Esteban Buch entrevistó en 1989 al exoficial de la Gestapo que entonces era un vecino eminente de la ciudad patagónica y reveló en un libro su responsabilidad en la matanza de 335 civiles en Italia durante la II Guerra Mundial
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El 12 de septiembre de 1989, el joven escritor y periodista Esteban Buch entrevistaba en Bariloche a Erico (o Erich) Priebke. El muchacho, que entonces trabajaba para el diario Río Negro, tenía ciertas sospechas de que ese alemán, vecino eminente de la ciudad patagónica a la que había llegado en 1947, tenía un pasado oscuro, posiblemente relacionado con el nazismo. Lo que quizás no esperaba Buch es que su propio entrevistado le confesara en esa charla, no solo su pertenencia al partido nazi, sino también su responsabilidad en la masacre de las Fosas Ardeatinas, como se llamó a la ejecución, por parte del ejército alemán, de 335 civiles en las afueras de Roma durante la Segunda Guerra Mundial.
Buch escribió sobre la participación de Priebke en este crimen de guerra en apenas un párrafo de su libro El pintor de la Suiza argentina, publicado en 1991. La obra no se extendía mucho más en la vida del alemán, pues se centraba la biografía del artista plástico Toon Maes, un belga con pasado como colaboracionista de los nazis en su país, que, instalado en Bariloche, se convirtió en un reconocido pintor.
En su momento, la breve mención a Priebke y a su crimen como capitán de las SS en Roma pasó prácticamente desapercibida. Pero unos años más tarde, Dalila Herbst, una productora televisiva argentina que trabajaba para la cadena estadounidense ABC News descubrió aquel párrafo de El pintor de la Suiza argentina y utilizó la información sobre el exoficial nazi para exponerlo y que todo el mundo conociera su historia. Esto dio pie a la extradición de Priebke a Italia y a su subsiguiente condena judicial a cadena perpetua.
Este año, Esteban Buch lanzó una reedición de su obra El pintor de la Suiza argentina, donde anexó páginas preliminares en las que cuenta cómo fue su encuentro con Priebke y también la transcripción, al final del libro, de aquella entrevista con el vecino nazi de Bariloche. El libro fue declarado de interés por la municipalidad de Bariloche y la legislatura de Río Negro.
En comunicación con LA NACION, el autor habla sobre el oscuro personaje que él ayudó a atrapar gracias a su testimonio, recuerda lo que este inmigrante alemán representaba para la comunidad de Bariloche y rememora las impresiones que tuvo cuando estuvo frente a frente con él. “Nunca dejó de ser un nazi”, asegura el escritor desde París, la ciudad en la que vive desde 1991.
Recuerdos de una entrevista
–Esteban, ¿cuál fue su primer contacto con la historia de Erich Priebke?
–En 1989, cuando empecé mi investigación sobre el pintor Toon Maes, su pasado como colaboracionista y su rol en la vida cultural de Bariloche, varias personas me mencionaron a Erich Priebke como un posible nazi que podía ser interesante para mi trabajo. El rumor era insistente, pero nadie sabía concretamente qué había hecho durante la guerra. Decidí entrevistarlo para tratar de averiguar algo sobre él y también para oírlo hablar de la comunidad alemana y su historia, dado que era presidente de la Asociación Cultural Germano Argentina, entidad de la que dependía el Instituto Primo Capraro, el colegio alemán de la comunidad.
–¿Cómo logró la entrevista con Priebke del año 1989?
–Fue fácil para mí conseguir esa entrevista pues yo ya le había hecho un reportaje sobre la Fiesta de las colectividades europeas para el diario Río Negro.
–¿Qué sensaciones tuvo al entrevistarlo? ¿Recuerda algún gesto de él o alguna actitud que le haya llamado la atención?
–Lo que más recuerdo de su estilo es que hablaba muy mal el castellano, siendo un hombre que había hecho carrera en la Gestapo supuestamente por su facilidad para los idiomas. Había aprendido inglés e italiano y eso hizo que lo destinaran a Roma. Nunca lo escuché hablar en italiano, pero su castellano era pésimo. Y no lo digo porque me moleste que la gente tenga acento, para nada. Es que en su caso, el acento alemán y el desprecio por la gramática castellana me sonaban a indicios de que seguía sintiéndose un patriota alemán, que vivió 40 años en la Argentina sin dejar de verla como un país extranjero, un lugar medio salvaje que había que civilizar difundiendo la lengua y la cultura alemanas. En otras palabras, como el signo de que nunca dejó de ser un nazi.
