Entre 1988 y 2014, animó los veranos en Uruguay. Sus modelos, fiestas y desfiles marcaron época. Cada año, impuso una diosa y, con pasión, generó una movida que nadie pudo repetir
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A hora estoy pagando el precio de la pasión. Alcancé el éxito, más del que hubiese imaginado, pero me quedé solo porque me enajené y viví para mucha gente. Yo no tuve a Diego Maradona ni a Susana Giménez. Tuve a muchas personas, a las que hice muy famosas, y eso me llevó la vida…”. Antes de Dotto, las agencias de modelos argentinas cerraban en verano. En 1984, luego de mediar en una discusión salarial entre modelos y una productora, Luis Francisco Dotto (65) fundó su propia agencia. La bautizóPancho Dotto Models Agency. Una de sus primeras medidas fue mantenerla funcionando entre diciembre y marzo para aprovechar el vacío que dejaban sus competidores. “Nunca más paré de trabajar”, insiste hoy.
En 1988, reconocido por productoras y publicistas porteños, hizo su apuesta más audaz: viajó a Punta del Este con una selección de modelos para captar clientes y hacer acciones de marketing. Para aquella aventura inicial, convocó a Julieta Kemble, Andrea Bursten, Karina López y una rubia desconocida en la que él creía fervientemente: Valeria Mazza. Describe Dotto: “Alquilé un departamento en la parada 14 y media de la Roosevelt, en el Edificio Toliman, que todavía existe. Cuarto piso, por escalera, sin teléfono. Era un ambiente y medio: tenía una habitación y una cocina comedor. Como mi novia, Elizabeth Márquez, estaba trabajando en España, le dejé la habitación a Julieta Kemble, que había viajado con su novio. Yo dormía en el piso, sobre un colchón, junto a la heladera. Al lado, en otro colchón, dormía Valeria Mazza y más allá, Andrea Bursten. La única camita que había en el comedor se la dimos a Karina López. Yo tenía un Peugeot 505 con el que nos movíamos de un lado para el otro, un poco apretados. Las estrellas del verano, las únicas conocidas, eran Bárbara Durand y Carolina Peleritti. Ellas trabajaban conmigo, pero como ya ganaban buen dinero se habían alquilado otro departamento”.
–¿Cuál era el propósito de aquel viaje?
–Fuimos a mostrarnos, a que conocieran a las modelos y que nos descubrieran como agencia. Todo a pulmón. Llevé remeras con el logo de la agencia y diez afiches, puestos en bastidor, con las caras de mis modelos. Coloqué los afiches en puntos estratégicos de la ciudad: uno en el parador de Solanas, otro en el café La Fragata, sobre Gorlero… Nosotros estábamos todo el día en Solanas, la playa de moda, por donde pasaban los fotógrafos de todas las revistas, con las remeras puestas. Así, la gente empezó a ver a las chicas y asociarlas con el nombre Pancho Dotto. Fue un verano fantástico. Volví a Buenos Aires con mil proyectos y la certeza de que mi relación con Punta del Este recién estaba comenzando.
–¿Por qué elegiste Punta del Este?
