Una vuelta por el universo donde la tecnología convive con la creatividad y los cíborgs son reconocidos oficialmente
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Al abrir la puerta, nos encontramos con un ser humanoide recostado sobre una cama tendida. Bello y al mismo tiempo extrañamente espeluznante, parece plácido, pensativo. Tiene hocico prominente, ojos claros de niño, boca de mujer y orejas de venado, pero largas y caídas; en sus pies, dedos de la mano. Casi llegando a las piernas, de su vientre asoman senos. Cuando entramos está amamantando a sus hijos. La sensación de invadir un espacio privado golpea el cuerpo.
El primer impulso es salir rápido, buscar la habitación correcta. