Llegó con estudios a Europa, pero tuvo que atravesar un largo camino hasta alcanzar una buena calidad de vida; hoy acompaña a los que emigran en “el golpe a la identidad”
- 11 minutos de lectura'
Desde la secundaria, Claudio Fabián Navarro se imaginaba recorriendo las calles europeas, palpitando la energía de ciudades como Londres - cuna de algunas de sus bandas favoritas- y respirando la atmósfera de aquellos pueblos medievales que tanto le atraían.
Vivía en Córdoba -por la zona de Arroyito-, asistía al Colegio Nacional de Monserrat y cursaba un bachillerato humanista con un amplio contenido europeo en su programa, y varios idiomas optativos que incorporó con placer, lo que alimentaba sus fantasías viajeras al extremo.
Luego del colegio comenzó a estudiar psicología y a trabajar para la excompañía de celulares CTI. Algunos años pasaron y, a pesar de que soñaba con irse desde los 18, el “despertar” hacia una nueva vida llegó a través de una amiga: “Después del corralito tuve un año flojo en Argentina, hacia trabajos poco o nada remunerados, me asaltaron dos veces, me faltaba un clic para mi irme, y justo me llamó ella para ir a trabajar en un puesto de productos argentinos en una feria itinerante: lo hizo un lunes y el miércoles ya estaba ahí, ni lo dudé. Era 2002, había terminado la universidad y anhelaba hacer un máster en Europa”.
Tres llamados que hunden, tres destinos y una decisión final: Madrid
Luego de la feria se estableció en Múnich: a Claudio le gustaba Alemania, “pero creo que para vivir no”, les decía a sus amigos. Trabajó en un bar, y si bien la experiencia fue buena, el invierno, de pronto, surgió duro y largo, poco compatible con su estilo de vida.
Y así, mientras trataba de definir su destino, llegó el golpe más duro para un emigrado: un llamado le anunciaba que su madre, Elis, había fallecido. A partir de entonces todo se sintió irreal, el joven tuvo un breve regreso a la Argentina y luego decidió que era tiempo de redireccionar su rumbo e instalarse en Londres.
La capital inglesa tampoco lo recibió con buen clima y conseguir trabajo parecía imposible. Mucho tiempo después, Claudio entendió que estaba atravesando una depresión causada por su pérdida: “La cabeza no me daba para mucho, limpiaba casas y cuidaba gente sola, ¡perfeccioné mucho mis técnicas de limpieza!”, cuenta con una gran sonrisa.
“Supe que era mi primer y último invierno ahí, la oscuridad, el frío, eran constantes. Me gusta mucho el gimnasio, recuerdo que iba a uno y que los hierros de las mancuernas y las barras estaban helados, eran anti motivación total. Todo eso no tenía nada que ver con New Order, Depeche Mode o Human League, la música de los 80 que me había hecho idealizar `London´”, continúa.
Un día, apenas un año después del deceso de su madre, le informaron que ahora era su padre, Delfor, quien había muerto. Un segundo golpe duro y otro viaje fúnebre que lo dejó hundido.
Una vez más decidió redireccionar su vida y se fue a París, desde el 2008 hasta el 2010: “Una ciudad bella, pero también dura para vivir, los parisinos no lo ponen tan fácil, el costo de vida es muy alto, son muy burocráticos y desconfiados. Trabajé en una inmobiliaria de alquiler de apartamentos a turistas. Pensaba que me habían valorado por mis idiomas, pero creo que fue más por ser hombre y forzudo: había que subir y bajar maletas por edificios sin ascensor ¡y sí que era útil para eso!”, exclama entre risas. “También me postulé para hacer un máster en psicología social y no me aceptaron. Si bien hablo francés, la prueba de idioma era muy rigurosa y no la pasé”.
Claudio debía esperar un año más para volver a presentarse. Fue durante aquellos días inciertos que recibió el tercer llamado: su hermano, César, repentinamente había muerto de un ACV. Ese fue su último viaje a la Argentina, en el 2011: “En pocos años había lidiado con los imprevistos más duros que la vida y el azar nos ponen en el camino”.
“Finalmente, decidí volver a Madrid, que siempre había sido base en las idas y venidas. Y justo antes de la muerte de mi hermano, me habían aceptado el trámite de la convalidación parcial de mi título. Me acuerdo que me ayudó en la decisión una amiga de Siria, con quien tomábamos mate y comíamos pistachos ¡en Siria beben mucho mate, igual que nosotros!”
