Para la argentina más reconocida en Silicon Valley existe “un sexismo rampante” en el ambiente tecnológico
Rebeca Hwang nació en Corea, se crio en Buenos Aires, estudió en el MIT y devino una de las inversoras más reconocidas en la gran meca de la tecnología y la innovación mundial. Entre buscadores de nuevas start ups, dice que el próximo Google podría surgir muy lejos de Norteamérica
SACRAMENTO
En viaje desde SoMa, el barrio de San Francisco donde están radicadas varias empresas de tecnología, hasta el distrito financiero no es largo, pero en hora pico puede demorar por el tráfico, así que Rebeca Hwang decidió aprovechar el trayecto para hablar por teléfono con clientes. Compartía el recorrido en un vehículo de Uber con otro pasajero, que advirtió que Rebeca era inversora y le pidió permiso para contarle brevemente una idea de negocio que tenía. El tránsito seguía atascado, por lo cual el joven emprendedor le preguntó si no le molestaría también escuchar el pitch (presentación) de un amigo brasileño que había aterrizado el día anterior en San Francisco, y que estaba buscando fondos para su proyecto. Conversaron cinco minutos por celular, intercambiaron contactos, el otro pasajero se bajó del auto y Rebeca se dispuso a seguir su ronda de llamados antes de llegar a su destino. Fue entonces cuando el conductor de Uber se dio vuelta y le contó que él también tenía una excelente idea de negocio, que seguramente le interesaría escuchar.
Sucedió hace dos años, y Rebeca, una inversora y emprendedora argentina-coreana, cuenta esta anécdota para describir la densidad y efervescencia de innovación que se vive en la costa oeste de los Estados Unidos, cuna de Silicon Valley, una economía que por sí sola mueve 2,8 billones de dólares gracias a varias de las empresas más grandes y dinámicas del mundo, como Apple, Google o Tesla, entre otras. “Me pasó también de ir a cenar a un restaurante y que el mozo me dijera que en lugar de dejarle propina escuche su propuesta de negocios, o que alguien en un bar se acercara con el mismo propósito. Si te lo ponés a pensar, es hasta medio creepy [atemorizante]”, cuenta la empresaria, que forma parte del escasísimo 4 por ciento de mujeres entre los inversores de la capital tecnológica del mundo.
Rebeca nació hace 37 años en Seúl, capital de Corea del Sur, que según el ranking 2017 del World Economic Forum es el país más innovador del planeta. Cuando era chica, sus padres decidieron emigrar literalmente a las antípodas: si se cava un túnel en profundidad en línea recta desde Seúl se llega a Buenos Aires. En la Argentina hizo la primaria y la secundaria. Cuando estudiaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires fantaseó con ser escritora y se anotó en un taller de periodismo, pero por entonces leyó una biografía de Marie Curie (científica icónica del movimiento feminista, a la que le negaron la membresía a la Academia Nacional de Ciencias de Francia por ser mujer hasta antes de ganar su segundo Premio Nobel) y se decidió a estudiar ingeniería química. Aplicó para el MIT. El embajador de Corea en la Argentina le dijo entonces que le iba a resultar muy difícil entrar. “Cuando llegó la carta de aceptación, fue la primera vez que vi llorar a mi papá”, recuerda.
En el MIT comenzó a interesarse por los problemas de acceso al agua potable en países pobres, y se anotó en misiones a las zonas rurales del norte de Managua, Nicaragua, y de Bombay, India, para colaborar con soluciones para este flagelo. Patentó tres inventos (tiene siete más pendientes de aprobación), entre ellos un sistema para abaratar el costo del tratamiento del cólera. Mientras tanto, el MIT Technology Review la consignó entre los 35 innovadores jóvenes más talentosos del mundo, un logro que en su momento consiguieron leyendas como Mark Zuckerberg (Facebook), Sergei Brin (Google)o Jack Dorsey (Twitter).
Como trotadora global con ADD (déficit de atención) crónico en la vida –como se definió alguna vez en su cuenta de Twitter–, Rebeca sintió que le picaba el bichito del emprendimiento y se radicó en 2003 en el centro gravitacional de esta movida, Silicon Valley. Desde allí lanzó múltiples emprendimientos y un fondo de inversión (Rivet Ventures) enfocado a empresas con management femenino y a mercados donde toman decisiones predominantemente las mujeres. Este año tuvo que aflojar con los viajes porque el médico le indicó reposo: en octubre nacerá su segundo hijo varón. Por eso, esta entrevista con La Nación revista, que se iba a hacer en persona, finalmente se concretó con una charla de dos horas con el sistema de videoconferencia Zoom desde su casa en Sacramento, donde vive junto a su familia –su marido es danés– y desde donde ultima detalles para su segundo fondo de inversión, Kalei, de 30 millones de dólares, que pondrá énfasis en proyectos de América latina.
