Llegaron al país como a “hacer la América” en 1892 y se establecieron en la ciudad; ese mismo año el 20 de julio abrieron un pequeño comercio de relojería en el centro porteño
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Sobre una alargada mesada de madera se encuentra un cuchillo labrado de plata, dos medallas históricas, una campanita, martillos (de distintos tamaños) y documentos de antaño apilados: desde certificados de garantías hasta recortes de artículos periodísticos. Colgado en una de las paredes, un antiguo reloj de color marrón oscuro marca el paso del tiempo. “Aquel reloj fue un regalo de mi suegro”, señala el orfebre Daniel Escasany, de 61 años, en su taller de platería en el barrio de Recoleta, entre Juncal y Montevideo. “Tengo varios, pero lo que me gusta coleccionar son los antiguos catálogos de artículos.
Me siento a hojearlos y a diario me sorprendo con la variedad de alhajas, anillos, cuchillos y regalos que ofrecían. Fueron unos adelantados para la época.”, agrega. Es que su bisabuelo fue uno de los fundadores de la reconocida relojería y joyería “Casa Escasany” hace más de un siglo atrás. Hoy, el artesano mantiene viva la tradición y el oficio que iniciaron sus ancestros hace más de un siglo.
De Barcelona a Buenos Aires en 1892
“Para alhajas, relojes, regalos, Casa Escasany”, decía el eslogan de una clásica publicidad que se oía por la radio. El negocio de los hermanos Manuel y Ramón Escasany, dos españoles de Cardona, (en la provincia de Barcelona) se convirtió en uno de los más prestigiosos de Buenos Aires. “Llegaron al país como se decía a “hacer la América” en 1892. Se establecieron en la ciudad y ese mismo año el 20 de julio abrieron un pequeño comercio de relojería en el centro porteño”, cuenta. Aquel primer local era diminuto, modesto y se ubicaba en la calle San Martín 177. En esa época también comenzaron con la venta de alhajas. Por sus exclusivos productos y precios más que convenientes, lograron conquistar a un público de todas partes del país.
Luego se trasladaron a la calle Florida al 96 y años más tarde abrieron nuevas sucursales, en Mar del Plata (que al día de hoy muchos la recuerdan), Córdoba, Bahía Blanca, Santa Fe, Rosario, Tucumán, entre otras. La casa crecía al compás de su fiel clientela y sus distinguidos artículos acompañaban a las familias en cada acontecimiento importante: bodas, nacimientos, bautismos, cumpleaños y aniversarios.
Los relojes de bolsillo, despertadores, de pie o de pared de la firma Escasany marcaron las horas en centenares de hogares y edificios emblemáticos. En ese entonces surgió la frase: “Toda una organización para el mejor cuidado del reloj”. “Hoy los sigo viendo en muchos sitios. Tenían millones de modelos”, afirma el artesano y relata que la empresa en aquella época continuó expandiéndose hasta convertirse en una de las más importantes del rubro. “Las importaciones de productos que hacían eran majestuosas y a nivel mundial”, dice. Luego, se mudaron a la emblemática esquina de Rivadavia y Perú. Allí instalaron la casa central. Al día de hoy, el edificio de estilo neogótico con un elevado reloj conserva una inscripción en la ochava que recuerda la fecha de apertura del negocio. “Todo el edificio era de la joyería. Allí se vendían y reparaban piezas de colección y relojes. Desde la rotura de las cuerdas, criquet, tije y vidrio.”, dice.
Asimismo tenían desarrollada la entrega a domicilio. ”En ese entonces, los clientes se acercaban a las estafetas, solicitaban el catálogo de productos, hacían su pedido y a los días les llegaba a su hogar. Otro clásico era que anualmente la empresa les regalaba a sus clientes algún obsequio para fin de año. Desde una virgencita, la cara de cristo hecha en peltre, entre otros. Me contaron que un año fue una alcancía con forma de chancho y 20 centavos para incentivar el ahorro”, rememora, el bisnieto de Ramón. Entre 1916 y 1917, a la firma le solicitaron un importante pedido: confeccionar el trofeo de la Copa América con oro, plata, cobre y madera. Fue encargado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina y donado a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol). “Había muy buena mano de obra argentina, lo más probable es que la haya confeccionado un artesano orfebre local”, relata.
La historia de su apellido
Daniel nació en 1961. Desde pequeño fue un niño curioso y se interesó por la historia de su apellido. “Investigué muchísimo sobre la familia, conozco a los Escasany de distintas partes del mundo”, cuenta. Con tan solo 17 años sintió vocación por la artesanía criolla y arrancó a trabajar el cuero crudo. “Mi gran maestro fue el soguero Luis Alberto Flores”, admite sobre quien le brindó las técnicas esenciales. “Luego aprendí a soldar argollas de plata. En esa época me compré unas chapitas e hice unas hebillas. Hasta que me di cuenta que me gustaba más la plata que el cuero crudo”, reconoce. También tomó clases con el maestro platero Juan José Draghi. Y al tiempo, vendió su primer cuchillo de cabo de madera con unas terminales de plata. “Daría cualquier cosa por tener la primera hebilla que confeccioné”, admite y cuenta que una de las piezas más grandes que diseñó, hasta el momento, fue un juego de cubiertos con 180 unidades (incluía cuchillos, tenedores, cucharas, etc). En esa época se abrió su primer local ubicado en la galería Bond Street, de avenida Santa Fe. Luego, se mudó a su actual ubicación sobre la calle Juncal al 1500.
En una de sus mesas de trabajo hay martillos de distintos modelos. “Es una herramienta fundamental para realizar cualquier pieza de platería”, aclara. A su lado, hay dos cuchillos artesanales que le encargó un cliente de Olavarría. ¿Qué es lo que más te apasiona de este oficio”, se le consulta. “Que se aprende mucho de otras ramas: carpintería, diseño, dibujo, escultura, herrería, ebanistería, entre muchas más. Me fascina crear”, confiesa.
Desde Barack Obama a el Papa Francisco
Para el orfebre cada pieza es única. “Le pongo mucho esmero. Cuando entrego la obra terminada me gusta verle la cara al cliente para comprobar si logré lo que él buscaba. Quiero que esté contento”, cuenta. Tiene habitués hace más de 40 años que le encargan mates, bombillas, hebillas, rastras, cuchillos, jarrones, cubiertos, llaveros, entre otros accesorios como los gemelos, los traba corbata, sujeta pañuelos o pulseras. “Todo se arma a medida según los gustos de cada uno. Por eso, siempre digo que mi trabajo es personalizado. Al cliente le dedico el tiempo que necesita”, cuenta. Las hebillas de plata con las iniciales tienen gran demanda, pero la delantera la llevan los cuchillos clásicos y con diseño modernos. “A muchos les gusta coleccionarlos”, reconoce. Desde George W. Bush, Barack Obama, Carlos Menem, Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa hasta el Papa Francisco han recibido algunos de sus diseños de cuchillos, hebillas, mates y jarros.
En el taller también restaura piezas de colección o de gran valor afectivo. “Arreglo cualquier cosa de plata. Para mí es algo muy lindo y hay que dejarla bien y lo más parecido a una nueva que sea posible”, detalla mientras cincela. En varias oportunidades llegaron clientes con objetos que heredaron de sus padres o abuelos.
“Cuando me encargan algo que nunca hice, es un desafío y eso me apasiona. Meterme en la pieza y arrancar de cero es lo más divertido que hay”, confiesa. Sus manos son un fiel reflejo de la pasión por este oficio milenario. Al lado, tiene la pila de catálogos de colección de Casa Escasany, que fundó su bisabuelo.
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