Pablo Escobar: el muerto más vivo de colombia
Según Alonso Salazar, periodista colombiano, autor de La parábola de Pablo, la huella del poderoso narcotraficante que fue líder del Cartel de Medellín aún persiste intensa, después de muerto, en el imaginario de su país
Aquí yace Pablo Escobar Gaviria, un rey sin corona, han cincelado sobre un pedazo de mármol que porfía las noches a ras de la tierra. Allá, en Montesacro, el barrio de los acostados , que se levanta silente sobre una ligera colina al sur de Medellín.
Es cierto. Ese rey abatido, avezado en áreas escabrosas de la vida, pero tímido en el amor; ese gran capo del narcotráfico que se escondía de sus hijos para fumar marihuana, puede ya no conservar su corona. Continúa siendo, de todas formas, el muerto más vivo de Colombia.
Acaso tan vivo como en los días no tan remotos en que su imagen se iluminaba, o se ensombrecía, bajo las letras escritas ya no sobre aquel mudo testigo, la tumba, sino bajo los amplios carteles urbanos, indagatorios: Hágalo por la seguridad de Colombia. Ayúdele a Medellín, a Envigado y a Antioquia dando información que conduzca a la ubicación y captura de Pablo Escobar Gaviria, sus sicarios, secuaces y testaferros. El rey está muerto, nadie lo duda. Mas la corona sigue brillando. "Y si bien es indudable que Pablo es el símbolo más representativo de ese narcotráfico de los años 70 y 80, se equivocan quienes ven en él el principio y el fin del traqueteo (como se bautizó al comercio ilícito en esos tiempos); el contrabando ya tenía una larga trayectoria", observa el periodista colombiano Alonso Salazar, autor de la flamante biografía sobre el líder del Cartel de Medellín, La parábola de Pablo. Además de ser baquiano del departamento de Antioquia, la región paisa "donde siempre andamos voceando, como los argentinos", Salazar investigó durante más de cinco años la vida, la obra y el contexto sociocultural de ese hombre talentoso para las artes del mal, el legendario Pablo Escobar, con el fin de retratarlo desde un plano más humano, más allá de su mera faceta criminal. "Para lo cual -comenta- entrevisté no sólo a algunos de sus familiares, vecinos, amigos y personas que trabajaron para él, desde obreros hasta abogados, sino también a quienes fueron sus víctimas y lo combatieron desde el Estado o la ilegalidad."
Finalmente, tras romper el silencio de muchas voces, Salazar ha logrado hilvanar la historia de un personaje multifacético que apenas con mencionarse suscita controversias. "Pero que definitivamente nos marcó y fue el símbolo del estigma mayor que hoy cargamos en el mundo entero: el narcotráfico -comenta Salazar-. Por eso, los colombianos tenemos el deber de entender la figura de Escobar, y ser conscientes de que el verdadero drama de nuestra sociedad está en sus elites." Salazar, que ya había incursionado literal y emocionalmente por el bajo mundo del sicariato en su primer libro, No nacimos pa´ semilla , destaca los tres factores que ayudaron al surgimiento de Escobar: "Su megalomanía, que no le permitía ponerse límites; el factor social (donde él se crió, los contrabandistas que luego se dedicaron al narcotráfico tenían un gran prestigio social), y haber estado en el sitio exacto y en el momento preciso para hacer un gran negocio".
De muchacho, Pablo se sabía hasta los milagros de don Alfredo Gómez, un padrino local y veterano de los negocios torcidos, considerado un gran señor a pesar de haber conseguido su fortuna contrabandeando cigarrillos, electrodomésticos, telas y porcelanas. "Escobar replica y magnifica en gran escala a don Alfredo, alguien que se relacionaba de tú a tú con la elite de la región", dice Salazar.
Si bien La parábola de Pablo no es una biografía novelada, el autor se vio obligado a crear un personaje ficticio, Arcángel, en boca de quien pone los testimonios que los protagonistas reales no quisieron asumir públicamente. "Uno de los sicarios más importantes de Escobar se llamaba Angelito. Y su nombre me parecía representativo porque esos jóvenes, los sicarios, viven en un mundo al mismo tiempo cruzado por la faceta de guerra y muerte del narcotráfico, con una devoción muy extraña, similar al fanatismo religioso siciliano -cuenta Salazar-. Entonces, a Angelito le hice una variedad, Arcángel, que aquí es más o menos común."
En Colombia, el nombre de lo sagrado lleva años conviviendo con lo criminal. Basta con evocar el barrio de la Santísima Trinidad, la barriada proletaria de las periferias de Medellín, generosa en ambientes bien nutridos de cocaína, whisky, rancheras y muchachas adornadas para los machos en celo. O galafardos, esos guapos que morían o perduraban en pleitos de cuchillos cadenciosos, apasionados por la música antillana y el tango.
Salazar explica que escogió la palabra parábola por su acepción de historia que deja enseñanza, pero también "como un juego de palabras por esa religión fetichista, perversa e instrumentada desde el poder para hacer cumplir aquel dicho tan popular que sentencia: El que peca y reza, empata. "Y la historia de Colombia -añade- está muy marcada por esos sentimientos ambiguos, lo que le haría a uno pensar que la religión no ha sido un antídoto muy efectivo contra la violencia. Es más, durante la mitad del siglo XX la Iglesia colombiana llegó a ser protagonista en episodios de represión, azuzando la guerra contra el pensamiento liberal, al que consideraba impío y masón."
-¿Y cómo se explica que el retrato de un criminal haya estado en el altar de muchos obispos y párrocos colombianos?
