Ahora me vine al campo, que me encanta y tiene imágenes soñadas para preparar mi próximo tema. Al principio hicimos cuarentena con Susana en "La Mary", pero ahora quería aprovechar los paisajes de campiña y naturaleza que tiene Uruguay", le cuenta a ¡HOLA! desde el otro lado de la línea Patricio Giménez (44). Cantante y compositor, Pato deja fluir su creatividad. Cuenta que está buceando en melodías con guiños flamencos y de rumba que lo posicionan, según dice, en el mejor momento de su carrera. Aunque hace años ya eligió hacer de la privacidad un culto, poco a poco se abre y se entrega a una charla profunda.
–¿Con qué te conectan específicamente los paisajes de Uruguay?
–Me recuerda a mis vacaciones con papá [Augusto, lo llamaban Johnny], que murió cuando yo tenía 11 años. Yo pasaba un cuarto del año en Punta del Este, así que tengo muchos amigos. También tengo algunos emprendimientos que no están relacionados con la música, mi hermano menor, Kiko [Federico], vive en Montevideo, mi hermana Carolina tiene casa en Punta del Este… Salvo por mamá y Abuela [Clara, la madre de su mamá, tiene 98 años y es su fan número uno], que están en Buenos Aires, es mucho lo que me une a Uruguay. Cuando estoy acá, me siento en paz, todo fluye, es algo mágico.
–Sos el mayor del segundo matrimonio de tu padre. ¿Qué te sucedió al quedar como "el hombre" de la casa?
–Lo viví con mucha responsabilidad. Encima mamá [María Cristina Frank] se deprimió mucho, se enfermó de cáncer. No viví una adolescencia muy fácil. Con 16 años, agarraba el auto, dejaba a mis hermanos en el colegio y me rateaba para ir a la empresa y ver cómo la estaban manejando. Imaginate qué podía entender a esa edad…
–¿Qué empresa tenía tu padre?
–De bicarbonato de sodio. Él fue, además, presidente de Odol, incluso inventó Odol pregunta. Se hizo muy amigo del gerente de Palmolive, al que le compraba la menta, que era Tangalanga. Tangalanga me hizo el mejor regalo de mi vida: un cassette con la voz de papá. Hoy todo está registrado, pero entonces no era así. Y como Julio lo admiraba a papá, con quien hablaba de política, cada tanto lo grababa. [Piensa]. No fueron épocas fáciles. Creo que gran parte de que yo sea músico se la debo a papá. Él tenía un piano en casa y era muy fanático de la música. Cuando murió, el piano quedó libre, vacante, y era mi forma de conectarme con él.
–La música se volvió tu refugio.
–Sí, y lo que me pasaba lo canalizaba de una manera positiva. Entonces, me peleé con Dios por mucho tiempo. No podía entender cómo alguien bueno me había sacado a mi padre, y encima mamá se había enfermado. Yo leía mucho en esa época, cosa que debería volver a hacer, y empecé a interiorizarme sobre las religiones y encontré respuestas de distinta índole. Así me amigué con un Dios que lo es todo, hoy creo en el panteísmo. Eso me amigó con la vida.
–¿Cómo eras con tus hermanos menores?
–Por suerte la teníamos a Abuela, que estaba con nosotros y eso ayudaba muchísimo. Ella nos cuidaba, especialmente cuando mamá se deprimía. Si hay algo de lo que me arrepiento de ese entonces, era de ganarle siempre a la pelota a mi hermano, seis años menor… Por un lado me portaba como un chico más, pero me enfrentaba con la responsabilidad por ser el mayor: me tocó darle las inyecciones a mamá, llevarla a internarse... Una vez que no daba más con la vida y me sentía superado por esa situación, me acuerdo que vino Susana y me llevó a su casa. Fue como estar en el paraíso, me sentía amparado.
–¿Sabe Susana el impacto que tuvo en vos ese gesto?
–No estoy seguro si de ese gesto puntual. Sí sabe el amor que tengo por ella. El haber podido venirnos juntos a Uruguay fue un milagro porque yo la disfruto mucho. A los dos nos encantan los perros y las plantas. También charlamos durante horas, pensamos parecido en muchas cosas. Susana es muy alegre, muy llevadera. A pesar del accidente, del codo luxado y del yeso, no perdió el buen humor.
–¿Cuándo fuiste consciente de su fama?
–Cuando yo tenía 4 o 5 años me fui a vivir a Brasil. Ella salía con Carlos [Monzón], pero yo no entendía qué era la fama. Volví a Argentina a los 9, y ahí sí recuerdo que la íbamos a ver con papá al teatro y empecé a entender de qué trabajaba. Siempre busqué acercarme a ella y hoy es una de las cuatro o cinco personas que más quiero. Sí es cierto que tuvimos una infancia separados, yo estaba en San Pablo, pero la vida hizo que nos uniéramos cada vez más.
