¿Estarías dispuesto a alquilar tu pileta a extraños? En pleno verano y de la experiencia, un joven detectó una necesidad y la convirtió en un osado pero rendidor negocio.
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Todo empezó gracias a una vecina del barrio. Fue cuando Bunim Laskin, un joven judío ortodoxo que vivía en Jerusalén, donde estudiaba en una ieshivá -escuela de estudios bíblicos-, se encontraba de vacaciones en la casa de sus padres, en los suburbios de Lakewood, Nueva Jersey. Uno de aquellos calurosos días de 2017, se sintió particularmente agobiado por las altas temperaturas y comenzó a padecer el encierro en una propiedad confortable que tenía patio pero no contaba con una piscina y jardín donde refrescarse y disfrutar del sol. Justo en la casa de al lado, una vecina acababa de terminar de construir una, muy bonita y amplia, para sus nietos, y Laskin notó que estaba vacía la mayor parte del tiempo, excepto cuando los nietos la visitaban. Fue cuando tuvo la idea, aunque osada, pero que funcionó.
“Le pregunté si mi familia podía usar la piscina”, contó Bunim al portal Times of Israel. “Dijo que sí, pero se dio cuenta de que le iba a costar mucho dinero en mantenimiento, así que convinimos en que con mi familia le pagaríamos el 25 por ciento de sus gastos a fin de mes. En dos semanas, la vecina había hecho el mismo trato con otras seis familias de mi cuadra. Todos le pagaban el 25 por ciento, por lo que ella ganaba el 150 porciento, es decir que no solo estaba cubriendo sus gastos sino que también estaba obteniendo ganancias“.
De pronto, el ambiente entero de la cuadra se transformó, según recuerda Bunim. De sentirse encerrado en su casa pasó a la satisfacción de ver que su barrio se había convertido en una comunidad más descontracturada. “Todos estaban afuera de sus casas, todos estaban nadando”, recordó.
Sin buscarlo, había detectado una necesidad. Dejó la ieshivá, convocó a otros 5 amigos y desarrollaron Swimply, la app que, sin embargo, tuvo que esperar el inesperado impulso de una pandemia para ser valorada en toda su potencialidad. Swimply es el Airbnb de las piscinas privadas. La compañía, conecta a los propietarios de piscinas con personas que buscan refrescarse en el calor del verano, aunque sea por unas horas, y disfrutar de la privacidad que solo es posible en un espacio privado.
Un curioso hábito que se instaló en pandemia
En Estados Unidos, esta app desarrollada y lanzada durante la pandemia, ya está ganando adeptos, dueños y usuarios, que pactan transacciones que van desde 45 a 60 dólares por hora. Hoy ya son más de 17.000 los propietarios de piscinas ubicadas en todo Estados Unidos, desde Los Ángeles hasta la ciudad de Nueva York, así como en Canadá y, en menor medida, en Australia, que publican sus servicios en la aplicación a precios que van desde 35 a 60 por hora, según la ubicación. Uno de ellos comentó al Wall Street Journal que espera ganar más de 110.000 dólares este año alquilando sus instalaciones de lujo.
Además, Asher Weinberger, uno de los cofundadores de Swimply, informó que los propietarios de las piletas ganan en promedio entre 5 y 10 mil dólares al mes, mientras que la compañía se queda con una comisión del 15 por ciento de los anfitriones y le cobra una tarifa del 10 por ciento a los huéspedes.
Aunque Swimply se fundó en 2018, fue en la pandemia que su uso se multiplicó: la compañía registró un crecimiento de “matches” de un 4.000% durante el año pasado. Su cofundador, Bunim Laskin, dijo a The Wall Street Journal que los alquileres por hora en la aplicación superaron más de 120.000 reservas durante el año pasado, un resultado que, en parte, se debió a que la pandemia cerró muchas piscinas públicas.