En términos de start ups, Rebeca cree que a la región –y a la Argentina en particular– le llegó la hora de dar “el gran salto”.
¿Por qué decís esto?
Por varios motivos. Hay un ecosistema mucho más maduro, el talento emprendedor en la Argentina es excelente y los proyectos son buenísimos. Además, en toda la región está tomando el mando de grandes empresas familiares una segunda generación, que se da cuenta de que no puede seguir haciendo su negocio tradicional –y que no quiere hacerlo, por otro lado–, entonces busca invertir en start ups relacionadas a su núcleo principal de negocios (agro, retail, el que sea). Las valuaciones aquí son mucho más razonables también. Una tercera pata es que hay gobiernos que apoyan esta dinámica más que antes. En la Argentina, la ley de emprendedores va a servir en este segundo semestre para vehiculizar un montón de iniciativas, con buenos incentivos impositivos, que fueron la condición inicial para los ecosistemas de innovación más exitosos del mundo. Aún en situaciones económicas de adversidad, la Argentina produjo cuatro unicornios (empresas de más de mil millones de dólares, con base digital, formadas en siete años en promedio), el doble que Brasil.
Pero todos ellos surgieron hace diez años o más, ¿por qué les cuesta tanto escalar a las start ups locales?
El principal motivo es la falta de fondos. Hay muy pocos, desde ya, muchos menos que en los Estados Unidos, entonces los emprendedores se encuentran con que consiguen dinero para empezar, pero después se quedan sin combustible, y terminan perdiendo el foco, porque para sobrevivir empiezan a hacer otras cosas, como consultoría, que están fuera de su objetivo principal. Pasa mucho esto en la Argentina: te encontrás con empresas que terminan haciendo un poco de todo, guiadas por la demanda. Por eso es fundamental ese puente hacia países más ricos, para escalar. En Kalei, el nuevo fondo, somos socios con Álvaro Álvarez del Río, radicado en Londres y que durante años lideró las inversiones de la familia Mittal, con Juan Santiago, un empresario cordobés que vive en Silicon Valley y manejó fondos y empresas de tecnología y con Leandro Pisaron, de la aceleradora Incutex en la Argentina.
¿Qué es lo bueno y lo malo del emprendedor promedio argentino?
En líneas generales, el innovador argentino es muy bueno, sabe cómo crear situaciones y oportunidades de una manera muy eficiente en comparación con otros emprendedores de otros lugares del mundo, que llegan con una expectativa mucho más lineal. El emprendedor argentino es vivo y creativo, sabe tomar atajos. Por el lado de las debilidades, te diría que a veces veo un comportamiento muy cortoplacista: quieren crear una empresa para venderla rápido. En Silicon Valley, la posesión más importante para un emprendedor es su reputación. Por lo tanto, los empresarios deben establecer lazos a largo plazo, invirtiendo esfuerzo, tiempo y favores a la red de amigos y de contactos profesionales. Cultivar una relación profunda y robusta antes de extraer valor de un contacto es clave para no agotar el ecosistema. He notado que algunos emprendedores argentinos de manera agresiva intentan exprimir el mayor valor posible del sistema, sin pensar en la necesidad de reponer y recargar. Esta situación crea un desequilibrio y eventualmente se cierran puertas.
Más allá del rosa y el azul
El día anterior a la entrevista con La Nacion revista, Rebeca dio una clase en Stanford: tiene allí una cátedra de emprendimiento y otra en la célebre escuela de Diseño de la misma universidad, que se titula Más allá del rosa y el azul, donde discute sobre productos y negocios que puedan romper los estereotipos de género. En la mitad de la clase, sus alumnos se pusieron a debatir sobre el tema de discusión en la actualidad en el ambiente tecnológico de la costa oeste: los escándalos por acoso sexual que están emergiendo, de a decenas y provocando despidos y renuncias en masa, de altos ejecutivos de la industria.
Semanas atrás tuvo que renunciar Travis Kalanick, el CEO de Uber –anteriormente lo hicieron varios gerentes y miembros del directorio– por un escándalo que se inició meses antes, cuando una ingeniera de la compañía, Susan Fowler, había escrito en un blog un posteo titulado Reflexiones sobre un año muy, muy extraño en Uber, donde acusaba a varios miembros de la firma de acoso sexual, conductas inapropiadas, discriminación y sabotaje de carreras. Tras la salida de Kalanick, otra figura conocida del valle, David McLure, ex CEO de la aceleradora 500 StartUps, tuvo que pedir disculpas por su mal comportamiento con las mujeres antes de renunciar y reconoció: “Soy un depravado”. Otro caso similar está ocurriendo con directivos de Binary, el fondo de inversión que incubó a Snapchat.
