Dalmiro Varela Castex, uno de los fundadores del Automóvil Club Argentino, patentó su auto alemán con el número “1″ e impulsó la importación de coches en nuestro país
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El primer vehículo de autopropulsión que rodó en Argentina fue un triciclo fabricado en Francia por “De Dion, Bouton y Trépardoux” en 1887. Fue hecho “a medida” para su cliente, el dandy porteño Dalmiro Varela Castex. Tenía una gran caldera de vapor en la parte trasera que iba regando humo por las callecitas de Buenos Aires. Desde entonces y para siempre, a Dalmiro lo apodaron “Cacerola”. Recién ocho años más tarde llegaría al país el primer automóvil.
Dalmiro Varela Castex nació en una familia acomodada, con mucha historia en el país. Su abuelo fue el escritor y político Florencio Varela, referente unitario, quien da el nombre a uno de los partidos más populares del sur del Gran Buenos Aires. Sus padres, Juan Cruz Varela Cané y la uruguaya Rita del Carmen Castex Alcaraz, fundaron su hogar en una imponente mansión ubicada en lo que hoy es la esquina de Avenida del Libertador y Salguero. Se graduó en el Colegio Nacional Buenos Aires y, apasionado por los motores, viajó a Bruselas para estudiar mecánica. Cuando regresó al país, sin necesidad económica, trabajó en los talleres 11 de septiembre del Ferrocarril Oeste.
Emprendedor, disfrutaba de sus treinta y pico alternando algunos meses en Buenos Aires y otros en París. Viajaba mucho. Le gustaba la vida de lujo y lucía un tupido bigote de época. Fue, justamente, en la “Ciudad Luz” donde descubrió los primeros vehículos de autopropulsión. Después de sorprender a sus vecinos con el triciclo a vapor, “Cacerola” se propuso una empresa más ambiciosa: rodar por Buenos Aires en un automóvil.
UN COHETE EN LA CIUDAD
“Es como si hoy te pasearas en un cohete por la Ciudad. Era algo desconocido”, dice para LA NACION Guillermo Sánchez Bouchard, especialista en historia del automóvil. Habla del primer coche que rodó en la Argentina, un Daimler alemán modelo 1893. Aquella nave contaba con apenas un cilindro y alcanzaba una velocidad máxima de 35 kilómetros por hora. Tenía dirección “a manubrio” -aún no se utilizaba el volante- y ruedas de hierro con goma maciza. Su andar era bastante tumultuoso y, cabe subrayar, llamaba poderosamente la atención.
“Era ‘LA explosión’, un artefacto raro, muy alto, con ruedas iguales a las de los coches comunes. Todavía no se usaban gomas”, lo describió Varela Castex en 1895. Argentina crecía a grandes pasos y aquel Daimler aceleró una serie de cambios lógicos. El primero, el más inmediato, fue la llegada de otros autos. Le siguieron luego modificaciones profundas en el diseño de la ciudad. La intendencia debió hacer cambios en las avenidas para hacerlas más transitables, aptas para estos nuevos vehículos. Además, se creó un sistema de patentes: el auto de Dalmiro recibió la chapa número “1″.
Dalmiro, lógicamente, también recibió la primera licencia de conducir entregada en el país. No tuvo que pasar ninguna prueba para hacerse de su carnet. No había test ni examinadores. Naturalmente, se fue erigiendo rápidamente como un referente del rubro automotor hasta que, en 1904, dio el paso definitivo: se convirtió en uno de los fundadores del Automóvil Club Argentino.
“Fue el primer vehículo que circuló en nuestra urbe. La municipalidad tuvo que crear chapas para él. Y, naturalmente, le dio el número 1. Eran unas chapas traseras blancas, la traseras mayor que la delantera. Con el número y una barrita en la esquina superior izquierda. Debajo de la barrita, un sello con el escudo de la comuna, que decía: ‘Dirección de trailers públicos, municipalidad de la Capital’”, decía Varela Castex a la revista Automovilismo en 1929.
Detrás del Daimler, Dalmiro trajo otros vehículos al país, de diversas marcas: Ford, Benz, Berliet, Decauville... En uno de ellos llevó a pasear al presidente Julio Argentino Roca, quien calificó su conducción como “riesgosa”. Ese chiste solamente lo hizo aún más conocido. Era joven, todavía no había cumplido los 40 años, pero todos lo conocían como el experto en automovilismo de nuestra tierra.
“¡Ni el Espíritu Santo me lo quita!”
Los expertos coinciden en que era una persona extrovertida y plena de confianza; así como también, quizás, algo arrogante. “No sé a quién le pueden importar los comienzos del automovilismo en la Argentina y mi participación en tal cosa”, repetía cuando la prensa lo buscaba para que ahondara en la historia del Daimler.
También poseía un orgullo atropellador. Según el libro ‘Anasagasti’, de Guillermo Sánchez Bouchard, Varela tuvo un cruce con Joaquín de Anchorena, el intendente de Buenos Aires durante el gobierno de Roque Sáenz Peña. Por entonces, se había decidido que, a partir de ese momento, la patente número 1 sería del alcalde. A lo que Varela protestó: “Al intendente lo tengo loco con el número 1 de mi automóvil, porque me corresponde a mí por haber sido el primero en traer un automóvil hace 15 años. ¡Ni el espíritu santo me lo quita!”, decía. Finalmente, perdió ese litigio.
Se podría decir que Varela Castex hacía “lo que quería” arriba de un auto. Un poco por su habilidad, otro poco por su extrema confianza. Sobre su auto a vapor contaba que a veces tenía fallas. Lo solucionaba de manera artesanal: “Una pava de agua caliente bastaba; a veces conseguía esto en una casa de la ciudad. Otras, en un rancho, porque, como ustedes supondrán, el Benz se detenía en cualquier parte, sin pedir permiso”. Así, el agua caliente derramada sobre el tanque se evaporaba, y su auto lograba arrancar.
El libro ‘Anasagasti’ cuenta que él fue la primera persona en unir Buenos Aires y Rosario en automóvil. Léase un detalle sobre aquella travesía: “Pasaron por un puente, y luego el puente se cayó. ‘Era el puente Andrade, que estaba en ruinas -narraba Varela Castex- Nadie se trevía a pasar por él, pero había llovido mucho y no nos quedaba otra opción. Volviendo atrás un trecho, le imprimí al coche el máximo de velocidad. Pasamos..., pero detrás nuestro se desplomó el puente. Cometimos un acto de utilidad pública, puesto que luego debieron construir un puente nuevo’”.
FUNDADOR Y PRIMER PRESIDENTE DEL A.C.A.
Varela fundó el Automóvil Club Argentino en 1904 y asumió la primera presidencia. Posteriormente se desempeñaría otras veces en ese puesto. Uno de sus primeros actos fue adecuar el tramo Núñez-Olivos (parte de la actual Avenida Libertador) para el uso de automóviles. “Hasta su fallecimiento -precisa ‘Anasagasti’- fue miembro del Tribunal de Honor de esa institución. Además, actuó en el Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, organizando y reglamentando las normas de tránsito”.
Muchos se animaron a incursionar en las innovadoras máquinas que paseaba Dalmiro. Ya cuando era un hombre conocido, llegó a ser representante nacional de la Locomobile Company of America, una de las primeras marcas de automóviles de la historia. “Es un buen auto, de verdad”, decía para LA NACION en 1929, seis años antes de su fallecimiento. Su opinión era palabra sagrada.
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