OBESIDAD La guerra de los kilos
Amenaza con ser el gran problema de salud en el siglo XXI, y por primera vez se extiende la conciencia de que se trata de una enfermedad. Además -luego de una ola de falsos remedios, negocios y mentiras-, la ciencia comienza a dar pasos efectivos para ayudar a quienes padecen de riesgoso sobrepeso
El ciudadano del futuro puede ser alguien incapaz de abrocharse los cordones de los zapatos. Alguien de estampa oronda, redonda... redondísima. El diagnóstico que la medicina especializada emitió en el informe de la Organización Mundial de la Salud, publicado en mayo último, asegura que, de seguir con la dieta supercalórica y el sedentarismo que fomenta la prosperidad occidental, en el próximo siglo el planeta estará habitado por seres sumergidos en montañas de carne. Es decir, hombres y mujeres gravitarán dentro de anatomías inabarcables, esculpidas todas a Coca-Cola y papas fritas.
Adheridos al sillón, inmovilizados por culpa del control remoto, la computadora y la pizza con aceitunas. Cuerpos que ya no encajan en las butacas del cine ni en los seguros de salud ni en los cánones estéticos de las contradictorias sociedades posmodernas.
En junio, cerca de 2000 autoridades en la materia, reunidas en un congreso realizado en Milán, aprobaron la proyección de la OMS que estima que, de mantenerse estos hábitos de consumo, en el año 2230 el 100% de los habitantes de los Estados Unidos será obeso.
Y a juzgar por las estadísticas de aquel país, los pronósticos no exageran ni un gramo: la Encuesta Nacional de Examen de Salud y Nutrición (Nhanes III) afirma que allá existen 58 millones de adultos y niños afectados por el sobrepeso y la obesidad. Un tercio de la población engordó un 40% más entre 1980 y 1990, exactamente cuando la tierra del fast food exportó su cultura alimentaria al resto del mundo.
En esa década el Reino Unido duplicó su número de gordos, colocándose a la altura de España, Italia y varios países de Europa del Este. Según la información recogida por el proyecto Dieta y Salud en América latina y el Caribe, realizado por la Organización Panamericana de la Salud y la empresa Kellogg´s, aumentó el número de adultos obesos en Costa Rica y Panamá. En México, seis de cada diez individuos está excedido de peso y dos de cada seis es hiperobeso. Un estudio realizado en Lima entre 5000 mujeres reveló que el 32,6% de ellas está entrada en carnes y un 13,1% de ese total es obesa. En Uruguay, el 53% de los habitantes tiene problemas con la balanza.
Los datos suministrados por autoridades de la Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos Alimentarios (Saota) confirman que el 35% de los argentinos (cerca de 15 millones) es víctima de la gordura.
Claro, lo alarmante es que la curva de la barriga ya no indica felicidad, sino mortalidad. En 1998, la OMS declaró a la obesidad como patología crónica y, después del tabaco, la gran epidemia del siglo XXI capaz de enviar a la especie humana a ver crecer rabanitos bajo tierra. Está harto comprobado que el exceso de grasa provoca serios trastornos cardiovasculares, además de enfermedades como diabetes, hipertensión, artrosis, arteriosclerosis galopantes y algunos tipos de cáncer.
Sólo en los Estados Unidos mueren 300.000 personas al año por causa de este flagelo.
Clínicamente, la obesidad es tendencia metabólica -un niño posee el 50% de posibilidades de heredarla si uno de sus padres la padece- y la gordura, la manifestación visible del desequilibrio entre acumulación y desgaste de energías.
Pero gordito es aquel que, bajo las presiones culturales contemporáneas, rechaza su figura ante el espejo. Por lo tanto, socialmente es una condición percibida: se es o no obeso en la medida que cada quien así se vea, puesto que, según los especialistas, padece idéntica angustia un flaco que se siente obeso, como un obeso preocupado por cuidar la estética. Numéricamente, es alguien a quien la barriguita le impide pasar por el molinete del subte. Alguien que superó con creces su IMC, indice de masa corporal o cifra resultante de dividir el peso por la altura al cuadrado.
