias en el servicio de terapia intensiva del Hospital Fernández, se fue al Muñiz para especializarse en infectología. Hasta ese momento, todas las enfermedades infecciosas se atendían allí. Inicialmente lo llamaban la "Casa de Aislamiento". El edificio se inauguró en 1882 y funcionó en Azcuénaga y Paraguay, hasta que una epidemia de fiebre amarilla en la ciudad llegó a matar a más de 500 personas por día. La medicina entonces aplicó la misma fórmula que se utilizó durante siglos para hacer frente a las enfermedades que contagian y no tienen cura: lo que hoy, con elegancia, se llama la distancia social. Así fue como se levantó el nuevo hospital en un terreno de cinco manzanas alejado, al sur de la ciudad, en Parque Patricios.
Sin embargo, hacia fines de los 70, el paradigma empezó a aflojarse un poco. Cahn entonces vio una oportunidad. Se propuso crear un servicio de infectología en el Fernández. Comenzó organizando charlas y recorriendo el hospital con una libretita negra de tapas de hule, en la que anotaba cada caso y sus síntomas. La noticia comenzó a circular. "Pedro, en la Academia de Medicina se enteraron de que hay un infectólogo en el Fernández y querían saber si podés recibir a algunos pacientes que requieran internación", le dijo un hematólogo con el que se cruzó aquel día en el club. Era una tarde de 1982 y ahí, bajo el sol transparente sobre la avenida Libertador, empezaría a torcerse el destino de Pedro. Claro, por ese entonces, no imaginaba que tras unos meses recibiría al primer paciente con VIH de Argentina. Mucho menos que 40 años después, un país encerrado seguiría atento a su palabra para poder salir.
–¿Qué contrastes surgen al comparar aquellos primeros años, cuando atiende los primeros casos de VIH en el Hospital Fernández, con estos momentos?
–Hay una diferencia fundamental. Al principio, con el VIH, la gente creía "a mí no me puede tocar". Hasta se hablaba de "víctimas inocentes", como si hubiera víctimas culpables…
La voz suena con una firmeza amable. Cahn –72 años, metro setenta, barba de hace algunos días, puntualidad inobjetable, fanático de San Lorenzo, hijo de una pareja de judíos alemanes que huyeron del nazismo y se hicieron de un comercio en Once– tiene una forma de hablar cercana. Aun a través de la pantalla que nos separa por una cuarentena de la que se preocupa en dar ejemplo. En la Fundación, dicen, él mismo se encargó de pegar los carteles silla por medio, tal como indican los nuevos protocolos. Frente a las cámaras, casi con periodicidad diaria, él los explica con impavidez y pedagogismo, aprehendido desde aquella primera vez que tuvo que hablar con un canal de televisión. Fue un 2 de octubre de 1985. Había muerto Rock Hudson, el actor que, enfrentándose a su masculinidad morocha, salió a explicar su homosexualidad dándole un rostro popular al sida, y los medios querían hablar con alguien que acá conociera la enfermedad.
La primera vez que se paró frente a una cámara de TV fue en 1985: el actor Rock Hudson se acababa de morir de sida y los medios locales buscaban al médico infectólogo que había empezado a atender pacientes con esa enfermedad entonces desconocida.
–Me acuerdo de que llegué al Fernández esa mañana y estaba lleno de móviles de televisión. Pensé que había pasado un accidente con un famoso o político. Como el hospital está cerca de Figueroa Alcorta siempre hay derivación de mucho trauma. Pero entro y el director entonces me dice: "Pedro, tenés que salir a hablar con los medios por esa enfermedad que atendés vos".
Al día siguiente, en el consultorio de Cahn había una cola de más de 200 personas.