En octubre del año pasado, durante una charla sobre género que dio en el Coloquio de Idea de Mar del Plata, Rebeca especulaba con que un eventual triunfo de Hillary Clinton –una política feminista declarada– le daría mayor impulso a la agenda de los derechos de las mujeres. Cuando ganó Donald Trump, la emprendedora argentina se deprimió, y hasta llegó a especular con la posibilidad de mudarse de Estados Unidos. Creía que la revolución de los derechos de las mujeres se frenaría con la administración republicana.
Es interesante ver cómo la agenda de género adquirió una dinámica propia, con una fuerza que va más allá de la coyuntura política.
Totalmente, hasta yo misma me sorprendo de la dimensión que está tomando esta concientización. Con los escándalos de las últimas semanas, hay empresas que les están exigiendo a los fondos de inversión que tomen mujeres para reemplazar a los ejecutivos que renuncian por denuncias de acoso. Inclusive van a la Corte para pedir que los dejen recomprar las acciones de sus firmas si no lo hacen. Y algo también muy reciente: si se presenta hoy un proyecto y el equipo está formado sólo por varones, los inversores ya lo ven como una liability (lastre, pasivo).
¿El negocio de la tecnología es más machista que otros, o es sólo que los casos de sexismo hoy tienen más exposición que en otras industrias?
Es más machista, definitivamente. Hay muy pocas mujeres en las carreras duras, y de programación, y los varones llegan a manejar su propia empresa al salir de la universidad, sin pasar por una experiencia corporativa que los lleve a interactuar con mujeres. Este cóctel de club de hombres e inmadurez, combinado con esta motivación medio napoleónica del valle (poder, dinero, la intención de dominar el mundo) da por resultado un sexismo rampante. La actitud agresiva que impera aquí en los negocios no se lleva bien con el estereotipo femenino.
¿Y esto provoca miopía en los negocios?
Sí, claro. Los inversores en Silicon Valley son varones en un 96%, mientras que en los Estados Unidos las decisiones de compra son tomadas entre un 60% y un 70% de las veces por mujeres. Hay mucha miopía, aún en los casos más emblemáticos. Apple, la empresa más grande del mundo, inauguró hace poco su nuevo edificio central, supuestamente uno de los más avanzados del planeta. Está lleno de gimnasios de última generación, pero casi no hay guarderías ni instalaciones que faciliten el trabajo para las madres.
¿Algún ejemplo elocuente de esta miopía que hayas vivido como inversora?
Una vez nos vinieron a presentar un proyecto para una plataforma que gestionara mejor el mercado de extensiones de pelo en los Estados Unidos, que es tremendamente ineficiente. Los inversores tradicionales del valle, casi todos hombres de 50 años, muchos pelados, ni siquiera los habían querido atender. Es un negocio de 10.000 millones de dólares al año. Nosotros invertimos, y la empresa, Mayvenn, ya tiene ganancias por 20 millones de dólares al año.
¿Y cómo se conjuga esta agenda de género con las tendencias que estás viendo?
Va a haber infinitas oportunidades. Un mercado que veo con un potencial enorme de disrupción con tecnología es el de cuidado, tanto de chicos como de adultos mayores o de personas con discapacidad. También es una plaza muy ineficiente, dispersa, proco profesionalizada, carísima: las familias gastan entre un 10 y un 25 por ciento de sus ingresos en cuidado, es muchísimo dinero. Creo que si se avanza con innovación por ese lado, eso va a liberar mucho más talento femenino al mercado laboral, porque hoy los números sencillamente no dan: a muchas mujeres no les alcanza lo que ganan para pagar el cuidado de los chicos, y entonces se quedan en la casa.
Los nuevos mundos de fantasía
¿Cómo seguís aprendiendo en este contexto de cambio tan acelerado?
Las formas tradicionales ya no sirven. No me suma asistir a conferencias o tomar cursos. Hoy el conocimiento más relevante llega por las redes de contacto: cuando me interesa un determinado tema, voy a mis redes y trato de llegar a los mejores expertos para conversar con ellos directamente. Tenés que ir haciendo tu propio mapa de aprendizaje. Con lo de cuidado –donde estoy haciendo foco para avanzar con proyectos– me moví de esta manera.
¿Qué otras tendencias te entusiasman, como inversora, además del área de cuidado?