“Un discurso lleno de mentiras”
–¿La gente de Bariloche conocía el pasado de Priebke?
–Como decía, ese pasado nazi era un rumor carente de datos precisos. Mi libro se llama El pintor de la Suiza argentina retomando la expresión inventada por el Perito Moreno a fines del siglo XIX, que yo uso para criticar la ideología de un enclave europeo en la Patagonia, un lugar neutral donde los antiguos enemigos podían vivir juntos y en paz.
–En ese sentido, me llamó la atención cuando en la reedición del libro usted cuenta de esta manera que su padre era cliente de la fiambrería de Priebke: “La imagen de un judío alemán comprándole salchichas de Frankfurt a un exmiembro de la Gestapo pinta bien a la Suiza argentina”.
–Sí, y es de allí que en sus memorias Priebke, para quejarse de los problemas que le causé, haya intentado usar la figura de mi padre, Tomás Buch, como el judío bueno que le iba a comprar salchichas y que tuvo la desgracia de tener un hijo malo que traicionó ese pacto de buena vecindad en ese libro que misteriosamente le habían “encargado”. Una variante del cuento antisemita del amigo judío, que describía mi padre como un representante de la comunidad judía y así lo excluía de la comunidad alemana, pese a que mi padre era de lengua materna alemana y había nacido en la misma ciudad que él, Berlín.
–¿Cuáles fueron las declaraciones que más lo sorprendieron en su diálogo con Priebke?
–Priebke hablaba como un burócrata, su discurso estaba lleno de mentiras y lugares comunes. Eso se puede comprobar leyendo la entrevista inédita de 1989 en la nueva edición de mi libro, la cual es interesante a pesar suyo, pues se percibe bien su mediocridad. En cuanto a la sorpresa, lo más llamativo fue lo de la masacre de Roma, aun si también eso era en parte una mentira, al describirlo como un acto legal.
La masacre de las Fosas Ardeatinas
Para clarificar en toda su dimensión lo que se dio en llamar la masacre de Roma o masacre de las Fosas Ardeatinas, hay que decir que durante la Segunda Guerra Mundial, Erich Priebke, nacido en 1913, había llegado a ser capitán de la SS y pertenecía a las filas de las Gestapo. Fue enviado a Roma para actuar como oficial de enlace de la embajada alemana en la capital italiana. Allí se convirtió en mano derecha de Herbert Kappler, jefe de la Gestapo en Roma.
Este oficial fue el principal organizador de esa masacre, ocurrida en marzo de 1944. Lo que sucedió entonces fue que un grupo de partisanos de la resistencia de la Italia ocupada realizó un atentado con explosivos en el que murieron 33 soldados alemanes. Como represalia por este accionar, Adolf Hitler ordenó que por cada alemán muerto debían morir 10 italianos.
Kappler y Priebke se encargaron de cumplir la orden del tirano nazi. Juntaron a unos 335 italianos (cinco más que los exigidos por Hitler) y los trasladaron hasta unas minas ubicadas a 15 kilómetros de Roma. Allí, de cinco en cinco, fueron ultimando a todos con un tiro en la nuca. Luego dinamitaron el acceso a las minas. Las víctimas de esta masacre, los elegidos por Kappler y Priebke, fueron prisioneros políticos, presos con condena a muerte, personas acusadas de terrorismo y 75 judíos, entre ellos, niños, tomados al azar del gueto de Roma.
Tal como lo afirma Buch en la entrevista que le hizo a Priebke, el alemán aseguró literalmente que la masacre “había sido un acto de represalia, pero completamente legal en los anales de guerra”. Como era obvio y luego lo determinaría la justicia italiana, no había nada de legal en ese atroz crimen contra civiles.
El escritor, periodista y musicólogo, que es además autor de varios libros y profesor en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París, expresa su sorpresa por la revelación que entonces le hizo el exoficial de las SS: “Hasta el día de hoy me pregunto por qué se puso espontáneamente a contarme eso, en un momento en que la entrevista formal ya había terminado, y sin darse cuenta de que yo seguía grabando”.
Así, cuando se publicó El pintor de la Suiza argentina, en 1991, se podía leer en las líneas que hablan de Priebke: “Allí (en Italia) participó de la masacre de Roma, cuando los alemanes fusilaron a trescientos italianos en represalia por un atentado partisano”.
La reacción de Priebke
–¿Cuál fue la reacción de Priebke luego de la publicación del libro? ¿Se enojó con usted? ¿En algún momento usted tuvo miedo?