–Esa mañana cambió mucho nuestra relación con la enfermedad. Hasta entonces, no solo teníamos muy pocos pacientes. La expectativa de vida era de ocho meses, con lo cual no llegábamos a conocerlos, ni su historia ni su familia. Pero cuando empezamos a sacar sangre en el hospital, empezó a pasar que los que daban positivo estaban tan sanos como vos y yo. Entonces los conocías, los veías periódicamente, y a fin de año te traían un regalo, y conocías al papá y a la mamá, y de pronto empezabas a ver que se deterioraban ante tus ojos.
No fueron años fáciles. En mayo de 1983, un equipo del Instituto Pasteur de París dirigido por Luc Montagnier, Jean-Claude Chermann y Françoise Barré-Sinoussi descubre el virus de lymphadenopathy-associated. Pero la enfermedad crece como la estigmatización y el miedo que provoca. Un artículo del diario El País del 21 de agosto de 1982 habla de un virus que solo parece atacar a lo que identifica como "las 4 H: hemofílicos, heroinómanos, homosexuales y refugiados haitianos". La medicina parecía no ser inmune a ese desconocimiento. En el Fernández, Cahn y sus compañeros, Héctor Pérez y Arnaldo Casiro, deben enfrentar todo tipo de problemas. Hasta llegan a pedir una caja fuerte, donada por un amigo de Pedro gerente de un banco, para guardar las historias clínicas de los pacientes. En el hospital los llamaban "la patota rosa".
–Recuerdo que nos presentamos a un premio de la Academia donde describíamos siete casos, y realmente era muy innovador, pero como era un tema de gente gay, obviamente no ganamos. La Academia es una institución bastante conservadora… –Pedro hace una pausa y se sonríe–: Después, más adelante, ganamos.
–¿El estigma fue cambiando con los años?
–Para que te des una idea. Hacia el 86 tuvimos la primera embarazada, que dio a luz en el Fernández. Estaba en el Hospital Muñiz, pero todos se negaban a atenderla. Y en el Fernández, de hecho, fue a una cesárea, nadie le quiso hacer un parto normal. ¿Viste cómo se visten ahora los que atienden coronavirus, y parecen marcianos? Así se vistieron. Ese día se cerraron todas las puertas de los quirófanos y se hizo esa cirugía solamente. Me acuerdo de que por entonces viene una mucama, que la estaba atendiendo, y me dice: "¿Esa es la paciente que tiene VIH? Pero no parece, es normal"… Otro día viene un colega: "Pedro, no es nada personal. Pero son homosexuales y drogadictos, y yo tengo hijos".
–¿Y qué le respondió?
–"¿Sabés qué? Yo también tengo hijos, y ninguna de las dos cosas se transmiten".
En 1989, junto con Kurt Frieder, Cahn inaugura Fundación Huésped. Inicialmente, funcionaba en un PH en la calle Gascón. Fue ahí, en un pasillito, que se instalaron las primeras cabinas telefónicas, en medio de la campaña de prevención que realizaron en 1992 con el Consejo Publicitario Argentino. A partir de entonces, recibieron unas 200 llamadas por día. En 1996, la Fundación inauguró el hospital de día, que funciona en el Fernández. Hoy, Huésped cuenta con numerosos programas de atención, investigación, prevención y difusión. Ofrece desde consejerías personalizadas y testeos, hasta grupos de apoyo para pacientes con VIH y talleres para parejas serodiscordantes. Allí, Cahn trabaja con dos de sus tres hijos: Florencia, también inféctologa, y Leandro, a cargo de la dirección ejecutiva.
"Huésped, el hospital de día fue un antes y un después". César Cigliutti, actual presidente de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina), conoció a Pedro a través del periodista Roberto Jáuregui y su hermano Carlos. Hacia fines de los 90, Roby, como lo conocían todos, denunció la desigualdad en el acceso a los tratamientos disponibles en ese momento y se volvió un símbolo de la lucha contra el VIH en nuestro país. Además, fue una de las personas que más contribuyó con el impulso inicial de la institución que dirigía Cahn.
