Con visitas guiadas para todo público, se puede recorrer este edificio emblemático, construido con influencia francesa y exuberancia; 140 ambientes y detalles de confort inusuales a comienzos del siglo XX
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Allí está escondido el gran pórtico de ingreso. Metido para adentro en una veredita que sale del eje de la avenida Santa Fe, como si pidiera permiso para ofrendar su opulencia. El transeúnte ocupado que camina en busca del Bajo o para internarse en la ciudad quizás no preste atención. El más atento mirará sorprendido y elevará la vista para abarcar la fachada infinita de neta influencia francesa que recordará al Palacio de Chantilly y a la cara del Palacio del Louvre que mira al Sena. Algún otro no entenderá muy bien por qué sobre Maipú, tras las rejas, descansan cañones de guerra. El Palacio Paz, de él se trata, es una incógnita para muchos.
“El palacio es mágico”, confiesa Alicia Merlicco Pallarés, quien se recibió de guía de turismo con la convicción de poder enseñarle al mundo las joyas ocultas de la ciudad de Buenos Aires. La mujer fue la ideóloga, hace más de dos décadas, de las visitas guiadas para todo público que se realizan varias veces por semana y fue la anfitriona de descripción exhaustiva que acompañó a LA NACION en la recorrida por este misterioso edificio que, durante el siglo XX, fue uno de los palacios más grandes del mundo y hoy cumple la función de ser la sede del Círculo Militar, un club social y deportivo civil y privado escindido del manejo estatal, a pesar que muchos creen, erróneamente, que es una dependencia dependiente de las Fuerzas Armadas. También allí funciona el Museo de Armas de la Nación y un coqueto restaurante perteneciente a una conocida cadena. En el edificio también se llevan a cabo conciertos líricos, exposiciones y exquisitas degustaciones de vino.
“La mayoría de las personas no saben el valor que tiene este edificio”, afirma Merlicco Pallarés. Y no se equivoca. Si los pórticos de ingreso inhiben, la escalera de mármol que vincula el hall de entrada con el primer salón de recepción es apabullante. Allí, en esa recepción de grandes ventanales y cortinados elegantes se emplaza una réplica de un sable del General José de San Martín y La Vendimia, una imagen esculpida por el artista plástico francés François-Raoul Larche. Preámbulo distinguido de todo aquello que aún está por verse.
Cuando la muerte llega antes
“Se empezó a trabajar con los planos sobre el terreno en 1902, pero recién se inauguró en 1914. La construcción tomó todo ese tiempo porque se trataba de la vivienda privada más grande que tuvo la ciudad de Buenos Aires”. Las palabras de la anfitriona dan en la tecla sobre uno de los puntos más llamativos del edificio. A los ojos del siglo XXI, las dimensiones desmesuradas y su opulencia no se asocian a un uso doméstico. “Fue pensada por el periodista y político José Camilo Paz, fundador del diario La Prensa, como vivienda privada, y ese el mayor encanto que tiene el palacio”, continúa. Con igual magnificencia, la sede de dicho periódico se levantaba sobre la Avenida de Mayo. En aquella celebración arquitectónica a metros del Cabildo de Buenos Aires, ahora funciona la Casa de la Cultura del gobierno porteño.
Como una saña del destino, José C. Paz jamás habitó el palacio, ya que falleció en Montecarlo dos años antes de su inauguración. El arquitecto francés que lo ideó, Louis-Marie Henri Sortais, también murió prematuramente sin poder viajar a la Argentina a conocer su obra de inusitadas proporciones para la geografía porteña. En Buenos Aires, la obra estuvo a cargo del prestigioso ingeniero y arquitecto Carlos Agote.
Además de sus tareas como periodista, José C. Paz fue embajador en Francia, país donde profundizó su vasta cultura y donde encontró la inspiración para el palacio que hubiese querido habitar con los suyos. “El estilo es ecléctico, ya que contiene diversas influencias, pero predomina el academicismo francés en la fachada, que está vinculado a la École des Beaux-Arts”, explica Alicia Merlicco Pallarés.
La influencia francesa predominaba en esa zona, donde las familias aristocráticas de la ciudad decidieron instalarse, corridas por la peste que había azotado décadas atrás a la zona sur. La influencia francesa se continúa hasta la cercana avenida Alvear y aún hoy puede ser percibida. “A principios del siglo XX, existía una gran competencia entre las familias para ver quién construía más grande, más caro y con mejor gusto”, señala.
