El 21 de noviembre Paula Maffía cantará frente a miles de personas en el Luna Park como telonera de Patti Smith, una de sus máximas referentes y una artista que inspiró a varias generaciones de mujeres. No se lo pudo haber imaginado antes, pero este gran hito es coherente con una carrera enhebrada a paso firme, sólido y también desenfrenadoque incluye la música, la poesía, la autogestión y la emergencia de una voz concreta en el debate público urgente. Pensado así, ¿cómo no iba a ser Paula Maffía la que introdujera a una de las deidades más elocuentes del girl power?
Elegida para abrir el concierto de Patti Smith, Paula Maffía no solo es una referente musical del movimiento de mujeres. Prolífica y ecléctica, transitó los antros del under y las aulas de Filosofía y Letras, hasta construir una mirada lúcida de esta época
Maffía tiene su propia historia de artista polirrubro con los condimentos de su zeitgeist: empezó su carrera cerca de 2001 con una banda femenina de punk que se llamaba, curiosamente, Acephala; después de transitar escenarios y espacios del under, pasó a gestionar un centro cultural independiente que era también su casa en el barrio de La Boca: ahí vivía con su banda de swing-punk-rockLa Cosa Mostra, y luego con otros y otras artistas, como su amiga Miss Bolivia. También ahí se celebraban fiestas y shows en el contexto de los coletazos institucionales de la tragedia de Cromañón, cuando muchos espacios para artistas emergentes se habían clausurado.
Quince años después, en un 2019 en el que se discutió como nunca dónde están y dónde no están las mujeres artistas, Maffía, activista por la legalización del aborto y los derechos LGBT,promovió la Ley de Cupo Femenino en Festivales –que ya tiene media sanción en el Senado– y sacó su segundo disco como solista, Polvo, en el que arremete con canciones de rock intensas, hiperboleros endulzados y amargados con enorme actitud y letras que relativizan y humanizan esa convicción desgarrada.
Su recorrido la llevó a girar por el mundo sola y, también, con Las Taradas, una inusual orquesta de señoritas con las que revisitaba repertorios internacionales de los 40 y los 50. También se presentó en espacios poco convencionales como el fin de un seminario en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA junto a Mariana Bugallo, coequiper del dúo de performance, música y poesía Boca de Buzón.
Pero todas estas líneas de un CV nutrido no alcanzan para describir a una artista que es, a la vez, emergente de esta época. Quizás, para arrimarse un poco más, haya que retroceder al track iniciático de su vida artística, cuando con 15 años intercambiaba discos con un amigo unos años mayor y se nutría de bandas nuevas vía MTV o Music21: así llegó a Samantha Navarro –la cantautora uruguaya que le abrió la cabeza y se transformó en su referente– y también a PJ Harvey, Aterciopelados, La Lupita, Tori Amos o Portishead.
También en plena adolescencia se enteró de que existía algo llamado Conservatorio y que era un lugar donde podía estudiar música sin pagar. Le pidió a su mejor amiga que la acompañara a inscribirse en las clases de canto, pero le dijeron que para eso tenía que esperar al siguiente ciclo lectivo porque, con 15 añitos, su aparato fonador no estaba todavía desarrollado. "Y ahí digo, ¿qué hago este año? ¡Me canto encima! Me metí en el Rojas y me estudié todos los cursos que te puedas imaginar", recuerda risueña en el living del PH en el que vive.
Un año después, inició la cursada en el Conservatorio Manuel de Falla, pero esta vez, convencida de que quería componer, eligió piano. La cosa no prosperó: le gustaba más la falla que conservar la norma. "Existe el rigor y no es lo mío", explica."Tratando de tocar sonatas me di cuenta de que soy un animal, de que tengo pezuñas por manos y de que cada error abría una tangente que me interesaba mucho más que lo que estaba tocando". O, dicho de otro modo: "¡No quería ser concertista! ¡Yo quería subirme a un escenario y que me tiraran birra encima!".
Tratando de tocar sonatas me di cuenta de que soy un animal y de que cada error abría una tangente que me interesaba mucho más que lo que estaba tocando.
