El primer movimiento de la Guerra de Malvinas, la navegación hasta las islas, se gestó en absoluto secreto; a continuación, el testimonio de uno de sus protagonistas
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La Operación Rosario es una historia que atraviesa a los Chaluleu, mi familia. Mi abuelo, Julio Daniel Chaluleu, era oficial de Marina, y en los días previos al 2 de abril sus superiores lo designaron como comandante de la Fuerza de Tareas Anfibia, la “FTA 40.3″, que estaba conformada por un grupo de destructores y navíos logísticos que escoltarían al buque que llevaba a los soldados de la Fuerza de Desembarco. La operación, cuyo objetivo era recuperar las Islas Malvinas tras 150 años de usurpación británica, se llevó a cabo bajo absoluto hermetismo.
Mi abuela recuerda que se enteró de la noticia el mismo 2 de abril, como la gran mayoría de los argentinos, una vez consumada la recuperación, de la manera menos pensada. Nadie le había dicho nada. “La Operación Rosario fue tan extremadamente secreta que, siendo yo habitante de la Base Naval Puerto Belgrano, me enteré de que Puerto Argentino acababa de ser tomado por nuestras fuerzas por la radio”, me cuenta hoy, 41 años después. Ella pensaba que mi abuelo había salido a navegar, como hacía todos los meses.
La Operación Rosario fue el primer capítulo de la Guerra de Malvinas. En la mañana del 28 de marzo de 1982, las tropas del Ejército Argentino y de la Armada embarcaron y establecieron rumbo hacia el archipiélago. Fue el comienzo del conflicto con el Reino Unido.
Ese día, las fuerzas argentinas se organizaron en 12 buques: el portaaviones 25 de Mayo; los destructores Hércules, Santísima Trinidad, Comodoro Py, Seguí, Piedra Buena y Bouchard; las corbetas Drummond y Granville; el buque de desembarco Cabo San Antonio; el rompehielos Almirante Irizar y el submarino Santa Fe.
Su misión, en definitiva, era poner a las tropas argentinas “en la playa”. Fue el primer movimiento de la gesta de Malvinas.
Mi abuelo, que estaba a cargo de los destructores y las corbetas que formaban parte del grupo de escolta, iba a bordo del Santísima Trinidad, cuyo comandante era José Luis Tejo. El comandante del otro destructor, el Hércules, era Enrique Molina Pico, que por entonces tenía el grado de capitán de fragata.
Ahora, Molina Pico, a sus 84 años, revive la historia en una entrevista con LA NACION, en el living de su casa de Buenos Aires.
-Enrique, ¿qué recuerda de los días previos a la Operación Rosario?
-Yo era comandante del Hércules. Estábamos haciendo pruebas en el mar el día 25 de marzo de 1982 cuando, a mediodía, me llegó la orden de regresar hacia la Base Naval Puerto Belgrano “de inmediato”.
-¿Eso le despertó alguna sospecha?
-Muchos juzgaban, opinaban, pero nadie realmente creía que iríamos a ir a la guerra contra Inglaterra. Era una cosa impensada.
-¿Qué pasó cuando llegaron a Puerto Belgrano?
-Cuando llegué, me ordenaron que fuera a cargar combustible y que completara la “santabárbara”. La “santabárbara” es donde se guardan todos los proyectiles y la munición del buque. Lo hicimos y ahí nos quedamos. Y ese día, un poco después de las once de la noche, nos llamó tu abuelo, que estaba sentado en el comando, trabajando. Me comentó sobre la orden que habíamos recibido: tomar militarmente las islas Malvinas. Fue la primera noticia que tuvimos. Después me dijo que me presentara a las 7 de la mañana en el portaaviones 25 de mayo para iniciar la programación de la navegación.
-¿Usted pudo llamar a su familia, a alguien?
-No. Nos habían ordenado que no podíamos hablar con nadie. Yo solo hablé con una persona, con mi segundo comandante del Hércules, y le dije: “Mañana partimos para Malvinas”. Lo primero que hicimos con el segundo comandante fue estudiar la carta náutica, porque nosotros conocíamos la cartografía de las Malvinas, pero nunca habíamos estado ahí. Esa noche no pudimos dormir. Y al día siguiente nos presentamos en el portaaviones. El día que partimos, los marinos que iban a bordo todavía no sabían nada. Todavía no teníamos permitido decirles. Recién pudimos comunicar la noticia en el mar.
-¿Cuál fue la reacción de sus subordinados? ¿Recuerda sus caras?
-Todos tenían cara de sorpresa. La misma que tuve yo. Porque, cuando estábamos navegando, antes del 25, ya había un cierto rumor de que se iban a atacar las Malvinas, pero oficialmente no se sabía nada. Era lo menos esperado. “Contra Inglaterra, estamos locos...”, pensaban muchos.