A José C. Paz no hubo quién pudiera ganarle en esa disputa por los oropeles. El Palacio Paz cuenta con 12.000 metros cuadrados distribuidos en cuatro niveles que albergan los 140 ambientes. Una verdadera desmesura para una casa de familia. Pero lo más sorprendente es que los Paz no eran muchos. Al momento de habitar la propiedad, con José C. Paz ya fallecido, la familia estaba integrada por Celmira Díaz, la viuda del periodista, un hijo con su esposa sin descendencia, y una hija con su marido y cuatro hijos. “Ese pequeño grupo de personas trae para asistirlos a alrededor de 70 sirvientes”, reflexiona la especialista, sorprendida por la desproporción a pesar de repetir la historia reiteradamente.
Era un tiempo donde había que mostrarse y desparramar una idea de país cercana a la idiosincrasia europea. “José C. Paz pertenecía a la generación del ´80, que tenía una intención clara de cambiar la idea que tenían los extranjeros sobre Buenos Aires. Se buscaba romper con lo colonial y que no se vinculara más a la ciudad con una aldea, sino con una ciudad cosmopolita. A los visitantes del exterior se les quería demostrar que Buenos Aires era un desprendimiento de Europa”, retrata. En gran medida lo era, aunque el ADN colonial y rioplatense se respiraba genuino entre los sectores menos acomodados que no conocían la Europa aspiracional y sentían orgullo por la sangre criolla.
Con esa idea de exuberancia para mostrar, el Palacio Paz fue construido bajo la influencia de diferentes estilos, algo no tan habitual en la época. El Palacio Errázuriz Alvear, hoy Museo de Arte Decorativo, es el que más se acerca al estilo de este edificio. “En el interior vamos a encontrar, siempre en neo, barroco, renacimiento, gótico y algo del período napoleónico”, dice la especialista.
Adelantado a su tiempo
La construcción se distribuye en cuatro plantas. El sótano, cuyas ventanas dan a la vereda de la avenida Santa Fe, se utilizaba para depósito. La segunda planta, llamada piano nobile, era destinada a las actividades con visitas y en la tercera se disponían los cuartos y la zona privada de la familia. En la última planta, a la altura de las mansardas y buhardillas, se encontraba la zona de trabajo, lavaderos, cocina y habitaciones de los empleados. “Con una mentalidad muy moderna, la cocina estaba arriba porque los olores y el humo ascienden, entonces eso evitaba una invasión de aromas en la casa. Por otra parte, la servidumbre tenía un mejor trato que en décadas anteriores y gozaba de sus comodidades en el piso superior. Al personal se le daba casa, comida y sueldo”, enumera la guía.
El sistema de calefacción central era muy adelantado para la época. El calor se generaba en calderas que se distribuía por cañerías ubicadas debajo del piso de los ambientes o en las paredes, donde se pueden ver las bocas que irradiaban el calor por arriba de los zócalos. Dada la dimensión de los ambientes, es probable que la temperatura nunca superase los 18 o 19 grados, muy diferente a los parámetros que se manejan en la actualidad para calefaccionar una vivienda en la época invernal.
Sobre la parte posterior del edificio, hoy lindante con la esquina de Maipú y Marcelo T. de Alvear, se encontraban las cocheras para automóviles y carruajes, en un tiempo donde coexistían ambas formas de locomoción. Entre el la mansión y las cocheras, un enorme jardín coronaba la manzana.
A medida que se recorre el palacio, la grandilocuencia de los ambientes apabulla. El ojo moderno no se acostumbra a la exuberancia de los detalles y la imponencia que dan los materiales. Ningún elemento es imitación. Todos los materiales son originales y traídos de Europa, sin excepción. Los mármoles de pisos, escaleras y columnas fueron traídos de Italia y España, los vitrales son franceses y los pisos de parquet de roble de Eslavonia. “En algunos salones, las paredes son recubiertas en su totalidad en madera, incluidas las molduras, por eso es tan valioso. En esa época lo normal era el estuco con detalles pintados en dorado a la hoja, por eso hoy sería incalculable el valor de los materiales y su realización”, reflexiona Merlicco Pallarés.
Los invitados ingresaban por la enorme galería principal acompañados por un mayordomo, cumpliendo con un ceremonial exquisito: “El protocolo era extremo, casi de nobleza”. Si la galería recubierta en tonos púrpuras da un aire monacal al lugar, el gran hall de honor es inabarcable a la vista del visitante: “Este lugar desmesurado era el espacio al que llegaban los invitados, acá sucedía el encuentro con los dueños de casa, quienes descendían por la gran escalinata para encontrarse con las visitas. Está muy ornamentado, por eso siempre digo que está muy vestido en sí mismo y esto se debe a que no llevaba muebles. No podía haber muebles o alfombras tapando un piso de esta envergadura, eso era inconcebible”, dice la guía.
