Origen del retrato: posar para quedar en la historia
La llegada del daguerrotipo al país es el punto de partida de La huella de la imagen, la serie documental –de estreno esta semana en Cont.ar–que expone cómo los líderes políticos vieron enseguida las virtudes del invento. Un viaje hacia los orígenes del Estado Nacional a través de las primeras formas de la fotografía
No eran días de selfies. Ni de Instagram. Nada –todavía–, tan hacia el afuera. En un principio, se compartía solo entre los íntimos. Para encontrarse con esa primera imagen novedosa que no era una pintura –por tanto, pequeño, cabía en las manos–, era necesario sortear una serie de postas. Que el sujeto quisiera mostrar su retrato; sí, había que encontrarse primero con la caja que lo cubría, tal vez demorarse en observarla –un arte, también–, para finalmente abrirlo como un libro. Recién ahí, sorprenderse con el avance de esa nueva forma de tecnología que sería fundacional respecto de la evolución de la fotografía. No, no se estaba a un clic de conocer esa novedad que, además, había que recordar el nombre y pronunciarlo bien: daguerrotipo.
Venía de Francia. El explorador precoz de la escenografía y las artes visuales, Louis-Jacques-Mandé Daguerre, dio con la exacta combinación de exposición a la luz y emulsiones. Se asoció con otro colega, Niépce, y en agosto de 1839 la Academia de Ciencias de Francia hizo pública la invención. La noticia corrió; y aún bajo el ritmo de época y en barco, el primer daguerrotipo llegó al Uruguay en 1840. Tres años más tarde, a la Argentina. Los primeros retratados fueron lo que podían pagarlo; solo las élites. Costoso, equiparable a seis veces el salario de un empleado de comercio. El más antiguo se les atribuye al almirante Guillermo Brown y a su esposa; sentados uno al lado del otro. La invención que no exigía posar por jornadas extensas como para un cuadro, empezó a hacerse conocer en los días en que Juan Manuel de Rosas estaba en el poder. Unitarios y Federales se retrataban según sus códigos de pertenencia. Sobre estas lecturas posibles de la historia, la relación política entre retratos y próceres, da cuenta la serie documental La huella de la imagen. Dirigida por el periodista, fotógrafo y realizador Darío Schvarzstein, fue estrenada por Canal Encuentro y desde esta semana, la serie completa –ocho capítulos– se puede ver en Cont.ar.
Ya no era la mirada particular de un pintor para dar un retrato. Siempre la subjetividad en el arte, pero el daguerrotipo ponía una distancia más mecánica respecto del lienzo. Un tiempo de exposición –un rato, apenas, contra días de posar y esperar– y el sujeto tenía su copia. Blanco y negro. Ni rubor ni labios ni retoques en el pelo: lo que ese tiempo breve de contener la respiración exigiera iba a quedar para siempre. La química y la luz darían su veredicto. Y lo nuevo: nitidez. La copia transmitía la idea de cercanía con su original, la persona. "Cada retrato de estos es único. Por lo general en la vida de una persona, como mucho, en promedio, se retrataba una sola vez. Era una ceremonia muy particular construida entre el fotógrafo, el artista, y el modelo que eligen la pose; eligen qué vamos a mostrar, cómo y porqué lo vamos a mostrar", dice el investigador Carlos Vertanessian en La huella de la imagen, donde también se puede ver su colección de daguerrotipos, objetos y documentos sobre ese origen en la Argentina y el mundo.
¿Qué empezó a suceder a partir de esta forma de aparecer ante los otros? ¿Se construyó un nuevo modo de la imagen política? Rosas sabía de la importancia del uso de su imagen. Su retrato más conocido se hizo cuando tenía 38 años. Pero no hay daguerrotipo que lo haya inmortalizado. Sí hay tomas de sus cuadros: copias de las copias. Su hija Manuela, en cambio, ya en Southampton, Reino Unido, posaría en una foto para comunicar la muerte del padre. Y lo había hecho antes, desde joven. Y más tarde, retratos con su esposo e hijos. Rosas, en cambio, se jactaba de haber posado una única vez. Sus litografías se imprimían en París. "Rosas tiene esa cosa moderna de la imagen que sus mejores litografías se imprimen en París. Esa es la paradoja, la iconografía del caudillo popular que tiene como modelo fundamental la iconografía de Luis Felipe I", dice en la serie el investigador y docente Roberto Amigo. Hay muchos rosistas que sí tuvieron sus daguerrotipos: se los ve de frente, con los chalecos rojos, algunos objetos en la puesta de cámara que cuentan quiénes son, como libros, tinteros. "La necesidad de mostrarse federal era una necesidad casi de supervivencia. Que muchas veces significaba la vida, la muerte o el exilio. El daguerrotipo no podía estar al margen de eso. Cuando un federal posaba frente a la cámara era más importante colorear la divisa que el color de la piel", sostiene Vertanessian. También los unitarios posaron: del otro lado, exiliados en el Uruguay, ahí donde el daguerrotipo llegó primero. Son características las barbas que rodean el borde completo de la cara, sin bigote. De frac. Una de las primeras en retratarse fue Mariquita Sánchez de Thompson que, al descubrirlo en Montevideo, lo definió así: "Ayer hemos visto una maravilla. Ves la vista con tal perfección y exactitud que sería imposible de obtener de otros modos". También desde la otra orilla, Florencio Varela escribió: "Copia la naturaleza con una perfección inconcebible sin más agente que la luz". Los testimonios de Sánchez de Thompson y Varela forman parte de los capítulos del documental de Schvarzstein que tiene detrás un largo trabajo de investigación. Contraste de fuentes tomadas de lugares como el Museo Histórico Nacional, el Complejo Museográfico Provincial Enrique Udaondo y el Instituto Nacional Sanmartiniano, entre otros museos y colecciones. Al pensar en la narración de la historia en relación con el lugar que las imágenes ocupan, Schvarzstein dice: "Me parece increíble que a veces las imágenes no formen parte de la historia. Que la historia sea solo de palabras. Que esas imágenes que lograron un registro muy variado del país y los acontecimientos no sean tan conocidas. Son muy conocidas, pero no todo lo que debieran ser".
