Ceferino Reato, autor de “Padre Mugica”, cuenta la historia del sacerdote que supo transitar “mundos distintos con una gran elegancia”, a medio siglo de su asesinato
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El día que lo acribillaron nació el mito. Fue el 11 de mayo de 1974. Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe había terminado de oficiar la misa vespertina en la Parroquia de San Francisco Solano, en Villa Luro. Tenía 43 años y, como era habitual, vestía de negro: campera de fibra sintética, polera de algodón y pantalón de corderoy que resaltaban su cuerpo atlético. El sacerdote se dirigía a su auto, un Renault 4S verde oliva metalizado, que había estacionado frente a la parroquia, cuando fue interceptado por dos hombres armados. Recibió ocho balazos en el tórax, en el abdomen y en el antebrazo izquierdo. Fue trasladado de urgencia Policlínico Municipal Juan Salaberry. Apenas sobrevivió algunas horas: murió a las 22. Aún hoy, cincuenta años después, su crimen genera polémica: la historia oficial indica que fue asesinado por la Triple A, mientras que muchos lo atribuyen a Montoneros.
El padre Mugica fue una personalidad representativa de los años 70. Y tuvo una vida llena de contrastes. Nació en el seno de una familia de la elite porteña. Fue el hijo de un político conservador y acérrimo antiperonista. En 1955, con la Revolución Libertadora, salió a las calles a festejar la caída del gobierno de Juan Domingo Perón. Pero luego hizo un cambió radical en su vida: dejó sus estudios de Derecho para convertirse en cura y defensor a ultranza de “El General” y bregó por su regreso al país durante su exilio.
En la villa de Retiro, hoy bautizada Barrio Padre Carlos Mugica, desarrolló su trabajo pastoral y social. Es considerado uno de los primeros “curas villeros” y pionero del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, la corriente que buscaba la renovación de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II.
“Pasaron 50 años de aquel atentado terrible y Mugica sigue siendo un personaje tan moderno, seductor y polémico como lo era en la época en la que le tocó vivir y morir”, dice Ceferino Reato autor Padre Mugica, de editorial Planeta.
-Ceferino, hablemos del origen de Mugica. ¿Quiénes eran sus padres?
-El papá era Adolfo Mugica y la mamá Carmen Echagüe. Ellos tuvieron siete hijos y Carlos fue el tercero. Adolfo Mugica era un político conservador, abogado, con un estudio en la zona del Congreso muy importante. En ese estudio, en el año ‘43, antes del golpe en el cual participó Perón, se decidió ahí la candidatura a presidente de la Nación de Robustiano Patrón Costas por los conservadores. Adolfo había sido diputado de la Capital Federal por los conservadores y también secretario en la de Obras Públicas en la Municipalidad de Buenos Aires e intendente interino de la Ciudad... En el ‘43, Adolfo estaba en un momento muy importante de su carrera, luego sucedió el golpe y apareció Perón.
-¿Qué rol tuvo Adolfo Mugica en la Revolución Libertadora?
-Adolfo fue uno de los 16 políticos que integró la Junta Consultiva que estuvo compuesta por varios partidos políticos, entre ellos, el partido de demócratas conservadores de Mugica, estaban con él Alicia Moreau de Justo, Horacio Tedhy... varios. Luego, fue canciller con Frondizi, era una persona que tenía muchos vínculos. Era totalmente antiperonista como lo era, también, su hijo Carlos Mugica.
-¿Carlos Mugica apoyó la Revolución Libertadora?
-Carlos ya estaba en el seminario de Devoto, y ese día fue a la Plaza de Mayo a apoyar el golpe contra Perón con uno de sus mejores amigos, que era Mariano Grondona.
-El padre era un político conservador. ¿Y la madre, Carmen Echagüe?
-Ella era descendiente de Pascual Echagüe, un general que fue gobernador de las provincias de Entre Ríos y Santa Fe, también senador y ministro los gobiernos de Justo José de Urquiza y Santiago Derqui. Los Echagüe eran sólidos terratenientes en la zona del litoral y en la provincia de Buenos Aires.
