El 3 de mayo de 1968, cuando las fuerzas del orden irrumpen en la prestigiosa universidad parisina de La Sorbona para evacuar a los estudiantes que ocupan el establecimiento, Pierre Salama presencia la escena, café en mano, sentado en la brasserie Balzar, en la rue des Écoles, en el corazón del Barrio Latino.
Ve a la policía entrar en el mítico edificio y, quince minutos más tarde, a los jóvenes salir y manifestar en las calles. Con 25 años y nombrado meses antes profesor asociado de Economía en la Facultad de Nanterre, decide unirse a ellos. Durante las siguientes seis semanas, participa en las manifestaciones, asiste diariamente a las asambleas generales dentro de universidades convertidas en espacios para debates violentos y reflexión, y ve florecer graffiti sobre las paredes de la ciudad con consignas que quedarán en la historia: "Prohibido prohibir", "La imaginación al poder", "No quiero perder mi vida ganándomela". Algunos mensajes incluso tienen un perfume surrealista –como "La sociedad es una flor carnívora"– o celebran la utopía –"Sean realistas, pidan lo imposible"–. En los muros parisinos se cita a Baudelaire y a Rimbaud. Los estudiantes protestan así contra una reforma que impulsa la selectividad en las universidades y reclaman el derecho a residencias estudiantiles mixtas.
"Ese café existe todavía, al lado del cine Le Champo, pero nunca volví a sentarme allí. Trabajé durante años en el barrio y la zona cambió mucho. Hay menos librerías, más negocios de ropa, más restaurantes. No es el mismo barrio. No suelo asociarlo con lo que pasó, los recuerdos son demasiado fuertes como para depender de eso. Además, me proyecto en el futuro y no en un continuo pasado", reflexiona Salama, recientemente jubilado, en diálogo con LA NACION revista.
Lejos de las insignias comerciales que hoy lo habitan, y mucho antes de que los turistas en masa caminaran por allí con crêpes y helados en mano, hace 50 años el Quartier Latin era esencialmente un barrio de estudiantes universitarios, espíritu bohemio, librerías en donde los jóvenes se reunían para rehacer el mundo, y varias salas de cine.
Si bien siempre fue la rive gauche, no se lo describía como burgués, ya que allí se instalaban las clases medias, mientras que las populares estaban destinadas a los alrededores de Les Halles o Le Marais, hoy considerado un barrio de moda y de alto poder adquisitivo. Era la sede de las universidades centrales de París, en un país que contaba con 300.000 estudiantes. Hoy son 3 millones en toda Francia. En la capital, la enseñanza pública tras las manifestaciones está dividida en 13 facultades autónomas repartidas dentro de París y alrededores, y la mayoría de los estudiantes cursa en alguna de la periferia.
Cuando se lo recorre hoy, en este epicentro de la revuelta estudiantil de Mayo del 68 –invadido por cocinas del mundo (india, griega y china) y por institutos que dictan clases de salsa, tango o gastronomía japonesa– es difícil encontrar huellas de ese momento histórico. Y si bien para ojos foráneos este es un refugio que condensa la esencia de París, cargada de historia, de cafés emblemáticos y de algunas mochilas estudiantiles, para los parisinos queda claro que hoy en día una revuelta de las características de 1968 no volvería a nacer en estas calles ni en estas universidades. "Los estudiantes que se ven son liceanos. Hay universitarios de hoy que ni conocen este barrio. ¿Qué se encuentra hoy de esa época? Nada. Los bulevares son simpáticos y lindos, pero fue un ideal lo que hizo la fuerza de Mayo del 68", explica Salama.
Como cuenta Philippe Artières, historiador del CNRS, respetado organismo público de investigación, lo interesante que revelan los archivos de esa época es que en ningún momento los manifestantes y huelguistas, estudiantes u obreros, ocuparon lugares de poder. "No entraron en la Asamblea Nacional, ni en el Senado –si bien Odeon está a cien metros–, ni en ningún ministerio. Eligieron fábricas, universidades, anfiteatros, teatros", explica este especialista, a cargo de una gran exposición sobre los afiches del 68 en la Escuela de Bellas Artes, en la calle Bonaparte, y otra sobre los archivos en los Archivos Nacionales, en Le Marais.
La Sorbona, donde comenzaron las manifestaciones en el 68 tras el desalojo de la policía, mantiene su aspecto de universidad principal, pero desde entonces fue dividida en varias universidades para alivianarla. Allí se dictan másteres y doctorados. "Hoy, cuando hay movimientos estudiantiles, no suceden en La Sorbona: pasan en Tolbiac, Saint-Denis, Nanterre", explica Artières, en referencia a facultades ubicadas en los límites o periferia de París.
En la plaza Edmond Rostand, uno de los costados del jardín de Luxemburgo donde hoy está la gran M de hamburguesas, los estudiantes levantan las piedras de las calles en forma de protesta tras el primer desalojo y allí nace el eslogan Bajo los adoquines, la playa. Actualmente, a pocos metros hay una marca de ropa estadounidense de tres letras conocida en el mundo entero, y los adoquines desaparecieron para dar lugar a veredas asfaltadas. "Como bordea la universidad, el bulevar Saint Michel se convirtió en el lugar. Hoy quedan cada vez menos librerías y, con la reforma de las universidades, los estudiantes se fueron a la periferia. Es muy fuerte cómo ya no quedan obreros en los bulevares. Se convirtieron en barrios habitados por gente de alto poder adquisitivo", explica el historiador.
