Patalano: "Los artistas se esconden detrás del ego, y detrás del ego hay pánico"
Histórico productor teatral, Lino Patalano sigue pleno en su actividad: tiene en cartel El curioso incidente del perro a medianoche, en el Maipo. Produce la gira de Les Luthiers. Ya programó el verano en el Roxy: va a ir Fátima Florez y en el Radio City, el nuevo espectáculo de Antonio Gasalla. Está además con Dalia Gutmann y Cosa de minas en el Ópera. Con Sebastián Wainraich, que vuelve en octubre al Metropolitan. Prepara la gira de Darín por España, que va a ser en septiembre-octubre-noviembre, con Escenas de la vida conyugal.
Aclara sobre el teatro Maipo: "Yo vendí acciones, no vendí la propiedad. Yo sigo en el Maipo, soy su director artístico, tengo las oficinas en el Maipo, el loft donde almuerzo todos los días y duermo la siesta, y la parrilla en la terraza. Simplemente fue venta de acciones". Aquí, Lino Patalano se somete al Cuestionario Sehinkman .
–Existen escuelas de teatro, pero no existen escuelas que formen productores de teatro. ¿Qué debería enseñarse en una imaginaria Academia de Productores Teatrales?
–En principio, que no hay que achicarse ante el primer fracaso. Yo a los 36 años estaba en el teatro Chacabuco, que se llamó Bambalinas, y un socio mío, que supuestamente era multimillonario, no lo era. Un día llegué al teatro y estaba cerrado con llave. Pensé que se había terminado mi vida. Pero después volví a mi casa, al teatro Regina, donde yo realmente hice el posgrado, y María Luz Regás me dio una mano. El Regina estaba sin programación, así que lo fui a ver a Piazzolla, en plena Guerra de la Malvinas, y Piazzolla dijo: "¿Hacer algo en el medio de la guerra? Solo si ponemos un cantante". Entonces armé Piazzolla-Goyeneche. Yo pensé que habían pasado 10 años de aquel fracaso con ese socio y habían pasado dos meses nada más. Con María Luz Regás aprendí que no hay que soñar. Hay que hacer las cosas que uno sueña.
–¿Qué se dictaría en la primera clase de una materia llamada Administración del ego de los artistas?
–Que los artistas son seres carenciados porque cuando están abajo del escenario son dioses, y cuando suben al escenario están solos, porque si el compañero no les da bien el pie o si la luz se apaga, es una tragedia. Como están solos y son como niños, hay que cuidarlos y mimarlos porque, en el fondo, tienen miedo.
–¿Recordás alguna anécdota que ilustre tu teoría?
–En 1973 convencimos a Niní Marshall de hacer Y... se nos fue redepente en El gallo cojo, en Mar del Plata. Después de seis meses de pedirle que lo haga, aceptó. Entonces vino a hacer el ensayo general, y en el medio del ensayo se bajó del escenario y nos dijo: "Chicos, los indemnizo pero no debuto". Imaginate, habíamos gastado lo que no teníamos. Yo le dije: "Señora, con todo el respeto que me merece, váyase al hotel, déjese de joder y venga mañana a hacer la función". Reconocido por ella, eso fue lo que la hizo venir al otro día, y después hicimos más de 1500 funciones.
–¿Qué le pasó?
–Tenía miedo. Los artistas se esconden detrás del ego, pero detrás del ego en realidad hay pánico. En lugar de decir "tengo miedo" se hacen los que son Barbra Streisand. Lo más importante es que con Niní después fuimos amigos. Artísticamente fue lo mejor que me pasó en la vida, era única.
–Se dice que sos un gran anfitrión y que has hecho grandes reuniones y fiestas.
–A mí me encanta agasajar a la gente que quiero. En mi casa de San Telmo, por ejemplo, Liza Minelli me cantó "The Lino’s House", y yo ni siquiera lo tengo grabado. Estaba Julio Bocca y estaban todos ahí. Siempre fui partidario, como dice Eladia, de "honrar la vida", de gozarla.
–¿Y alguna tuviste un exceso de goce que te obligó a frenar?
–No. Amo los excesos y los vivo. Cada vez menos, porque cada vez menos podés, obviamente.
–¿A qué excesos te referís?
–Fumaba cinco paquetes de cigarrillos al día. En una época me tomaba 20 fernet-cola; ahora tomo nada más que vino. Pasé por todas las etapas, menos las drogas; no entiendo cómo no caí.
–¿No tuviste experiencias con marihuana o cocaína?
–No. Una sola vez cocaína, hace muchos años, una ahijada mía, en un cumpleaños, me regaló una cosa y me dijo: "Vos, si querés adelgazar, tenés que hacer esto". Lo hice y cuando me desperté a la mañana había roto todo el departamento. Así que dije: "No, ¿para qué?". Entonces, nunca más. No podía romper un departamento cada vez que hacía algo. Fue en la época terrible, a los 36 años, cuando había quebrado. Me lo dio para ver si me levantaba el ánimo, pero casi me muero. Después no me acordaba de nada.
–¿Qué pensás de haber trabajado con los más grandes y de tu capacidad de tener tantas obras en cartel?
–No sé, no soy conciente de eso. Te puedo decir que hay muchos productores acá en Argentina que hacen mucho más. Por ejemplo, Pablo Kompel con el Metropolitan 1 y 2, el Complejo La Plaza. Rottemberg con el Multiteatro y el Multiteatro Tabarís, más todos los teatro de Mar del Plata. Yankelevich con Cabaret. La Sociedad de Productores Teatrales y Musicales de Argentina cumplió el año pasado 100 años, es una de las más viejas del mundo. El esfuerzo de los productores privados en nuestro país es admirable.
–Te invité a hablar bien de vos y no pudiste.
–(Se ríe) Y... pero la actividad está por encima de uno.
–¿Sí?
–Yo creo que sí, porque en definitiva es muy admirable lo que pasa en este querido país. Como decía una canción, pasan guerras y revoluciones, y seguimos para adelante. Estoy hablando de lo que nos pasa cíclicamente con la economía. Pasan todos los quilombos y los productores seguimos para adelante.
–Además fue la historia de tu vida: tu padre pasó de terrateniente a estibador en el puerto.
–A mí me trajeron de Italia después de la guerra, donde mi familia perdió todo. Tenía 5 años. Y nos rehicimos acá. Estoy muy agradecido a la Argentina por cómo nos recibió y permitió levantar cabeza. Los argentinos no saben el país que tienen. Lo digo yo, como italiano.
–Hablando del lugar que en tu vida elegiste darle al goce y no al sufrimiento, ¿podés contar lo que le hiciste al muñeco de Cristo que tenían las monjas que te cuidaban cuando eras muy chico en Italia?
–Pero, ¿dónde averiguaste eso? Fue en el jardín de infantes. Cada vez que un chico hacía algo que estaba mal, ellas le hacían clavar un alfiler en la corona de Cristo como si fuera una espina. Imaginate lo que sufríamos los chicos viendo eso. Entonces un día se fueron todos al recreo y yo me quedé . Agarré y le clavé todos los alfileres juntos. Le dije: "Perdoname, Cristo. Prefiero que te duela una sola vez y no que sufras todos los días".
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