Estas nomenclaturas consagradas por el doctor Quetelet a fines del siglo pasado establecen que hasta con 20 kilos por encima del índice se tiene sobrepeso. Llegados los 40 kilos de más, se adquiere la categoría de obeso mórbido, es decir, se corren severos riesgos. Luego de los 50 kilos de más, se es hiperobeso. Y así.
La evolución de la farmacopea demuestra que siempre ha sido motivo de desvelo el tener un cuerpo de tales dimensiones, pese a que las formas voluptuosas fueron signo de belleza y poder en ciertos momentos de la historia.
El mismo Hipócrates intentó afinarle el talle a muchos griegos cultores del dios Baco. Y el tiempo ha corroborado la sabiduría del padre de la medicina, pues si bien utilizó laxantes y diuréticos preparados con hierbas, recomendó a sus pacientes la única e infalible fórmula para no llegar a tener el abdomen fuera de órbita: además de reducir ingestas y evitar comidas oleosas, sugirió dormir en camas bien duras (para permanecer menos tiempo tumbados sin hacer nada), y practicar mucho deporte.
Estas primeras técnicas terapéuticas (salvo lo del colchón) siguen vigentes hoy, y constituyen el abecé de cualquier galeno que se precie de tal. En el 1700, la Escuela de Edimburgo empezó a experimentar también con diuréticos y laxantes, pero a base de mercurio, y era de imaginar que ningún gordito viviría más de dos días para contar cómo le había ido con el tratamiento. A fines del 1800 salió al mercado la hormona tiroidea, droga capaz de disminuir el peso, pero a expensas del tejido muscular, y hacia 1887 se analizaron las primeras aminas, drogas que actúan sobre el sistema nervioso central para mantener a la persona activa y despierta.
Después de la Primera Guerra Mundial, entre 1914 y 1920, los especialistas echaron mano al dimitrofenol, un termogénico -hace que el cuerpo libere calor- subproducto de la industria de las armas y que inmediatamente se aplicó en obesos. Tarde descubrieron que era tóxico, que provocaba cataratas y alteraciones neurológicas.
A mitad de siglo apareció la anfetamina, usada por la Real Fuerza Aérea Británica como estimulante para mantener despiertos a sus aviadores, que sí andaban muy despabilados, aunque livianos como pajaritos. Obviamente, el invento fue ensayado en personas obesas y con relativo éxito hasta hace poco tiempo, pese a que desde un principio se supo lo terrible de los efectos secundarios en el sistema nervioso.
A partir de entonces la medicina, apoyada en trabajos de significación estadística -es decir, que han sido harto analizados-, a través de la farmacopea, la pirámide nutricional y las técnicas quirúrgicas, continuó intentándolo todo.
Pero la enfermedad alimentó el negocio montado sobre la insatisfacción personal, ese que probadamente conduce a la nada, cuando no a unos cuantos incautos al Paraíso. Clubes de adelgazamiento, hipnosis y tratamientos hormonales, complementos dietarios, fitoterapia (yuyos), masoterapia, acupuntura, auriculoterapia (plantillas para presionar puntos de la planta de los pies) hasta la supresión del apetito con drogas magistrales de dudosa efectividad. La imaginería popular también aportó lo suyo: gualichos, baños de parafina, caminatas sobre brasas, inyecciones de gas, ventosas, un viaje por un túnel fotónico (de colores) o los golpes de electricidad sugeridos por la chilena Carolina Varela, convencida la dama de que permanecer una hora enchufado a 220 watts equivale a hacer 1500 ejercicios mensuales.