“Pero antes de España fui a Estambul. En París había conocido un matrimonio de turcos, Mehmet y Karen, a ellos les había fallecido un familiar directo, muy joven también, comprendieron todo lo que me había pasado y me invitaron a ver un concierto de Depeche Mode y a que me quedara con ellos a vivir. Me acuerdo que el concierto se suspendió por un paro de transportistas en Bulgaria, desde donde traían el escenario. Me quedé un tiempo, y aunque ellos eran excelentes y cordiales y no me faltaba nada, Estambul me resultó una ciudad caótica, con un idioma difícil. Para intentar trabajar como terapeuta era un gran impedimento”.
Terapeuta en el momento justo: “Esa mochila cargada de tratar con tanta gente diferente y en situaciones a veces extremas, me sirvió muchísimo”
En Madrid, Claudio volvió a cursar casi toda la carrera de psicología, un desafío por demás enriquecedor. La vida, al fin, parecía sonreírle, tenía amigos que le habían abierto las puertas y, aparte, había decidido adoptar dos perros: “El anclaje emocional más acertado para disfrutar de la ciudad”.
A la par de sus estudios, salía a hacer deportes a la Casa de Campo o al parque del Retiro, una actividad que continúa en la actualidad. Para mantenerse, decidió aceptar los empleos que se presentaran en su camino. Las propuestas laborales no eran muchas, pero las había, tan solo debía estar atento y darles una oportunidad, hasta que, finalmente, pudiera ejercer de aquello por lo que había trabajado tanto en la Argentina y, por lo que seguía esforzándose en España.
“Mi trabajo como psicólogo y terapeuta llegó en el momento justo”, asegura. “Sin saberlo, esa mochila cargada de tratar con tanta gente diferente, en diversas ciudades y empleos, y en situaciones a veces extremas, me sirvió muchísimo. Haber hecho la carrera aquí me ayudó a conocer más a los españoles, cómo se educan, cómo son en sus comportamientos, entre otros aspectos”.
“También hice las prácticas aquí, en una clínica privada y en una ONG del hospital Marañon, el tercero más importante de España. En todo ese proceso sentí que, de a poco, me transformaba en un madrileño más. Nunca perdí mi identidad argentina, y aún hablo con un marcado acento cordobés, pero me hice más papista que el Papa, lo digo en broma, pero es real, ahora defiendo Madrid más que muchos madrileños”.
Terapia de identidad: “La soberbia, el orgullo, o el perfil sabelotodo, aquí no encandilan”
Claudio había comenzado a ejercer, por fin, su profesión. A partir de entonces, su vida laboral transcurrió por un sendero tibio hasta que, casi a modo de broma, surgió la idea de ofrecer los servicios como “psicólogo argentino en Madrid”. De pronto, su rumbo profesional había encontrado una vía: “Que es la que aún estoy transitando”, dice Claudio con orgullo.
“Estoy muy contento y agradecido de todo lo que me ha brindado la sociedad madrileña. Mis pacientes son mayormente latinos que prefieren un psicólogo también latino, que, por afinidad cultural, pareciera ayudar en la terapia”.
“La mayoría de los problemas están relacionados con haber emigrado en condiciones algo precarias, y el estrés, ansiedad o depresión que padecen aquí al no encontrar resultados con la facilidad y premura que imaginaban”, revela. “La falta de amigos locales, los cambios culturales con los que hay que lidiar, lleva a situaciones complejas que a veces terminan en separaciones de pareja, o volverse al país de origen. Las historias son numerosas, pero el común denominador es el golpe a la identidad personal que supone estar aquí, sobre todo si se ha venido con poca información, preparación insuficiente, o situación de no legalidad”.
“Madrid es una ciudad muy correcta, dinámica, funcional, y los madrileños son agradables, hospitalarios, y también cultos, con buena formación (hay un circuito de museos que es de los principales de Europa, y la comunidad de Madrid tiene diecisiete universidades). Acá no es fácil improvisar, o ‘vender buzones’, son exigentes y no todos los que llegan pueden lidiar con esa presión”, reflexiona.
