Fue el hogar de los Bengolea, Ayerza y Demaría; la mansión icónica de Buenos Aires que habitó Lady Di durante su paso por la Argentina
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“Esta es mi sorpresa, en este lugar viviremos todos juntos cuando nuestras hijas crezcan y se casen”, con estas palabras y con un magnífico palacio como regalo, Carlos María Madero Ramos Mejía sorprendía su esposa Sara Unzué Baudrix.
Era 1912 y Madero llevaba años dándole forma a su sueño: vivir en una mansión estilo “hotel particulier”, como se acostumbraba por entonces. “Cuando decidió construir su vivienda, mi padre la edificó con miras de futuro, previendo y reservando espacio para cuando se agrandara la familia”, explicó una de sus hijas, Mercedes Madero de Ayerza, en el libro “Residencia británica, 1917-2017″, editado por la Embajada Británica.
Cuentan que Carlos Madero compró los lotes 1, 2, 3, 4 y 7 de la urbanización que se estaba haciendo en los terrenos de la exQuinta Hale y que inmediatamente convocó a los arquitectos londinenses Walter Basset Smith y Bertie Hawkins Collcutt, reconocidos por sus trabajos en Chapadmalal, Hurlingham, Buenos Aires y Uruguay.
Madero les pidió una casa enorme, cómoda y funcional. Planeó un palacete con planta rectangular, con fachada sobre la calle Gelly y Obes, rodeada por la calle Newton y la barranca que llevaba hacia la Avenida Alvear, actual Avenida del Libertador.
La residencia fue inaugurada en 1917. Los Madero Unzué dejaron su casa en la calle Arenales y se mudaron a su nuevo hogar, una edificación que algún día se convertiría en la Embajada Británica.
“La residencia fue inaugurada sin festejos especiales, pues aún se estaba viviendo la guerra del año 1914. Posteriormente, fue el punto de reunión de las personalidades más importantes y destacadas que pasaron por el país”, relató otra de las hijas de su propietario, Sara Madero de Demaría. Figuras como el presidente Marcelo T. de Alvear, amigo personal de Carlos Madero, solían visitar la mansión.
Una casa para ser vivida
“Nuestro padre vivió personalmente la decoración de su casa y la fue amueblando con piezas y objetos que trajo especialmente de cada uno de sus viajes”, contó Mercedes Madero. Tal como lo dijo, la construcción del Palacio Madero Unzué se llevó a cabo mientras transcurría la Gran Guerra y los materiales importados escaseaban.
Fue por eso que, para Madero, “su orgullo fue demostrar la calidad de los artesanos argentinos. La guerra limitó la importación de materiales y mano de obra extranjera. Entonces se decidió trabajar la boiserie y el hierro con elementos nacionales. El éxito fue absoluto. Todo lo que ustedes han visto en madera y hierro fue ejecutado en nuestro país”, señaló Mercedes en una entrevista que dio en los años 70.
Los planos de Carlos Madero tuvieron todo en consideración. Desde el vestíbulo, con un damero blanco y negro de mármol, a las figuras escultóricas a sus lados que representaban a las cuatro estaciones.
Los invitados debían a atravesar una reja de hierro para llegar al gran hall, allí distinguían la chimenea y un altorrelieve con la escena de San Jorge matando al dragón, pieza que el Madero, admirador de la cultura inglesa, mandó a colocar especialmente.
Desde el damero del gran hall nacía la escalera de honor que llegaba hasta el primer piso o “piano nobile”. El gran salón fue protagonista de su agitada vida social, testigo de bailes y noches de fiesta. En su pared colgaba un preciado retrato familiar, pintado por Jacques E. Blanche en 1910, donde se ve a la dueña de casa, Sara Unzué de Madero, junto a sus hijas Marta, Mercedes y Sara.
De acuerdo al plan original, a medida que las hijas del matrimonio Madero-Unzué se fueron casando, se instalaron con sus maridos en los distintos niveles de la mansión. Eso sí, el “piano nobile” se mantuvo como el espacio de uso en común. A un lado del gran salón se encontraba un amplio comedor, decorado con estilo barroco inglés, donde la familia se reunía. Muchas de las decisiones y las charlas se llevaban a cabo alrededor de su mesa central, extensible y de caoba, que hoy se mantiene intacta.
Las damas recibían a sus visitas en la sala de estar, o Salón Azul (tonalidad que hoy se mantiene en sus paredes). El acogedor espacio con vitrinas de exhibición y una araña estilo Jorge II de veinticuatro luces de cristal tallado fabricada por F&C Osler.
A su lado estaba la biblioteca, con orientación a la Avenida Alvear (hoy Avenida del Libertador). En aquel entonces, sus paredes estaban pobladas de columnas llenas de libros que, con el tiempo, fueron transformadas en ventanales y balcones semicirculares que permitieran la entrada de luz y una amplia vista a los jardines.
Según los planos de la época, el segundo piso estaba reservado para las áreas privadas. Allí se encontraban los dormitorios familiares, el tocador, salas multiuso y distintos guardarropas. También se encontraban la habitación del mayordomo, había un office y circulaciones secundarias.
La mansión contaba con un tercer piso, era el nivel de las mansardas y las tan necesarias buhardillas. Como marcaban las tradiciones, además de otros tres dormitorios, el piso superior incluía las habitaciones del personal de servicio, sala de lavado, de planchado y un espacio donde los Madero Unzué guardaban los baúles que utilizaban en los frecuentes viajes familiares. Madero “viajaba muchísimo, solo y con la familia. A Europa iba casi todos los años”, aseguran. Dicen que, tanto él como su esposa, “tenían muy buen gusto para las compras. Compraban muebles, cuadros y tantas cosas más”.
