Pearl Harbor: la perla de la discordia
El jueves 14 se estrenará este film dirigido por Michael Bay y protagonizado por Ben Affleck, Kate Beckinsale y Josh Harnett, que costó 140 millones de dólares y despertó fuertes críticas en los Estados Unidos
"Pearl Harbor es una película de dos horas, estiradas a tres, donde se muestra cómo el 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron por sorpresa a un triángulo amoroso estadounidense", escribe el crítico Roger Ebert, del Chicago Sun-Times, en su comentario del 25 de mayo último, día en que se estrenó el film en los Estados Unidos.
La frase, en cierta forma, trasluce la opinión de la mayoría de la crítica acerca del film de Disney que dirige Michael Bay, produce Jerry Bruckheimer (ambos, Armaggedon, La roca, etcétera.) y protagonizan Ben Affleck, el novel Josh Harnett y Kate Beckinsale.
No parecen haber sido suficientes los 140 millones de dólares de presupuesto para la filmación, ni los 5 millones gastados en la suntuosa première mundial realizada en Hawai para soslayar los golpes de la crítica ni las polémicas.
Con sus tres horas diez minutos y sus bemoles históricos, la película ya desató el disgusto de los descendientes de japoneses, de algunos civiles Hawaianos, que no se sienten históricamente reflejados, y de parte de los sobrevivientes que, si bien agradecen los homenajes, prefieren considerar a Pearl Harbor como un film romántico antes que como uno histórico.
En este sentido, la crítica insiste en advertirle al público que Pearl Harbor fue pensada para gente que no sabe nada sobre el ataque japonés, e incluso que ignora todo acerca de lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial. Los espectadores que no se sientan incluidos dentro de este espectro son instados a desistir de concurrir al cine. La crítica estadounidense, se sabe, es famosa por su pluma punzante.
Sin embargo, aunque para el tono habitual argentino el tenor de las objeciones puede sonar excesivo, no dejan de tener cierta razón si se considera que no sólo son los especialistas los que se han enojado.
Una semana antes de su estreno en Estados Unidos, el periodismo internacional fue invitado a participar de un encuentro con los escenarios reales que se utilizaron para el film y con el elenco. Más de quinientos periodistas, entre locales e internacionales, se dieron cita en la paradisíaca isla Oahu, la principal del archipiélago Hawaiano, en la que se encuentra la localidad de Pearl Harbor (Puerto de las Perlas).
Geográficamente, el archipiéla-go pertenece a la Polinesia, aunque políticamente sea de los Estados Unidos. Su naturaleza exuberante, con playas de arena blanquísima y montañas escarpadas irremediablemente llevaba a pensar en lo traumático que habrá sido para esa gente aquel 7 de diciembre de 1941. De vivir en el paraíso pasaron en se- gundos a ser víctimas del infierno.
Pero el film, más que retratar ese sentimiento o esos hechos, se concentra en la figura de dos voluntarios de la aviación que se enamoran de la misma chica, una enfermera. La película exacerba, además, ese conocido orgullo de los estadounidenses por su nacionalidad de tal forma que, una vez presenciado el film en función privada, el periodismo internacional especuló que seguramente tendría éxito en Estados Unidos aunque resultaría ajeno para el resto del mundo. Es cierto que el día en que los japoneses atacaron Pearl Harbor marcó el fin de lo que en Estados Unidos llaman la era de la inocencia americana -aquella del Hollywood de oro y de los héroes sin contradicciones-, pero el film de Michael Bay insiste en darle al suceso la atribución de ser "el día en el que el mundo cambió".
Según Kevin Thomas, del Los Angeles Times, que elogió ampliamente el film, Pearl Harbor se sustenta en la idea de la inocencia perdida. Thomas dice que la película sugiere que esa inocencia fue bombardeada por los japoneses y obligó a los estadounidenses a ser valientes y sacrificarse. Y esto también es cierto porque, en todo caso, no existen las verdades absolutas.
Polémicas al margen, Pearl Harbor se estrenó un fin de semana largo. Y en sus dos primeros días de proyección en 3214 salas recaudó 39,7 millones de dólares que ascendieron a casi 80 en los dos días posteriores. Y aunque las expectativas de Disney eran un 20 por ciento superiores, Pearl Harbor quedó primera en la lista. Las cifras siempre cantan mejor que las palabras.