Hay generaciones que conocieron las caras de los hombres de la historia por las revistas de la infancia. O las compraban en los kioscos como figuritas de álbum. También por los retratos de los libros. En los billetes. Unos pocos, tal vez, en algunas visitas a museos. La iconografía de la historia nacional de esos primeros retratados se armó a partir de reproducciones. Poder ver una copia de alguien que, por la época, todavía no iba a ser alcanzado por la industria de la imagen, quizá signifique achicar distancias. Hay un daguerrotipo de Domingo Faustino Sarmiento joven –poco conocido– que lo muestra así: posa sentado; al lado suyo, un amigo, de pie. Sarmiento con la piel sin arrugas, ya calvo, patillas canosas que le llegan hasta el bigote a medio mostacho oscuro. La mirada directa. Serio, no sonríe. Toda su cara recortada por una traje en pie de pull. Su amigo tiene pantalones con grandes cuadros. ¿Estarían a la moda? ¿Cuántas lecturas posibles de ese Sarmiento que no es el de los bustos de las escuelas? En otra toma, vestido de militar, en el Ejército Grande que derrocaría a Rosas. También la colección muestra a Bartolomé Mitre, poco más de 30 años, mira a cámara con el mentón un poco bajo. Delgado. Barba en U, con bigote. El brazo izquierdo apoyado en una mesa baja sobre la que hay un libro. Otros nombres y retratos: José Mármol, el autor de Amalia; Justo José de Urquiza con su traje militar abierto; luego, en otra posterior, de poncho: hay varias daguerrotipos que lo retratan, cerca de diez.
Hacia 1860 el daguerrotipo empezó a ser sustituido por el negativo. Pero San Martín llegó a usarlo en Francia. Tenía 70 años. Se hicieron dos tomas, difieren muy poco una de otra. En las dos está sentado. Ropa sobria de invierno. Una pose tres cuartos de perfil: él mira a un frente y la cámara frente a él le toma los huesos angulosos, el pelo blanco, los ojos nublados. En una de las copias, la mano izquierda adentro del saco. Los hombros laxos. Porte erguido para un asmático que cruzó los Andes, para un San Martín de setenta. ¿Imaginaría a la distancia don José la importancia que tendría esa imagen en la historia? En la otra toma, saco abierto, una mano a cada lado. A esa imagen, su hija la hizo reproducir en un estudio de París para enviar a sus admiradores. Esas dos tomas se convirtieron en las reproducciones al finito en cuadros, litografías, bustos, copias; todo, después de su muerte. Se conocían sus hazañas desde la oralidad. No su imagen. "El daguerrotipo ocupa un lugar central, es lo que se utiliza para la recuperación de la imagen sanmartiniana dentro del panteón liberal", sostiene Roberto Amigo en La huella de la imagen. Y agrega: "Desde esa apropiación liberal es que San Martín entra al panteón escolar".
"En tiempos de la Revolución en la que eran tan importante los retratos de los líderes, porque había que convencer a la gente de que confiara en los ejércitos libertadores, que se decidiera a no obedecer más a Fernando VII", dice la investigadora y ensayista Laura Malosetti Costa. Hay un lado B de las figuras: muchos terminaron pobres, alejados de los días de gloria. O no fueron tan representados en la iconografía nacional. Como una foto permite leer en el retrato de Álvarez Thomas a un hombre viejo, panzón, ropa gastada, saco apretado. Así, varios respiraron corto frente a un daguerrotipo que los distanció de la imagen más estilizada de los cuadros. Una primera forma para acercarse un poco más, quizá, a la persona dentro del mito.
- Fotos del Museo Histórico Nacional. Gentileza La huella de la imagen
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