–Yo buscaba proyección internacional para mi agencia: quería generar clientes directos en los países limítrofes, como Chile, que siempre fue tan importante para mí, además de Uruguay, Perú, México… En Punta del Este estaban esos potenciales clientes, pero venían también agencias de todo el mundo a elegir modelos para llevarse a trabajar por dos o tres meses afuera. Fui el primero en exportar modelos a Japón, España e Italia. Viajaron Araceli González, Elizabeth Márquez, Raquel Gorospe…
EL INQUIETANTE VERANO DEL 91
“Llegué a Punta del Este pasado de revoluciones. Había cumplido nueve años con la agencia sin parar ni siquiera un fin de semana. En el des - file de Giordano me dio un estresazo: se me durmió la cara, me tuvieron que ayudar a salir, pasándome de silla en silla. De terror. Me recetaron 25 miligramos de valium cada día ‘para mantenerme estable y poder completar la temporada’, dijeron. Le prometí a mi novia, Elizabeth Márquez, que iba a parar un poco. Pero no pude. Tres días después de aquel episodio, Elizabeth armó la valija y se fue. Me dejó. La movida que habíamos armado en los años anteriores empezaba a dar sus frutos. A partir de las remeras, los afiches y las notas en la prensa, se me empezaron a acercar chicas que querían estar en mi staff. De pronto, ser modelo de Dotto se volvió aspiracional. Un día llegué a la agencia (una casita que había montado junto al puente de La Barra) y me encontré con una modelo mía, Sofía Pereyra, que me estaba esperando junto a una pareja. Me dijo que la chica había viajado a Uruguay sólo para conocerme y me la presentó por su nombre: Deborah del Corral. Tenía 16 años y parecía vergonzosa. Charlamos a solas por un largo rato. Me dijo, no me olvido más, que quería operarse la nariz. ‘Yo tengo un cirujano para recomendarte’, le dije, siguiéndole la corriente. Recién al final, me puse serio y le expliqué que su cara era fascinante, que lo último que tenía que hacer era tocarse la nariz. Se mató de risa y me contó que se iba al día siguiente. Antes de despedirla, le regalé una remera de la agencia, la invité a la fiesta que hacía esa misma noche en mi casa y le anticipé lo que iba a pasar: ‘Esta noche van a venir dos personas importantes. Uno se llama Guido Lima, que busca una chica para NewMan. Es linda marca, tiene cien años, le podemos cobrar caro, pero no va a pasar nada con la gráfica. También va a venir un pibe que está trabajando muy bien que se llama Federico Álvarez (aún no usaba el apellido de su madre, Castillo).
Él está buscando una chica nueva para una marca que se llama Soviet. Si todo sale como imagino, a eso de las seis de la mañana voy a estar cerrando con Federico Álvarez tu primer contrato’. Esa noche, Deborah llegó a la fiesta con la remera de Dotto que le regalé. Le mostré la casa y le recomendé que se quedara a hacer la temporada con el resto de las modelos. Yo ya tenía todo en la cabeza. Le expliqué: “Mirá, en Punta del Este hay dos concursos importantes. Uno es Miss Punta del Este, donde voy a presentar a Paula Médici, que tiene el estilo que buscan: ojos claros, castaña clara, finísima… Pero hay otro concurso que se llama Miss La Plage y ahí quieren una chica distinguida con personalidad fuerte. No tengo dudas, vos va a ganar Miss La Plage”. ¡No podía creer lo que escuchaba! Esa noche cerré el contrato de Soviet y unos días más tarde, Deborah –que se quedó a hacer la temporada– ganó Miss La Plage. Ah, Paula Médici también ganó Miss Punta del Este… ¡Metí dos bombazos!”
DE REINAS Y PRINCESAS
En 1997, Dotto volvió a Miss La Page con nueva candidata: Guillermina Valdes, oriunda de Necochea, que se había destacado en el scouting de Villa Gesell. Recuerda Pancho: “Yo nunca acompañaba a las chicas a los concursos. Iba, sacaba una mesa, y recién cuando coronaban a mi modelo subía a la pasarela para felicitarla. La ganadora se llevaba muchos dólares, un pasaje a Francia, un anillo de no sé qué… Yo nunca ganaba nada. Justo esa noche, entre el público, había un argentino que debutaba como mánager de modelos y había presentado dos o tres chicas. Estaba pesadísimo, me gritaba dese su mesa quién iba a ganar. Decía muchos números diferentes, siempre los de sus chicas. En la tercera pasada, le pedí que se definiera por una y lo desafié a que, si estaba tan seguro, apostara mil dólares. Yo le expliqué que, para mí, ganaba la rubiecita, la número 4. Por supuesto, Guillermina se consagró Miss La Page y yo, por primera vez, me fui de un concurso de belleza con un premio: los mil dólares de la apuesta”. Algunos años antes, en 1990, Pancho había presentado a uno de sus jóvenes talentos, Valeria Mazza, en Miss Le Club (el concurso que precedió a Miss La Plage). Contra todos los pronósticos, mánager y modelo tuvieron que conformarse con una cinta de “segunda princesa”.