Su voracidad cultural y un puñado de canciones adolescentes la llevaron a descubrir Bikini Kill, una banda estadounidense de punk rock que la guió al movimiento Riot, nacido a comienzos de los 90, e integrado por una buena cantidad de bandas y artistas del punk feminista. Ya a comienzos del nuevo milenio, Paula ensayaba con una banda en la sala de Patricia Pietrafesa, la bajista y voz de She Devils, banda de culto que se sumó a su genealogía musical mayormente inspirada y alimentada por mujeres. Al poco tiempo de conocerla, Pietrafesa la invitó con su banda Acephala al Festival Belladona, organizado por las She Devils para darles voz a las mujeres artistas.
–Yo tuve flechazos con la música muy fuertes, canciones interpretadas y escritas por mujeres. Pero la primera cita que tuve con la música fue feminista y punk. Más allá de que yo ya tocaba en bandas en las que obviamente había chabones, cuando empecé a formar parte de la escena del punk me enrolé. Era feminista, pero no lo llamábamos así aún, de esa manera. En ese momento éramos muchas menos chicas en la música y yo siempre sentí mucho afecto, sin que se me pidiera nada a cambio. Una cosa casi como ¿sos la nueva? Joya. Las cosas quedan acá, esto funciona así, cualquier cosa me avisás. El mundo pragmático del punk: la deidad del punk es el hazlo tú mismo. Acá no buscamos ser lindas, geniales, acá no buscamos ser las mejores: acá buscamos decir cosas urgentes. Y eso fue tremendo.
Escuela de autoestima
Su forma de hablar es, de por sí, poética. Describe la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA –donde volvió a cursar ahora, después de muchos años– como una entrañable "selva de afiches" con "palomas empetroladas", y cuando ubica qué rol cumple en los distintos grupos que formó, como Las Taradas o Boca de Buzón, se define ignífuga: "Soy la que prende el fósforo. Pero hacer un incendio depende de mucha gente". Después de haber iniciado varios incendios, está abocada a su carrera solista, que tuvo su primer disco con Ojos que ladran, ahora sucedido por Polvo.
Dejar de ser "la de" una banda fue un proceso consciente y de resonancias bastante íntimas: "Veo dos movimientos en lo que me pasó con la carrera solista: uno, cuestionar esa militancia indiscutida que tuve de que la música es un arte colectivo. Sí, lo es. La música es un arte muy social, muy colectivo, es performático, es literario, puede ser filosófico. Pero me parece que, por otro lado, me pasó que empecé a tener un mejor vínculo conmigo misma, mi autoestima mejoró. Los treintilargos me llevaron a decir: «Che, me animo a decir que esto lo digo yo»".
Y Polvo, ejecutado con su propia banda, derivada del proyecto Paula Maffía Orgía y compuesta por su coequiper de tantas aventuras artísticas Lucy Patané, y por Nahuel Briones, muestra esa seguridad, esas ganas de enunciar, pero también juego y ambivalencia. En el tema "Corazón licántropo", conviven la ferocidad animal, mordiscos y caballos, con la necesidad de avalanzarse sobre un libro y el "rigor de una palabra"; en "La espesura", el primer corte del disco, el barro en los pies, el cuchillo caliente y el lomo partido se chocan con "cierta sensación de encierro". Lo salvaje y lo cerebral se ensamblan más y menos pacíficamente en un disco lleno de ironía y potencia. Las canciones de amor y desamor suelen aludir a una destinataria femenina, y van esculpiendo un neurótico, sensual y robusto "lesbian drama".
La deidad del punk es el hazlo tú mismo. Acá no buscamos ser lindas, geniales, acá no buscamos ser las mejores: acá buscamos decir cosas urgentes.
