Tenía un estrecho vínculo con sus padres hasta que la tragedia la marcó para siempre, pero se supo reinventar conectando con su pasión de la infancia.
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Eran su mundo, su razón de ser. Disfrutaba plenamente de su compañía y ellos la de su querida hija. Criada en el seno de una familia de clase media y de costumbres conservadoras, tuvo una infancia y adolescencia rodeada del cariño y afecto que le daban su madre y su padre por igual. “Mi mundo eran mis padres, los amaba y ellos a mí. Eran todo para mí y yo para ellos. Recuerdo que era muy feliz volviendo del colegio, con un diez de nota: corría para darle la noticia a mi madre y ver el rostro alegre con esos ojos celestes llenos de amor”, dice conmovida Bibiana V. Guijarro.
A los seis años un viaje a la provincia de Córdoba la marcó para siempre. La pequeña Bibiana quedó fascinada con unas piedras de mica que brillaban ante sus ojos curiosos. Atenta a su reacción, su madre se las quiso regalar y las compró para ella. “Cuando volvíamos en el avión, recuerdo la cara de mi padre que me observaba abrazar la caja donde llevaba esas piedras que tanto pesaban”. Y así, su amor por las piedras, en sus distintas formas, colores, tamaños y variedades fue creciendo a medida que pasaron los años.
Ya a sus siete años Bibiana había desarrollado un interés especial por armar collares y engarzar a ellos pequeñas piedras que atesoraba con mucho cuidado. Para sus doce, los juegos giraban en torno a lo que luego se convertiría en su profesión: redactaba y recitaba con voz firme discursos varios disfrazada de abogada, con los zapatos y carteras de cabritilla con apliques de bronce de su madre. ¿Su audiencia? Sus tíos y abuelos.
Abogada con máquina de coser
Criada en Castelar, en la provincia de Buenos Aires, cuando finalizó la etapa escolar, se inclinó hacia la abogacía para su futuro laboral y profesional. “Admiraba muchísimo a mi padre. Su carácter y templanza me llenaban de orgullo. Amante de la música clásica, trabajó en la aduana por casi 40 años, escribiendo en su vieja máquina Remington, que aún conservo”.
Poco antes de culminar con sus estudios, de novia con un chico del barrio que había conocido mientras cursaba la carrera y cuyos padres tenían una escribanía, pudo aprender sobre el oficio y hacer sus primeros pasos en el negocio inmobiliario. “Me recibí de abogada, pero nunca dejé de lado mi máquina de coser: diseñaba prendas y estaba enamorada de mi primer novio con quien me casaría después, ya habíamos anunciado boda y trabajaba en su escribanía”. Su primera gestión fue, de hecho, la negociación de una casa en la zona residencial de Castelar donde pasaría un año junto a sus padres, hasta que la desgracia tocó su puerta.
Marcados por el destino
En 1996 y con un día de diferencia, sus padres, a quienes tanto amaba y admiraba fallecieron por causas naturales. Su madre había batallado durante años con una enfermedad pulmonar que finalmente doblegó sus fuerzas. Y su padre falleció de un ataque cardíaco. “Ellos se habían conocido en la provincia de Córdoba, en Pampa de Achala, en el centro de las sierras y tierra de cóndores. Dicen que cuando la pareja del cóndor fallece, el otro muere de tristeza, como marcado por ese destino. Así sucedió con mis padres, partieron de este mundo con un día de diferencia. Fue un 29 de junio y un 1 de julio de 1996. Jamás voy a olvidar ese fin de semana”.
Bibiana tenía entonces 29 años y quedó profundamente shockeada con aquella pérdida. Estaba perdida. Desorientada y sin rumbo fijo. A los tres meses de aquel desenlace fatal, en un intento por reacomodar su vida, decidió junto a su novio que era el momento para dar el sí en el altar. “Intentamos formar un hogar nuevo pero al poco tiempo noté que mi matrimonio no era lo que esperábamos y con el tiempo seguimos distintos caminos”.
En soledad, aunque acompañada por sus gatos Gaturro y Tigrito, decidió regresar a Recoleta, ejercer la abogacía y mantener sus meditaciones diarias. Como en su paso por la escribanía, había notado que le agradaba el derecho inmobiliario, se especializó en ese tema, así que luego decidió obtener su registro inmobiliario en la ciudad de Buenos Aires, a lo que se dedica de forma central en la actualidad. Siguieron épocas difíciles. Y comenzó entonces la lucha de una mujer sola en la vida, sin familia, festejando navidades y años nuevos en casa de amistades. “Pasaba las fiestas sola”, recuerda con un dejo de tristeza.
Un viaje para reconectar
Decidió entonces hacer un viaje a Beverly Hills, en los Estados Unidos, para visitar a unos primos, despejarse de la soledad que sentía y cambiar de aire. Fue en ese tiempo que pudo conectar nuevamente con el diseño, las piedras y un hobby vinculado a la creatividad que la llevó a crear su propia marca de carteras con piedras. “Entre el ejercicio de la abogacía, los joyeros, orfebres, los talleres, las metalúrgicas y los viajes a Misiones en busca de piedras descubrí mi pasión: diseñar carteras con genuinas piedras. Amatistas, topacio, cuarzos, formaban parte la colección que iba armando. Los cascotes que me tiró la vida los convertí en gemas preciosas”.
De pronto se despertaron en ella emociones que estaban anestesiadas. Lo primero que hizo fue patentar la marca y los modelos. “Cada cartera que nace es una obra de arte para mí. Son artesanales y únicas, no hay dos iguales, son modelos atemporales, cada una lleva un número identificatorio y certificado de autenticidad de los materiales”. Aunque Bibiana usa cueros de vaca, se encuentra en fase de experimentación con cueros vegetales, como los de ananá. Además recurre a telas de tapicería y tejidos artesanales.
La creatividad pronto absorbió los días y horas de la mujer que volvía a la vida lentamente. “No pensaba en otra cosa, amaba con tanta pasión lo que hacía, que el tiempo y el espacio desaparecían. Sé que todos tenemos un don, pero es la férrea voluntad y la decisión de cambiar lo que marca la diferencia”.
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