-¿Qué palabras eligió para darle la noticia a sus subordinados?
-Les dije: “Les informo que el gobierno militar ha decidido recuperar las Islas Malvinas, esto no es un ejercicio, esto es una operación real”. Y luego les dije que yo reconocía que íbamos a combatir contra profesionales del mar, como eran los ingleses de la Royal Navy, pero que estaba tranquilo porque sabía que ellos también eran profesionales del mar, algo que demostraron durante toda la guerra.
Los cuatro días previos al 2 de abril
Continúa Molina Pico:
“Después de esas palabras que pronuncié, comenzamos la navegación hacia el sur. El plan inicial era desembarcar en las islas el 1ro de abril, pero ocurrió algo. El 29 y 30 nos encontramos con el peor temporal que hayamos tenido en muchísimos años. Era verdaderamente increíble. Tuvimos que bajar mucho la velocidad y nos retrasamos mucho. Se cambió la fecha del 1ro al 2 de abril”.
-¿Se alteraron mucho sus planes?
-El programa inicial era desembarcar el 1ro, pasando por el sur de las islas y desembarcando con un ataque desde el este. Pero lo que hicimos fue pasar el sur de las islas, volvimos bordeando por el norte y desembarcamos en Puerto Stanley el 2 de abril a partir de las 6 am. Mi buque, el Hércules, fue el que encabezó el desembarco en la zona de Puerto Stanley. El Irizar y el Santísima Trinidad desembarcaron comandos al sur de Stanley, en una operación independiente. Nosotros, a las 4 de la mañana, izamos el pabellón de combate e iniciamos la aproximación para verificar si había resistencia o no. Los ingleses ya estaba esperándonos con las luces apagadas.
-¿Sentían que habían cruzado un “punto de no retorno”?
-No había, realmente, un punto de no retorno. Podíamos retornar en cualquier momento.
“Formación Cortina”
“Navegábamos en formación, siempre previendo las amenazas que podrían aparecer y cuáles eran las mejores maneras de contrarrestarlas. Adoptamos una formación que se llama ‘Cortina’, cuyo objetivo era proteger al buque más importante, el Cabo San Antonio, el que transportaba a los soldados. Avanzábamos con las comunicaciones cortadas, con todo apagado: en silencio de radio, silencio lumínico y silencio acústico”.
-¿Cuál era su mayor amenaza?
-El ataque de un submarino atómico inglés.
-¿Esperaban que los alcanzara uno, teniendo en cuenta las distancias con el Reino Unido?
-No, pero siempre había que prever. Calculábamos que no iban a llegar todavía, pero, en esa situación, uno no puede descuidarse o bajar los brazos. Ellos tenían 5 submarinos atómicos, y quizás uno de esos estaba en el Pacífico. En ese caso, podía llegar a las Malvinas desde el pasaje de Drake y sorprendernos.
-Usted entrenó toda la vida para una situación como esa, pero era la primera vez que lo vivía.
-Sí. De hecho, en un momento, mientras hacía cálculos, me cayó la ficha de que estábamos en estado de guerra. Por ejemplo... Pensaba: “¿Qué hacemos si torpedean a uno de nuestros buques?”. Evaluar el peor escenario me hizo darme cuenta.
-¿Qué habría pasado si hubiera aparecido un submarino nuclear? ¿Ustedes tenían algún método efectivo de defensa contra los submarinos?
-La esperanza de Dios. El submarino atómico tiene una capacidad de movimiento que no es igualada por ningún otro buque. Estábamos en las manos de Dios. Por eso el Crucero Belgrano no tuvo escapatoria.
El desembarco
El 2 de abril de 1982, las tropas argentinas que iban a bordo del buque Cabo San Antonio desembarcaron en las islas Malvinas. Previo a ello, escucharon el discurso del Almirante Carlos Büsser, el comandante de la Fuerza de Desembarco. Büsser pronunció:
“Nuestra misión es la de desembarcar en las Islas Malvinas y desalojar a las fuerzas militares y a las autoridades británicas que se encuentran en ellas. Esto es lo que vamos a hacer...
El destino ha querido que seamos nosotros los encargados de reparar estos casi 150 años de usurpación. En esas islas vamos a encontrar una población con la que debemos tener un trato especial. Son habitantes del territorio argentino y, por lo tanto, deben ser tratados como todos los que viven en la Argentina...
Ustedes deberán respetar estrictamente la propiedad y la integridad de las personas, no entrarán a ninguna residencia privada si no es necesariamente por razones de combate. Respetarán a las mujeres, a los niños, a los ancianos...
Serán duros con el enemigo pero corteses, respetuosos y amables con la población de nuestro territorio, a la que debemos proteger. Si alguien incurre en violación, robo o pillaje, le aplicaré en forma inmediata la pena máxima...