LA DOTTO BEACH
“En 1995 batí récord de sponsors: facturé como nunca, pero gasté la plata que me dieron y toda la mía. Me quedé con la cuenta en cero, sin nada. Estaba totalmente pasado de rosca. Tenía noventa y cinco personas a cargo y una flota de veinte autos. Gastaba fortunas, diez o veinte mil dólares, en asados. Cuando empecé con esos asados monumentales, donde agasajaba a clientes y amigos, los terrenos en José Ignacio costaban diez mil dólares. Si hubiese hecho algún asado menos y con ese dinero hubiese comprado lotes, hoy tendría una fortuna en tierra…”, arriesga Dotto.
Pancho jura que absolutamente todos los veranos en Punta del Este fueron deficitarios, que siempre puso más dinero del que facturó. Pero 1995 quedó en su memoria porque incluyó, además, uno de sus proyectos más ambiciosos: la Dotto Beach. “Siempre quise poner una playa. Veía que donde iba se llenaba de gente. Estuve un año trabajando para armar la Dotto Beach en lo que hoy es La Juanita, pero a fines de noviembre de 1994 la municipalidad de Maldonado me rebotó los planos. Entonces un amigo de José Ignacio me contactó con el intendente de Rocha y ahí empezó una tremenda locura: instalar la Dotto Beach, en dos meses, en Laguna Garzón. Era lejísimos y no había infraestructura, apenas un quincho. En tiempo récord, construí cuatro casas. Mis amigos me decían que estaba loco y mis sponsors me decían que no iba a ir nadie, pero igual ponían plata en el proyecto. Yo sólo les pedía que confiaran en mí”.
Llegar a Dotto Beach era como atravesar una carrera de obstáculos. Primero había que manejar más de una hora desde la Punta; el trayecto incluía ocho kilómetros de ripio. Antes de llegar a destino, había que atravesar el tramo más estrecho de la Laguna Garzón en una balsa precaria que muchas veces dejaba de funcionar. “Los pescadores, lejos de estar enojados conmigo, hacían su negocio cruzando visitantes en sus botes. Y los más ansiosos cruzaban nadando”, recuerda Pancho.
Contra todos los pronósticos, la primera Dotto Beach fue un éxito de concurrencia. Aquella singular apuesta instaló a Dotto como un visionario del real estate: sobre el mismo pedazo de tierra remota donde fundó su primera playa hoy se desarrollan los proyectos inmobiliarios más caros de Uruguay. La balsa no existe más, fue reemplazada por el puente circular que construyó Eduardo Costantini.
LA FONTANA, TIERRA PROMETIDA
Es imposible hablar del paso de Dotto por Punta del Este sin hacer mención especial a La Fontana. Sigue Pancho: “Necesitaba espacio y más seguridad. Ya éramos muy conocidos. Mucha gente venía a merodear, a mirar las chicas. Estábamos muy expuestos. Un amigo, en invierno, me presentó La Fontana, un casco de estancia rodeado por ocho hectáreas sobre la Ruta 10, kilómetro 174 y medio. Inauguré la casa el 26 de septiembre de 1993, día de mi cumpleaños, con amigos. Dolores Barreiro, que acababa de ganar el scouting nacional, viajó con los padres (tiempo después sería su novia). Para muchos, era el fin del mundo… ¡Todavía había mucha tierra sin dueño en José Ignacio!”.
Cada año, convivían en La Fontana quince ganadoras del scouting, más otras quince “históricas”, además de bookers y personal de servicio. También estaba Teresita, la madre de Pancho, que le imprimía calor de hogar. Antes de viajar, las modelos debían firmar un contrato en el que aceptaban las reglas que Dotto imponía: que no podían salir de noche; que si salían de noche tenían que estar acompañadas por gente de la agencia; no podían tomar alcohol; no podían fumar; se comprometían con un programa de actividad física… Si eran menores de edad, el contrato lo debían firmar sus padres.
Las cuatro tapas de Para Ti del mes de enero se hacían en La Fontana. Y la “chica del verano”, título que definía la carrera y el futuro de una modelo, surgía indefectiblemente de la escuelita que Dotto había montado ahí. Pampita, por ejemplo, fue la sensación de 2001 (un detalle de color: en su presentación dijo que tenía 19 años, cuando en realidad estaba por cumplir 23). Permanentemente había un camión de exteriores estacionado frente a la tranquera. De alguna manera, más honesta y sin buscar el golpe bajo, la convivencia en La Fontana anticipó un formato que algunos años más tarde revolucionaría la televisión: el reality show.
