Pablo y Ariel, más Brittany: una gestación solidaria para formar una familia
Busca en su teléfono y muestra las últimas fotos de cuando estuvieron juntos en Gren Ellyn, un pueblo de EE.UU. cerca de Chicago, en Illinois. Esta es ya su segunda casa para Pablo Martinengo y su familia: además del contacto permanente por Skype, una vez al año con su esposo, Ariel Etchechoury y sus dos nenas viajan a visitar a Brittany y a su familia, que ya consideran también parte de la propia.
"Acá es cuando llegamos, que nos prepararon un agasajo de bienvenida, como siempre", dice Pablo. En el sendero de ingreso a la casa se lee: Bienvenido! Welcome! Pablo, Ariel, Victoria y Paula. "Acá están el esposo de Brittany y sus dos hijas, la hermana, la mamá y la abuela", va señalando en una foto que, detrás de estas caras sonrientes, muestra sobre un pasto verde bien cortado una casita de madera a escala infantil, que culmina en un tobogán; más allá, una cama elástica. "Acá estamos todos en el mar; Paula era bebé; ya tiene tres; cómo pasa el tiempo; esta es acá, en el living de casa en Pilar".
Así, como quien pasa las páginas de un álbum familiar, sólo que ahora ordenado por Google en un teléfono, Pablo recorre su vida con su marido y sus hijas.
La historia de esta familia ampliada comenzó hace unos ocho años, cuando los esposos decidieron que querían ser padres y empezaron a buscar alternativas. O quizá empezó antes, hace más de 20 años, cuando la pareja soñaba lo que entonces era imposible: casarse y tener hijos, como cualquier heterosexual que así lo quisiera. Pero esa es una etapa superada: desde hace casi 10 años está vigente la ley de matrimonio igualitario que habilitó, también, los derechos de parentalidad para quien lo desee.
"Para nosotros fue un tema de discusión ser o no ser padres, para los gays la paternidad es una decisión muy consciente: no te pasa un accidente y te quedás embarazado", dice Pablo. "Cuando lo decidimos no teníamos una forma establecida de llegar a la paternidad, simplemente tratamos de ir hacia lo más real posible. Lo único que teníamos en claro es que hiciéramos lo que hiciéramos sería en el marco de la legalidad y de la seguridad jurídica. Un hijo es lo más luminoso del mundo, no puede haber nada oscuro. Siempre quisimos que esta historia se pudiera contar".
Pablo (45) y Ariel (49) iniciaron los trámites de adopción como un matrimonio gay, pero sin resultados positivos: nunca los llamaron para una entrevista, ninguna noticia en años, lo que les resultó "desesperanzador". Luego, Ariel se sumó a un grupo de personas gays, hombres y mujeres que quieren ser padres, para conocer otras experiencias. Pablo, en su terapia, empezó a profundizar sobre el concepto de familia, a despejar miedos que arrastraba de su infancia de bullying en un pueblo del interior de Córdoba. "Para mí, el único requisito de la familia es aquel lugar en el que estás contenido, en el que te sentís cuidado", dice ahora, después de este recorrido.
En medio de esa búsqueda, empezaron a averiguar por la subrogación de vientre, que en la Argentina se menciona como "gestación solidaria" y se define así: "Una técnica de reproducción humana asistida de alta complejidad, que consiste en el compromiso que asume una persona, llamada "gestante", de llevar a cabo la gestación a favor de una persona o personas, denominada/s "requirente/s", sin que se produzca vínculo de filiación alguno con la gestante, sino única y de pleno derecho con él/la o los/as requirentes, en razón de la voluntad procreacional".
Se refiere a "solidaria" porque muchas veces quienes llevan adelante el embarazo son personas conocidas de la/s requirente/s, con lo cual el aspecto económico puede estar plenamente ausente. Y aún cuando esté presente, dado que un embarazo genera gastos (ropa, alimentación, consultas médicas, etc) y lucro cesante para la persona gestante, en mayoría de los casos sí existe un sentido de la solidaridad presente en la motivación de todas las partes.