–Se enojó mucho, sí, y en 1993 le dijo a un diario local que había pensado en hacerme un juicio, pero que había renunciado para no gastar tanto dinero en “una tontería”, lo cito textual. Yo creo que renunció porque sabía que la supuesta tontería era una verdad y que no le convenía que se la discutiera públicamente, y menos delante de un juez. Pero no llegó a asustarme porque yo ya no estaba en Bariloche.
–Queda claro que en El pintor de la Suiza argentina usted ya revela quién era Priebke y su responsabilidad en la masacre de las Fosas Ardeatinas. ¿Por qué le parece que nadie reaccionó ante esa revelación de la existencia de un criminal de guerra nazi en Bariloche?
–Bueno, esa es una pregunta que siempre me hice. Mi libro fue bien recibido en Bariloche y a nivel nacional, pero de lo que decía sobre Priebke nadie se dio por enterado. Para mí es un enigma por qué tuvo que venir Silvia Dalila Herbst hasta Bariloche para que alguien por fin lea con atención una información que circulaba desde hacía tres años en un libro publicado por una de las editoriales más importantes del país.
–Precisamente Dalila Herbst, productora de ABC News que descubrió la historia de Priebke en su libro, dijo en una entrevista que le costó mucho encontrar El pintor... en Bariloche en 1994. Entonces alguien le dijo que el libro estaba “desaparecido” ¿usted sabía de esto?
–Yo eso no lo comprobé pues estaba viviendo en París y nadie me lo dijo entonces. Sí sabía que era difícil hallarlo en las librerías y por eso mi madre, Lilian Canova, iba repartiendo en algunos kioscos los ejemplares de la primera tirada fallida, con dos páginas invertidas. Así lo encontró Herbst.
Priebke: del libro a la televisión
La mujer que menciona Buch estaba en 1994 en Bariloche como productora del programa televisivo estadounidense de investigación Primetime Live, conducido por el icónico periodista de Estados Unidos Sam Donaldson. La intención del programa era encontrar a Reinhard Kops, un exagente nazi radicado en esa ciudad de Río Negro.
Pero cuando Herbst se encontró con Erich Priebke en El pintor... los radares del programa apuntaron hacia él. La mujer tuvo una entrevista -en la que no reveló su identidad- con el exoficial nazi para comprobar que se trataba efectivamente de él y poco tiempo después un equipo de Primetime Live lo abordó con cámaras a la salida del Instituto Primo Capraro. Allí, el alemán admitió que había estado en Roma en 1944, que había formado parte de la Gestapo y que había participado de la masacre de las Fosas Ardeatinas.
La emisión con esas imágenes salió al aire el 6 de mayo de 1994 en ABC News y tuvo una repercusión internacional tremenda. Tanto, que el Ministerio de Justicia de Italia ordenó a la fiscalía militar de Roma que pidiera la extradición de Priebke. Eso fue el comienzo de la caída del exoficial de la Gestapo, quien terminó siendo juzgado en Italia y condenado en 1998 a cadena perpetua.
–Esteban, ¿usted cuándo supo que el “descubrimiento” televisivo de Priebke tenía que ver con que una de las productoras de ABC News había leído su libro?
–Yo escuché eso en 1994 y no supe si creerlo o no, porque iba a contramano de lo que dice Donaldson en el famoso reportaje de ABC, que Priebke vivió tranquilo en Bariloche “until we found him (Hasta que lo encontramos)”. Me convencí que era verdad recién cuando vi en 2010, en el capítulo sobre Priebke de la serie Nazi Hunters, la historia del hallazgo de mi libro contada por Silvia Dalila Herbst y Harry Philips, de ABC. A la vez en ese documental no se me nombra, solo se ve la tapa del libro y la frase de la página 21 sobre la masacre de Roma.
“Tal vez hubiera muerto tranquilo en Bariloche”
–¿Habló alguna vez con Dalila Herbst?
–Hace unos años intercambiamos algunos mensajes de tono cordial, pero nunca hablamos ni nos vimos personalmente. Yo le estoy agradecido por su testimonio y me alegra el reconocimiento de su propio rol, porque ella también fue invisibilizada en la historia del caso Priebke. Ella comprendió enseguida que lo que decía El pintor de la Suiza argentina podía tener consecuencias legales y fue la primera persona filmada hablando con Priebke.
–¿Cómo tomó la noticia de que Priebke iba a ser extraditado a Italia para ser juzgado?