Al comprobar el éxito de esta modalidad, la compañía ya anunció que pronto lanzará una nueva plataforma llamada Joyspace, donde los clientes podrán alquilar otros espacios privados, no solo sus piscinas. Quienes posean canchas de tenis y básquetbol, gimnasios, patios, jardines y terrazas, parrillas o embarcaciones privadas también podrán obtener unos ingresos extra por estos bienes cediendo su uso por un tiempo breve a personas que estén felices de poder rentarlos.
Lo predijo Andy Freire
Quizá pocos recuerdan cuando el reconocido emprendedor Andy Freire, ex ministro de Modernización, Innovación y Tecnología de la Ciudad y ejerciendo un cargo como diputado de la ciudad de Buenos Aires, en 2018 recomendaba alquilar el jardín, la parrilla y la bicicleta para ganar algún dinero extra en verano. En ese momento las insólitas declaraciones despertaron todo tipo de críticas y humoradas en las redes.
Recordemos que en el video donde el legislador del PRO -hoy Juntos por el cambio- planteaba la creativa solución a las dificultades para afrontar los gastos fijos de los propietarios, arrancaba con una pregunta pedagógica: “¿Cómo poder convertir en plata todos esos lugares de tu casa que durante las vacaciones te van a quedar sin usar?”. Freire se responde: “Paso a listarte, primero el jardín. ¿Sabés que se empiezan a alquilar los jardines para hacer camping? El quincho, la parrilla, el asado, el sillón de tu casa, el cuarto que no usás. Todo eso, la bicicleta, el auto, todo eso lo podés alquilar, usar, poner a disposición durante tus vacaciones y hacerlo plata”. El final del video hacía un llamado a la acción “¿Qué estás esperando? Si no lo hacés es porque no querés”, planteaba.
¿Podría funcionar en Argentina?
Dos años más tarde y a la luz de los impredecibles cambios que atravesaron todas las sociedades por el impacto de la pandemia mundial del coronavirus, podría decirse que el tiempo demostró que, después de todo, la idea no era tan delirante. Luego de la angustiante experiencia de largos períodos de restricciones y confinamiento la gente se volvió más flexible en cuanto a la forma de disfrutar de la vida. La conciencia de finitud nos volvió más atentos al aquí y ahora, con menos vueltas a la hora de atrevernos a aprovechar plenamente las oportunidades que tengamos al alcance de la mano. Ya no va soñar con hacer grandes hazañas, hacer tediosos tours de compras para volver con las valijas llenas, o planificar un viaje largo a la otra punta del planeta. En cambio, ahora es tiempo de “Reconquistar la libertad física” según un informe de la consultora de tendencias The Sprout Studio, en el que destaca el éxito de una nueva app que está cambiando los hábitos del ocio en épocas de verano.
Por nada del mundo Ornella, dueña de una propiedad con pileta privada en un barrio cerrado de Zona Norte de Buenos Aires, alquilaría su pileta. “No me parece buena idea. Ellos están una hora en la pileta y después yo me tengo que pasar tres horas limpiando porque desconocidos usaron mi pileta, baño y reposeras”, declara. En cambio Graciela, que tiene una casa en un barrio cerrado del Oeste, estaría dispuesta a considerar la oportunidad, aunque con reservas: “En el contexto de esta pandemia, todo se dificulta. Creo que aceptaría por el beneficio económico, siempre cuando sea solo acceso a la pileta y no al baño. Mucha gente dispone de baños afuera y eso es otra cosa”. Su vecina Elsa piensa que en un futuro, podría tentarse pero no está muy convencida: “Me gusta el tema y creo que tiene posibilidades a favor y en contra. A favor, siguiendo protocolos, se convierte en una fuente de ingresos, sobre todo si no vas a usar la pileta vos. Personalmente, en estos momentos no lo haría pues vulnera mi privacidad en muchos aspectos”. En cambio, a Marta la movilizan otros factores, como el del tipo de cliente; por ejemplo: “Si el objetivo justifica el beneficio, y es un grupo familiar, escolar o educativo, creo que lo haría”.