Orgullosa habitante de la autogestión, Paula estuvo en todos los detalles del álbum, lo que ayuda a pintar su retrato. De hecho, los múltiples ámbitos que transita también imprimen su manera de componer y de pensar el arte. Es ilustradora y dibujante, escribe, lee mucho y hace tres años retomó sus estudios universitarios en Filosofía, disciplina en la que su tía Diana Maffía es una referente. Colaboró en producciones teatrales y tuvo su programa de radio. Dio clases, trabajó en una oficina, se formó y su curiosidad insaciable la llevó a conocer y aprender de múltiples situaciones. ¿O será que a las metáforas del techo de cristal y el piso pegajoso –que describen las dificultades de crecimiento profesional y salarial de las mujeres frente a los varones– habría que sumarles la de una pesadísima bicicleta que multiplica el esfuerzo que tienen que hacer las mujeres para avanzar?
"Es verdad que pareciera que las mujeres tenemos que rendir más, como los coreanos y los chinos, que de pronto vienen acá y empiezan a hablar un perfecto argentino, a manejar nuestro humor e idiosincrasia. Estamos haciendo un poco de inmigrantes de nuestra propia sociedad. Pero también lo pienso por otro lado: ¿No estamos rompiendo con la idea de lo que es una carrera? ¿No estamos ofreciendo un punto de vista nuevo? Las mujeres y las disidencias entramos al rock como atravesando una pared tipo diciendo «uy, perdón que se me hizo tarde... Me tomé el tren del patriarcado ¡y no arrancaba más!»". Su análisis de lo que es una "carrera de rock" hoy para las mujeres es punzante: "No quiero hacer un elogio a las dificultades. Justamente lo que nos ayuda a ver el feminismo es que hay cosas que venimos haciendo con un esfuerzo naturalizado y que no todo el mundo tiene el temperamento para sentirse estimulada cada vez que tiene que subir una montaña. Hay conceptos como «talento» o «calidad» o ser «una buena música» que se nos imponen y que recién ahora estamos empezando a cuestionar".
Con mucha lucidez, Paula Maffía se planta y saca una panorámica de cómo era el ambiente del rock cuando ella empezó y cómo se está transformando. "Tenemos derecho a ser malas, malísimas, como cualquier persona tiene derecho a ser malo, malísimo, y no es criticado. Está instalado que hay una desfachatez a la que podés acceder como rockstar.De la misma manera, mientras muchas de nosotras estábamos estudiando, haciendo una carrera laboral y tratando de ser las mejores en nuestro ambiente y de sortear todo tipo de adversidades para encontrarte con otra colega mujer –algo que era de una gran dificultad, especialmente hace 20 años cuando no había redes sociales como ahora–, muchos colegas de mi generación estaban paveando, viendo cuántas pibas podían meter en un camarín. Tampoco creo que sea natural para todo varón que se acerca a la música tener esa característica, pero hay un cierto rol que invita al muchacho que se acerca al rock de alguna manera a colgarse de una imagen de Bob Dylan que ni siquiera es como Bob Dylan realmente es".
Es precisamente el imaginario sexual de la cultura rock el que mostró sus costuras en los últimos años de denuncias públicas por variados tipos de abuso a distintos músicos, una ola que tuvo en la condena del músico y productor Cristian Aldana, de El Otro Yo, por corrupción de menores su caso más resonante. Pero también se vienen amplificando los reclamos sobre la paridad y una Ley de Cupo Femenino en los festivales de música, a la vez que se avivan preguntas sobre la necesidad, urgencia o pertinencia de revisar letras de canciones que hace pocos años eran celebradas y hoy disparan automáticas manos en los cachetes y bocas en O.
Por ejemplo, hace no mucho se puso en tela de juicio una canción como "Ingrata", un hit emblemático de los mexicanos Café Tacvba, que narra una desilusión amorosa masculina que termina en femicidio. Hace unos años, el cantante Rubén Albarrán admitió que ya no se sentía cómodo cantándola en los shows.
Paula Maffía no es una observadora del cambio de paradigma, sino un agente de su renovación. No casualmente, Las Taradas hacía un enérgico cover de "Cocaine Blues", un tema que inmortalizó Johnny Cash en los 60, en el que se narra la historia de un hombre que mata a su mujer después de tomar cocaína. Claro que la cosa cambia al ser cantado por un grupo de múltiples y diversas mujeres en el escenario en la segunda década del siglo 20 que, al elegirla entre su repertorio de canciones de otra época, subrayan que una canción así se cantó con liviandad durante unos 50 años.