–Con la satisfacción de que se hiciera justicia con un asesino de las SS, por lo que eso significaba para Bariloche, para la Argentina y para el mundo, tratándose además de un personaje que yo había entrevistado y denunciado. Pero a la vez con cierta distancia, pues yo estaba dedicado a otros temas. Nadie se acordó de El pintor de la Suiza argentina, y yo no sabía si mi trabajo había tenido algo que ver.
–¿Qué hubiera sido de la vida de Priebke si usted no hubiera revelado su identidad en El pintor…?
–La verdad que no lo sé. Antes de mi libro ya había querido denunciarlo Fritz Küper, un profesor de alemán contratado por el colegio de Bariloche que en 1989 le escribió a Simon Wiesenthal y a Serge Klarsfeld. Pero su información era inexacta y no permitía acusarlo de nada concreto. La única fuente de la participación de Priebke en la masacre de Roma, que es el único crimen por el que se lo juzgó, fue lo que me dijo él mismo en la entrevista del 12 de septiembre de 1989 en la biblioteca del Colegio alemán. La clave del caso Priebke es que ese día que habló conmigo él se entregó a sí mismo. Sin ese error, o esa tontería, como dijo luego, tal vez hubiera muerto tranquilo en su casa de Bariloche. O tal vez no, quién sabe.
Los apoyos a ‘Don Erico’
–En la introducción a la reedición de El Pintor..., a la que le puso de título Historia sobre un libro sobre los nazis de Bariloche, usted indica que, cuando detienen a Priebke para extraditarlo, mucha gente de Bariloche sale a apoyarlo ¿Cómo explica usted eso?
–Creo que en ese apoyo a Priebke, que no fue mayoritario pero sí muy visible, entraron en juego diferentes cosas. Por un lado él era muy conocido en Bariloche porque el colegio alemán Primo Capraro depende de la Asociación Cultural Germano Argentina, y porque la Fiesta de las colectividades europeas le daba visibilidad a sus dirigentes. Como presidente de esa entidad, Priebke logró crear una solidaridad interna entre personas de origen alemán que adherían a su discurso nacionalista y que a la vez estaban de acuerdo con no hablar de los nazis ni de la guerra. Esa posición incluía la política educativa del colegio de no enseñar la Shoá.
–¿Hubo una campaña en favor de Priebke?
-Había una idea muy difundida de que la guerra mundial no había sido realmente mundial, que la Argentina había sido neutral, y que era historia antigua. De allí surgió la campaña de un periodista, Facundo Grané, en favor de “Don Erico” y su “medio siglo de trabajo y honradez al servicio de la comunidad”, un regionalismo que pintaba el escándalo internacional como una agresión a Bariloche “desde afuera”. Creo también que el apoyo a Priebke se nutrió de la impunidad recobrada y provisoria de los militares genocidas argentinos, después de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los indultos de Carlos Menem.
–Más allá de Priebke, ¿qué reflexión hace usted de que, como dice en su libro, Bariloche se convirtiera, para el imaginario popular, en “una cueva de nazis”? ¿Qué hay de real y qué de mito en este pensamiento?
–Lo de la cueva de nazis es un mito con una parte real, la presencia de gente como Priebke, Kops, o Maes en Bariloche, y la existencia de un pacto de silencio que los protegía. Eso Priebke lo reconoció a su modo, diciéndome que para “los nuestros” hablar de “política” era “completamente tabú”. Pero yo con el pacto de silencio no me refiero a encuentros de película, reuniones a media luz de unos tipos siniestros en uniforme negro que planean el advenimiento del Cuarto Reich, o Hitler escondido en un submarino, etc., sino a estrategias socio-semióticas de negación e integración.
“La justicia tarda, pero llega”
–¿Cómo tomó la noticia de la muerte de Priebke, con prisión domiciliaria y a los 100 años?
–Por una increíble coincidencia yo viajé a Roma justo el día en que murió y aterricé en el aeropuerto de Ciampino, cuya ruta hacia el centro de Roma pasa delante del mausoleo de las Fosas Ardeatinas. Fue un momento muy extraño, una sensación de alivio y de fin de una época. Como asistir a la muerte del último nazi desde el lugar de su crimen.
–Uno de los nietos de Priebke acudió a la justicia para cambiar su apellido, ¿entiende eso como una reivindicación histórica?
–Entiendo que sí, como parte de la elaboración que esa persona, Tomás Ortiz, hizo de su mala relación con su padre Jorge Priebke, un antisemita igual que Erich. La verdad que no conozco bien esa historia. Solo la menciono al pasar en la nueva edición como un síntoma de un cambio de época.
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