De la ley de los hombres a la ley divina
Carlos nació el 7 de octubre de 1930 en el emblemático Palacio de los Patos. Después la familia se mudó a Arroyo 844, al lado de la antigua boîte Mau Mau, y finalmente se radicaron en Gelly y Obes 2200, en “La Isla” de Recoleta. De niño cursó sus estudios primarios en el colegio Domingo Faustino Sarmiento y el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Cuando egresó, empezó a estudiar Abogacía en la Universidad de Buenos Aires. Como todas las familias de elite de la época, los Mugica eran muy católicos. “Eran muy patriotas, muy conservadores y muy antiperonistas”, agrega Reato.
-¿Cómo era Carlos Mugica?
-Carlos era una persona muy simpática, carismática, apasionada y con un porte de galán de cine que facilita siempre las relaciones sociales. Además, tenía un gran sentido del humor. Era muy deportista, desde chico era un apasionado por el fútbol, por Racing, pero también por la natación, jugaba muy bien al tenis, hacía boxeo... Carlos siempre era el centro en las reuniones y hijo preferido del matrimonio Mugica Echagüe, su padre estaba muy orgulloso de él y creía que iba a ser su sucesor no sólo en el estudio jurídico, si no también en la política.
-Pero sucedió lo contrario y Carlos decidió convertirse en cura, ¿cuándo sintió “el llamado de Dios”?
-Fue después de un viaje a Roma. En 1950, cuando viajó a una peregrinación a Roma y Ciudad del Vaticano por el Año Santo y se quedó un mes en Europa, fue cuando Carlos sintió el llamado. En ese momento, cuando le apareció la idea, Carlos tenía 20 años, pero no entró en el seminario hasta dos años después.
-¿Por qué esperó dos años desde ‘el llamado’?
-Aunque era una persona apasionada, también era muy reflexiva, era de los que va experimentando cambios profundos en un sentido y después en otro, pero a lo largo de su vida, es capaz de cambiar, es una persona muy auténtica siempre, también en sus errores, es muy reflexivo y práctico.
-¿Cómo reaccionaron sus padres con la noticia?
-El padre que era un hombre muy disciplinado le dijo: ‘Pero Carlos si a vos te gusta todo, te gusta el cine, las mujeres, el fútbol, ¿cómo vas a dejar todo eso?’ Pero Carlos le respondió que ya lo tenía decidido e iba a dejarlo todo. Sucedió para sorpresa de sus padres, pero para alegría de todos. ‘Carmen, Dios te escuchó, vamos a tener un sacerdote en la familia”, le dijo el padre a su mujer. Carmen Echagüe siempre rezaba para tener un hijo sacerdote o una hija monja, así que cuando le dieron la noticia, casi se desmaya de la alegría porque era impensado que un chico como Carlos se metiera en el seminario.
De gorila a fanático de Perón
En marzo de 1952, con 21 años, Carlos ingresó en el Seminario Metropolitano de Buenos Aires, en Villa Devoto. En ese entonces, era crítico de Perón y sus ideas. Sin embargo, cuando hizo su primera tarea pastoral, junto al padre Juan José Iriarte en los conventillos de la zona de Monserrat, ocurrió un hecho que lo hizo cavilar. “Leyó una frase escrita sobre una pared que decía ‘Abajo los cuervos’... Con la palabra ‘cuervos’ se referían a los curas. Fue ahí empezó a pensar que él, tal vez, estaba en un lugar equivocado”, explica Reato.
-¿Cómo se dio su cambio al peronismo?
-Fue algo progresivo, que empezó luego de descubrir un mundo que él desconocía: el de los pobres, que estaba a una cuadra de su casa, porque en ese tiempo vivía en Arroyo al 800. Es decir, Mugica llegó al peronismo de la mano de los pobres y fue consolidando esta opción -preferencial por los pobres- en un momento de cambio profundo en la Iglesia, con el Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965. A finales de los 60 Mugica viajó a Europa. Allí mantuvo un encuentro con Perón, mientras estaba en su exilio en Puerta de Hierro, Madrid. Regresó más peronista que nunca.
Después de que Mugica se ordenara sacerdote viajó durante un año a misionar con el padre Iriarte que había sido nombrado obispo de Reconquista, Santa Fe. En ese viaje se conmovió muchísimo por la situación de los los hacheros que habían perdido su trabajo. A su regreso, fue designado secretario en la Curia y párroco en la la parroquia del Socorro y también sacerdote de la sede de la Iglesia que las monjas del colegio Mallinckrodt habían inaugurado en la Villa 31. “Este trabajo fue muy importante para él, porque fue su entrada a la villa”, señala Reato.
