Dos hermanos napolitanos que llegados a Buenos Aires tras la Primera Guerra Mundial fundaron una casa de guantes artesanales que pronto se impuso en la moda argentina
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En la ciudad de Nápoles, al sur de Italia, los hermanos Mario y Genaro Portolano aprendieron el oficio de guantero. Tras la Primera Guerra Mundial se embarcaron en un navío rumbo a América y llegaron a Argentina. Una vez instalados en Buenos Aires comenzaron a confeccionar el accesorio de moda del momento: los guantes. Arrancaron con un taller y hasta llegaron a tener su propia curtiembre. Hoy, en la empresa familiar Portolano, fundada en 1931, continúa la tercera generación y sus productos clásicos se fabrican como antes: artesanalmente.
En Tucumán al 1542, en plena zona de Tribunales y tan solo unas cuadras del Teatro Colón, se encuentra un edificio con más de cien años de historia. El local es pequeño y suele pasar desapercibido, pero si uno observa la vidriera parecería que el tiempo se detuvo en otra época. Por unos instantes, se rememoran los días en los que era una postal cotidiana ver a los transeúntes caminando con sombrero y guantes por la Peatonal Lavalle. “Portolano”, dice la puerta con una letra cursiva de color dorado y al traspasarla suena un timbre musical para anticipar que un nuevo cliente ingresó al negocio. El aroma a cuero se percibe al instante. “Buenas tardes”, le dice Elba, hija del fundador, a una habitué y la asesora con la compra. En unas vitrinas antiquísimas exhiben guantes de varios modelos. Desde los clásicos de cuero de cabritilla; para conducir combinado con cierre y sin dedos; especiales para moto; de golf y equitación y hasta con apliques y broches de metal. Los colores también varían: negro, marrón, blanco, fucsia, rojo, turquesa y amarrillo. En los cajones de madera, que se conservan intactos a través de los años, tienen otros pares que aguardan la llegada de las manos indicadas.
La historia de la familia Portolano con el oficio comenzó en el siglo XX en Nápoles, Italia. En su tierra natal los siete hermanos aprendieron los secretos para la confección de guantes de calidad. Tras la Posguerra en 1925 emigraron a América en busca de nuevas oportunidades. Algunos llegaron a Brasil y otros a Argentina. Mario y Genaro, el menor de los hermanos, se instalaron en Buenos Aires y comenzaron a confeccionar los accesorios que en aquella época eran indispensables para hombres y mujeres. En 1931 surgió “Casa Portolano”, que con los años se convirtió en sinónimo de calidad. En la década del 40 llegaron a exportar a diferentes países, entre ellos, Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. En una de las paredes del local, se encuentra la placa conmemorativa del acuerdo comercial con la tienda departamental Macy’s de Nueva York del año 1942. Asimismo, en aquellos años tenían su propia tienda en Harrods.
Los guantes vivían su época dorada y era tal la demanda que la empresa no paraba de crecer: llegaron a tener más de 120 empleados. ”Cuando mi abuelo arrancó, en Argentina había gran producción de cuero vacuno, pero poca de caprino, que es el que se utiliza en Italia para la elaboración de estos accesorios. Al tiempo, tuvieron que abrir su propia curtiembre”, rememora Sebastián Portolano, tercera generación al frente del negocio. La curtiembre estaba situada en Villa Domínico, Avellaneda, allí realizaban todo el proceso de limpieza, color y flexibilidad de los cueros que luego utilizaban para la producción artesanal. Don Mario falleció joven, a los 52 años, y su hermano tuvo que continuar solo con el emprendimiento. En la década del 60 cerró la curtiembre y se dedicó exclusivamente al diseño y confección.
Sebastián de pequeño solía ir a visitar a su abuelo y padre a la fábrica ubicada en pleno Microcentro. Siempre fue un niño curioso y le fascinaba ver a Don Genaro trabajar en el taller. “Aprendí mirando. El abuelo me transmitió la pasión que tenía por los guantes. Recuerdo estar a su lado cortando o preparando los moldes. Con los años fui aprendiendo y perfeccionando”, confiesa y baja al subsuelo del local donde está situado el pequeño taller.
En una enorme mesada de madera Miguel, que trabaja en la empresa hace más de 30 años, está cortando las piezas que utilizarán para algunos pares. Lo hace a ojo, pero con una precisión digna de admiración. “Son años”, dice, mientras con una tijera le da forma a lo que ellos llaman “deditos”. Pamela, otra empleada con más de una década de experiencia en el rubro, se encuentra concentrada frente a la máquina de coser. “Los guantes tienen la particularidad que se cosen al revés. Cada una de las etapas se hace a mano y de manera artesanal. Desde el corte, costura hasta el planchado”, explica Sebastián. A su lado, tiene un histórico balancín para cortar los cueros. De fondo, se oye la radio. En un estante hay cueros de cabritilla de distintos colores y en otro mueble de antaño se encuentran los hilos que combinan con cada uno de los diseños. “El cuero de cabritilla se utiliza para el 80% de nuestra producción. A veces, si se necesita uno más firme o grueso optamos por el de cabra. No usamos de vaca ni de oveja”, afirma. Por semana, realizan en promedio 50 pares.
Alberto, el papá de Sebastián, tiene 80 años y siempre se dedicó a la parte administrativa de la empresa. Él vivió casi todas las etapas de apogeo y caída de este accesorio. “Antes nosotros no teníamos un sobretodo sin los guantes. Era un clásico indispensable. Es increíble cómo cambiaron las épocas”, dice. Y cuenta que cuando dejó de ser esencial, siguió como moda en las mujeres. “El 60% se vendía para ellas y el 40% para el hombre”. Cuando llegaron los guantes de plástico sintético (en especial de China) las ventas cayeron estrepitosamente. “Para subsistir agregamos nuevos modelos, entre ellos, los deportivos. Nos reinventamos y gracias a Dios somos uno de los pocos del rubro que seguimos”, afirma y saca un par de guantes de golf de los cajones de madera.
Actualmente, los modelos más solicitados son los clásicos de cabritilla, para conducir (sin dedos) y los de golf. “En el último tiempo volvió la moda de los accesorios como el sombrero, los pañuelos y los guantes. Los hombres los están llevando mucho”, asegura Alberto. En cuanto a los colores, el negro y el marrón llevan la delantera, pero también los piden en rojo, blanco o amarrillo. “Con los guantes se sigue la moda del zapato”, agrega Sebastián.
Por el local han pasado generaciones. Hoy en día se acercan muchos jóvenes en busca del accesorio que usaban sus abuelos. “Está viniendo la tercera generación. A veces, se acercan chicos de 20 años con la foto de los abuelos con nuestros guantes. Eso es muy lindo”, confiesa Sebastián emocionado. A lo largo de la historia han vestido las manos de diferentes personalidades. Al actor Federico Lúpiz, quien interpretó a El Zorro, le diseñaron durante años pares especiales para el personaje. “Hemos realizado muchos modelos para el Teatro Colón y el San Martín, series de televisión y distintas películas”, dice Alberto. El diseñador Gino Bogani es otro habitué.
“Cada guante es único y artesanal. Amo lo que hago”, concluye Portolano. Y rememora cuando aprendió con su abuelo Genaro el arte de este oficio
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