Todos los años, al final del verano y con cada luna nueva, el mar crece y avanza sobre Paraty. Terrenos costeros, calles y veredas desaparecen bajo un manto de agua salobre de la que nada más sobresalen las líneas rectas del caserío y la relativa altivez de los templos, definidos por la arquitectura barroca del siglo XVII. Paraty, anegada, es una ensoñación lusitana varada en el entretiempo de las mareas.
Luego el agua se retira con la misma determinación silenciosa con que se metió ciudad adentro. La gente vuelve a deambular sobre la irregularidad de su empedrado (conocido como pé-de-moleque), las parejas se distraen bajo las farolas encendidas; los negocios abren sus puertas; los boliches de la Rúa do Comércio sacan mesas y sillas al amparo de la noche cálidamente húmeda, y así, en síntesis, la vida retoma su curso terrestre. Cuando el invierno se esfuma, el mar también se queda al margen. Y anoto que no es por descuido en el trazado de Paraty que la inundación sucede, sino por decisión de sus responsables, justamente, que calcularon la eficacia del flujo y reflujo de las mareas para una limpieza de orden superior. Hoy no es el caso, pero antaño se ve que sí, porque el mar, al retirarse, lo hacía cargando con todos los detritos que se tenía por costumbre tirar a la vía pública.
Tampoco es la única imperfección aparente que distingue a Paraty, joyita de paredes pintadas de blanco y de vivas tonalidades azul marino, verde inglés y amarillo ocre los contornos que resaltan sus aberturas. En la carta de un espacio definido como "bar, músic y grill" figura el relato de un cierto "armador" del siglo XVIII encargado de organizar la construcción de las calles, plazas y casas. Se llamaba Antônio Fernandes da Silva el hombre, y fue llamado por las autoridades para explicar por qué estaba torciendo las calles y desencontrando las esquinas. El argumento fue que lo primero era para evitar el viento encajonado en las casas, perjudicial para la salud de las personas, y lo segundo para distribuir de manera equitativa el sol en las residencias. Palabra de masón –que eso eran los albañiles y constructores de entonces– la del experto da Silva.
La histórica aldea portuaria (1667) atesora una rica simbología masónica en sus fachadas, en las que también se reiteran las piñas –símbolo de prosperidad– y los pinos que, según se afirma representan la fertilidad. En la esquina de Dona Geralda y Ferraria, el preciado símbolo de las tres piedras dispuestas en triángulo, reafirma la influencia que ejerció el gremio franco-masón en este recodo del Nuevo Mundo.
Paraty, joya escondida en una preciosa bahía del litoral fluminense, en el escenario de la Costa Verde, es uno de los destinos más visitados del estado de Río de Janeiro. No sólo por ser la memoria viva del Ciclo de Oro, cuando florecía como uno de los puertos importantes de la Colonia, pero también por eso. Hasta aquí llegaban, a lomo de burro y siguiendo los 1.200 km de la Estrada Real, las riquezas auríferas provenientes de Ouro Preto para ser embarcadas a Portugal. Aquel Caminho Velho do Ouro, cuyo trazado fue obra de esclavos, ahora es mirado con cariño por su potencial turístico a imagen y semejanza del hispánico Camino de Santiago.
De aquella prosperidad comercial dan fe las numerosas casas que servían de depósitos y sus patios de mercado a cielo abierto, como lo testimonian las puertas dispuestas una a continuación de la otra, en un número que a menudo supera la media docena. La bonanza del oro duró 30 años. Luego, fue la muerte. El Ciclo del Café volvió a reanimar la actividad comercial, hasta que el ciclo se cerró. Hubo incluso una etapa próspera de cañaverales, pinga y cachaça. Pero al final el puerto se hizo pesquero y sobrevivió, vacío de glorias ajenas y las redes ubérrimas de frutos que daba la mar, hasta que en la primera mitad del siglo XX el turismo propuso una nueva manera de renacer.