En ese contexto un tanto mefistofélico, alcanzar una condición física saludable se convierte en un raid traumático. Pesadillesco. "Desde flores de Bach y endocrinólogos hasta globulitos homeopáticos, clí- nicas, gordos anónimos, caminatas grupales -cuenta Carlos Pistoccia, de 27 años, en pleno combate contra sus 150 kilos-. Nada me controlaba la terrible ansiedad por comer. Me interné en una clínica y bajé 18 kilos con dieta, pero me fui un mes de vacaciones y aumenté 22. Mis padres gastaron fortunas desde que era chico. Tenía problemas pulmonares, flebitis, los meniscos rotos, hipertensión. Estaba desesperado. No podía más con mi cuerpo, pero cada dieta era una frustración más. Mi tía escuchó por la radio a la novia de un animador famoso que promocionaba su centro para adelgazar, y ahí fui. Me dieron dieta, diuréticos de centella asiática, algas, y masajes en los músculos con un aparato de ultrasonido. Costaba 25 pesos cada sesión. Pasaron meses y una empleada que se apiadó de mi sufrimiento me dijo: Es todo mentira, nunca enchufamos los aparatos. Volví destruido a casa. Todos llorábamos cuando le conté a mi pobre vieja, que se agarraba la cabeza y se preguntaba por qué."
La OMS admite sólo a tres grupos de autoayuda en el mundo capacitados para contener psicológicamente a los adictos a la comida: Graco en Italia, Orbiter en los Estados Unidos y ALCO en la Argentina.
Fundada en 1966 por Alberto Cormillot e inspirada en el programa de Alcohólicos Anónimos, ALCO tiene sedes en América latina, España e Israel y en la actualidad está coordinada por obesos recuperados gracias a un plan de educación nutricional y cambio de conductas alimentarias. Más de 50.000 personas pasaron por la organización para dominar las compulsiones, el picoteo y el asalto nocturno a la heladera, todo sin magias ni pastillas. Algunos abandonan porque no soportan las seis ingestas diarias ni ventilar su trauma en público, otros buscan resultados inmediatos. Otros rozan la meta dorada: bajar. Volver a sentirse normales. Sanos y atractivos, abandonar la carpa floreada y el jogging. Caminar, caber toditos en un asiento de avión. Pasar frente a la panadería y hacerle pito catalán a los sándwiches de miga.
Coco Parodi pesaba 280 kilos cuando un grupo de coordinadores de ALCO fue a visitarlo a su casa. "Este era yo", y muestra la foto de un sujeto atrofiado por la masa adiposa. Abandonó su puesto jerárquico en una sucursal del Banco Provincia porque, dice, era un martirio salir dos horas antes para llegar a tiempo: en la calle tenía que agarrarse de las paredes, no podía caminar solo. Y no entraba en su auto. Los taxis pasaban de largo. En el colectivo nadie se sentaba a su lado. Y tan deformado estaba que del escritorio lo mandaron al depósito, cosa que no diera espectáculo. Deprimido, se encerró en el living y vivió meses sentado en un sillón, semiparalítico, durmiendo entre almohadones porque si se acostaba, moría ahogado. Miraba televisión, comía... "Fui un niño flaquito que de joven salió del servicio militar con diez kilos de más. Y como no podía adelgazar solo, un compañero de trabajo me recomendó a un nutricionista que me recetó unas pastillas increíbles. Y bueno, así bajé diez kilos en quince días. Aumenté otra vez, y le pedí que aumentara los miligramos al tope. Después, otra médica me dio Emagril, una droga famosa. Cuando la dejé, exploté. Pasé por un homeópata y adelgacé un poquito con yuyos, pero empecé a comer con desesperación, no sé... qué sé yo... podía mandarme 30 empanadas juntas más vino, asado y todo. Es así. Empezás comiendo lo que te gusta. Después, lo que haya. Era una locura. De un viernes a un lunes no me entraban los pantalones. A los 44 años yo pesaba 260 kilos. Era un cuadro muy triste. Mis compañeros me veían parado en la esquina esperando el colectivo, y pasaban de largo... Por una amiga, asistente social, la gente de ALCO fue a casa. Yo estaba perdido, ni los zapatos me podía poner. Ellos consiguieron que en una forrajería nos prestaran la báscula, no había otra cosa donde pesarme..."