“El gran comedor de honor está revestido en madera de nogal. Para hacerlo, trabajaron 20 ebanistas durante ocho años. Este lugar no era vivido día a día, sino que se habilitaba para los grandes eventos con invitados. Las arañas son originales, realizadas en bronce con cristal de Baccarat. En otras salas, las lámparas fusionan el gótico con el renacimiento”, describe la entusiasta especialista que no se fatiga al describir una y otra vez este lugar al que cuesta identificar como vivienda familiar.
Fuentes en el interior de lo que sería un jardín de invierno, cúpulas con vitrales que no son vistos desde el exterior, cortinados de seda francesa de más de cinco metros enmarcan las ventanas con celosías y 10 ascensores, otra rareza de vanguardia para la época, conectan las diversas plantas. El salón de baile en un blanco que encandila es una reminiscencia clara a la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles. Así como el salón de baile es luminoso, el comedor gótico es oscuro debido a sus paredes de boiserie.
El salón escritorio, con puertas correderas con vitrales que se abrían empotrándose en la pared, fue construido como una suerte de despacho presidencial, ya que el dueño de casa y su hijo habrían tenido aspiraciones gubernamentales. Sin embargo, el presidente Julio A. Roca no apoyó los deseos de la aristocrática familia y no impulsó la carrera presidencial de los Paz. Con todo, la idea de opulencia que había que mostrarle al mundo se sostenía en inspiración foránea y en materiales originales y costosos.
Lo que cuesta entender es que semejante desmesura fue construida para ser utilizada muy poco. No solo por el escaso número de habitantes de la propiedad, sino porque, además, pasaban mucho tiempo en Europa, donde José C. Paz también tenía un palacete, como correspondía a las familias de linaje.
La vivienda formaba parte de un enclave estratégico de la ciudad. Cuando la familia comenzó a habitarla, la vecina calle Florida ya era la más comercial de la ciudad y el tránsito no podía circular entre las 11 y las 21, faltaba un año para la inauguración de la estación Retiro del hoy Ferrocarril Mitre, el Hotel Plaza ya recibía huéspedes, el Palacio Anchorena (hoy sede del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto) ya estaba de pie y la Basílica Santísimo Sacramento era consagrada el mismo año en el que los Paz habitaron su palacio y aún faltaba un tiempo para que el edificio Kavanagh ocultase las cúpulas del templo. En esa época, desde la lindante plaza San Martín se podía observar el Río de la Plata. Décadas después, a pocos metros del Palacio Paz, sobre la calle Maipú, vivió Jorge Luis Borges.
Espíritus
“En tantos años de estar acá, no he visto nada, pero sí he escuchado historias. Por eso cuando llego saludo y cuando me voy digo ´hasta mañana´. A mí me enseñaron que había que ser educado”, dice con simpatía la anfitriona, refiriéndose a las historias sobre espectros que habitan el lugar. “Lo que hay acá es una energía muy fuerte y muy buena, yo creo que los Paz están por acá. Me ha pasado escuchar conversaciones, pero al ingresar a la sala, que estaba cerrada con llave, no veo a nadie”.
Sin embargo, alguna vez, una empleada del Palacio Paz dio un testimonio más preciso: “Una joven que trabajaba acá se topó con un señor mayor. Según ella, vestía muy raro. Dijo la joven que, cuando le fue a preguntar qué hacía allí, ya que estaban cerrando el palacio, el hombre se levantó y le dijo: ´Querida soy el general Levalle, estoy recordando otros tiempos´. Lo curioso es que la chica no tenía conocimiento sobre la familia y la historia del lugar”. El general Levalle fue el fundador del Círculo Militar, que hoy funciona en el Palacio Paz.
El imponente edificio cumplió con el objetivo de vivienda familiar durante muy poco tiempo, siendo el dato otra de las curiosidades que lo envuelven. “En el ´30 hubo una gran crisis y, aunque la familia Paz no había padecido una debacle tan grande, como sí les sucedió a otras familias, lo cierto es que una mansión tan grande con una cantidad desproporcionada de empleados, no se podía sostener. En 1938 se puso en venta y fue adquirida por el Círculo Militar, así que tuvo una vida útil como residencia familiar de tan solo 24 años, y sin ser disfrutada por José C. Paz”, finaliza Alicia Merlico Pallarés, quien despide a LA NACION antes de iniciar una nueva visita y volver a contar las historias de un lugar que reflejan radiográficamente un tiempo del país que hoy se percibe como muy lejano.
Data.
Palacio Paz. Avenida Santa Fe 750, CABA.
Visitas guiadas con reservas previas a través del mail: reservaspalaciopaz@gmail.com
Las visitas se realizan los martes, jueves y sábados.
En fechas especiales se acompañan las visitas con conciertos líricos o degustación de vinos.
Debido a la situación pandémica el cupo es limitado y se mantienen protocolos sanitarios.
Instagram: @palacio.paz
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