Todos querían visitar La Fontana. Dotto repasaba al detalle la lista de invitados a la única fiesta que hacía cada verano o a los asados. Muy a su pesar, en esos pocos encuentros “a tranqueras abiertas” se forjaron algunos romances. “Paquito Mayorga conoció a Carola en La Fontana, sin mi consentimiento. Hasta el día de hoy se lo reprocho. Ella estaba a mi cargo, me quería matar. Ahora tenemos una gran relación, pero cuando empezaron fue bravo”, asegura. Después de grandes decepciones, Pancho hizo una lista de chicos que no podían acercarse a La Fontana. “Son chicos que en su momento estaban de moda, con apellidos más o menos conocidos, que tenían plata, pero jamás habían trabajado… Recuerdo uno en particular que les hizo daño a varias chicas. Yo le hice saber, a través de Javier Lúquez, que si volvía a aparecer en mi casa lo iba a sacar a patadas. Y nunca más apareció. En Punta es fácil deslumbrarse, hay muchos helicópteros. Pensá que hay modelos que, como yo, conocieron Punta del Este de grande. Y algunas ni siquiera conocían el mar… Yo les decía a las chicas que tuvieran cuidado con el verso, porque había muchos muchachos que tenían el verso estudiado”.
CHICAS QUE MARCARON ÉPOCA
Lo que hizo Dotto en Punta del Este fue único. En enero de 1993 John Casablancas, fundador de la agencia Elite, creador de las “Supermodelos” (Cindy Crawford, Linda Evangelista, Naomi Campbell y Claudia Schiffer, entre otras), viajó desde Nueva York para ver personalmente qué estaba haciendo su socio en Uruguay. Y quedó deslumbrado. Lo explica Pancho: “No existe el modelo de convivencia que armé, la concentración de talento en un solo lugar durante una temporada de tanta exposición. Tampoco existe ‘la escuelita’. Las empresas de modelos se dedican exclusivamente a facturar y no dan nada gratis: las chicas pagan hasta las fotocopias. Mis modelos no pagaban absolutamente nada durante todo el verano. Se las trataba como diosas, las conteníamos. Hay gente que no sabe valorar lo que recibe gratis, que sólo va al gimnasio porque lo paga. Pero las que entendieron, construyeron marcas con sus nombres: Nicole Neumann, Dolores Barreiro, Araceli González, Carola del Bianco… Lo mío fue una gran cuota de visión, pero también de locura desmedida que le puse a cada verano y a cada chica”.
Las chicas de Dotto marcaron época. Fueron mucho más que modelos: algunas se volvieron tan famosas que aún hoy animan la agenda de la prensa rosa. “¿Sabés por qué no existen más chicas así, ni acá ni en ningún lugar del mundo? Porque yo estoy retirado y John Casablancas se murió”, pregunta y se responde Pancho.
A lo largo de los años, el municipio de Maldonado lo reconoció con todos los premios posibles. Aunque Pancho recuerda con especial cariño el respeto con que lo trató siempre Carlos Páez Vilaró, a quien visitaba periódicamente en Casa Pueblo. De alguna manera, el nombre de Pancho Dotto quedó relacionado para siempre con Punta del Este. Hay una historia que él cuenta con mucho orgullo, que resume esta simbiosis: “Hace años, mientras viajaba por Cerdeña con Giuseppe Cipriani, nos invitaron a la inauguración de un barco de Flavio Briatore, un magnate de la Fórmula Uno al que yo sólo conocía por foto. Era todo deslumbrante. Durante el brindis, en cubierta, apareció Briatore y me extendió la mano. Me presenté como ‘Pancho Dotto’ y, apenas escuchó mi nombre, dijo: ‘Ah, Punta del Este, ¡qué belleza!’. Y yo quedé pasmado porque conocía mi nombre, pero mucho más alucinado por la asociación que le disparó”.
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