Pablo Cristi, el argentino que fue a probar suerte en Italia y hoy brilla como “el heredero de Miguel Ángel”: concluirá una de sus obras
El escultor fue convocado por una familia de coleccionistas de arte para finalizar la trilogía de “los Cristos portacruz” iniciada por el famoso arquitecto renacentista
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“Soy escultor, además de porque me gusta, porque no puedo hacer otra cosa”, admite Pablo Cristi en diálogo con LA NACION. Su vocación se despertó cuando era chico y con tan solo 17 años entró por casualidad a una marmolería en Rosario, Santa Fe, y avivó una pasión que derivaría en una gran trayectoria profesional.
Cristi siguió su gran sueño y estudió Arquitectura, pero había algo que le impedía terminar sus proyectos. “Cuando comenzaba una escultura, la veía terminado en mi mente y ahí, la dejaba a medias. Fue a los 33 años cuando empecé a concluir mis obras y a exponerlas”, expresó a LA NACION.
Su inquietud por crecer en su profesión lo llevó a viajar a Italia y conocer “la capital mundial del mármol”, donde residió dos meses y realizó dos esculturas, en 2017. Pero, al volver a su país natal, necesitaba mantener el contacto real con el material. “Unos meses después, me llamaron de un simposio [una reunión de expertos para debatir un tema sobre su especialidad] en Siena. Y volví a Italia, con mi mujer y mi hijo, que en ese entonces tenía 6 años. Solo viajamos con las valijas y ahorros para unos meses. Y hoy seguimos acá”, relató.
Una propuesta que cambió su vida
Su nuevo hogar, en el municipio italiano de Carrara, le permitió continuar con su pasión vinculada a las esculturas de mármol. Entre fines de 2018 y principios de 2019, Cristi fue invitado a una muestra colectiva en la ciudad de Savona, en la que se encontraba un miembro de la familia Giustiniani, experta en el gran comercio internacional de Génova entre los siglos XIII y XVIII.
“Ahí había una persona a la que le gustaron mis esculturas y, después de cuatro o cinco reuniones, me hizo una propuesta increíble. El proceso fue lento, porque al principio hubo muchas charlas en las que yo no entendía a qué apuntaban, hasta que un día me comentó bien de qué se trataba: me pidió si me animaba a realizar el tercer Cristo de una trilogía que Miguel Ángel había dejado inconclusa”, reveló y admitió: “Por supuesto, era una oportunidad que no podía dejar pasar”.
Lo curioso es que la primera de las dos escultura que hizo Miguel Ángel (el Cristo Giustiniani) la comenzó en el 1514 y la dejó en 1516. No conforme con eso, en 1517, comenzó la segunda que entregó en 1520. Si le hubiesen dejado hacer la tercera, la habría empezado en 1521: “Exactamente 500 años después, en 2021, yo empiezo la tercera y son también 500 años los que separan el nacimiento de los dos, él en 1475 y yo en 1975″, revela Cristi.
La trilogía de los Cristos Portacruz
Miguel Ángel fue y continúa siendo un indiscutible símbolo del Renacimiento italiano. Con 39 años, se comprometió a realizar una figura de mármol de un Cristo, a tamaño real, desnudo y con una cruz entre sus manos. El acuerdo fue pactado con un grupo de caballeros romanos, entre ellos Metello Vari, en 1514.
Pero el arquitecto se enfrentó con varios obstáculos durante la realización de la obra, que lo llevaron a la creación de una segunda escultura en 1516-20. En el primer bloque, encontró una vena negra en el mármol a la altura del rostro: así que decidió abandonarlo. “Se trataba de uno de los bloques destinados a la tumba de Julio II, que murió meses antes, así que Miguel Ángel lo tomó como una maldición y dejó el proyecto por mera superstición, según cuenta en las cartas que le escribió a Vari”, apuntó Cristi.
El arquitecto quiso comenzar una tercera versión, pero el comitente, impaciente por obtener su encargo, le pidió que le entregara la escultura completa al instante.
Ahora, la primera obra se encuentra en la Iglesia del Monasterio San Vincenzo-Bassano Romano. La segunda, es exhibida en la Capilla Giustiniano, en el interior de la Basílica de Santa María Sopra Minerva, en Roma. Vicenzo Giustiniani, un aristócrata y banquero, era coleccionista de más de dos mil esculturas y 800 pinturas, que almacenaba en sus palacios. Su ojo experto lo llevó a identificar el Cristo incompleto de Miguel Ángel, en el mercado de antigüedades a principios del siglo XVII. La escultura la terminaría un siglo más tarde, a pedido del marqués Giustiniani, el arquitecto italiano Gian Lorenzo Bernini, que falleció en 1680.
El tercer Cristo portacruz ahora se encuentra en manos del rosarino y completará la creación de una trilogía histórica: el padre, el hijo y el espíritu santo.
La importancia de la simbología
Pablo Cristi se siente “en medio de la tormenta”. “Aún no tengo noción real de lo que hago. Estoy tan empeñado en la realización de la obra, que no me di cuenta de la llegada que tiene. Es una gran responsabilidad”, apuntó.
Un proyecto en el que se sumergió en 2019. “Primero, realicé modelos a escala y a medida natural en yeso, en noviembre pasado, y en diciembre empecé a trabajar el bloque. La primera etapa fue la cava, donde descuadré el bloque, le saqué el peso y lo trasladé a un viejo granero del castillo que fue bombardeado en la Segunda Guerra Mundial, en Moneglia. Ahí trabajo frente al mar y delante del público, que puede acceder los fines de semana”, explicó.
La escultura va tomando forma. “Ahora trabajo sobre la pierna y el costado de la parte humana. Tenía que representar en hombre al espíritu santo y es un desafío. Así que opté por simplificarlo y tomar tres elementos: la cruz, como símbolo de misura [medida] del tiempo y espacio; el hombre, como la naturaleza; y el manto, que une todo. En algún momento se funden y toman distinta forma”, detalló.
El escultor presentó previamente un modelo de yeso, de 2,60 metros de altura, a modo de muestra. “Pero acostumbro a trabajar directamente con la materia, porque tiene venas, marcas o defectos en el mármol que te indican la dirección que tomar. La escultura ya es muy distinta al modelo inicial y terminará siendo única. Ahora viene la parte más difícil, el manto”, advirtió.
Cristi enfatizó en la importancia de la simbología para lograr la representación del Espíritu Santo que idealiza. “Si bien la familia lo planteó como una escultura religiosa, el proyecto nos sobrepasó a todos y tomó vida propia. Quiero representar un Cristo como un símbolo universal, que no debe dividir. El cristianismo es precatólico y no tiene que ver con lo que la Iglesia actual representa. Quiero que pase a ser un mensajero de luz, más que un representante de una parcialidad. Alguien elevado, como Buda o personajes históricos, que fue iluminado y solo quiere el bien por sí mismo y sin intenciones. Más aún en la época en la que vivimos, donde todo es división y conflicto”, describió.
En este sentido, el escultor sostuvo que la idea detrás de este Cristo es incluir a todos dentro de esta visión y que sea universal. “Probablemente, la familia Giustiniani quiera traer las dos primeras obras para unirlas a la tercera. Algo que para mí sería tocar el cielo con las manos. Aunque por el momento prefiero tener los pies en la tierra”, admitió.
Las obras de Cristi le otorgaron los premios a mejor escultor internacional de arte contemporáneo, en 2015; el galardón de arte en mármol, en 2018; y el premio Franco Borghetti VI en el festival de Torano, en 2019.
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