Recuperar identidades avasalladas en los procesos de colonización, por guerras o reivindicaciones étnicas, en los últimos tiempos a algunos países se los conoce de otra manera
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Aunque parezcan hechas para durar eternamente, las fronteras de los países son movedizas, como sucede después de guerras y movimientos independentistas, pero lo más curioso es cuando cambian de nombre. Al igual que los humanos que los crearon, los países también están sujetos a la problemática de la identidad, muchas veces simplificada en los colores de una bandera. El caso más conocido es el de Holanda, que actualmente se llama Países Bajos, pero hay muchos otros casos. Como el pequeño país del sur africano que hasta hace poco era conocido como Swazilandia. Es una curiosidad geográfica, etnológica e histórica. Además de tener la población más homogénea del continente, es la última monarquía absolutista del mundo junto con la de Arabia Saudita. Es justamente este rey de poderes infinitos quien decidió rebautizar su país con el nombre que tenía antes de la tutela británica: Eswatini.
El curioso caso de la FYROM
Hasta antes de la pandemia, en 2019, era el nombre de un pequeño país del sur de los Balcanes. No había que buscar el significado en antiguos manuales de etimología eslava: se trataba en realidad de una abreviatura que reflejaba la traducción al inglés del acuerdo entre Grecia y ese territorio, surgido del colapso de la ex Yugoslavia. La Former Yugoslavian Republic of Macedonia es ahora la República de Macedonia del Norte. Ese nombre, que suele designar en los menús una mezcla de frutas o verduras, fue el eje de una seria disputa entre la nueva nación y su vecina del sur, para el cual Macedonia es históricamente una región de lengua y cultura griega y no podía designar entonces a un país de cultura y lengua eslava. Identidad, identidad… Para los griegos se trataba de un reclamo que tenía fundamentos arraigados en la Antigüedad misma, ya que uno de los griegos más importantes de todos los tiempos, Alejandro Magno, era macedonio. El acuerdo votado y ratificado por los parlamentos de los dos Estados vecinos le dio finalmente un verdadero nombre a la FYROM, pero deja bien en claro que si hay una Macedonia del Norte, existe otra en el sur, bien griega: es la región de Μακεδονία, cuya capital es Tesalónica. Allí se habla griego, mientras en el norte el idioma oficial es de origen eslavo y utiliza el alfabeto cirílico, al igual que en Serbia y en Bulgaria, dos países que integraron fragmentos de territorios de la histórica Macedonia.
Kosovo y Sudán del Sur: los niños del planeta
El caso de la ex FYROM es muy ilustrativo de la importancia de la identidad. Los europeos lo saben bien y a lo largo de los siglos pasados lucharon muchas veces por esa causa. La última de tales guerras ocurrió hace no tantos años, entre dos vecinos de Macedonia del Norte, cuando Serbia tuvo que separarse dolorosamente de Kosovo, una región mayoritariamente poblada por albaneses pero a la que considera como la cuna de su gesta nacional. Kosovo es actualmente el Estado más joven de Europa, pero varios países se guardan de reconocerlo (como España, que tiene sus propios problemas internos de identidad, como lo demostró el intento de independencia catalán en 2017).
Kosovo no tiene todavía 15 años de existencia y ya parece grande al lado del Estado más joven del mundo: se trata del Sudán del Sur, que ganó su independencia hace solo diez años, luego de décadas de guerra civil contra el norte del país, de confesión musulmana. Las identidades étnicas se superpusieron a las religiosas dentro de una construcción política artificial heredada del periodo colonial, como ocurrió en la enorme mayoría de los países africanos. El conflicto entre los dos Sudán no está del todo resuelto y su frontera común es objeto de tensiones y reclamos.
Las fronteras en América Latina
Es una problemática bien conocida en América Latina, donde el problema de los límites surgió de nuevo hace algunas semanas entre la Argentina y Chile, y donde Perú y Ecuador pasaron de las amenazas a los actos en 1995, en un conflicto que el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa calificó de “absurdo”. El tema de las identidades está claro entre las naciones del continente, aunque el resto del mundo -que ve a las antiguas colonias españolas como una región muy homogénea- no siempre lo percibe de la misma manera. El derrumbe del imperio español engendró múltiples fronteras, frutos de la geografía más que de irredentismos o identidades lingüísticas. La identidad va siempre de la mano con el territorio, y los emperadores austríacos -aquellos de abundante pilosidad y miradas austeras- lo supieron bien. Su imperio, que era un melting pot mucho antes de que Estados Unidos inventara el término, vivió numerosas convulsiones identitarias que terminaron por hacerlo implosionar. Al igual que el español, generó muchas fronteras. Algunas correspondían a aspiraciones de pueblos y otras fueron compromisos como Yugoslavia -el país de los eslavos del sur- que a su vez también estallaría en varios pedazos, décadas más tarde.