Pearl Harbor es, como se diría vulgarmente, una comedia, más una de guerra, más una de amor. Eso puede leerse como un defecto, desde la mirada de los especialistas pero, ¿cómo se ve con los ojos de quien no tiene el cine como oficio? La mayoría de las encuestas que se encuentran en Internet devela que las opiniones se dividen entre quienes desearían premiar la película y quienes la abominan. Claro que esta división de aguas explotó con semejante fuerza porque se trata de un film estadounidense, sobre un hecho que, si bien conmocionó al mundo, afectó directamente a Estados Unidos y, por último, recibida por el público local.
Cuando se estrene en Buenos Aires el 14 del actual, no resulta esperable que alguien pueda llegar a indignarse. Aunque las previsiones, en este terreno, suelen navegar en aguas cenagosas. Quizás el público adhiera a esta historia de amor triangular, plena de efectos especiales y patriotismo. Tal vez la gente se sienta conmovida por estas tres horas, que lo ofrecen todo sin exigir a cambio más que el precio de la entrada.
¿Por qué no? Después de todo, es sólo una película.
La película Pearl Harbor fue dirigida por Michael Bay, producida por Jerry Bruckheimer y escrita por Randall Walklace
Ben Affleck
Personaje: Rafe MacCawley
Interpreta a un joven y voluntario aviador que se enamora de la enfermera Evelyn (kate Beckinsale)
kate Beckinsale
Personaje: Evelyn Johnson.
La enfermera interpretada por la actriz inglesa es el blanco amoroso de los dos jóvenes voluntarios.
Josh Harnett
Personaje: Danny Walker.
El apuesto Harnett encarna al otro joven aviador voluntario, amigo íntimo del que interpreta Affleck.
John Voight
Personaje: Presidente Roosevelt.
El veterano actor, fuertemente caracterizado, se pone en la controvertida piel de Rossevelt.
Alec Baldwin
Personaje: Coronel James Doolittle.
Otro veterano de Hollywood. Interpreta al militar de rango que comanda la flotilla de voluntarios.
Cuba Gooding Jr
Personaje: Dorie Miller.
El histriónico Cuba encarna al cocinero de uno de los barcos hundidos durante el ataque japonés.
Una premiere de cinco millones de dolares
Lejos de cualquier discusión, la première mundial de esta superproducción se realizó el 21 de mayo último sobre las cubiertas del portaaviones nuclear USS John Stennis, capaz de albergar una tripulación de 6200 hombres, anclado en las costas de la localidad Pearl Harbor. Y ese día, Hawai fue bombardeado como hace 60 años atrás, sólo que esa vez se trató de un bombardeo benévolo, que desparramó figuras de Hollywood, comida, música, bebida y fuegos artificiales.
Desde las 4 de la tarde, cientos de cámaras de TV de todo el planeta se apostaron sobre la alfombra roja desplegada al borde del muelle, por donde entrarían las estrellas. Al caer el sol, cuando los clásicos nubarrones que transitan el cielo hawaiano empezaban a teñirse de colores diversos, decenas de marinos más algunas mujeres y hombres con atavíos tradicionales dieron la bienvenida a los invitados con los bellos lei (collares de flores naturales), un beso en la mejilla y un Aloha (palabra hawaiana que significa buenos deseos).
Todos estuvieron presentes, con excepción de Jon Voight, responsable de encarnar al presidente Roosevelt en el film: Ben Affleck, Kate Beckinsale, Josh Harnett, Alec Baldwin, Cuba Gooding Jr., Dan Aykroyd, y la larga lista de actores que integran el reparto. Hasta las jóvenes actrices de la serie Bay Wacht Hawai o la cantante Courtney Love dieron el sí al archipiélago y a la película.
A partir de allí, todo fue magnificencia. Sobre la cubierta principal del portaaviones se habían dispuesto sillas y mesas como en un restaurante, flanqueadas por hileras de tablas de comida, en las que se podía encontrar variedad de quesos, frutas exóticas, carnes rostizadas y bebidas suaves. Un servicio de catering que a Disney le costó alrededor de 150 mil dólares.
Más tarde hubo que subir hasta la cubierta superior del portaaviones, donde se había montado un cine al aire libre para más de dos mil personas. La pantalla gigante de proyección estaba izada, a la espera de que transcurriera la ceremonia preliminar.
El sol ya había caído y a lo lejos se divisaba, iluminado con esmero, el Arizona Memorial, museo que recuerda a los caídos en el ataque y desde el cual pueden contemplarse, en el fondo del mar, los restos del barco USS Arizona, hundido allí desde el 7 de diciembre de 1941.
