Después de algunos intentos a través de un banco de esperma ("Una sola vez llegué a la inseminación –que finalmente no prosperó– porque frente a cada intento, me aparecían quistes en el ovario y teníamos que interrumpir el proceso"), Paulina Karadagian (47) empezó a pensar en la posibilidad de adoptar. "Mi deseo de ser mamá iba más allá de llevarlo durante nueve meses en la panza o no…", asegura a ¡HOLA! Argentina. En 2007, comenzó con los trámites en nuestro país, pero por tratarse de un hogar monoparental, "todo se complicaba". "Entonces me acordé de alguien conocido que había adoptado dos hijos en Rusia y me puse a investigar. Averigüé también para adoptar en Ucrania y en China hasta que, finalmente, di con un blog de una chica argentina en el que contaba su experiencia en Haití. Me contacté con ella y me pasó toda la info del orfanato de su hijo. Les mandé mail y a los pocos días me contestaron indicándome toda la documentación que debía presentar. Llamé a Esteban, un amigo mío de más de treinta años, y le dije: ‘Necesito tomar un café con vos, necesito hablar’. Estaba llena de dudas, miedos, inseguridades, preguntas…", recuerda la única heredera de Martín Karadagian. Esa nube de incertidumbre empezó a disiparse cuando comenzó a transitar el camino que la llevaría hasta sus hijos Kennedy y Khaled, nacidos en Haití y que hoy tienen 12 años (se llevan sólo dos meses de diferencia).
–Tenías por delante varios días de trámites, análisis, documentos, legalizaciones, traducciones al francés…
–¡Muchísimos! En realidad, antes de enviar todo, tuve la suerte de conocer a Bárbara, quien era la directora del orfanato en ese momento, una vez que ella visitó Argentina. Cuando estaba llegando al encuentro, iba por avenida Dardo Rocha, paré para ver la numeración y ¡la esquina donde estaba parada era calle Haití! Se me cayeron las lágrimas de la coincidencia y pensé: "No tengo dudas, mi hijo va a venir de allá". Durante la charla, donde también había otras mamás, Bárbara me habló por primera vez de Kennedy y de las posibilidades de adoptarlo. "Si querés ser su mamá, tenés que mandar la documentación", me dijo. ¡Fue como si un test de embarazo me hubiera dado positivo por primera vez! Estaba flotando. A los dos días, puse manos a la obra para conseguir todo lo que tenía que enviar y en un mes lo logré. Lo hice en tiempo récord.
–¿Qué sabías de la historia de Kennedy?
–Muy poco. Fui armándola de a pedacitos, sobre todo durante mi primer viaje a Haití, el 25 de noviembre de 2008. Sin conocernos personalmente, viajé con otra mamá oriunda de Firmat (Santa fe). Cuando salimos del aeropuerto de Haití fue un shock: el calor, la gente agolpada en la puerta esperando no sé qué, el aire denso, el olor a muerte… No sé cómo explicarlo. Nos estaban esperando Bárbara y la niñera de Kennedy, que lo tenía en brazos. Me lo dio y enseguida se "pegoteó" a mi cuello. Estuvimos dos días en el orfanato y después nos fuimos a un hotel los dos solos. ¡Qué fuerte ese momento! Él estaba chocho, feliz… La aterrada era yo. [Se ríe]. Me quedé una semana con Kenny y hasta pudimos ir unos días a la playa. También pude conocer a su mamá biológica.
–¿Cómo fue ese encuentro tan especial?
–Le pedí a Bárbara si podía contactarnos y ella vino un día al hotel. Yo necesitaba verla, que me conociera y además quería tener alguna foto de Kenny con ella por si alguna vez mi hijo quería saber más de su historia. Fue muy poco lo que pudimos entendernos por el idioma, pero supe que ella había tenido que dar a Kenny a los seis días de su nacimiento porque el hombre con el que lo había tenido le había dicho que, si el bebé nacía, lo iba a matar. Antes de irse me dio una carta en la que me agradecía mucho y me pedía que hiciera de su hijo un hombre de bien. Después de que se fue, me encerré en el baño a llorar.
–Entonces te volviste a Buenos Aires y Kenny se quedó…
–Esa separación fue muy cruel, pero había que esperar un poco más para que los papeles de la adopción fueran aprobados. En el avión de regreso, no hablé ni una palabra, estaba aturdida.
–¿Quiénes te acompañaron durante este proceso?
