Pasar enero en Buenos Aires, una carta de amor
Hace no muchos años se viene escuchando, entre gente que entiende, una frase antes impensada: "Amo pasar enero en Buenos Aires". Yo, que me crié en una familia cuadrada donde pasar el verano en la ciudad era sacrilegio, siempre vi con ojos extraños a esa gente que juraba pasarla bomba en la ciudad.
Con el tiempo las cosas cambiaron. Cuando te independizás de tu familia y controlás tus gastos y no tuviste la suerte de crear una aplicación vendida a millones de dólares, las opciones se achican, se polarizan.
¿Preferís irte tres semanas en enero a una playa de este lado del trópico y huir de los tremendos cuarenta grados que te derriten los pies en el asfalto, o te bancas la ciudad en enero porque con la misma plata te podes ir en mayo a ver florecer los cerezos en Japón? Antes nadie quería ir a Japón porque no había influencers llenándonos la cabeza con la posibilidad de un mundo mejor; antes nadie se describía a sí mismo en su perfil de Instagram como "un viajero empedernido". Antes, a nadie de clase media se le pasaba por la cabeza visitar Estambul para tomar el té frente al Bósforo como yo lo hice el pasado septiembre, para luego hacer escala en Singapur y recalar en Sidney "con amigos".
Antes nadie tenía Instagram y no había donde refregarle a todo el mundo que estuviste en tal o cual país exótico. Y no estaban los hot sales de pasajes, no existía Airbnb o el intercambio de departamentos y a ninguna aerolínea se le ocurría poner un vuelo directo de Buenos Aires a Auckland. Antes, y aunque esto tenga poco que ver con lo que venimos diciendo, ver la tele con sus programas de verano era tan deprimente como para recordarnos que no pudimos irnos de vacaciones. Hoy están Netflix, la tele gigante y el aire acondicionado. Hoy, aunque afuera haga un calor insoportable, adentro puede haber felicidad.
Ahora las cosas cambiaron, y los que no tenemos hijos en edad escolar o no necesitamos darlo todo para ir a Uruguay a "hacer contactos" o postear atardeceres en Punta preferimos quedarnos o fugarnos a alguna playa cercana durante el período festivo y luego volver a la ciudad para tomarnos vacaciones cuando nadie está de vacaciones.
Las ventajas son muchas, aunque es importante tomar algunos recaudos: que funcione el aire acondicionado en todos los lugares que habitemos o trabajemos, que haya una pileta disponible en el edificio, en un club, o en la casa de un pariente o amigo emocionalmente estable y de confianza; y también que dispongamos de algo de plata para salir a comer y tomar. Se puede ser muy ahorrativo en invierno cocinando en casa y "viendo pelis", pero en verano es necesario, de vez en cuando, salir de la cueva.
Este año me quedé y comprobé que todos esos amigos que antes me parecían extraterrestres tenían razón: quedarse con la ciudad vacía puede ser espectacular.
La cantidad de gente que entra en Buenos Aires en enero con todo el mundo en la playa es la medida justa y necesaria para que la ciudad funcione a la perfección. Siempre hay lugar para estacionar, casi no hay colas en los cines, el tráfico es suave y sereno y las terrazas para tomarse un traguito no están atestadas como en diciembre. En enero podes pasar el día de pileta y spa en un hotel cinco estrellas a precio razonable y solo te vas a encontrar con un par de alemanes leyendo en la reposera de al lado. En enero podes conseguir mesa sin problema en esa parrilla asiática que se puso de moda, disfrutar de un exquisito café de barista sin esperar veinte minutos en la barra y probar las hamburguesas del momento un viernes a la noche sin hacer una cuadra de cola. En enero, además, podes ir al shopping o a las tiendas de Palermo y no solo no habrá nadie, sino que todo estará en sale y los precios pasarán del delirio absoluto de la Navidad a una cierta normalidad en modo descuento.
En enero también podes ir al médico y ponerte al día con todos esos exámenes de rutina que suelen matarte de la fiaca, aunque en la sala de espera te conectes a alguna red social y veas como todos los famosos la están pasando bomba en José Ignacio y te sientas un poco horrible de ser vos mismo. En esos momentos, buscate un plan genial de esos que solo haces cuando estás de viaje (el famoso "viví como un turista en tu propia ciudad") y pensá que en mayo, cuando todos estén moqueando por los primeros resfríos con la sola certeza de un larguísimo invierno por delante, vos vas a estar conociendo el mundo a precio low cost y cortando el año como si no hubiera mañana.