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Luly vivía sola en un departamento en Recoleta hace más de 40 años. En 2020, con el comienzo de la pandemia en nuestro país no imaginó que aquel balcón que la acompañaba hace tanto tiempo sería el puente para una nueva historia de amor.
Luly está cerca de cumplir 70 años, tiene dos hijos y tres nietos. Cuando en marzo se declaró la cuarentena obligatoria y ella estaba dentro de la edad considerada de riesgo, se encerró en su casa y no salió durante 120 días. Ni siquiera al hall del edificio. Las compras las hacía online, se organizaba con el delivery y contaba con la ayuda del encargado para que todo llegara de la calle a su puerta.
“Trabajo desde mi casa en comercio online hace muchos años y por ese entonces estaba pendiente de las noticias todo el día. Escuché que era muy importante tomar sol aunque fuera diez minutos por día para obtener vitamina D y fortalecer el sistema inmunitario. Así que empecé a salir al balcón y de paso tomaba un poco de aire”, explica Luly.
El vecino desconocido
Un día, al salir al balcón, Luly vio en el balcón del edificio contiguo a un vecino que jamás había visto: Max, 87 años, tres hijos y siete nietos. Vivía solo y se había mudado a ese departamento hacía siete años. Sin embargo, no se conocían. Tal vez nunca coincidieron los dos en sus balcones o, lo que es más probable, nunca se prestaron atención hasta no tener que pausar sus vidas de manera obligatoria.
“Lo saludé y le pregunté cómo estaba. Aburrido, encerrado y muy desganado, me dijo. Lo vi bastante mayor que yo y me surgió la veta solidaria. Le dije que si quería yo le podía levantar el ánimo ya que soy una mujer muy optimista y de muy buen humor. El señor reticente, algo tímido, me dio las gracias y nos volvimos a ver unos días más tarde en el mismo sitio. Él en su balcón y yo en el mío”, cuenta Luly que no buscaba ni quería ninguna relación y menos que menos con un hombre mayor. De hecho hacía varios años que ya había tomado la decisión de no tener pareja. Además era la primera vez que vivía sola y estaba disfrutando mucho de la experiencia, se sentía cómoda y plena.
En una de aquellas pequeñas charlas Luly le pidió su nombre y teléfono, intercambiaron números y cada tanto hacían una cita programada en el balcón para conversar.
Trascender al balcón
Una vez Max comentó que su cumpleaños era el 17 de septiembre, Luly recordó aquella fecha y decidió sorprenderlo: le llenó el balcón de chocolates mientras él había salido. “Le pasé los chocolates con un palo a través de la red que hay en mi balcón. Até uno por uno con una banda elástica al palo y lo pasé al balcón de al lado dejándolos caer en el piso”, cuenta Luly.
Pero cuando Max llegó a su casa ni siquiera la llamó para agradecerle. “Que se joda el viejo este, yo no le doy más bolilla, es un amargado”, pensó Luly indignada. A partir de ese momento para salir al balcón se fijaba que él no estuviera para no tener que encontrárselo. Después supo que lo que había pasado era que Max no sabía usar bien el celular y no pudo lograr la comunicación con ella. Pero Luly ignoraba esto, para ella lo que había sido un gesto amoroso no tuvo la recepción que ella esperaba.
Pasaron dos meses hasta que Max la llamó por teléfono, estaba sorprendido porque hacía tiempo que no la veía en el balcón. Estaba preocupado por ella y quería saber si se encontraba bien. Ella le respondió que estaba perfectamente y él la sorprendió con una invitación a cenar.
Nació el amor... inesperado
Al domingo siguiente salieron a cenar a una cuadra de sus casas. “La cena fue muy agradable. Yo lo veía como un vecino viejito al que podía ayudar a mitigar la soledad”, se sincera Luly.
A la semana siguiente fueron a almorzar y al salir del restaurante él la tomó de la mano. “Juro que pensé que era una broma del destino. Yo no buscaba nada y apareció Max en mi vida. Retraído, educado, delicado y cariñoso. Nos amamos de una manera que jamás hubiera imaginado”, cuenta emocionada Luly de un amor inesperado que llegó a su vida para quedarse.
Tres meses después Max la sorprendió en el living de su casa con los anillos y la pregunta: “¿Te querés casar conmigo para toda la vida?”. “No sabés cómo lloró cuando le dije que sí” cuenta Luly.
Con anillos provisorios en sus dedos planificaron la boda. Se dieron cuenta de que sus edades son números invertidos al igual que las fechas de sus nacimientos: 1953 y 1935. Por eso pensaron que una linda idea era casarse luego de cumplir años para que sea con las edades invertidas. En septiembre de 2021 concretaron ese deseo y contrajeron matrimonio.
En esos meses Luly superó el Covid-19, Max no tuvo síntomas, ¡otro motivo para celebrar la vida y el amor! Fueron a pasar el fin de semana de carnaval al Hotel Hilton de Puerto Madero para festejar el día de los enamorados. Como dos adolescentes que pasaban un fin de semana juntos por primera vez y preparan sus valijas y se consultan todos los detalles.
“Mi historia es auténtica y llena de magia. Esto es algo para celebrar la vida, apostar a un amor a esta altura del partido es algo que nos trasciende. Nos emocionamos mucho porque nos amamos con locura. Jamás imaginé enamorarme de esta forma a esta altura. Y él estuvo diez años solo sin salir con nadie. ¡El amor es lo más lindo que hay en la vida! El amor siempre te da la oportunidad de sentir mariposas en la panza. Es algo maravilloso”, concluye una Luly emocionada y enamorada.
Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar con todos los datos que te pedimos aquí.
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