Paula Maffia. “La certeza de estar sola en el mundo me cambió la visión del amor”
Cuando se reveló que Paula Maffia (36) había sido elegida como telonera de la nueva visita de Patti Smith, concretada en noviembre pasado, no pocos se alegraron. El anuncio se percibió como un acto de "justicia poética" para una cantante y rockera que guarda puntos en común con la legendaria cantautora y artista estadounidense. Entre otras, una formación en el under, un interés por la fuerza poética de las letras, un carácter expresado ya desde la voz y la manera de cantar. "Me llevó tiempo superar la sorpresa de la invitación porque no fui yo quien se postuló sino que fue ella la que me eligió a partir de propuestas que le acercaron. Y me sorprendió el lugar que le dio la prensa, se volvió un elogio grande. Lo entendí como una felicitación a mí y a mucha gente que venimos peleándola desde una lugar de independencia sin rosca o una productora detrás", reivindica una mañana de verano en su PH de Chacarita, las ventanas abiertas para recibir el sol, y el YouTube ya habilitado para ver "Corazón Licántropo", su nuevo video, una pequeña pieza de arte en formato audiovisual.
"Tenía muchas ganas de volver a trabajar con Johanna Wilhelm", dice sobre la directora del clip y de El hombre que perdió su sombra, éxito y revelación de la temporada teatral del 2019. "Ella a su vez convocó a Karin Idelson, a quien también conocía de trabajos en los comienzos de mi carrera, y entre las dos interpretaron perfectamente la idea sensual y neurótica de la letra", señala Paula, que extrajo la canción de Polvo, su segundo disco solista luego años de formar parte de proyectos colectivos como La Cosa Mostra, Las Taradas y numerosas performances y obras de teatro.
–¿Cómo fue tratar a Patti Smith?
–La traté poco. Vino directo al show y me la crucé recién al final. Dio un show chamánico en donde quedó drenada de entrega y cuando me pasó por delante intercambiamos un saludo. Ahí me quedé petrificada, disfrutando de esa divinidad, como si estuviera viendo un animal mitológico. Cualquier otra cosa hubiera estado de más. Sí le hice llegar unas ofrendas. Le regalé una edición hermosa de las Obras Completas de Pizarnik y un disco de Maria Elena Walsh. Me parece ridículo que todavía no se hubiese conocido con Pizarnik, se llevaban muy poca edad.
–¿Qué te marcó de Walsh?
–Todo porque sigo tomando de su fuente. Es una persona que siempre trató con riqueza a la niñez. No moderó un discurso "para niños". Nos dio canciones complejas y polisémicas que me entraron muy de niña. De hecho en Polvo incluyó una versión de "Canción para bañar la luna", que me generó mi pirmer herida musical a los tres años.
–¿Cómo fue?
–La pusieron en una actividad del jardín. Recuerdo escucharla y sentir que me atravesaban un rayo, una sensación de belleza y de dolor. La fábula de una niña lúdica, caprichosa, que robaba y chapoteaba en un charquito. Me pareció increíble que María Elena nos diera una heroína así. Me resultó muy inspiradora.
–¿Cómo irrumpe en vos la música y la creación?
–Aparece por desborde. Me componía encima. De chica pensaba que iba a ser científica. Estaba muy fascinada con las ciencias más duras, me gustaba hacer experimentos de química. Leer divulgación. Pero después, a través de mi abuela Tuca, que ahora tiene 92 años, conocí una colección de mitos griegos para niños. Y se me abrió un backstage de la mente muy grande. Me copé con la filosofía, la antropología, la mitología. Descubrí cómo la mente humana en distintos lugares del mundo tocaba los mismos tópicos ineludibles: la necrópolis bajo tierra, las deidades en el cielo, los arquetipos de masculino y femenino que no siempre estaban asignados al varón y a la mujer, la animalidad, lo intersticial, los rituales de pasaje.
–¿Y en qué momento enganchás con la música?
–En el secundario me metí en un colegio técnico de botánica porque quería ser bióloga. Y fui feliz. Aunque en los ratos libres dibujaba, hacía comics, guiones, escribía obras de teatro. Me empezó a nacer una fuerte creatividad. Hasta que en un momento padecí un insomnio muy fuerte. Ahí me enteré que existía el conservatorio de Manuel de Falla y me anoto para hacer canto. Tuve que esperar hasta los 16 para entrar. Una espera que fue tremenda. Pero cuando por fin ingreso me doy cuenta de que soy malísima. Tengo pezuñas por manos. Estudiaba quince minutos y enseguida me iba por las ramas. Así varios años. Hasta que me doy cuenta de que le estaba quitando el lugar a quienes quizás querían ser Horacio Lavandera y yo seguía flasheando con que era Tori Amos o Kate Bush (risas). Además, sabiendo tres acordes en el piano yo ya me armaba una banda. Y eso hice. Armé Acéfala, un trío punk de pibas con el que llegamos a tocar en el festival Belladona. y fui mi primer grupo.
–Las relaciones ocupan un lugar importante en tus letras. ¿Influyó tu vida de cantante cómo encarás el amor?
–La vida en sí misma influyó en el amor. La música fue el lienzo en el que me referí a esos tópicos. Porque yo no hablo de grandes temas como "el feminismo" o "el patriarcado" sino que hago reflexiones, lecturas. Si escuchás La Cosa Mostra, las canciones que escribí entre los 18 y 24, vas a ver que tengo una visión fatalista del amor, de perder el control, y unas ganas muy fuertes de morir en otra persona. Eso empezó a cambiar a lo largo de mis veintes, cuando empecé a quitarme mandatos de encima, a forjarme frente a los otros. Ahí me dije: "Bueno, llegamos al comienzo del resto de la vida. Ya estoy madurada. Todo va a ser casuística de ahora en más".
–Tomaste conciencia de esa nueva realidad.
–Sí, aunque ya venía tomando conciencia desde los 24, cuando laburaba doce horas de lunes a lunes para mantener un departamento. Ahí supe que ya no tenía garantizado que alguien me cuide; que me lo iba a tener que generar. La certeza de estar sola en el mundo fue muy grande y me cambió la visión del amor. Se ve en mis dos discos solistas. En Ojos que ladran (2015) expuse mis dudas sobre el amor y en Polvo (2019) mi escepticismo. Posiblemente en el próximo haya una síntesis. Hoy estoy parada en la idea de que el amor ya no es un hogar sino una obra en construcción.
–Obtuvo sanción la ley de cupo en festivales que viniste impulsando. Falta reglamentarla. ¿Por qué la considerás importante?
–Garantizar que compañeras y disidencias puedan acceder a festivales a todo lo largo y ancho del país es urgente para generar una mayor representatividad. Algo que el propio público viene reclamando. Y que aplica no sólo a los festivales grandes sino especialmente a los municipales. Lugares donde no hay realmente mujeres sobre los escenarios. Y siendo público, que haya mujeres tocando, te cambia la historia. A mí me pasó cuando a los siete años me llevaron a una plaza de Saladillo, de donde eran mis abuelos, a ver la fiesta del pueblo, y justo se subió Teresa Parodi. La chabona rockeando su folclore fue una experiencia que no me olvidé más. Pude pensar: si ella existe ahí arriba, ¿por qué no yo también? De eso se trata.
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