Otras épocas, otros ámbitos, una estética distinta
Aún quedan lugares y personajes que fueron y son parte de la verdadera historia
Bitito Mieres pegaba la curva en la rambla y en segunda con un Bugatti mientras el sol se ponía en La Mansa. Todavía "el Marqués" estaba a tiempo para tomar unos copetines en Caras y Caretas, en el Yacht (el de Punta del Este), media docena de ostras en Mariskonea o la última empanada que madame Piteaux les dejaba sobre una servilleta de su hotel La Cigalle, envueltas sobre la arena de la Parada 1, al lado del muelle del tabacalero Mahilos. Era cuestión de hacer un rato y preparar algo para la panza en El Mejillón, que siempre estaba; en la vieja Fragata o el boliche Ocean (no Mar del Plata). Claro, ¡nunca preboliche, sándwiches en la playa ni "medialunas calentitas"! ¡No, de eso no había nada y mucho menos el botellón de "birra"; no se acostumbraba!
Los primeros encuentros eran en el casino de San Rafael, su boîte y Posto 5. Lejos estaban las fiestas kitsch de los brasileños Scarpa, Greendane o las opulentas de Franco Macri, porque las cancheras eran las privadas de Mecha y Bocha Gattás; las primeras de Rodrigo D'Arenberg y las de Ana Lowenthal.
Y allí arrancaban los mocitos: Carlos Páez Vilaró, Bocha y los argentinos Bitito o Armando Sagasti, a quien un día su padre le gritó un "¡No!" para que no insistiera en la joda, pero igual le dejó el Nogaró. El Casino de la historia de Punta del Este en donde, distinguíamos a los mozos Héctor, Danilo y al nunca gastronómico pero de buen bolsillo "Olmedito". Mientras en frente, en Il Greco, la estampa de mi amigo, Eduardo.
En las 16 temporadas, es decir, 26 meses completos que este cronista cubrió el lugar, nunca conoció un mozo igual, de esos que saben todo y hasta ayudan a trabajar: "¡No, vo, Mariano, todavía no entró la gente que esperamos!" ¡Gracias por siempre, morocho y sabio Eduardo!
Mientras, Space (disco), de Chelo y el Negro Gattás, avanzaba con una furia impar. Pero mucho antes el buen gusto pasaba por las boîtes. Entonces, la infaltable Zorba y la animada guitarra de Poky Evans que no abandonaba la espléndida noche en la boîte del San Rafael. Y San Rafael sonaba como lo hacían las fichas de su casino cuando el pagador te las acomodaba o el rastrillo te las llevaba. La Plage y Le Club, en la 3 de La Brava cerraban en la playa el fin de la calle Chiverta con sillones, barra, barman (de verdad), disck jockeys, copetines, lentos, rápidos y mucho chick to chick: si parece que todavía, como diría la voz, los "llevo bajo mi piel".
Se nos había ido la Fusa (café concert) de Sagasti y Silvina Muñiz, en donde Vina (Vinicius) le escribió a Punta del Este (letra inédita que siempre prometemos algún día conseguiremos), no dejaba nunca el vidrio y sus canciones las cantaba María Creuza.
Allí, una madrugada, recién llegado y regado desde Montevideo, Facundo Cabral le cantó a algo que no era de aquí ni era de allá. Por suerte, alguien esa noche registró la canción que él había inventado, pero nunca memorizado en la cinta de un viejo grabador, y hasta la Madre Teresa alguna vez lo oyó.
Vino el Conrad, el monstruoso hotel casino; la banda de Pappo en el Union Bar y la disco más grande seguía siendo de los Gattás.
En el puente de La Barra, La Morocha competía y ya lamentablemente nacían fiestas de lejanía: esas de Creamfields (electrónicas) y que se imponían hasta donde podían, porque en los 90 continuaban los recitales en la playa y avanzaban los DJ que decían que "tocaban música". Pappo, músico de verás, se reía y le preguntó a un "mezcladiscos": "¡Vos sabés lo que es una semifusa: buscate un trabajo decente!".
Es decir, eran las musiquitas "chill out" (hoy plaga) y los últimos "megadesfiles", que, en definitiva, no hay que quitarle el mérito a quien los inventó hace más de 30 años: el peluquero de Quilmes, Roberto Giordano.
En 2000 reabrió el Teatro Casino de los Sagasti, cuya familia sigue apostando al buen espectáculo en uno de los pocos lugares de Punta del Este en donde cantó Julio Sosa. Mientras, por todos lados se pasaba música de los Guns N' Roses, Maná o Los Cadillacs. Esta Punta y sobre todo los inventados alrededores se vuelven cada vez más locos, en donde sale carísimo comer fideos con tinta negra de calamares en mesas bajas y, después, inevitablemente, mandar tres veces la camisa a la tintorería.
Las fiestas son auspicios de marcas y todos los lugares inventan un VIP de madera que en la segunda quincena de enero se cae a pedazos. Motoqueros "harlystas", models celebrities, duques que no son duques y falsos periodistas. Otras épocas, otros ámbitos, una estética diferente que en mi opinión declina el buen gusto.
El teatro del Conrad se transformó en un "ovo night-música electrónica". Hace tiempo comenzó el "after", que arranca entre las 6, 7 y 8 de la mañana y sigue hasta pasado el mediodía, siempre con agua mineral, para bailar sin parar.
En el tiempo perdura el puerto, la velas de Blaquier, un mediano tiburón, la puerta del Dafhne (barco) que fue lo único que apareció y el recuerdo de la boîte del Nogaró. Sí, en donde Sosa cantó.
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