Cuando Pablo y Ariel empezaron con este tema de la subrogación, para ellos era ciencia ficción. En los años 2011, 2012 no se conocía demasiado. Luego fueron surgiendo experiencias de famosos como Flor dela V, luego Marley y Luciana Salazar, entre otros, que dieron más visibilidad al tema. En la Argentina cada vez son más los nacimientos por subrogación, sólo que no se trata de personalidades conocidas sino de familias anónimas que, para poder anotar a sus hijos como propios, tienen que judicializar sus casos.
Si bien la gestación solidaria no está mencionada expresamente en el Código Civil y Comercial de la Nación o legislación especial, al ser una técnica de reproducción humana asistida se encuentra contemplada -como un tratamiento de alta complejidad- en la Ley 26.862 de Acceso Integral a las Técnicas de Reproducción Humana Asistida.
En la Ciudad de Buenos Aires ya no es necesario ir a la Justicia porque la Federación Argentina LGBT junto a la Defensoría del Pueblo de la Ciudad presentaron en 2017 un amparo de incidencia colectiva que señala que los nacimientos producto de la técnica de gestación solidaria, cuando las personas que encargan la gestación expresan su consentimiento de la voluntad procreacional, y la que gestó informa que no tiene voluntad procreacional, ese hijo se inscribe como de las personas que tuvieron voluntad procreacional. Conjuntamente se dictó una resolución en el Registro Civil para que esto esté automatizado.
Pablo y Ariel optaron por realizar el tratamiento en el exterior, de modo que tuvieron muchos otros temas a resolver, pero no el legal, ya que en Chicago, EE.UU., es una técnica avalada por el Estado. "Para tomar la decisión tenés que asegurarte de poder costear el tratamiento y además de estar emocionalmente preparado para lo que hay que enfrentar", dice Pablo. Dos años demoraron desde que se decidieron hasta que nació su primera hija, Victoria, que hoy tiene cinco años.
Primero hablaron con una abogada especializada en cuestiones de diversidad sexual, que tuvo dos hijas por subrogación en el país del norte, y ella los contactó con la agencia que se ocupa de los posibles donantes de óvulos. Cuenta Pablo que fue lo más rápido del proceso. Eligieron a una donante sana y que no fuera anónima, es decir, que accediera a conocerlos si así lo decidieran. "Es un resguardo para mis hijas", dice.
Luego, viajaron a dejar esperma a una clínica de fertilización: para reducir riesgos donaron ambos. Entonces se abrió la etapa de fecundación de los óvulos de la donante. "Ahí te van informando: día uno: fecundaron 10, quedaron equis; y así durante cinco días. Estás cortando clavos porque te van haciendo todo el update hasta el final. El día cinco, si se desarrollan bien, los congelan. Allí hay como un preembrión".
Después se inició la etapa de que alguien "te preste la panza". El sistema establece que sea la futura gestante la que va a una agencia, habla de la motivación por la que quiere serlo y, luego, de las parejas inscriptas, ella elige con quién lo hará. Para Pablo y Ariel fue llenar formularios, responder preguntas, hablar con una psicóloga, hacerse análisis clínicos y finalmente hablar por Skype con la gestante.
"Fue equiparable a definir tu futuro ahí, caerle bien, no meter la pata, en otro idioma, otra cultura. Muy tensionante", recuerda Pablo. A los dos días los llamaron desde la agencia para confirmarles que habían quedado elegidos. "Ahí empezamos a construir una relación".
