A fines del siglo XIX París era una ciudad nueva, reconstruida a medida del ciudadano moderno. Esa urbe bulliciosa de la Belle Époque fue la que pintaron los impresionistas. Aquí, un recorrido posible a través de sus cuadros más famosos.
Los impresionistas describieron París como nadie. Retrataron la ciudad que había sido rediseñada bajo la mirada reformista del barón Georges-Eugène Haussmann y dieron cuenta de la intensidad de la vida cotidiana. Mostraron al hombre moderno, al ciudadano burgués que se reunía en los cafés o en el burdel, que asistía a la ópera y al ballet, que paseaba por las plazas, los bosques y los bulevares y observaba embelesado el ritmo frenético de la revolución industrial. Son los años felices de la Belle Époque.
De alguna manera, estos artistas siguieron aquella famosa definición de Baudelaire sobre el nuevo artista: "Un verdadero pintor es aquel capaz de arrancarle a la vida moderna su lado épico y mostrarnos grandes y poéticos con nuestras corbatas y nuestros zapatos de charol". Ese hombre y esa ciudad fueron los principales motivos de los cuadros impresionistas
La nueva metrópoli
A partir de las primeras décadas del 1800 París había comenzado un lento proceso de cambios que se aceleró con la llegada al poder de Napoleón III. El hombre encargó al barón Haussmann el rediseño de la ciudad, que había quedado obsoleta para las necesidades de la vida moderna.
Como prefecto del Sena, Haussmann encaró una serie de proyectos urbanísticos entre 1853 y 1870. Eliminó la antiguas calles angostas y sinuosas de tradición medieval por anchas avenidas que facilitaban la circulación de los ciudadanos, cada vez más numerosos, y de los nuevos medios de transporte. La iniciativa buscaba además dificultar la colocación de barricadas, una práctica frecuente en la agitada vida política parisina; este diseño permitía el rápido acceso de las fuerzas del orden a los sitios de conflicto.
Avenidas bordeadas de árboles, bulevares, jardines y paseos le dieron una nueva impronta a la ciudad, la misma que hoy la distingue del resto de las urbes europeas.
En modo topadora, se demolieron gran cantidad de construcciones antiguas que fueron sustituidas por un nuevo formato de edificios de apartamentos con techo abuhardillado y fachada cubierta por una piedra local de color beige. Cañerías para el agua, alcantarillado y estaciones ferroviarias se sumaron al plan maestro bajo el lema "airear, unificar y embellecer".
Jóvenes y rebeldes
El nombre impresionista nació de la opinión peyorativa de un crítico de arte de la época, pero pronto se convirtió en la identificación de un grupo de artistas jóvenes que se rebelaban contra el canon clásico de la Academia. Ellos abandonaron las formas plenas e identificables para pintar la incidencia de la luz sobre los objetos y las personas. Si bien pintar al aire libre fue un modo distintivo, también recurrieron a la iluminación artificial como en el caso de Edgar Degas con sus bailarinas. En síntesis, desplazaron su atención hacia la luz y el color.
Claude Monet, Edgar Degas, Pierre-Auguste Renoir, Camille Pissarro, Alfred Sisley y Berthe Morisot, Gustave Caillebotte y Mary Casat, son algunos de los artistas emblemáticos del movimiento impresionista que en su última etapa contó con una versión más "científica", el puntillismo, que llegó de la mano de Georges Seurat. Henri de Toulouse Lautrec, Vincent Van Gogh, Paul Gauguin y Paul Cézanne también fueron de la partida, pero los especialistas los ubican dentro del movimiento que siguió, el postimpresionismo.
Francis Picabia fue otro referente clave, aunque luego de una primera etapa impresionista, se volcó hacia otras corrientes pictóricas enroladas dentro de las vanguardias.
Para estos artistas no había nada más estimulante que la realidad: a través de sus cuadros podemos hilvanar un itinerario que nos lleve a París de finales del siglo XIX y espiar la vida de la ciudad.
Cuadros impresionistas para recorrer París
En "Calle de París un día lluvioso" de Gustave Caillebotte se ve el París todos los días, nada de escenas mitológica ni históricas. La escena se desarrolla en los alrededores de la place de Dublín, en el distrito 8 vo, y muestra la arquitectura de la ciudad recién diseñada por Haussmann: edificios de techo con buhardilla y flamantes calles adoquinadas que se abren en diagonal. La pareja protagonista, vestida a la moda, podría sugerir la presencia de un nuevo personaje citadino, el flâneur, un paseante sin rumbo que recorre las calles solo por el placer de andar. Este cuadro muestra la influencia de la fotografía en el corte lateral, que deja fuera edificios y personas de modo arbitrario.
El Baile en el Moulin de la Gallette muestra un concurrido sitio de entonces, localizado en el barrio de Montmartre; Pierre Auguste Renoir retrata este antiguo molino que se convirtió por aquellos años en un bullicioso cabaret donde se bailaba al aire libre. En el cuadro se reconocen varias actrices, modelos, ilustradores y artistas de la época, cuyos rostros aparecen en la escena.
Henri de Toulouse-Lautrec, Vincent Van Gogh, Pablo Picasso, fueron algunos de los que también retrataron este lugar, cada uno con su impronta. La versión de El Moulin de la Gallete de Van Gogh puede verse en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires
Hoy, la visita a Montmartre exige un alto frente a este mítico edificio que es considerado monumento histórico.
En Tarde de domingo en la isla de la Gran Jatte, el gran Georges Seurat retrata una típica escena burguesa: pasar la tarde a orillas del Sena. Algo similar sucedía en los bosques y los parques de la ciudad, donde la gente solía reunirse para disfrutar la naturaleza y el sol.
En aquellos años, la zona no era tan tranquila como muestra el cuadro, estaba abarrotada de bares y cafés que Seurat prefirió no pintar para crear una escena más bucólica. Sin embargo, es posible percibir la gran cantidad de gente que asistía y la mezcla social. Seurat tardó casi dos años terminar el cuadro con la minuciosa técnica del puntillismo.
El Parque Monceau de Claude Monet, muestra otra versión del relax burgués. Este parque había sido comprado a la realeza durante la gestión de Haussmann y convertido en lugar de acceso público. Durante las revueltas de la Semana Sanguinaria fue escenario de duras represalias contra los partidarios de la Comuna.
La ópera fue un sitio de encuentro de clase alta. Durante las reformas urbanísticas de Haussmann se inauguró un nuevo edificio diseñado por Garnier.
Mujer de negro en la Ópera, reconodida obra deMary Cassatt exhibe el ambiente interior de un teatro, pero también la actitud de los concurrentes, quienes iban a ver y ser vistos. Si prestamos atención, observaremos un hombre, prismático en mano, mirando a la dama del palco. Ella parece concentrada en el escenario, pero, quién sabe…
Los innumerables cuadros de Edgar Degas sobre el mundo de las bailarinas dan cuenta también del micromundo del teatro. Ser bailarina era en aquellos años un modo de ascenso social para las mujeres de clase baja.
Por último, el Moulin Rouge fue el cabaret emblemático del París de la Belle Époque. El programa ofrecía espectáculos de baile, magia y canto con un importante contenido erótico en un espacio físico acotado, que permitía el contacto estrecho entre los artistas y el público. Ubicado en barrio de Pigalle, al pie de Montmartre, convocó a gran parte de la bohemia parisina.
En el Moulin Rouge, el baile es una de las célebres obras de Henri de Toulouse Lautrec, quien retrató la vida de este agitado sitio. En sus obras plasmó el vibrante ritmo de las noches, el Can-Can y sus peculiares personajes con un estilo muy particular.
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