La ceremonia preliminar se nutrió de marchas militares, tocadas por diversas bandas, y por el himno nacional de los Estados Unidos. El ingreso triunfal a escena de una treintena de sobrevivientes dio pie al comienzo de un show de fuegos artificiales que se prolongó durante 20 minutos.
La ceremonia dio más tarde paso a la proyección del film y, ya cerca de la medianoche, todo el mundo se congregó en la cubierta inferior de USS John Stennis, ambientada como un jazz club de los años cincuenta, donde hubo tragos y baile para todo el mundo. Sin límite.
La historia real: un misterio que no cede
El 7 de diciembre de 1941, fecha del ataque japonés sobre Pearl Harbor, es un día que vivirá en la infamia (al decir del presidente Franklin D. Roosevelt), y también, un día envuelto en un mar de dudas y misterio.
Por meses, las relaciones entre Japón y los Estados Unidos se habían enfriado hasta un estado glacial, llegando los norteamericanos a bloquear los fondos nipones y privando a los japoneses del petróleo que requerían para sus sueños imperiales de construir una esfera de influencia en el sudeste de Asia.
El jefe de la estrategia aeronaval nipona, el legendario almirante Isoroku Yamamoto, aunque muy reacio a una guerra con los Estados Unidos (varias misiones diplomáticas en aquel país lo habían convencido de su colosal poder industrial), había puesto toda su formidable capacidad estratégica para planear un ataque contra la Flota Norteamericana del Pacífico que, contra prudentes advertencias, se había movido de la Costa Oeste de los Estados Unidos hasta la base de Pearl Harbor, en la isla Oahu (Hawai).
La flota japonesa, liderada por seis portaaviones, y bajo las órdenes del vicealmirante Nagumo, se movió hacia Hawai en estricto silencio de radio para descargar, desde las 7.40 de la mañana del 7 de diciembre de 1941, un demoledor ataque sobre barcos y aviones norteamericanos. Cuando terminaron su trabajo, los cazas Zero y los bombarderos Val habían hundido a los acorazados California y Arizona, 19 barcos hundidos en total, además del 75% de los aviones de la base dañado o en llamas, dejando para los norteamericanos un duro saldo de 4575 bajas entre muertos y heridos. Todo eso contra sólo 27 aviones nipones derribados y daños menores sufridos por la escuadra atacante.
El hecho de que el temible ataque precediera a la declaración de guerra japonesa daría alas a la elocuencia de Roosevelt, que obtuvo de un Congreso indignado y conmocionado la declaración de guerra contra Japón.
Terminada la guerra, sin embargo, las justificadas dudas y las teorías conspirativas sobre Pearl Harbor tomaron intensidad. ¿Cómo la inmensa flota japonesa se movió por el Pacífico sin despertar sospechas? ¿Por qué los rusos (mediante su maestro espía Sorge) ya sabían en diciembre de 1941 de un ataque japonés sobre el Pacífico, lo que les permitió trasladar tropas de Siberia en defensa de Moscú, sitiada por los alemanes? ¿Cómo los avisos de los radares norteamericanos no fueron tenidos en cuenta? ¿Por qué, si los estadounidenses habían descifrado los códigos Púrpura japoneses, conociendo anticipadamente cada paso que estos darían, no usaron la información que debieron tener en este caso como lo harían luego con tanto éxito en mar del Coral y Midway? ¿Fue sólo una casualidad que los portaaviones Enterprise y Lexington no estuvieran en Pearl Harbor ese fatídico 7 de diciembre? Son demasiadas las preguntas que han quedado sin respuesta.
La investigación oficial emprendida en los Estados Unidos terminó por culpar al almirante Kimmel (jefe de la Flota del Pacífico) y al teniente general Short (comandante del departamento militar en Hawai). Ambos pagaron con sus carreras sus supuestos errores e imprevisiones.
Lo concreto es que los EE.UU., gracias a Pearl Harbor, tuvieron la guerra que su pueblo temía y que el presidente Roosevelt buscaba y sabía imprescindible. El precio fue alto en hombres y material destruido y dañado por los japoneses, aunque una extraña casualidad hizo que los portaaviones que hubieran dado a los japoneses una victoria completa y decisiva no estuvieran ese día anclados en las plácidas aguas de Pearl Harbor. Claro que cuando uno se va poniendo viejo y cínico, desconfía cada día más de las casualidades en la historia.