Las librerías míticas que jugaron un rol clave durante las protestas, como Maspero en la pequeña rue Saint-Séverin o Presses Universitaires de France (PUF) frente a La Sorbona, se convirtieron hoy en agencias de viaje o simplemente desaparecieron.
Las amadas terrasses de los clásicos cafés como Les Deux Magots o Café de Flore, hoy pobladas por turistas entusiasmados que se mezclan con intelectuales habitués como Bernard Henry-Lévy, eran en aquella época lugares emblemáticos para hablar en público. Las veredas sobrepasaban los cafés para convertirse en espacios donde los parisinos debatían.
Como en esa época Salama vive en una chambre de bonne del 6° distrito, cerca del Barrio Latino, el 10 de mayo de 1968 camina hasta Gay Lussac, una calle de no más de 800 metros que nace en el jardín de Luxemburgo y muere en la Escuela Normal Superior, y presencia la noche de las barricadas: los estudiantes con sus impermeables y camisas levantan las piedras de las calles, dan vuelta autos, y enfrentan a la policía que, por ser refuerzos traídos de las provincias, no conoce las callecitas anexas y por momentos se pierde en el entramado parisino. "Había algunas joyerías en las calles, pero nadie robó ni rompió nada. En la mirada de la gente sucedía algo fantástico. Una especie de sueño colectivo se estaba llevando a cabo", recuerda este profesor de Economía.
Muy rápido, los anfiteatros universitarios, los teatros y las escuelas se convierten en lugares de debates permanentes. Tras estos intercambios, el Teatro del Odeon, por ejemplo, se vuelve un espacio cultural más abierto al mundo. De hecho, hoy se llama Teatro de Europa y es el único lugar de París en el que se pueden ver obras en otros idiomas. En la Escuela de Bellas Artes, que en ese entonces además de artistas plásticos acogía a arquitectos, se crea el Atelier Populaire, un centro de producción de imágenes: durante sus seis semanas de vida, de aquí nacerán 350 afiches. El argentino Julio Le Parc estará muy presente, pues a partir de esta época nacerá La Longue Marche (1974), obra de inspiración maoísta. "Si tantas cosas pasaron en el 68 es en parte también porque en esta escuela había arquitectos, con mucha mayor influencia que los artistas, y con una relación muy diferente con la ciudad", explica Artières.
También habrá manifestaciones de lo más variadas en la Casa de la Radio, edificio circular del 16° distrito frente al Sena, en la calle Saint Martin y en Les Halles, estómago de París donde la provincia y la capital se encuentran.
"No hay placa conmemorativa ni monumentos, pero hay una memoria que aún es muy fuerte. Lo cierto es que hoy los lugares de manifestación se trasladaron a la rive droite, la zona menos burguesa, como la plaza de la República", reflexiona Artières. Y en épocas de terrorismo, a los grafitis que en otros tiempos eran sinónimo de libertad se contrapone una nueva era visual con mensajes de resiliencia.
Desde hace unas semanas, la guía Cindy Dubois, de Cultival, organiza Tras los pasos de Mayo del 68, visitas de una hora y media a los lugares más emblemáticos para decriptar esas manifestaciones y entender cómo cambiaron la vida de los franceses. Cuenta, por ejemplo, que Jean-Paul Sartre se sentaba con Simone de Beauvoir en Les Deux Magots a mirar las manifestaciones y comer algo. O que el movimiento feminista recién tuvo la oportunidad de expresarse a partir de los 70, ya que dos años antes les decían "no tenemos lugar para el feminismo". Con videos y fotos que muestra desde su tablet, Dubois decidió centrarse en el Quartier Latin. Recorre los lugares míticos que forjaron el mito y cuenta que las revueltas abrieron muchas puertas, tanto para los estudiantes (apertura de nuevas facultades, división de enseñanzas, más profesores) como para los obreros (aumento de sueldos y del salario mínimo).
"Si hoy tuviera que crear una visita guiada a partir de una manifestación contemporánea, posiblemente la empezaría en el Eliseo y pasaría por el Hotel de Ville. Hoy las huelgas giraron hacia los centros de poder. Y también, tras atentados contra Charlie Hebdo y el Bataclan, son momentos de más enojo. Por eso la gente va a la República, para ser escuchada y reunir la máxima cantidad de personas. Quieren mostrarse fuertes y numerosos", analiza Dubois.
Mayo del 68 fue un gran sueño de estudiantes y luego de obreros con ganas de proyectarse en el futuro. Eran años de gran crecimiento, sin desempleo y sin miedo a quedarse sin trabajo. "Nosotros teníamos el derecho a soñar, mientras que hoy los jóvenes buscan la existencia", dice Salama.
El Barrio Latino sigue siendo un símbolo. Pero hoy, cuando los parisinos manifiestan, eligen plaza de la República, donde no hay universidades.