Los primeros en volver a asomarse a la serena belleza de Paraty llegaron cubriendo la ruta Cunha-Paraty. Hoy, ese mismo camino que vincula ambas localidades sigue mostrando, como hace más de medio siglo, su precaria condición. En época de lluvias, sobre todo, conviene no aventurarse en auto.
La casa más antigua de Paraty data de 1699 y, como todas las que le siguieron en el siglo siguiente, luce intocada, gracias a la protección que rige sobre este conjunto arquitectónico que sólo puede modificarse por dentro. Alturas y fachadas son intangibles. Así lo demuestra el número apreciable de pousadas que alberga el centro histórico. El azul es el emblema de Casa Turquesa (casaturquesa.com.br); hay mobiliario de época en Pousada da Marquesa (pousadamarquesa.com.br); la Pousada do Sandi (pousadadosandi.com.br) está al lado de la iglesia N. S. do Rosário; en Pousada Arte Urquijo (urquijo.com.br) se rinde culto a las obras de arte y a los libros; la bellísima Pousada do Ouro (posadaouro.com.br) tiene jardines y piscina; la Pousada Pardieiro (pousadapardieiro.com.br) es una de las más lindas, y así unas cuantas más.
El corazón fundacional de Paraty revela el detalle de ciertas ventanas que no están demarcadas en todo su contorno, pues las franjas laterales continúan hasta el suelo para que se sepa que ahí, originalmente, hubo una puerta.
Postales de Paraty
Por empezar, la casa de la familia del célebre navegante Amyr Klink. Esta mansión de grandes dimensiones donde Amyr se crió y creció, ahora deshabitada, ocupa una esquina de la plaza Matriz y luce una asombrosa riqueza de representaciones masónicas en sus paredes.
Y para seguir, las demás peculiaridades que se dan en el sencillo damero de las seis calles perpendiculares a otras ocho, trazadas a partir de la orilla del río Perequê-Açu. Del otro lado de la plaza, la iglesia Matriz de Nossa Senhora dos Remédios, restaurada hace menos de una década, muestra la sobriedad de su arquitectura neoclásica y dos imponentes torres. El terreno fundacional había sido cedido por Doña María Jacomo e Mello, quien impuso como condición la de respetar a los indígenas que allí habitaban y la de levantar un templo en honor a la Virgen de los Remedios, de la que era devota.
De las cuatro iglesias que guarda el casco antiguo, la de Santa Rita de Cássia (1722) es la más fotografiada, imagen icónica de Paraty plasmada desde el agua. En cambio, la de Nossa Senhora do Rosário, concluida en 1757, se esconde en el encuentro de las rúas do Comércio con Samuel Costa. También junto a la orilla y sobre la rúa Fresca se alza la que está dedicada a Nossa Senhora das Dores. Es la más nueva, que se construyó en 1800 con la ayuda de las beatas del lugar, y fue privativa de las mujeres.
Por lo demás, están las evidencias del souvenir localista en clave de barquitos de madera, colorida réplica de los reales. Y en el otro extremo de la oferta, la sofisticación de los relumbrantes objetos en resina del diseñador Carlos Alberto Sobral, que cotizan alto y se exponen en un local fácil de identificar: siempre hay más de una ñata pegada contra la vidriera curioseando sus llamativas piezas, siempre.
La (única) librería de este lugar fue la sede oficial de la primera edición del FLIP (Festival de Literatura Internacional de Paraty), ese encuentro anual que reúne a escritores, periodistas y demás personas vinculadas a las letras, y que este año sucederá del 10 al 14 de julio. Está en la rua da Praia 159; cabe visitarla, qué menos, y de paso saborear un expreso de Orfeu –uno de los mejores cafés de Brasil– en su mini cafetería.
Y cabe también echarle un vistazo al cercano Centro Cultural (rua da Geralda 117), que ocupa una de las casas más lindas de Paraty. De paso y andando sin prisa, las callecitas van revelando la existencia de varios ateliers, porque aquí son unos cuantos los artistas plásticos que decidieron quedarse a vivir.