Cahn me hacía acordar a los médicos de pueblo. Así, como medio bonachón. Él siempre estaba con buen tono. Los otros doctores… era como que hablaban mucho. Él nos escuchaba.
César sigue recordando esos días: "La campaña antes de lo del Consejo se limitaba a un afiche horrible. Me acuerdo de que nos decíamos: "Acá, vamos a caer como moscas". Por eso empezamos a organizar charlas, para informar y concientizar. Los volantes los fotoduplicábamos, y los repartíamos en los lugares de encuentro de nuestra comunidad. Y se llenaba. Y Pedro venía, caía en un auto supermodesto, no sé si un Fiat, medio destartalado… Toda nuestra gente iba al Fernández. En el Clínicas, por ejemplo, las enfermeras no te querían tocar. Nos hacían lavar el piso con lavandina… Y ahí era todo tan distinto. Cahn me hacía acordar a los médicos de pueblo".
–¿Por qué?
–Así, como medio bonachón. Él siempre estaba con buen tono. Los otros doctores… era como que hablaban mucho.
–¿Y Cahn?
–Nos escuchaba.
El comité de expertos
11 de marzo de 2020. Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, declara que estamos ante una pandemia. En Italia, comienzan a cerrar los negocios. Estados Unidos restringe los vuelos, pero aún se resiste a la cuarentena. Informan 38 personas fallecidas. Argentina confirma dos casos nuevos. Tan solo dos semanas después, el 91,3% de niñas, niños y adolescentes de todo el planeta –según un relevamiento de Unesco– pasará a estar sin clases y el 81% de la fuerza laboral en todo el mundo –según números de la OIT– se encontrará parcial o totalmente paralizada.
Antes, dos meses antes de todo esto, Pedro Cahn ya trabajaba en el tema.
–La primera compra de insumos del Ministerio de Salud vinculada al coronavirus se hace el 23 de enero y nuestra primera reunión en Casa Rosada fue a mediados de febrero. En Europa, recién surgían casos esporádicos de gente que había viajado a China y acá teníamos vuelos de Italia a Argentina. Lo recuerdo perfectamente porque el presidente entonces preguntó si no se podían cancelar los vuelos desde Italia. El ministro de Transporte respondió que se podían cancelar los de Aerolíneas Argentinas, pero no los de Alitalia, porque había convenios internacionales y nunca se había hecho. Y entonces Fernández le dice: "Bueno, si nunca se hizo, pero hay que hacerlo, lo haremos".
Cahn mira unos gráficos que parecen como serpentinas sobre una hoja blanca llena de datos. El estudio compara la evolución que tuvo el brote de influenza durante 1918 en distintas ciudades de Estados Unidos y las medidas adoptadas por cada gobierno local. Mientras en Filadelfia se registró durante los primeros seis meses el fallecimiento de unas 748 personas por cada 100.000, en Saint Louis la cifra baja a 358. ¿La razón? "Dos días después, Saint Louis cerró la mayoría de las reuniones públicas y las víctimas en cuarentena en sus hogares. Los casos se ralentizaron", explica el documento acompañado de curvas que suben y bajan, acaso como buena metáfora de estos últimos cuatro meses, en los que lo cotidiano –o mejor dicho, las posibilidades de volver a ello– parecen haberse reducido a eso, a una línea de puntos.
–Para el VIH, al comienzo, la solución pasó por un enorme cambio de hábitos. ¿Pasará lo mismo con el coronavirus?
–Para que la gente entienda, una infección viral produce siempre anticuerpos. Por ejemplo, para el sarampión las personas que nacieron antes de 1965 no se vacunan porque se estima que todas esas personas tuvieron sarampión; en cambio, sí los que nacieron después. También puede pasar lo que pasó con el VIH, donde la persona puede tener anticuerpos, pero no son neutralizantes, es decir que no sirven para protegerte. ¿Coronavirus va a ser modelo sarampión, modelo VIH o va a tener inmunidad permanente? Todavía no lo sabemos.