Como analista experto de tendencias de consumo, Laureano Mon, aporta una mirada de contexto. “La inequidad en el acceso a viviendas amplias, confortables, con jardín y, mucho más aun, plantea tensiones urbanísticas que están presentes no solo en Buenos Aires, sino en otras grandes ciudades del mundo”, observa Mon. Como respuesta a esta situación, las nuevas aplicaciones tienen un espacio que beneficia a ambas partes de la ecuación, ya que para los propietarios resulta caro el mantenimiento de sus posesiones y a los clientes les ofrece el acceso a una experiencia que de otro modo no podrían costear. “Es un fifty - fifty de ganancia; esos son los modelos de negocio que hoy en día funcionan y van a seguir funcionando todavía más en contexto de crisis económicas”, concluye.
La buena convivencia y la cordialidad ante todo
En 1964 The New Yorker, un diario que compraba los cuentos de John Cheever desde su primera obra (El expulsado) a los 17 años, publicó por primera vez El nadador. El relato comienza cuando Ned Marril, un publicista de edad madura, participa de una reunión en casa de amigos. La tarde transcurre alrededor de una piscina y, como es de esperarse, todos están en traje de baño. De pronto, el protagonista mira hacia lo lejos y declara que va a volver a su casa a nado, a través de todo el condado, uniendo en un río imaginario todas las piscinas de las casas vecinas. Una aventura excéntrica que, aparentemente, no alberga ninguna otra intención más que mostrarse capaz de una hazaña original. Así, en traje de baño inicia su paseo por las distintas piscinas incluyendo las de familias amigas, la de una examante, la de un matrimonio nudista y la municipal. En esas zambullidas, va a ir descubriendo muchas cosas de si mismo, de su vida y de su familia que no sabía o que no recordaba. La obra fue adaptada al cine en 1968, protagonizada nada menos que por Burt Lancaster quien declaró en alguna entrevista que se trató de su mejor papel. Para la crítica del momento la película era una parodia de las aspiraciones al sueño americano de una clase social acomodada, intelectualizada, durante la guerra de Vietnam, algo que no se lee necesariamente en el relato corto de Cheever, más orientado a la transformación espiritual del protagonista que parte desde un ambiente superficial como puede ser el lujo de una piscina privada y llega al encuentro con la propia verdad interior.
Los vecinos y las relaciones entre ellos, es otro de los aspectos que se reflejan en el relato de Cheever, que pinta un ambiente de cordialidad y respeto a la privacidad entre los habitantes de aquella zona residencial de clase alta en las afueras de Connecticut.
Justamente, preservar el clima de convivencia y exclusividad es algo que también resulta esencial para el éxito de este tipo de aplicaciones. Evitar que los vecinos se vean invadidos por hordas de visitantes extraños es un requisito ineludible para todos los usuarios.
“Swimply trata de mejorar las comunidades a nivel local, permitiendo que los propietarios obtengan un ingreso adicional al compartir sus piscinas con familias cercanas que buscan formas privadas, seguras y felices de pasar tiempo juntos” Como tal, además de ser responsables de proporcionar listados precisos y seguros, los anfitriones deben cumplir con la Política de Buen Vecino antes de incluirlos. La app les exige:
- Notificar a los vecinos. Primero, los anfitriones deben hablar sobre compartir su piscina en Swimply con sus vecinos antes de convertirse en anfitriones.
- Consultar el reglamento del vecindario. El anfitrión debe obtener la aprobación de los vecinos con respecto al volumen de reservas permitidas por semana, la cantidad de invitados permitidos por reserva y, por supuesto, las horas de silencio y los niveles de ruido.
- Intercambiar información de contacto. Los anfitriones deben asegurarse de que sus vecinos tengan la información de contacto del anfitrión y conozcan los recursos de asistencia de la empresa.
- Permanecer en su casa. En el 85 por ciento de las reservas los anfitriones se quedan en casa mientras los clientes usan la piscina aunque no es un requisito ineludible si hay menos de 15 visitantes. En reuniones más grandes tienen que permanecer en su propiedad para asegurar una supervisión óptima.
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