Demaría, Ayerza y Bengolea
El sueño de Carlos Madero de tener a su familia habitando bajo el mismo techo se mantuvo por treinta años. “Allí nos casamos las tres”, describió Sara Madero de Demaría. Tanto ella como sus hermanas Marta y Mercedes vivieron en “la gran mansión” con sus respectivas familias. El Palacio Madero Unzué se transformó en el hogar de los Demaría, de los Ayerza y de los Bengolea.
“Haber crecido allí me marcó de por vida. Esa casa era un lugar mágico, donde se formó nuestra familia”, expresó Julián Bengolea Madero, hijo de María Marta Madero Unzué y exesposo de Inés Lafuente, hija de Amalia Lacroze de Fortabat. Bengolea Madero llegó a vivir en el Palacio los primeros diez años de su infancia.
“Al pensar en la grandiosidad de la Mansión Madero, cualquiera podría creer que no era el hogar propio para un niño pequeño. Sin embargo, tanto yo como mi familia nos sentíamos muy a gusto en semejante caserón”, relató en el libro de la Residencia Británica de la Embajada Británica Buenos Aires.
“El secreto de ese bienestar lo supe muchos años después. Resulta que la mansión fue mandada a hacer por mi abuelo con un diseño que se conoce como ‘estilo Adam’, totalmente ajeno a la decoración sobrecargada de las mansiones francesas. Una arquitectura clásica pero con espíritu inglés, es decir, intimista, cálida y apacible”, destacó el nieto del creador de magnífico lugar.
“Vivimos allí hasta el año 1945, aproximadamente, en que la vendimos a la Embajada”, detalló Sara Madero de Demaría. El fallecimiento de Carlos Madero y, años más tarde, de su esposa Sara Unzué desencadenaron la decisión familiar de vender el inmueble al gobierno británico.
La Residencia británica
Desde la elección de los arquitectos londinenses Walter Basset Smith y Bertie Hawkins Collcutt a su decoración, todo indicaba que el Palacio Madero Unzué tenía su destino marcado. Según cuenta la historia, en 1945, a tres décadas de su inauguración, la mansión fue adquirida por el gobierno británico y convertida en la residencia oficial del embajador británico en la Argentina por 125.000 libras (aproximadamente 2.400.000 pesos de la época).
“Recuerdo que el embajador británico, sir Henderson le dijo a mi madre que, si algún día la pensaba vender hiciera la primera oferta a la Embajada de Gran Bretaña”, indicó Sara Madero de Demaría.
Un año después de la venta, en 1946, se realizaron adaptaciones a la residencia. Adentro, la biblioteca sumó ventanales y balcones semicirculares. Afuera, se anexó el terreno posterior -también parte de la ex Quinta de Hale y propiedad de la embajada desde 1938- lo que sumó extensos jardines. Un muro del sitio donde funcionó la residencia del embajador británico se mantuvo en pie.
Para disfrutar mejor de esos terrenos, a la nueva residencia oficial del embajador de Gran Bretaña se le construyó una gran terraza, con una escalera imperial desde el primer piso, además de un solárium, cancha de tenis y pileta. El primer embajador en habitarla fue David Kelley.
Los jardines y la foto de Lady Di
Fue justamente en sus jardines, cerca de la pileta, que Lady Di fue fotografiada por la revista Gente. Era un noviembre caluroso en 1995 y la princesa de Gales acababa de darse un chapuzón y estaba en traje de baño y envuelta en una toalla. Aquella foto, a días de haber admitido públicamente que “eran tres” en su matrimonio, recorrió el mundo.
El mayordomo de la residencia británica, Samuel Victoria, recuerda aquellos días: “Diana nos impactó a todos, era muy simpática. Estuvo varios días en la Residencia y le gustaba mucho disfrutar del jardín y la pileta de natación. Recuerdo que un día en el solario me comentó que nunca había visto un cielo celeste como el de aquí”.
Las fotos se hicieron desde un edificio cercano. A pesar de la intimidad de los jardines de la residencia británica, no hubo árbol –entre la gran variedad de ejemplares centenarios y arbustos nativos- que pudiera ocultarla.
Fue en el mismo jardín que elogió el entonces príncipe Carlos de Inglaterra cuando visitó la mansión, en 1999. “Le gustó mucho la arquitectura de la casa y también los espacios verdes, donde plantó un ceibo e inauguró un jardín orgánico, cuyas especies seguimos utilizando en nuestra cocina”, recuerda Samuel Victoria.
En aquella ocasión, el Príncipe de Gales mantuvo distintos encuentros. En uno de ellos conoció y pudo charlar con descendientes de la familia Madero Unzué, entre ellos Julián Bengolea Madero, quienes le compartieron detalles de su vida en el lugar.
La mansión no solo se transformó en la residencia oficial del embajador de Gran Bretaña sino que también un lugar donde se llevan a cabo oficiales y se hospedan visitas importantes. “Es nuestra carta de presentación, es la herramienta para agasajar a nuestros invitados, el lugar donde alojamos a los altos funcionarios y miembros de la Familia Real cuando llegan en visita oficial”.
En 1994 el príncipe Andrés, duque de York, visitó el lugar. Diez años después, en 2004, la Residencia también albergó al príncipe Harry, nieto de la reina Isabel II, en una visita no oficial. En 2018 la princesa Ana recorrió las instalaciones.
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