Objetivo desatendido: cómo reducir el costo de pasar de la fase de intención a la fase de acción
Ya sabés bien que las ganas e intenciones para lograr un cambio en tu vida y la realidad de que suceda es muy diferente. Para la mayoría de nosotros familiaridad es seguro y cambio significa peligro. Por todo esto, el proceso de inspirar, querer, promover y mantener el cambio es tan difícil y lleva tanto tiempo.
Una forma sencilla de imaginar el proceso de cambio es bajo un contexto de "resolución de un problema". El estado actual es el problema; el cambio sería el proceso y la solución a ese problema, es decir, el estado futuro. Esto implica alterar la manera de pensar en pos de nuevos beneficios a nivel individual.
Uno de los costos más importantes es el de no poder convertir tus intenciones en acciones, que son las que determinan tu productividad en cuanto al cambio. ¿Cuántas veces tuviste intenciones de hacer algo nuevo, diferente y, sin embargo, que eso suceda y sea mantenido en el tiempo, no ocurrió?
El desajuste cerebral entre las intenciones y la acción sucede en ciertas personas con lesiones en el lóbulo frontal del córtex. Pero en personas sanas es conocido como el "objetivo desatendido". Para que la nueva acción sea exitosa, las intenciones y la acción deben estar siempre relacionadas en el cerebro.
Por ejemplo, si tu intención es cambiar y hablarle a tu mujer o a tu marido, y antes no lo hacías así, en un tono tranquilo, empático y pausado, esas intenciones tienen que ser siempre parte de vos –y de tu cerebro–, estando asociadas a cada vez que te encuentres con ella o él.
Para tu cerebro cambiar una acción del pasado por una nueva tiene un costo o detrimento del desempeño. Estos costos incluyen además tiempo, miedo a lo no familiar, desorientación, imprecisión, inexactitud, etcétera. Pero sólo ocurren cuando entra en juego la acción literal de hacer otra cosa, pero no influyen con tus intenciones de hacerlo de manera diferente. Tenés la intención de bajar unos kilitos, sin embargo, no pasás a la acción: cuidarte en las comidas. Es debido al costo de pasar de la fase de intención a la fase de acción.
Tus intenciones son gratis; tus acciones nuevas, muy caras. Por esto el cerebro se siente tan bien el domingo a la noche cuando te proponés la dieta, porque a nivel biológico la intención no tiene ningún costo energético. Además, los costos de cambiar acciones nos quitan el sentido de expertise, del saber. Es por esto que pueden ser reducidos enormemente en el cerebro si los tomás como oportunidades para dominar algo nuevo, para aprender.
Otra forma de reducir esos costos es, además de enfatizarte los beneficios y la importancia de la nueva acción, demostrarte por qué tus viejas acciones ya no te sirven. También es de extrema utilidad que practiques las nuevas acciones advirtiéndote qué errores, fallas o frustraciones aparecerán en el camino hasta que vuelvas a dominar esa nueva tarea. Las fallas son parte del costo de cambiar acciones. No sos más débil por sentir dolor, miedo o frustración. Justamente eso es lo que te hace humano.
En resumen, tus circuitos cerebrales y sus conexiones tienen que trabajar más arduamente cuando se trata de cambiar y, además, deben inhibir el repetir formas familiares y cotidianas de hacer las cosas. Las intenciones son fundamentales para ayudarte a encontrar oportunidades de cambio. Si sabés dónde vas o dónde querés ir, más fácil de llegar. Pero recordá que pasar de la intención a la acción tiene un costo para el cerebro. Y por eso te cuesta tanto.
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