–¿Por ahora solo tenemos la distancia social?
–En Argentina, empezamos mucho antes que muchos otros países. No te olvides que cuando Italia impuso la cuarentena con 10.000 casos, nosotros la impusimos con menos de 100. Y esto tuvo un efecto, porque arrancamos teniendo una duplicación de casos cada 3 días y ahora la tenemos cada 15 (N. de la E.: la cifra corresponde al cierre de la nota, el 20 de mayo). De las muchas enseñanzas que esto está dejando está la de romper un mito.
–¿Cuál?
–Que los argentinos somos desordenados e incorregibles. La gran mayoría cumplió las normas.
–Pero comenzó a pesar el cansancio…
–Si la gente se lanza masivamente a la calle o se apelotona en los medios de transporte, tenemos un problema. No digo que sea culpa de la gente, sino que se tienen que disponer los mecanismos necesarios, por ejemplo, para resguardar esa situación en los transportes públicos. El medio de diseminación de la infección en Nueva York fue el Metro. Entonces, una solución es generalizar el uso de la bicicleta, promover otras formas de transporte o promover el uso de vehículos liberando el estacionamiento. Una de las razones por las que no empezaron las clases todavía es porque el solo hecho de la suspensión hace bajar entre un 15% y un 20% la demanda del transporte público.
La OMS habla de
–¿De una cuarentena es más fácil entrar que salir?
–Es que a las cuarentenas les pasa lo mismo que a las vacunas.
–¿Qué?
–La cuarentena es víctima de su propio éxito. Como está generando buenos resultados, aparecen otras demandas. Con las vacunas pasa lo mismo, el problema desaparece y entonces la gente dice: "¿Para qué me voy a vacunar contra el sarampión?". Y entonces la gente se dejó de vacunar –por prejuicio y porque también se debilitó el programa de vacunaciones–, y hoy tenemos sarampión circulando de vuelta en Argentina. Es muy difícil percibir lo que no ocurrió. Pero si no hubiéramos hecho esto, probablemente hoy estaríamos con 45.000 casos y 1500 o 2000 muertos. Pero como no pasó…
–¿La visibilidad y circulación de información sobre el tema se ha vuelto un problema?
–El gran problema de Argentina es que tenemos 7 canales de noticias que transmiten durante las 24 horas. Y está la competencia por el minuto a minuto. ¿Qué vende más, el barco que llega a puerto o el que se hunde? Entonces se habla de los muertos, pero no se informa que el número de recuperados es 5 o 6 veces mayor. La OMS habla de infodemia, que es la epidemia de noticias falsas. Llegaron a falsificarme audios que mandaron por whatsapp… Creo que cuando se mezcla la salud pública con la política, se hace mala política y mala salud pública.
–No obstante, ¿no cree también que hubo una revalorización del discurso científico?
–Creo que hay cosas que van a entrar en la conciencia. Imagino difícil en el futuro que haya otro gobernante degradando el Ministerio de Salud a una Secretaría. Hoy, hay una revalorización del rol del Estado porque hoy necesitamos del Estado. Se rompió el mito de que el mercado resuelve las cosas por sí solo. Y estoy repitiendo lo que dijo el presidente de Francia, eh?…
–Hace unos años, caracterizaba nuestro sistema de salud como un sistema darwiniano. Nada peor para enfrentar una pandemia…
–Sí, me refería a un sistema que protege a los más aptos. Pero ¿por qué pasa esto? Porque tenemos un hospital público que atiende a todo el mundo, eso es cierto. Pero pasa que hay que hacer cola a las tres de la mañana, y jamás se le pregunta a la gente cuando se vuelve a su casa por qué no consiguió un turno, para qué especialidad venía, y así, de esa forma, se puede ver qué personal de planta hay que aumentar. O algo tan simple como abrir los consultorios los sábados, porque hay gente entonces que no va al hospital porque pierde su trabajo. ¿Por qué solo se atiende a la mañana? Porque es el horario de los médicos. ¿Y por qué? Porque es el horario que nos conviene a los médicos. Con la pandemia eso por suerte no ocurrió. No obstante, es bien sabido que la pobreza genera epidemias y que la epidemia genera más pobreza… Estoy convencido de que si esto hubiera arrancado en la Villa 31, el nivel de alarma hubiera sido muchísimo menor. Y esto también es una enseñanza con respecto al VIH/sida, porque los primeros casos en Estados Unidos son en 1981, pero en realidad, en África, probablemente existía desde el año 30 o 40.