Cuestiones de nombre
Hay momentos de la historia en los que hay que reimprimir mapas con mayor frecuencia. Así fue a principios de los años 50 y 60, con el fin de los imperios coloniales, y a principios del 1990 con el derrumbe del “segundo mundo”. El fin del comunismo en Europa reavivó viejas cuestiones identitarias. En algunos casos se trató de un divorcio de mutuo acuerdo, como ocurrió entre la República Checa y Eslovaquia, que se separaron como lo hacen las parejas amablemente distanciadas. Otras soluciones fueron mucho más sangrientas, como el final anunciado de Yugoslavia o el retiro del oso ruso de la pólvora del Cáucaso. En cada caso, se redibujaron mapas, se crearon nuevos Estados, se concretaron nuevos espacios para identidades reprimidas. Sus nombres fueron cuidadosamente elegidos, para que el mundo entero no tenga dudas sobre ellas. Hubo casos sencillos cuando solo había que recuperar denominaciones ya utilizadas en el pasado (fue el caso de las repúblicas bálticas) y hubo otros que generaron intensas negociaciones, como Macedonia del Norte. Y están también los que tuvieron la suerte de poder elegir entre varios nombres, como los sudaneses del sur, que tuvieron distintas opciones: entre ellas la República del Nilo, el Nuevo Sudán, Equatoria (en referencia a la antigua provincia colonial británica) o Kush (en recuerdo del antiguo reino faraónico del mismo nombre). Optaron al final por lo menos original, pero la más cercana a su verdadera identidad. Y lo mismo hicieron los rebeldes de la antigua colonia portuguesa de Timor, invadida por Indonesia y asimilada por la fuerza de manera brutal durante décadas. Al momento de conseguir por fin su independencia, bautizaron su flamante país Timor Leste, que quiere decir Timor Oriental en portugués. Con la única salvación que Timur ya quería decir este en el idioma local. Este nuevo estado es entonces algo así como el Este del Este…
Los cambios que se vienen
El acceso a la independencia generó muchos cambios de nombres, sin que haya necesariamente relación con un acontecimiento bélico. La mayor cantidad de emancipaciones tuvo lugar en los años 60, principalmente en África, Asia y el Pacífico. Pero esta ola de libertad llegó también a las Américas y uno de los países más jóvenes del hemisferio cambió de nombre para borrar huellas coloniales: se trata del actual Belice, la ex Honduras Británica. La mayor cantidad de cambios de denominación tuvo lugar en África en las décadas del 60 y del 70. Allá las cuestiones de identidad son más complejas que en el resto del mundo, ya que las fronteras fueron trazadas por las potencias coloniales sin tomar en cuenta las realidades étnicas y lingüísticas.
Alto Volta sorteó el problema con astucia y decidió hacerse llamar Burkina Faso, el País de los Hombres Íntegros, una cualidad que ponía de acuerdo a todos los integrantes de las más de 60 etnias distintas que conviven en ese país. El caso del Congo también es interesante. Al igual que Níger y Sudán, es un nombre compartido por un par de países distintos. En este caso había que hacer la diferencia entre el Congo-Brazzaville (por el nombre de su capital, una excolonia francesa) y el Congo belga. Este último se transformó en Zaire durante un poco más de un cuarto de siglo hasta cambiar nuevamente de nombre y de identidad, por razones ideológicas esta vez. Es la actual República Democrática del Congo.
El mismo proceso hizo Camboya durante la macabra dictadura de los Khmers Rojos. Durante algunos años el país figuró en los mapas como Kampuchea Democrática, aunque tenía muy poco de democrático y rompió todos los récords de violencias y de muerte. Mientras tanto otros países también cambiaban, sin lechos de rosas, desde la antigua isla de Ceylan -que se reconvirtió en Sri Lanka- a Pakistán Oriental (Bangladesh) o la Birmania (Myanmar).
En Nueva Zelanda el Partido Maorí anunció una campaña para cambiar el nombre del país por Aotearoa, su denominación en la lengua nativa, que ya convive con la heredada del poder colonial
La lista de cambios de nombres no termina aquí.
En este mismo momento hay un par en gestación, por suerte de manera totalmente pacífica. Es el caso de las Islas Cook, un archipiélago de quince islas en el Pacífico Sur. Lleva el nombre del explorador y marino inglés James Cook y sus habitantes quieren adoptar un nombre más acorde con su identidad polinesia. Se llamó a una consulta popular y esta micronación está lanzada en un proceso de cambio que seguramente terminará con la adopción del nombre Avaiki Nui, que parece ser el que tiene el mayor consenso en la actualidad.
El mismo camino quieren iniciar algunos en Nueva Zelanda: hace pocos días, el Partido Maorí anunció una campaña para cambiar el nombre del país por Aotearoa, su denominación en la lengua nativa, que ya convive con la heredada del poder colonial. “Somos un país polinesio, somos Aotearoa”, dice el lema de la campaña, de resultado aún incierto.
El otro caso es el del país de los pólderes, de los tulipanes, de los molinos de viento, pero también de las grandes multinacionales y de las tecnologías de punta. Se lo conoce históricamente como Holanda. Pero se trata solo del nombre de dos de sus provincias, (Holanda del Norte y Holanda del Sur) donde se encuentran las ciudades de Ámsterdam, Róterdam y La Haya entre otras. El Reino de Holanda fue creado por Napoleón y suplantó la República Bátava: sin embargo, desde el año 2020 el gobierno “holandés” decidió muy oficialmente poner fin a la confusión y no permitir más que una parte llame al conjunto. En las documentaciones oficiales y a nivel internacional, prefiere que se use de ahora en adelante Países Bajos, la traducción de Nederland en el idioma local. Una vez más se trata de identidad. Los vecinos de Frisia, de Brabante, de Limburgo o de Zelanda sentirán con alivio que a partir de ahora su país es mucho más inclusivo...
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