Para qué sirve y cómo es un banco de cerebros
En un subsuelo luminoso, debajo de consultorios, una guardia, quirófanos y otros espacios de atención médica, decenas de tuppers herméticos, rectangulares, con tapas de color verde y naranja, almacenan, cada uno, la mitad de un cerebro cortado en láminas perfectas.
Ubicados en estantes, cada recipiente deja traslucir el color ocre del órgano humano impregnado de formol. La otra mitad está congelada en freezers, más parecidos a cajas fuertes que a congeladores.
Algunos de los tejidos nerviosos del Banco de cerebros de Fleni están guardados allí hace varios años. No se sabe a quienes pertenecieron: solo una letra y un número en cada tupper (B-54, por ejemplo) los unen a una historia clínica que no tiene nombre ni apellido, pero que, en conjunto con la autopsia del cerebro y otros estudios, pueden ayudar a comprender mejor enfermedades como Parkinson, Alzheimer y demencias, entre otras.
En total son cien los cerebros que conforman el biobanco que, en el país, es único en su tipo y uno de los pocos de América latina (Brasil y Colombia también tienen). Los motivos por los que los órganos llegan a depositarse en el banco -previa autorización familiar- son varios; y nada tienen que ver con preservar el cerebro para que sea trasplantado o recuperado en un futuro.
Una porción de los cerebros que hoy se conservan alguna vez pudieron brindar una respuesta a una familia, o a las preguntas que hayan quedado pendientes por parte de los médicos, tras la muerte del paciente; y por eso se llevó adelante una autopsia de cerebro. "Muchas veces el grupo médico tiene incertidumbres sobre lo que le pasó al paciente y piensa que conocer de manera más profunda la enfermedad probablemente va a ayudar a otros. Y a veces la familia tiene incertidumbre sobre lo que le pasó a su ser querido y quiere saber más de lo que pudo conocer, entonces pide la autopsia", explica Gustavo Sevlever , médico patólogo y director de Investigación y Docencia de Fleni.
Entre los cerebros que están depositados en el biobanco hay de pacientes que tuvieron enfermedades neurodegenerativas como Parkinson y Alzheimer, enfermedades vasculares, tumores y casos poco frecuentes. "Correlacionar la historia del paciente con un hallazgo en el material de la autopsia brinda una cantidad de información muy grande y muy rica para la ciencia", agrega el especialista.
"Algunas enfermedades son de transmisión genética -continúa Sevlever-, entonces a veces surge la necesidad de decir, ‘bueno, esta enfermedad que todavía no sabemos bien lo que era, ¿puede ser heredada por los hermanos, los primos, los parientes?". En ese caso, entra en juego los estudios que buscan en las profundidades del cerebro alguna alteración molecular.
Otros órganos, en cambio, llegaron donados por familiares de personas sanas. "Muchas veces pedimos que donen cerebros sin enfermedades neurológicas porque nos sirve como control, para ver qué pasa en un cerebro que no tiene una enfermedad, al menos conocida". En conjunto, todos los tejidos ayudan a despejar el cúmulo de interrogantes que rodean a las enfermedades que afectan o tienen su origen en el cerebro, o aportan a investigaciones en neurociencias.
Manos al cerebro
La rapidez con la que un cerebro llega al banco es clave para garantizar su preservación y se debe lograr en cuestión de horas una vez producida la muerte. Después comienza el procedimiento de la autopsia. "Cuando tenemos un cerebro lo cortamos por la mitad. Una mitad va a formol y después se estudia con la técnica de la patología para ver qué tenía, y la otra se corta, se congela a 80 grados bajo cero y la guardamos. Entonces si el día de mañana lo queremos estudiar, tenemos una plataforma montada para estudiar la expresión de un gen, de dos, de tres o de cuatro en ese material preservado", explica Sevlever.
A cada mitad del cerebro, a su vez, se le hacen varios cortes o fetas, realizados con una cuchilla de apenas diez micrones. En el caso de las muestras que van a ser conservadas en formol, estas son utilizadas para una observación macro y microscópica. Para los estudios moleculares, en cambio, se usan los cortes congelados, en los cuales se busca conservar la molécula de ARN.
A cuatro siglos desde que comenzaron a practicarse, ¿pueden las autopsias del cerebro aportar más información que otros estudios, como las resonancias magnéticas, o se trata de datos distintos? Sevlever indica que, si bien es una discusión en medicina, seguramente puedan complementarse. "Los estudios de imágenes dan una enorme cantidad de información y probablemente puedan ser sinérgicos con la autopsia. Lo que tiene de bueno el estudio de imagen es que es en vida del paciente, y los podés hacer serialmente, al incorporar el tiempo en la variable de la progresión de la lesión. La autopsia es un momento solo, entonces perdés la longitudinalidad cronológica, pero hoy permite acceder al tejido y hacer estudios de biología molecular que las imágenes no pueden hacer".
El reto ahora, indica Sevlever, es ir más allá para entender la complejidad del cerebro y también, de entre sus millones de conexiones, avanzar en el entendimiento de las enfermedades que lo afectan. "Hoy la clave de muchas enfermedades está en los tejidos. Nosotros entendemos algunas cosas que tenía el paciente viendo lo que pasó en el cerebro, que es una foto final del proceso", afirma Sevlever, quien no duda en calificar a este órgano que lo fascinó desde que era residente como "el más complejo del universo".