-¿Cuál era su trabajo en la villa?
-En la Villa 31 era una persona sumamente querida, además de su trabajo espiritual, que consistía en dar la misa y catequesis, también tenía uno muy práctico como conseguir a trabajo a la gente o bancos para los chicos en las escuelas o lugar para que atendieran a los de la villa en los hospitales.
-¿Fue el primer cura villero?
-No, no fue el primero porque hubo otro en el 65, pero es el más emblemático. Además, fue uno de los primeros que apareció en la televisión, era muy polémico, muy apasionado, daba bien en cámara y lo invitaban a todos lados porque no usaba sotana.
-¿Por qué no lo hacía?
-Él decía que era algo que separaba a los curas de la gente. Tenía un estilo muy especial, siempre estaba de negro, ni siquiera usaba el “cuellito” de cura, lo hacía muy ocasionalmente. Mariano Grondona, que era su amigo aunque estaban en veredas opuestas, dijo después de la muerte que Mugica, en el diario La Opinión, que el padre no llegó a los pobres desde el resentimiento si no desde la caridad cristiana, desde el amor. Por lo tanto, no fue una persona que estaba en contra de los ricos, ni contra su familia, Mugica puede transitar distintos mundos porque él nunca rompió con su familia, de hecho, hacia su labor en la villa, pero luego volvía a dormir a su casa.
Tenis y futbol en Atalaya
-¿Aún siendo adulto vivía con sus padres?
-Sí, cuando se mudaron Gelly y Obes, en Recoleta, él vivía en la azotea, en una habitación que nadie la usaba y habían reacondicionado. Muchos le reprochaban eso, le decían que “mucho villero, pero vive como un bacán”. Y él les respondía: “A mí me gusta estar con mis padres y a ellos les gusta estar conmigo, yo no me voy a privar de eso y tampoco los puedo privar a ellos”. Carlos decía que tenía una muy buena relación con su padre, que le divertía intercambiar opiniones con él aunque su padre sea gorila.
-¿Y las amistades?
-Seguía jugando al fútbol con sus amigos de la aristocracia... En su equipo del club Atalaya, que se llamaba “La bomba”, estaban Texanos Pintos, Beccar Varela, Acevedo, Hugo Anzorreguy, el que fue secretario de Inteligencia durante el menemismo. Era muy buen jugador, muy aguerrido. El día que murió, horas antes había estado jugando al fútbol. Llamaba la atención que en sus encuentros deportivos Mugica nunca hablaba de religión porque decía que podía haber personas de otras religiones y había que respetarlas. Tampoco hablaba de política. Era muy respetuoso.
-Además del fútbol, era conocida su pasión por el tenis.
-Era muy atlético. Cuando lo mataron, en su auto encontraron una raqueta de metal. Fernando “Pato” Galmarini, era muy amigo y contó que Mugica se la pasaba haciendo deportes, que tenía un estado físico extraordinario.
-¿Cómo lograba moverse cómodamente en dos mundos tan distintos?
-Creo que fue porque era muy auténtico, aún en sus errores. Su cortejo fúnebre estuvo compuesto por sus amigos, los villeros, los vecinos de la recoleta y la gente que lo conoció en la televisión.
“Un amor platónico”
-Llamaba la atención que Mugica congregaba a muchas mujeres de la clase alta que lo ayudaban con su labor.
-Era muy seductor, muy pintón y muy libre, él hablaba con todos, no se escondía, salía y tomaba café con cualquiera. Había muchas chicas que iban a ayudar a la villa. Según él y un sector de sus amigos, él siempre respetó el celibato y nunca tuvo relaciones sexuales con nadie. Otros dudan de eso, son cosas difíciles de entender para los que están afuera de la Iglesia.
-¿Por qué tendría que dar explicaciones?