POR EL MUNDO
–El trabajo de tu padre, primero, y después el tuyo, te llevaron a vivir en distintos lugares.
–Sí. Cuando yo tenía 2, nos mudamos a Nueva York por un año, después a Brasil, y a los 21 me fui a Miami, que me llevó Roberto Livi (autor y productor musical de destacadas figuras, como Julio Iglesias). Después, en 2000, me instalé en México, donde me desarrollé en los estudios artísticos de Televisa. Ahí me quedé año y medio, pero volví porque extrañaba. También viví un año en Carmelo. Estaba en el medio del campo solo y dos veces a la semana volvía a Buenos Aires para hacer una obra de teatro con Nancy Anka en avenida Corrientes. [Se ríe].
–¿Cómo evolucionó tu estilo musical?
–Yo hacía jazz y bossa nova, incluso grabé un disco en vivo en Notorious, que tuvo muy buena crítica y está en YouTube y en mis redes sociales (@patogimenez). Después de ganar Cantando por un sueño(en 2011), decidí hacer un disco en español, Cantando, siempre cantando. Cambié la estructura de trompeta, saxo y trombón, más del swing-jazz y me fui para el lado del cajón flamenco, la guitarra. Así me fue surgiendo el Giménez de Lugo, que es de donde era mi abuelo, y me apasioné con la rumba y el flamenco, más estilo Gipsy Kings.
–El año pasado compartiste el Luna Park con Gipsy Kings.
–Sí, me invitaron para que abriera el show. Fue como un premio, una experiencia única. Después de aquella experiencia surgió Con alegría gitana. Y ahora estoy trabajando en un show de boleros y rumbas y otro de tango. Grabo, subo a mis redes y en mis shows voy haciendo el repertorio en el mismo momento, viendo para qué estamos. Es más dinámico.
–También te vi animando reuniones privadas.
–Hay que reinventarse. A través de mis redes sociales me contactó una chica que vive en La Toscana y le había tocado la cuarentena sola. Quería tomar un vino mirando el atardecer y que yo cantara cinco o seis canciones. Fue muy lindo. Es un formato de show super diferente, que te acerca al espectador de otra manera. La experiencia de la cuarentena me hizo en algún punto ser más libre. Volví a dar clases de canto y tengo alumnas en Madrid o en Neuquén, mientras yo estoy tierra adentro en Uruguay.
UN HOMBRE SOLO
–¿Qué disfrutás más allá de la música? ¿Cocinás?
–¡Me encanta cocinar! Me salen muy bien las gambas al ajillo, el otro día preparé ropa vieja, que es un estofado cubano, hago asados, ceviche… Viví algunos años en una casa en zona norte y armé una huerta. Entonces investigaba qué hacer con lo que salía. La gente tiene que cultivar sus propios alimentos, eso es soberanía alimentaria. Obvio que vas a comprar algunas cosas, pero hay técnicas que enseñan que con dos metros cuadrados pueden comer cuatro personas todo el año. La huerta te enseña mucho.
–¿Sos solitario?
–A veces me gusta recluirme. Pero no vivo la soledad absoluta porque estoy con Rumba, mi perra, que es mi sombra. La rescaté hace muchos años y no nos separamos más.
–¿Estás en pareja?
–[Suspira profundo]. Mirá, tengo un corazón que busca latir lo más fuerte posible. Pero mis experiencias me enseñaron que ese mundo privado prefiero no hacerlo público.
–¿Estás acompañado?
–Estoy en medio del campo en cuarentena... Hoy estoy acá, me toca vivirlo con Rumba. [Se ríe].
–¿Pero te gustaría estar con alguien o te cuesta? Quizás quedaste marcado por alguna relación…
–Tuve experiencias diferentes. Uno no es de una manera, sino que la relación es de una manera. Hay gente que me hizo crecer un montón y otra que no. Pero obviamente uno lo que busca es poder compartir la vida con alguien, sobre todo a mi edad. No tengo el proyecto tradicional de casarme y tener hijos, pero sí de tener una pareja, de ser compañeros y compartir la vida.
–O sea que tener hijos no te desvela.
–No, por ahora. Vengo con el ejemplo de papá, que me tuvo a los 54. Si cambio el plan, lo cambio. No me preocupa.
–¿Te vas a quedar mucho tiempo en Uruguay?
–Es la primera vez en mi vida que no tengo planes. Uno siempre está tratando de planificar: que ahora gira en España, después los cruceros, el verano acá. Hoy sólo sé que estoy acá, hay que tener paciencia y ver para dónde va el mundo. Es una locura globalizada.
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