En dos años, Coco Parodi perdió 156 kilos y, tras varias cirugías, reconstruyó vientre y muslos. Estrenó cuerpo nuevo, decenas de trajes y camisas. Pero más tarde volvieron a la oscuridad del placard: el despiadado efecto yoyó le engrosó un poquito la cintura.
Datos recientes en los Estados Unidos señalan que el 98% de las personas a dieta recuperan el peso perdido al cabo de cinco años, y el 90% gana los kilos perdidos, o más, en el mismo período. "La obesidad es una enfermedad recuperable, pero no se cura -afirma Alberto Cormillot-. La persona tiene una memoria de la gordura. Se podrá adaptar psicológica y socialmente a estar con menos peso, pero eso lleva tiempo y por lo general el gordo no tiene paciencia y se frustra. Entonces vuelve a engordar." Comidas rápidas, autos que reemplazan caminatas: panzas como planetas, muslos pesados. Una verdadera paradoja: mientras la tecnología alimentaria global en manos de las grandes multinacionales satura de calorías a los mercados, la tecnología médica lanza fórmulas revolucionarias que intentan contener el fenómeno.
Sin embargo, a contramano del alerta y con las estadísticas en mano, las obras sociales argentinas no reconocen la enfermedad como tal. La consideran un desorden estético, una notable falta de disciplina. Pero invierten fortunas en afecciones cardiovasculares, hipertensión o diabetes derivadas del exceso de grasa. Amén de la atención psicológica, pues la discriminación hace estragos en la autoestima de aquel que se siente confinado a la categoría de anormal.
Las panaceas de fin de siglo parecen apoyar la teoría acerca del fracaso de las dietas como tratamiento perentorio y, tal vez por eso, son cada vez más sofisticadas. Sin ir lejos en el tiempo, este año aterrizó en las farmacias el orlistat, primera droga que le impide al intestino absorber la grasa del alimento expulsándola parcialmente en cada deposición. Su llegada batió récords de venta al segundo día de lanzamiento oficial.
Según el laboratorio Roche, se han vendido unos 230.000 frascos de su marca Xenical, única hasta el momento en el país (19,3 millones de cápsulas). Fue lanzada este año y ya hay 150.000 argentinos bajo tratamiento, lo que coloca al producto entre los cinco fármacos bajo receta médica más vendidos.
Eso sí, las panaceas, ya está visto, no son del todo perfectas. Si se consumen altos volúmenes grasos, se corre el único riesgo de no controlar, a nivel fisiológico, el momento en que éstos son despedidos. Salvo estas contadas excepciones, dicen que ayuda. Ojo, con dieta y vigilancia.
Otra droga que apareció posteriormente y que ayuda a reducir el apetito es la sibutramina, usada originalmente como antidepresivo, pero con comprobado efecto anorexígeno.
En buena hora, las técnicas quirúrgicas también han evolucionado. En rigor, la ciencia había probado más de 30 tipos de operaciones diferentes, a cual más cruenta: el encorsetado gástrico o cinturón para apretar el estómago, el jaw wiring o bozal, mandíbulas cosidas con hilos de acero o nylon para fijar los dientes y mantener cerrada la boca (esto no sin correr el riesgo de infecciones o morir por aspiración de vómitos). En los últimos veinte años se recurrió al by-pass intestinal para aminorar la absorción acortando el intestino delgado, y a la gastroplastia, cuyo fin fue reducir el consumo cosiendo partes del estómago. Operaciones a cielo abierto, con altos índices de mortalidad.
Luego llegaron los balones intragástricos, globos de silicona introducidos por la boca e inflados en el estómago; y la banda gástrica ajustable en la boca del estomago e introducida hasta allí por laparoscopia (cinco agujeritos en la panza). Los médicos que la practican aseguran que puede eliminar hasta el 80% del tejido adiposo en dos años.
En el mundo hay cerca de 20.000 personas operadas. En la Argentina, apenas un centenar, pues las obras sociales no cubren ni siquiera la anestesia, y los costos son por el momento muy altos.