–Mis dos mejores amigos, pero también lo afronté muy sola. Yo me quedé sin familia después de la muerte de papá y mamá. Nosotros éramos los tres solos de acá para allá. Quizás por eso empecé a pensar en la posibilidad de adoptar dos. "Listo, me animo", me dije. Sabía que la diferencia entre uno o dos hijos, siendo madre soltera, iba a ser mucha, pero me lancé a cumplir mi sueño. A pesar de haber empezado los trámites después, la adopción de Khaled se dio antes y llegó en junio de 2009. ¡Con él celebré mi primer Día de la Madre! Y unos días antes de Navidad llegó Kenny, con un año y siete meses. Esto empezaba a sentirse como una familia.
–¿Podés poner en palabras esa sensación?
–Una emoción y una felicidad que no me entraban en el cuerpo. Y, además, todo un aprendizaje. De repente, dos chicos chiquitos en casa, ¡qué responsabilidad! Imaginate que yo no sabía cocinar nada –hoy soy una experta cocinera y me encanta–, pero tuve que aprender por ellos. Estoy segura de que, al principio, comieron cosas muy feas.
–¿Y cómo fue la adaptación entre ellos?
–Al haber llegado antes, Khalu se sentía el rey de la casa, marcaba el terreno y Kenny tuvo que ganarse su lugar. Se "medían", jugaban y después se peleaban. Sin conocerse y habiendo nacido de dos mamás diferentes, ¡ya tenían una relación bien de hermanos! [Se ríe].
–¿Cómo se transformó tu día a día como mamá de dos?
–¡Una locura, pero una locura divina! Iba con ellos a todos lados con el cochecito doble, me encargaba de todo… Al tiempo, los anoté en un jardín de infantes cerca de casa, tres horas por día, para que socializaran y descargaran energía.
–¿Cómo fue su inserción a la vida social?
–Miradas raras siempre percibís y preguntas incómodas también las hubo. Cuando eran más chicos, tuve que aguantar que me pidieran hacerles fotos como si ellos fueran no sé qué o que les quisieran tocar la cabecita porque, según decían esos estúpidos, "traen suerte". Tuve que poner muchos límites y a veces, con mala cara. Cuando Kenny estaba en primer grado, faltaba un mes para terminar las clases y veo que en el chat de madres empiezan a hablar del horario en que salía el micro para ir a un campamento. Me sorprendí porque no había recibido ninguna información previa. Me fui como loca hasta el colegio y ahí me enteré de que habían dejado a mi hijo de lado porque las otras mamás se opusieron a que fuera. No pudieron darme una explicación lógica y ese mismo día Kenny y Khalu dejaron ese lugar nefasto.
–¿Tus hijos te preguntan acerca de su historia?
–En casa se habla todo muy abiertamente, como debe ser. Me acuerdo que cuando Kenny tenía 5 años encontró una foto 4x4 de su mamá biológica. "¿Quién es?", me preguntó. Le conté que era la mamá que lo había tenido en la panza y se llevó la foto al jardín. Khalu no tocó el tema de su mamá biológica hasta el año pasado, durante la cuarentena. Me dijo que quería conocerla y tuve que contarle con mucho amor que había muerto. Fue duro, pero abrió un canal de diálogo. Él entendió que me puede preguntar lo que sea cuando sea.
–¿Qué le dirías a alguien que tiene ganas de adoptar?
–¡Que nunca se rinda! Yo deseo con todas mis fuerzas que en Argentina se cambie la ley de adopción –que si bien tuvo modificaciones– sigue haciendo todo bastante difícil y los chicos se amontonan en los hogares a la espera de un papá o de una mamá. Yo todavía estaría esperando a mis hijos si fuera por la ley argentina.
–¿Qué saben tus hijos de su abuelo, Martín Karadagian?
–¡Todo! Kennedy quiere ser como su abuelo, ama Titanes en el Ring. De hecho, lo está entrenando Sergio Ventrone –para mis hijos, el Tío Billy– que es el mismo entrenador de los luchadores. El otro día, le regalé sus primeras botas de lucha. ¡Está feliz! Ya eligió su nombre de luchador: "Pantera", como se llamó el personaje que hizo papá en su primera película, en 1957. A Khalu también le gusta y siempre me dice: "Un Karadagian nunca se rinde, como decía el abuelito".
–¿Qué diría tu papá de sus nietos si estuviera vivo?
–¡La alegría que tendría ese hombre con estos chicos! Estaría maravillado con las piruetas que hacen en el ring. Estoy segura de que yo hubiera pasado a un tercer plano con la llegada de ellos. También estaría feliz por mí, por ver mi sueño de la familia propia hecho realidad junto a estos verdaderos luchadores de la vida.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola
Agradecimientos: Centro Armenio (Armenia 1353), Minnakazzira y Comunical Agencia de Prensa
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