“Con mi experiencia y la de mis pacientes, siempre comento que suele llevar entre siete u ocho años estar completamente integrado, y tener una red social y estabilidad económica similar a la gente local, sobre todo si se ha venido solo, y aquí no había ni una familia ni un buen empleo esperando. Hay que aprender a ser humildes, tolerantes y pacientes, cosas que a veces, en particular los argentinos, chilenos y uruguayos, no lo somos. La soberbia, el orgullo, o el perfil sabelotodo, aquí no encandilan”.
“Los madrileños tienden a ser discretos y bastante educados, por ejemplo, de temas de dinero, cuánto se gana, cuánto se pagó por tal coche o tal viaje, son cosas de las que raramente se hablan, menos preguntarlas. Eso, a veces, hace percibir como indiscretos o bocones a los latinos, uno de los tantos aspectos que puede retrasar la integración y limitar oportunidades. Un madrileño raramente te hará ver eso, pero las consecuencias igual irán calando”.
“La fiesta no se adapta a vos, sos vos el que debe ser útil al país de acogida”
Casi veinte años pasaron desde que Claudio dejó la Argentina, allá por el 2002. No se fue por desamor a su tierra, sino por amor a un continente europeo que, desde pequeño, lo había conquistado con su música moderna y sus historias medievales. Su travesía no fue sencilla, hubo muros, piedras, duelos y angustias en el camino hacia su presente soñado, pero, ante todo, grandes aprendizajes.
Sus regresos a Córdoba siempre fueron agridulces, todos coincidentes con la despedida de tres de las personas más importantes de su vida. Aun así, en aquellas ocasiones, volver a los orígenes y reencontrarse con los amigos tuvo su magia: “Pero, pasada la euforia del verse de nuevo, al menos de mi parte, era sentirme un poco descolocado, que mi lugar ya no estaba, y que las personas eran conocidas, pero habían cambiado. Me sentía como `el difunto Matías Pascal´, el personaje del gran libro homónimo de Luigi Pirandello”.
“Sin embargo, fue un largo camino hasta encontrar mi lugar en Europa. Cuando se emigra es como que uno llega a una fiesta sin ser invitado. A partir de ahí estás en una posición de desventaja. La fiesta no se adapta a vos, sos vos el que debe ser útil al país de acogida. Hay que saber hacer muy bien algo, o tener algún atributo que aquí escasee o no lo tengan, para poder insertarte bien en su sistema económico laboral, del que todo depende. Si no te diferenciás con alguna habilidad necesitada, pasás al grueso de los millones de inmigrantes que hay (solo en Madrid casi un millón y medio), y ahí a veces las cuentas no salen”.
“Sin dudas, el esfuerzo emocional es alto. Yo he tenido la suerte de conocer gente muy buena que me ha ayudado, y han valorado mi paciencia y esmero. Si aquí te ven muy orgulloso, altivo, o con exceso de confianza -algo lamentablemente muy argentino-, las cosas no fluyen con buena energía”, continúa. “Para quien quiere venir, siempre recomiendo leer un poco de la historia de España, y de Madrid, para saber al menos el origen del nombre de sus calles, sus barrios, sus monumentos. Es una historia riquísima y compleja, desde los romanos con la fundación de Complutum, pasando por la época árabe que la denominó Mayrit, para pasar luego a llamarse Madrid del Reino Castellano”.
“Saber más del nuevo destino, informarse mejor, ayuda a reconocer el lugar de cada uno como inmigrante, respecto a los otros, los locales. Y esta es una de las recetas para establecerse con realismo, y evitar algunos espejismos de las redes sociales, que hacen que mucha gente llegue como si hubiera saltado al vacío”, concluye Claudio, cuya vida hoy transcurre en plenitud, junto a sus perros y el cuidado de su jardín en un piso en pleno centro, agradecido por una calidad de vida que tardó en llegar, pero que, con esfuerzo y paciencia, arribó a sus 50.
*
Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
Más notas de Destinos inesperados
Más leídas de Lifestyle
Revolucionario. Buscaba tener dinero y descubrió una fórmula que cambió al mundo para siempre
Superalimento. La semilla que regula el azúcar en sangre, reduce el estrés y ayuda a dormir mejor
No falla. El método para eliminar las chinches con ingredientes naturales
A tener en cuenta. El valor normal de colesterol después de los 60 años