La mujer en cuestión, que aceptó no sólo la primera gestación sino también una segunda un año después, es Brittany Jewell. Por entonces con 27 años, casada, con dos hijas. Toda su familia, en el trabajo –ella cuida niños en una guardería-, en la escuela de las nenas supieron de esta decisión que la llenaba de orgullo. A sus hijas, Mia y Adriana, les dijo: "Mamá va a ayudar a una pareja, de Pablo y Ariel, que no pueden tener bebés, y va a tener a su bebé en la panza, lo va a cuidar 9 meses y se los va a dar". El único miedo que les manifestaron sus hijas era que luego no fueran a buscar al bebé.
El día de la transferencia de embriones Brittany y su marido les mandaron una foto de ambos en la clínica y de ahí en más fueron 9 meses de contacto permanente. "Para nosotros fue relindo porque era superhumanizado. Y que alguien fuera tan piola y tan abierta para nosotros era importante. Porque vos no estás tranquilo, está tu hijo en ese vientre. Es un acto de extrema confianza hacia otro y es mutua".
Pablo habla de esos meses de vigilia constante. Un mail de noche en el teléfono siempre como primera opción era: algún problema. "Te destruye psicológicamente el tema. Es fuerte, es tu hijo pero está a 10.000 kilómetros. Tenés que confiar en que va a ir a los controles, que se va a cuidar. Uno ya está siendo padre a esa altura, porque fue algo muy conversado, muy deseado".
El embarazo transcurrió sin problemas. Pablo, Ariel y la madre de Pablo, una de las por entonces futuras abuelas, viajaron unos días antes de la semana 40. "Ella nos fue a recibir. Vino con su marido y la panza. Estábamos habituados a la imagen pero igual fue muy fuerte verla", recuerda. "Al día siguiente nos invitaron a la casa de los padres, habían hecho una fiesta con toda la familia. Las nenas habían escrito: bienvenidos los papás de Victoria".
Dos noches después empezaron los dolores y el trabajo de parto. Se encontraron en la clínica Brittany, el marido, Pablo y Ariel, y la madre de Pablo. "Allá los partos naturales se tienen en la habitación, así que cuando nació Victoria, con Brittany estaba el marido y nosotros dos", relata Pablo. Ariel cortó el cordón umbilical, no podían creer lo que estaban viviendo. Luego llegaron las nenas de Brittany a conocer a Victoria.
De la clínica se fueron con el certificado en donde Pablo Martinengo y Ariel Etchechoury figuran como los padres; al día siguiente tuvieron la partida de nacimiento. Tramitaron el pasaporte y en pocos días pudieron regresar a la Argentina.
Desde entonces entablaron una relación cercana: se visitan, se envían regalos para las fiestas, comparten algún cumpleaños, acuerdan para encontrarse en un lugar intermedio, vacacionan juntos cuando pueden. Al año de tener a Victoria, consultaron con Brittany la posibilidad de volver a pasar por esa experiencia. Entonces, llegó Paula, la segunda de las nenas. Esta vez, ya todo fue más relajado porque se conocían y había una confianza mutua.
- Papá: ustedes con papá eran amigos y después se enamoraron y quisieron tener una familia, ¿no?
- Sí, claro, hija. Como los varones no podemos tener bebés en la panza y las mujeres sí [prefirió no introducir el caso de varones trans], los papás conocieron a Brittany, le pidieron ayuda, pusieron una semillita en la panza y Brittany las cuidó hasta que crecieron y pudieron salir de la panza y venir a vivir con los papás.
Pablo conversa con Victoria y está tranquilo de poder decirle toda la verdad. En el último viaje a Gren Ellyn, Pablo y Ariel llevaron a Victoria y Paula a conocer el hospital donde nacieron. También visitaron la clínica de fertilidad y estuvieron con la doctora que hizo los tratamientos. "Mirá acá estamos", dice Pablo, de nuevo con el celular en la mano. "Es la construcción de la historia para mis hijas, de su identidad. Al no haber una mamá que las haya tenido en la panza, empiezan a transitar cómo fue su historia. Para nosotros recorrer esos lugares siempre es revivir ese momento de felicidad".
De lo vivido sienten que les queda una historia, una red, una familia.