Pajaritos en la cabeza
"El Congreso ofrecía un espectáculo impresionante. La plaza estaba llena. Cada diputado pasaba y decía cuánta plata se había llevado por error..."
Al salir me encontré con una vecina que se ataba la cartera al cuerpo con una gruesa correa.
-¡Ya me robaron tres! -gritó-. ¿Así, qué van a hacer? ¿Van a arrastrar a una vieja por el empedrado?
Con tan buenos auspicios gané la calle. Tenía que ir al banco. De pronto, al entrar, vi un remolino de gente. ¡Banco tomado por el personal!, exclamé. ¿O era una banda que hacía mover a las personas mientras llenaban las bolsas de dinero?
-Ni una cosa ni la otra -me dijo una hermosa muchacha poniéndome una flor en el ojal-. El banco nos subió el sueldo y nos bajó las horas de trabajo. Decidimos devolver estas atenciones atendiendo mejor a los clientes. Siéntese. ¿En qué puedo servirlo? ¿Un jugo de naranja con hielo mientras espera?
Salí tambaleándome y entré en el bar vecino. Para mi sorpresa había una mesa llena de gente mayor. Pronto los reconocí. ¡Eran los jubilados del barrio! Comían y hablaban sin parar.
-¡Por fin cobramos una jubilación digna! -me dijo Delia, que llevaba puesta la blusa que le había regalado la hija para fin de año-. ¡Y estamos llenos de vales! Vales para seguir cursos de estudio, clases de tango, de teatro...
-Y fijate el detalle -me dijo Herminio, que ya pasaba los 80, señalándome una mujer sola en otra mesa, de guardapolvo blanco-. Cada veinte personas hay un médico por si te pasa algo.
Crucé la avenida sin escuchar las bocinas. Algo había pasado sin que yo lo supiera. ¿Cuándo había visto el último noticioso por televisión? No podía acordarme. De pronto me crucé con Alvaro, el animador del famoso programa Revolviendo la basura.
-No puedo creer lo que está pasando -me dijo, mientras caminábamos rápido hacia el Congreso-. ¡Los diputados empezaron a devolver la plata que se llevaron de más sin querer! El Congreso ofrecía un espectáculo impresionante. La plaza estaba llena y en la explanada había un escenario iluminado. Cada diputado pasaba y decía cuánta plata se había llevado por error. Los más creyentes se arrodillaban y pedían perdón por sus pecados. En un momento dado el presidente del Senado dijo que en el interior estaba sucediendo lo mismo. La multitud aplaudió con entusiasmo.
Me abrí paso a los codazos y me subí a un colectivo. En una estación saqué un boleto y me trepé a un tren. ¡Yo sabía lo que tenía que hacer!
El tren avanzaba con dificultad. Las barreras estaban levantadas y los autos se movían entre multitudes que festejaban alborozadas. ¡Parecía que todo el mundo estaba en la calle! Me asomé y pregunté qué estaba pasando. La respuesta no me sorprendió. Ya esperaba cualquier cosa.
-¡El Fondo nos perdonó la deuda! -me dijo un morocho que sostenía en cada mano una hija, mientras al lado su mujer embarazada levantaba al más chico-. ¡Hermano, empieza una nueva era para la Argentina!
Empecé a golpear el costado del tren sin conseguir que avanzara. Entonces me bajé, me subí a un auto abandonado (su dueño debía ser uno que estaba bailando por ahí) y seguí como pude. En Ituzaingó estaba la única persona que podía ayudarme.
Sin nafta y casi sin agua, el auto me abandonó. Llegué a la quinta de Lorenzo al anochecer. Golpeé con las manos y grité mi nombre. Hacía meses que no iba y me sorprendí al verlo. Estaba más flaco y caminaba con un bastón blanco. Me palpó la cara y expresó su satisfacción de verme. Cuando oí su voz me tranquilicé. Era el hombre inteligente que yo conocía, que había decidido retirarse a meditar. Le conté lo que había visto y escuchado.
-¿Qué pasó Lorenzo, el mundo cambió? ¿Estoy muerto y no me di cuenta? ¿O me estoy volviendo loco? -grité y lo abracé temblando-.
-Es sólo una crisis -me dijo llevándome al jardín del fondo-. Cuando la realidad se hace insoportable uno empieza a alucinar. ¿Por qué no te quedás unos días? Mirá, hay otros como vos. Algunos, viejos amigos tuyos...
Sentados en reposeras, regando las plantas o durmiendo sobre el pasto, me encontré con conocidos que me saludaron afablemente.
Es el precio de haber soñado demasiado en otro tiempo, me dijo uno. Es necesario descansar.