Lo importante es que nunca te dejes convertir en ídolo. ¿En qué momento pensaste que podías ser idolatrado, acceder a semejantes privilegios, ser indiscutido?
Ante la sucesión de denuncias de mujeres que expresan haber sido maltratadas y abusadas física o psicológicamente por músicos, Paula no duda en creerles a las denunciantes y aseverar que ese era un modus operandi que ella observaba. "Yo tuve trato con muchas de las bandas que fueron denunciadas. Me parece que acá es donde ves con claridad una conducta de predadores. Yo soy una mina grandota, con una personalidad fuerte, y tengo la edad de estos músicos acusados. A mí me trataron como a un amigo. Obviamente, les creo a las denunciantes y no siento que haya sido accidental nada de lo que pasó. Me parece que había toda una ingeniería sobre cómo tratar a las groupies y a las niñas versus cómo tratás a una colega que es una tipa de tu edad que está fuera de tu hábitat de deseo", dice, en referencia a ella misma y lo que observaba tras bambalinas. Pero también se detiene en la cultura de la idolatría que habilita o promueve algunos comportamientos. "Eso es lo que pasa cuando convertís a alguien en ídolo. Vos no transformás a un ídolo, no instruís a un ídolo: si vos llevás a alguien a la idolatría, después tenés que destruirlo. Y, si vos permitís ser idolatrado, sabés que te van a destruir. Lo importante es que nunca te dejes convertir en ídolo. ¿En qué momento pensaste que podías ser idolatrado, acceder a semejantes privilegios, ser indiscutido? Entonces estoy muy a favor de destruir ídolos porque me parece que es una responsabilidad del «ídolo» fomentar la idolatría. También es culpa del público aceptarla".
Escenarios de gloria
Pero si, por un lado, Maffía es crítica de la cultura del ídolo, también es generosa en señalar a sus referentes, un panteón habitado generalmente –aunque no solo– por mujeres multifacéticas, sensibles, inteligentes y poderosas que cambiaron su mirada, entre ellas, PJ Harvey, María Elena Walsh –de quien hace un cover en Polvo– y, por supuesto, Patti Smith, la mujer a la que pronto va a conocer en carne y hueso.
El modo en que Paula llegó a ser la telonera de Patti fue relativamente directo. La contactó la productora local del show y le pidió material: "Me puse a buscar, pero nada era perfecto: este está bueno, pero no me representa; este se ve relindo, pero suena mal, y así. Me sentí insegura por no tener un material de alta gama en mi porfolio. Mandé temas diciendo «bueno, esto es lo que siento que más me acerca a ella». Y la decisión la tomaron allá".
Todavía emocionada, Paula no puede dejar de ver en el recorrido y en la personalidad de esta mujer ese entrañable vínculo entre la persona y el arte que tanto la deslumbra: "Soy fanática de Patti en todos sus formatos, como música, pero especialmente de Patti como agente de la vida. Su música me fascina de primera mano, pero también me fascina cómo permeó a artistas que me vuelven loca como PJ Harvey. Me parece increíble cómo envenenó a una generación de músicas increíbles. Vi documentales sobre ella, leí sus libros y también sus poemas. Me encanta cómo escribe, me encantan sus relatos y sus charlas, su honestidad con la interdisciplina. Es una filosofía de vida acerca del arte".
Con todas estas reflexiones encara la preparación del show, que se suma a la colección extremadamente versátil de escenarios que recorre hace más de dos décadas de autogestión y crecimiento. "Para mí, es fortuito haber sido yo. Sé que es el producto de una trayectoria, pero también podría no haber sido. Siento que el destino me besó la frente y que tuve suerte".
Producción: Natalia Señorales. Maquillaje y Pelo: Carol Peiretti. Agradecimientos: La Sarita Bar Restaurante, Jessica Kessel, Fuego Negro, Love Not War, Morten joyería, Mir Bs. As.