Hay una explosión en todo lo que tiene que ver con automatización: robótica, drones, vehículos automanejados. Creo que ahí los cambios drásticos se verán mucho antes de lo que pensamos. No son cosas que van a ocurrir a 20 años. Y luego me interesa mucho el área de biotecnología, vemos a diario novedades increíbles en este campo. Allí está sucediendo lo que pasaba en los 90 con la Web, antes de que aparecieran Google y otros gigantes: había muchísima información, pero dispersa y no organizada. Cuando suceda el mismo proceso con nuestra información genómica, el impacto puede llegar a ser enorme.
¿Cuál fue el modelo de negocios más extraño que te sedujo?
Uf...(risas). Hemos puesto plata en proyectos muy originales. Hoocked es una start up que promueve la lectura de novelas cortas por mensajes de texto, y está teniendo un éxito muy notorio sobre todo en mujeres jóvenes; ya es una compañía rentable. Una que me encanta y que creo que puede estallar es una suerte de Airbnb de las vans, que está en una versión beta aún, por cambiar de nombre, pero ya está ganando plata. En los Estados Unidos hay toda una cultura de vivir en vans de lujo (prueben buscar Van’s life en Google, se van a sorprender con los resultados), con baño, cama king size y cocina. Hay empleados, por ejemplo de Google, que viven así en el estacionamiento: en la empresa tienen todo y para irse a dormir seis horas a un departamento no tiene sentido pagar un alquiler de precios exorbitantes como los que se piden hoy. Y te estoy hablando de empleados que ganan 200 mil dólares al año, o más.
¿No se le va la mano a la cultura emprendedora con esto de “abrazar el fracaso”?
Ja, sí, puede ser que a veces ciertas frases y prácticas se conviertan en un lugar común. Pero la actitud frente al fracaso sigue siendo un tema central, y es increíble lo que varía de acuerdo a cada cultura. Yo viajé mucho por Asia, Escandinavia –por mi marido–, América Central, y la manera de afrontar una situación de fracaso y de sobreponerse a ella es muy distinta en cada país, y es definitoria para la tasa de éxito de emprendimientos. Esto de acostumbrarse a vivir una “vida en beta permanente”, y aprender a disfrutarlo.
¿Silicon Valley alcanzó su cima?
Es probable. Hoy mismo en los Estados Unidos hay ecosistemas de innovación superpujantes al margen de la costa oeste (en Boston, Nueva York, etcétera). Hay centros muy interesantes en Escandinavia, Israel, las repúblicas del Báltico, y ni que hablar de Asia, donde en China los copycats ya superan en tamaño a sus versiones originales de Estados Unidos. Es muy probable que el próximo Google no surja de Silicon Valley. Si tengo que apostar, creo que las chances mayores están en China. Estados Unidos puede quedarse atrás en lo que son las “economías de fantasía” (aplicaciones en salud, autos sin chofer...) porque tiene esquemas regulatorios en muchos casos más retrógradas que Europa y otras regiones del planeta.
Este año aparecieron varios libros y artículos muy críticos de la “nueva economía”, por sus riesgos de concentración –que ya son un hecho–, etcétera. ¿Es algo que te preocupa?
Creo que esta es una economía más concentrada, donde los grandes monstruos de la tecnología le sacan ventaja al segundo pelotón y tienen cantidades siderales de efectivo para comprar cualquier firma que los amenace. Esto le hace la vida más difícil a los que empiezan desde cero. Pero a este espíritu crítico lo veo más en Europa, Silicon Valley sigue siendo un lugar de pensamiento muy liberal, donde seguimos viendo mucho dinamismo, con empresas que nacen y mueren, o pasan de moda. Fijate que hoy en el valle se dice que Facebook es “la red social de las tías y los tíos”. Y hace un par de años todos nos comunicábamos por Skype, y hoy hablo con vos por Zoom, que es la plataforma que se usa mayoritariamente aquí en el ambiente de la tecnología. Por suerte sigue habiendo mucho espacio para los Davids que vienen a desafiar a los Goliats.
1979
El 14 de diciembre nace Rebeca, en Seúl, Corea del Sur, el país más innovador del planeta
1993-1998
Estudia en el Colegio Nacional de Buenos Aires. También hizo todo el colegio primario en la Argentina
1998-2003
Estudia en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)ingeniería química e ingenieria civil y ambiental.
2003-2007
En Stanford, hace el doctorado en teoría de redes
2007-2013
Se dedica a YouNoodle, empresa fundada por ella y Torsten Kolind
2013
El MIT Technology Review la incluyó entre los 35 innovadores jóvenes más talentosos del mundo
2014
Nace su hijo Aksel
El futuro
Rebeca ultima los detalles para su segundo fondo de inversión, Kalei, de 30 millones de dólares, que pondrá énfasis en proyectos de América latina. Para octubre espera su segundo hijo