–¿Cuáles serían entonces las transformaciones más urgentes?
–Las dos medidas importantes que salvan vidas en el mundo son el agua potable y las vacunas. Hay que mejorar nuestro plan de vacunación, hacerlo llegar a los lugares más recónditos. Y construir las redes cloacales… Por otro lado, nuestro sistema de salud está muy fragmentado. Tenemos al PAMI, que es la obra social más grande de América Latina, obras sociales provinciales, prepagas, hospitales, y ningún sector dialoga con el otro. Se necesitan mecanismos de eficientización de la salud pública. Porque, además, es un sistema antieconómico; si lo hiciéramos bien, se terminaría ahorrando dinero.
–¿Pensó en la función pública?
–Tuve varios ofrecimientos a lo largo de los años. No lo descarto. Pero desde mi lugar puedo decir cosas que, por ejemplo, desde la función pública no podría.
Las dos medidas importantes que salvan vidas en el mundo son el agua potable y las vacunas. Hay que mejorar nuestro plan de vacunación, hacerlo llegar a los lugares más recónditos. Y construir las redes cloacales.
–¿Qué va a cambiar con la pandemia?
–El coronavirus va a cambiar muchas cosas, aunque no soy tan optimista. Estamos en un mundo que atravesó dos guerras mundiales y no nos hicieron mucho mejores. Por entonces hubo un genocidio y 30 años después acá tuvimos crímenes de lesa humanidad… Sí hay que señalar que hay cosas que llegaron para quedarse, es lo que se llama la nueva normalidad. ¿Qué quiero decir con esto? Y que probablemente vayas a comprar una pilcha y haya que hacer cola afuera, con distancia, vas a tener que seguir lavándote las manos. Hay cuidados que llegaron para quedarse por un buen tiempo.
–¿Años?
–La verdad es que no lo sé. Ahí intervienen tres factores: o bien que haya un medicamento que cura rápidamente a los pacientes infectados y eso haga que el período de infecciosidad se acorte, es decir hay menos transmisión, o bien que surja una vacuna. Pero también hay comportamientos que pueden ser de la epidemia; la OMS plantea tres escenarios: uno es que la epidemia se agote como pasó con el SARS –llega un momento que el número de personas susceptibles empieza a reducirse y la tasa de infecciosidad pasa a ser menor que 1. La otra posibilidad es que permanezca una circulación baja, pero permanente. La tercera es que demos por terminado el brote, pero que haya rebrotes periódicos.
–En varias ocasiones afirmó que "o se es parte del problema o se es parte de la solución". ¿Cómo convive un médico con la imposibilidad de resolver un problema?
–Con el VIH, la gente venía y nos pedía un tratamiento, pero no había tratamientos. Recién en el 87 aparece la primera droga. Y es muy difícil irse sin nada. En ese entonces, había una marca de vitaminas, ¿te acordás de la publicidad? "Stresstabs fortalece tu inmunidad". Recetábamos eso, así la gente se iba por lo menos con la tranquilidad de que estaban haciendo algo. Como médico, cuando no se puede curar, por lo menos hay que intentarlo…
–¿Qué?
–Consolar y buscar la forma de ayudar a la gente a que se sienta mejor.
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