"Se logra el control definitivo de la obesidad, no la cura -explica Antonio Cascardo, director de Imetco, grupo interdisciplinario que realiza la operación aquí-. Los obesos mórbidos están acostumbrados a la frustración de la dieta, han gastado mucho dinero a lo largo de la enfermedad, y sin respuestas. La cirugía bariátrica con banda les devuelve el registro de saciedad que han perdido. Si antes, ante un trastorno de su vida se introducían, en una ingesta, cuatro o cinco kilos de comida, ahora tienen sensación de plenitud con apenas comer unos gramos. Cuando intentan pasarse de la medida, vomitan."
Ponerse la biquini el próximo verano. Ese es el sueño de Dora Danna, una linda maestra de 25 años, la primera en probar el método en la Argentina. De los 115 kilos, ya perdió 30. "Me da alegría subir al colectivo sin tener que mortificarme porque nadie va a sentarse a mi lado. Encontrar ropa linda y de colores, dejar las carpas. La gordura te empaña el lado bueno de la vida. Cuando te la sacás de encima, es increíble, se hace visible todo. Se desempaña el vidrio y del otro lado hay felicidad. Sobre todo, paz. Podés ocupar tu mente en otras cosas porque la comida pasa a un segundo plano. Por eso le propuse a mis alumnos estudiar nutrición en la escuela, para que nunca sufran el calvario que yo sufrí."
No sufrir ese calvario supone combates muy duros. Hasta hoy, había que librarla sin ayuda precisa, y sin que el resto del mundo comprendiera que el guerrero estaba enfermo y solo. El escenario comienza a cambiar, aunque todavía falten batallas decisivas.
Obesidad en cifras
35% de los argentinos padece sobrepeso y gordura.
50% son las posibilidades de heredar la obesidad de los padres
300.000 personas al año mueren en Estados Unidos por trastornos directamente vinculados con el sobrepeso.
1887 año en que comienza a experimentarse con aminas, drogas que actúan sobre el sistema nervioso y fueron usadas para controlar el apetito, aunque a costa de serias alteraciones.
230.000 número de frascos de orlistat -nueva panacea contra la obesidad- vendidos en corto lapso en la Argentina.
20.000 son, en el mundo, los sometidos a cirugía bariátrica.
No para todo el mundo
No todos los médicos están capacitados para operar con laparoscopia; por eso, en la Argentina practican la cirugía bariátrica con banda gástrica ajustable sólo dos equipos interdisciplinarios: uno dirigido por el cirujano Antonio Cascardo y el otro, por el doctor Casalnuovo.
Tampoco cualquier persona puede colocarse la banda, pues clínicamente está indicada para obesos mórbidos de más de 35% de IMC o excedidos en 45 kilos, que hayan sido mórbidos por más de cinco años. También se requiere haber probado todos los tratamientos médicos y, sobre todo, aceptar las reglas del juego: nada de tomar litros de licuado de banana ni helados a escondidas. Hay que comer menos, tener ganas de cambiar el estilo de vida y juntar unos pesitos, porque las obras sociales no cubren el gasto de la intervención. El equipo de Imetco está en vías de abrir una fundación para operar en hospitales públicos.
Para estar prevenidos
Son claras las conclusiones a las que arribaron en el Primer Consenso Latinoamericano de Obesidad, celebrado en Río de Janeriro en 1998, acerca de las terapias no recomendadas y los productos elaborados a base de sustancias consideradas inútiles y desprovistas de respaldo científico. Lea bien las etiquetas de los suplementos dietarios en forma de polvos, líquidos o pastillas. No sirven: ginkgo biloba, extracto de kava kava, citrim, picolinato de cromo (produce lesiones renales), café, garcina cambogias, Herbalife, DHEA, entre otros. Tampoco sirven la lecitina, el vinagre de sidra ni las plantas diuréticas y laxantes que contienen los adelgazantes preparados en recetas magistrales: alcachofa, cola de caballo, sen, algas marinas, guaraná, glucomano, etcétera. De estos productos figuran documentados efectos secundarios y contraindicaciones.
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