¿Y qué más, además de comer y dormir? Queda ir al pequeño teatro Espaço (Dona Geralda 327) donde, los sábados por la noche y desde hace prácticamente 40 años, el "Grupo de Contadores de Estórias" (grupocontadoresdeestorias.com.br) ofrece un subyugante espectáculo de bonecos (muñecos) que manejan con refinadísima precisión. La concepción y dirección está a cargo de Marcos Caetano Ribas, y su mujer, Rachel Joffily Ribas, es quien realiza bonecos y vestuarios. La puesta en escena es impactante, y las historias mínimas que allí tienen lugar arranca lágrimas y risas. Como la vida misma.
Navegar en la isla
Hay que salir a descubrir ese lado oculto de este enclave de pasado colonial que sucede más allá de tierra firme. En esta parte del mundo, el paisaje acuático va desplegándose en una sucesión de arenas, verdores, islas, ensenadas, formaciones rocosas que semejan grupas de extraños animales prehistóricos, al tiempo que revela el andar de otros barcos, pesqueros o veleros. Allá, el Fuerte Defensor Perpetuo, después de Praia do Pontal. Más adentro, en Fuerte da Tapera, se ven los cañones que apuntaban a la costa. Le sigue Praia Bom Jardin, territorio de playas privadas con una, dos, tres casas divinas. Y más allá, Yurú Mirin, prainha de la familia de Amyr Klink. Pasa una tortuga que, al sentirse observada, se sumerge y huye con su hermosura hacia otras profundidades. Dos pescadores recogen la red de un trasmallo interminable.
En Ponta Grossa, donde ahora hay muchas casas de fin de semana, vive una comunidad de caiçaras. Son los hijos de los pescadores que, tiempo atrás, poblaron el Paraty que dejó de ser espléndido. Praia Santa Rita pertenece a los dueños de O Globo, y la casa, que diseñó una nieta arquitecta, mereció un premio de arquitectura. En cambio, Praia Vermelha es de nadie, con su vivienda de pescadores y unos barcitos en la costa, a pasos de un desparramo de rocas exageradas. Praia de Lula tiene arena clara y una casa particular antigua, a la que dan ganas de ir a espiar.
Praia da Conceição: punto de anclaje de escunas con turistas que nadan, bucean y se divierten como los niños que, en definitiva, son. Ilha do Algodão: la más grande de todas las de Paraty. Tiene casas, obviamente y, en lo alto, un restaurante: Do Hiltinho. La subida, empinada, es por escalones cavados en la ladera; desde la cumbre, el mar se agranda, y alrededor de quien hasta allí arriba llega, las orquídeas aparecen por todas partes como yuyos que procrea y engorda el sopor de la selva.
Saco de Mamanguá es una de las mayores ensenadas de Brasil. A lo lejos, se detecta Ilha Grande, ya en los dominios de Angra dos Reis.
La escena costera revela la existencia de una mega casa, que es donde se filmó Crepúsculo, y su propietario es un paulista con demasiado dinero; se ven pescadores, muchos barcos y artesanos que hacen los barquitos de madera que se venden en Paraty. Custodia la casa un gran peñasco, altura culminante de una geografía escabrosa a la que llaman Pão de Açucar, porque se parece a la de Río. Un sendero lleva hasta lo alto de ese morro menos alto que el carioca.
En Ilha de Cuchía echan anclas los cruceros. La playa se conecta con el otro lado de la isla, donde se estira una breve playita pálida y un resguardo de piedras mayúsculas. Es la parte íntima del atracadero, reducto favorito de las parejas. Enfrente, la larga praia de Paraty Mirin y la aldea de pobladores guaraníes, todos artesanos que realizan trabajos autosustentables. Saco da Velha también tiene restaurante y oculta una entrada a una caverna de profundidad, muy poco conocida.
En marzo, la tarde suele tener final de aguacero bíblico, pero las ráfagas de viento y lluvia no impedirán llegar a buen puerto. Y hasta es muy probable que, antes de darle la espalda al embarcadero, el sol haga su aparición para evaporar tanta agua caída del cielo sobre el mar y Paraty, escondite todavía romántico.