-Varios sacerdotes tuvieron una íntima relación con Pablo, sobre todo para utilizar sus recursos en bien de las comunidades. Pero también está la otra lectura, la de una Iglesia siempre apegada al poder, que medio le dio la bendición a Escobar. Específicamente, nuestro cardenal Alfonso López Trujillo tuvo una actitud más que tolerante con él. Creo que esa mezcla de clérigos y bandidos traficantes se sigue dando todavía en muchas regiones colombianas .
-Pablo Escobar convirtió a la muerte en un instrumento de poder, persuasión y en un negocio gigantesco. ¿Lo diferenció este rasgo del resto de los narcotraficantes de su época?
-Sí, tremendamente. Desde que se inició en la delincuencia ya era reconocido por su extraordinaria frialdad para matar. Y esto le permitió ascender rápidamente y tener una hegemonía sobre los otros narcotraficantes de la región.
-Entonces, ¿cuán genuino era realmente el costado humano de este gran criminal?
-No mucho. Creo que, básicamente, no era más que ánimo de reconocimiento. Pero habría que analizar su vida en etapas. Su primer objetivo fue ser un hombre rico, y lo logró con el negocio extraordinario de la cocaína (obtuvo el millón de dólares que había prometido conseguir antes de sus 25 años). Y sólo después, con el fin de mantener relegado su pasado delictivo, se volvió una figura popular mediante la realización de grandes obras sociales. Como la construcción de canchas de fútbol, barrios y viviendas, muy instrumentales para su vanidad.
-Aunque el contexto en el que se crió no fue ni extremadamente pobre ni violento, como para justificar de algún modo su faceta criminal.
-No; él era hijo de una maestra, alguien que en los años 40 y 50 tenía una dignidad social significativa, tanto en los pueblos como en las ciudades. Pero el contexto, más allá de los límites de su hogar, era distinto. Colombia ya tenía para entonces un Estado extremadamente corrupto y unas elites muy comprometidas con acciones ilegales, que compraban a políticos, al ejército y a la policía. Pablo Escobar es producto de esa realidad y de una peculiaridad extra de la región antioqueña. Allí se nos cría y se nos forma con deseos muy intensos de progreso, sin ninguna reivindicación con la pobreza. Y la madre de Pablo continúa de algún modo con esa ambiciosa tradición cultural de tener que superarse a toda costa, en la que ya no importa tanto cómo, y se toleran ciertas licencias para acceder a esos logros.
-¿Es cierto que Pablo Escobar tenía un apego exagerado a la madre?
-Sí, mandaba a buscarla con frecuencia sin importarle las circunstancias ni los riesgos. Y ella gustosa tomaba cuatro o cinco carros, cruzaba ríos, desafiaba serpientes y amanecía en una estera para estar a su lado.
-¿Y cómo era su padre?
-Un contraste con la madre. Es un campesino que aún vive, retirado en una finca, y que nunca estuvo demasiado conectado con el mundo de sus hijos. Incluso, durante la época de la gran fortuna. Pablo se crió con él sólo los primeros años de su infancia. Su madre ha sido protagonista de todo. De su crianza, de su prosperidad, de su guerra y de su muerte. No la pude entrevistar personalmente, pero hablé de ella con Roberto Escobar, el hermano de Pablo.
Salazar sostiene que ese hombre de las mil máscaras que fue Pablo Escobar, ese campeón del mimetismo que ocultó siempre su verdadero ser, nunca llegó a descubrir su identidad. Y que terminó adoptando el rótulo que le pusieron los norteamericanos, que lo pararon frente al espejo y le dijeron: "Usted es el gran criminal del mundo".
-¿Y él se sintió cómodo?
-Sí. Había algo más allá de sus objetivos políticos. Escobar siguió con la guerra desbordada aun al lograr que se prohibiera su extradición y que se creara una legislación especial para juzgarlo. Nada le bastó para cesar la guerra.
-Más allá del récord delictivo de Escobar, ¿por qué cree que Estados Unidos necesita de un malo de la película, pero extranjero?
-La lógica norteamericana opera desde la necesidad de tener enemigos externos fuertes para generar procesos de cohesión interna. Desde los discursos del siglo XIX del puritanismo, ellos ya hablaban de que iban a salvar a la humanidad de los males de las drogas y de la descomposición social. Así vino la ley seca. Y a pesar de lo inútil que resultó esa guerra contra el alcohol, inmediatamente aplicaron ese mismo modelo con las otras drogas.
-El mensaje sería: Hay que acabar con ese germen que nos está infectando.
-El mal siempre está por fuera de la cultura anglosajona. Eso es para perseguir poblaciones inmigrantes, a los negros... Si uno analiza las estadísticas en Estados Unidos, se observa que el gran volumen de los detenidos por drogas no son precisamente anglosajones, sino que suelen pertenecer a lo que ellos llaman minorías étnicas. Las campañas contra el opio las lanzaron para perseguir a los orientales. Y luego hicieron lo mismo con las poblaciones latinas, al entablar la guerra contra la marihuana, primero, y contra la cocaína después.
-De los personajes que entrevistó para su libro, ¿cuáles le llamaron más la atención?
-Me sorprendí mucho al visitar a los jefes del Cartel de Cali, los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela. Uno entra en esa prisión austera esperando encontrarse con el arquetipo del mafioso, pero resulta que sólo hay un par de señores de apariencia bonachona.
De todos modos, el que tal vez más me impresionó fue el hermano de Pablo, Roberto Escobar, que ahora está medio sordo y casi ciego. A Roberto, un sobreviviente de esa guerra tremenda, se le nota claramente lo que le costó esa vida, la muerte de uno de sus hijos y la pérdida de sus facultades sensoriales. Es la sombra de un guerrero que hoy transmite la intención de no querer más que olvidar. Como si con su silencio estuviese diciendo: "Bueno, dejemos de lado el pasado que todo eso ya pasó; nosotros sólo queremos rehacer la vida con lo poco que nos queda".