Participar de la recreación de un rescate junto con trabajadores de altura
Un cronista se suma a una clase para aprender este procedimiento que, allí arriba, define el límite entre la vida y la muerte
Lo primero es ingresar por la puerta del taller y, ladeando la camioneta de la empresa, asomarse a la oficina de entrada. Tras las indicaciones de rigor, subo la escalera y atravieso un depósito lleno de máquinas, herramientas, lustradoras, cortadoras de pasto... Resisto la tentación de curiosear e ingreso en una habitación, amplia, con un escritorio enfrentado a un cierto número de sillas: instrucción simultánea. Ergo, un aula.
Aquí es donde se imparten los conocimientos teóricos necesarios para realizar un rescate en la altura. Aquí es también donde mis compañeros de clase reciben las clases teóricas de parte de Martín Ferreyra, uno de los fundadores de Escalada Industrial SRL.
Flaco, moreno y con ojos sagaces, Martín me da la bienvenida y me cuenta que la escalada industrial es una disciplina que combina la espeleología y el alpinismo deportivo, que no tiene una normativa que la regule en el país, y que él la aprendió en el exterior y la trajo a la Argentina. Martín es técnico especializado en trabajo de cuerdas, con clasificación nivel 3. "El más alto", especifica. Sigue hablando y, aunque lo que cuenta me interesa muchísimo, sería necio negar que un rincón de mi cabeza sólo piensa: ¿Cuándo-me-toca-colgarme-a-mí? ¿Cuándo-me-toca-colgarme-a-mí? ¿Cuándo-me-toca-colgarme-a-mí?
Largo el aire y me concentro justo a tiempo. Martín está enseñando los EPP, el equipo de protección personal. Glorioso vocabulario nuevo para aprender: tiros, puntos de anclaje, grillón, gancho, mosqueta, crawl, bloqueador, asap (se pronuncia ei-es-ei-pi), mariposa, salvacaídas... ¡Momento! ¿Salva qué? Eso suena importante.
A moverse
"Salgamos afuera." Mis compañeros de clase son trabajadores de altura, se ganan la vida haciendo los trabajos peligrosos que otros no pueden o no saben hacer, como instalar o reparar antenas, o limpiar vidrios de edificios altísimos.
Afuera hay un patio rectangular un poco más angosto que un aula escolar. Sobre la altísima pared blanca se apoyan dos andamios con forma de L, patas para arriba, que salen escupidos perpendicularmente de la pared y luego bajan en línea recta hacia el piso. El sol estalla con furia sobre la pared. Atadas a cada andamio hay cuerdas de escalada que caen y, ya en el suelo, se mezclan unas con otras. Del rincón de la altísima pared blanca que ahora está a nuestras espaldas nace otra igual, pero con ganchos para escalar. Frente a ella, al otro lado del patio, una parrillita sumamente amistosa genera rápida complicidad en el grupo. Mis compañeros y yo lanzamos algunos vítores, ilusionándonos con un asadito a mitad de jornada.
Nos colocamos los arneses y cascos. No sé bien cómo me veo, pero el resto deja bastante que desear. Reprimo las risitas, probablemente nerviosas, mientras uno que ya está colgado pide ayuda porque se le complica bajar las cuerdas.
Entonces desciende Martín desde el cielo para asistirlo, como en un efecto de película. "Fijate que si usás el ID [ai-di], tenés otra opción", dice un compañero, señalando el aparato negro por el que entra y sale su cuerda de descenso.
Y de pronto, en medio del jolgorio, llega la hora de la verdad: vamos a fingir un rescate. Martín explica que para colgarse de unas cuerdas es necesario sumar dos puntos de anclaje, lo que se hace adicionando la capacidad de absorción de energía de cada aparatejo. Se puede fraccionar el peso de una víctima utilizando poleas, y disolver a un bulto de 100 o 120 kilos de fuerza a 25 o 50. "Esto implica conceptos básicos de física y matemáticas, y normalmente los cursos duran cinco días, pero esta edición de dos días es una versión exprés porque ellos ya tienen cierto conocimiento", me comenta Martín, mientras vemos cómo uno de mis compañeros finge a la perfección estar desmayado.
"Trabajar en altura es peligroso. A veces puede haber vientos altos, y si te golpeás la cabeza, quedás suspendido ahí", explica otro de los asistentes, bastante experimentado. Martín detalla entonces que en los años 70 rescataron a un grupo de alpinistas, varios días después de haber quedado inconscientes, y descubrieron algo que se bautizó síndrome del Arnés. Básicamente: la presión que hace el arnés sobre las piernas de alguien inconsciente le forma coágulos que, aún después de haber bajado, pueden llegar a matar.
Me toca a mi
De pronto llega mi turno. Recuerdo cada uno de los pasos: ascender más arriba que la víctima, ponerme encima, conectar todo su sistema y arnés al mío, armar una cadena de mosquetones para acercar su pecho a mí y que no quede colgando con medio cuerpo hacia abajo... Ahora mismo, esta víctima depende de mí, y no importa que sólo estemos a dos metros y medio del piso. Tengo que bajar consciente del peso que me acabo de agregar, tranquilo y sin apuro. Una vez que toco la base, camino hacia atrás y suelto un poco la cuerda mientras voy hacia adelante para "aterrizar". Desengancho a la víctima, hago lo propio, y rápidamente incorporo su cuerpo: sentarlo, bajarle la cabeza, levantar y cruzar sus piernas... Todo eso para que cuando la sangre empiece a fluir de nuevo, no lo haga con una rapidez tal que pueda hacerle daño. Cada vez que alguien "rescata" a otro, hay aplausos y claro: no soy la excepción.
Un rato después, ya cambiado y de buen humor, acepto unos mates dulces con Martín, que relata cómo fueron sus años fuera del país y la historia de la escalada industrial. Vuelve a resaltar que esto no existe en la Argentina y que ni siquiera hay una normativa nacional. "La mayoría de los que laburan en la altura tienen el oficio, que aprendieron de sus viejos, pero es necesario aprender a trabajar de forma segura. Hay que capacitarse. El conocimiento no te lo saca nadie", asegura.
Me despido con un abrazo. Subo por segunda vez la escalera y atravieso el depósito para saludar a mis compañeros, que se quedarán hoy y mañana en la capacitación. Para mí ha sido una gran experiencia, algo divertido, pero que, probablemente, no tenga que usar jamás. Para ellos es diferente. Esto que acabamos de hacer puede ser la diferencia entre un día difícil y un día en el que murió una persona a su cargo. Puede ser la diferencia entre salvarle la vida o no al compañero que ahora aplaude a su lado. Los miro en silencio. Cada gesto que hagan ahí arriba será el que dibuje el límite entre la vida y la muerte. Ellos, que viven en esa frontera, tal vez están acostumbrados. Yo, que soy sólo un participante, emprendo el regreso y me voy inquieto, pensando.
EXPERIENCIAs
La empresa Star Union SRL ofrece servicios de limpieza de altura, así como capacitaciones en trabajos y rescates. Queda en Zuviría 5872, Mataderos. Para mas información: starunion.com.ar