-El celibato fue una de las cuestiones que dividió a los Sacerdotes para el Tercer Mundo, muchos curas querían casarse; pero Mugica se oponía, sostenía que el celibato era importante. Además hubo una joven, Lucia Cullen, que tuvo una relación muy cercana a Mugica. Ella era una exalumna del colegio Mallinckrodt, siete años más chica que él, que lo acompañó en su viaje a Europa y con ella fue a ver a Perón. En Madrid, a los otros curas les llamó mucho la atención que el sacerdote anduviera con Lucía para todos lados. Se armó lio y Lucia tuvo que adelantar su regreso. Muchos dicen que ella estaba enamorada de él y Julio Bárbaro dice que él también, pero prefirió siempre su vocación de cura. Marta Mugica, hermana de Carlos, contó que él alguna vez le dijo que con Lucía hacían una linda pareja, tenemos la misma mirada, pero yo soy cura... Fue un amor platónico.
“Los Montoneros nacieron en la sacristía”
Durante su labor sacerdotal, Mugica se desempeñó como asesor de la juventud de Acción Católica, a la par que comenzó a dar clases de Teología en la Universidad del Salvador. Allí tuvo contacto con muchos jóvenes que vieron en las ideas Mugica un referente, entre ellos Mario Firmenich y Gustavo Ramus, los futuros fundadores de Montoneros, la organización guerrillera que surgió en la Argentina en los 70.
“Los Montoneros nacieron en la sacristía de la iglesia y él fue uno de las personas que lideró ese movimiento de llevar a los jóvenes a las zonas rurales donde la vida era muy miserable, a las villas y barrios populares... Los sesenta fue una época de cambio, en todo el mundo y acá estuvo encarnada por los curas y los jóvenes”, dice.
-Comentaba que el padre Mugica fue “auténtico aún en sus errores”, ¿apoyar a Montoneros fue uno de ellos?
-Él tenía un sentimiento de culpa, habla del “escoutismo” católico, eso de llevar a los chicos, sin preparación, a una realidad social que los shockeaba, con el fin de producir conmoción. Luego evolucionó hacia el peronismo y en el 73 rompió con las guerrillas cuando Perón regresó al país y el peronismo volvió al gobierno. Entre los errores que él reconoce fue haberse opuesto al traslado de la gente de la villa. El habló con las familias que habían sido trasladadas a unos monoblocks que Perón había construido en La Matanza y vio que estaban contentos. Que el cambio había sido bueno. Ahí se peleó mucho con Montoneros y dijo que había políticos y militantes que lo único que le interesaba era que los pobres se perpetúen, algo que hoy suena muy actual.
-¿Cuál fue su relación con Ernesto “el Che” Guevara?
-Los Guevara Lynch eran vecinos, vivían a dos cuadras. Cuando Carlos estudió Derecho, uno de los hermanos de “el Che” era su compañero en la facultad. Mugica era un gran admirador de “el Che” y cuando murió lo encontró haciendo lo que hace una persona con dinero, preparando el viaje a París, se iba a quedar un año, porque estaba muy estresado con todas las cuestiones políticas y con la jerarquía católica. En octubre del 67, llegó la noticia de la muerte y él decidió ir a Bolivia. Quería buscar el cuerpo de “el Che” y además, pedir por la liberación de dos personajes que estaban presos: Ciro Roberto Bustos y el francés Régis Debray. Pero Mugica también era bastante ingenuo, pensó que con una carta del Obispo Jerónimo Podestá y otra del hermano de Guevara y su atuendo de cura iba a conseguir algo, pero no le dieron bolilla. Desde La Paz, se fue directamente a París, porque así es la gente rica, le duran poco las frustraciones.
Reato cuenta que antes de llegar a París, Mugica hizo una parada en Glasgow, Escocia, para ver un partido de su amado Racing contra el Celtic. “Perdieron 1 a 0. Ahí se encontró John William Cooke (líder del ala izquierda del peronismo y representante de Perón durante sus primeros años de exilio), que también era de Racing y lo invitó a visitar Cuba. Tiempo después viajó a Cuba, pero se desilusionó un poco”, dice.
-¿Cuándo nació el mito del Padre Mugica?
-Creo que nace en el mismo momento en que lo asesinan. Un cura de 43 años, que acaba de dar la misa y lo esperan a la salida y lo matan, y que además era una de las personas más conocidas de la Argentina en ese tiempo... Fue un personaje extraordinario, fuera de lo común que transitó mundos distintos con una gran elegancia.
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