Y ahora, con la autorización del Señor Comandante del Grupo de Transporte, quiero expresar que lo que haga la fuerza de desembarco será el resultado de la brillante tarea que los integrantes de este grupo han realizado. Gracias por traernos hasta acá y gracias por ponernos mañana en la playa. No dudo que el coraje, el honor y la capacitación de todos ustedes nos darán la victoria. Durante mucho tiempo hemos venido adiestrando nuestros músculos y preparando nuestras mentes y nuestros corazones para el momento supremo: enfrentar al enemigo. Ese momento ha llegado. Mañana mostraremos al mundo una fuerza argentina valerosa en la guerra y generosa en la victoria. Que Dios los proteja. Ahora digan conmigo: ¡Viva la Patria!”.
Los destructores de la FTA 40 se quedaron patrullando la zona, listos para ofrecer apoyo de fuego naval, en caso de que fuera necesario.
“Nos quedamos listos a tirar, pero el Almirante Büsser dijo que no iba a ser necesario. Luego, a los pocos días, volvimos hacia Puerto Belgrano. El 3 de abril se inició el repliegue. Después nos mandaron de vuelta a la zona. Estuvimos ahí hasta el final de la guerra, merodeando la islas”, comenta Molina Pico.
“Todos estuvieron a la altura de una medalla”
Entre abril y junio de 1982, mi abuela casi no pudo ver a mi abuelo. Graciela, la esposa de Molina Pico, vivía en Buenos Aires. Ella también se había enterado de la recuperación por la radio, aquel 2 de abril, a las 6 de la mañana. Recién pudo ver a su marido en octubre de ese año, dado que, terminado el conflicto, su esposo continuó trabajando lejos de Buenos Aires.
Molina Pico, que era seis promociones más nuevo que mi abuelo, lo recuerda así:
“Era una excelente persona. Estuvo presente en todas las acciones del grupo de tareas que comandó, desde el primer al último día. En la parte profesional era un tipo sumamente responsable, no dejaba nada librado al azar, trabajaba meticulosamente, estaba atento a todo: munición, combustible. Tengo el mejor de los recuerdos. No era un jefe que daba órdenes y se iba, era de los que daban órdenes y se quedaban hasta el final”.
Molina Pico también tiene un grato recuerdo de sus subordinados del destructor Hércules, a quienes homenajea de la siguiente manera:
“Combatieron con honor y con profesionalidad, y llevaron a los ingleses al borde de la no victoria, porque los ingleses peleaban con el apoyo de la NATO, de los Estados Unidos y de un país vecino de la Argentina. Mis subordinados, y todos los soldados argentinos, estuvieron a la altura de la medalla”.
El abandono de un buque insignia
El ARA Santísima Trinidad, que ocupó un rol clave en la gesta de la recuperación de las islas, hoy está abandonado. Sus piezas fueron construidas en Inglaterra, en la década del 70. Su ensamblaje se realizó en los astilleros de Río Santiago, entre 1970 y 1975.
A fines de 1975, el destructor sufrió un atentado. Una bomba de Montoneros, plantada en el muelle, que lo hundió parcialmente. Las reparaciones demoraron 5 años. Finalmente, el histórico buque tuvo su primera navegación, en 1981.
Su período operativo fue relativamente corto. A diferencia del Hércules, que era su buque gemelo, el Santísima Trinidad estuvo en actividad solo 23 años: desde 1981 hasta 2004. Pero su “tiempo de vida” se hace más corto si se mira la fecha de su última navegación: 1989.
Desde 1989, está amarrado en la Base Naval Puerto Belgrano. Fue utilizado como una fuente de repuestos para el Hércules. Lentamente comenzó a sufrir averías. Comenzó a hundirse ante la vista de todos.
Quedó, prácticamente, abandonado. En 2013, las imágenes llegaron a los diarios: el Santísima Trinidad se había hundido en la dársena de Puerto Belgrano. Para muchos, era -y es- inadmisible que se destratara de esa manera a un navío que es parte de una de las historias más importantes de la Argentina. Un navío que merecía mayor reconocimiento.
Unos meses después de ese incidente, fue reflotado. Y surgieron algunos proyectos para conmemorarlo; se pensó en convertirlo en un museo, en arreglar sus averías. Pero las ideas no prosperaron: era muy difícil revertir el mal estado en el que se encuentra la nave.
En 2020, el Santísima Trinidad estuvo cerca de ser desguazado. El presidente Alberto Fernández había declarado al buque “en desuso”. Por ende, las autoridades navales iniciaron los pasos para venderlo como chatarra.
Pero, a último momento, apareció la justicia Federal y frenó la orden. Así, el destructor ganó una vida más. Como en 1975. Como en Malvinas.
Sin embargo, este año se terminó de decidir su destino. “En una semana se iniciará el desguace. Una empresa pagó en una subasta 36 millones de pesos”, dice Molina Pico.
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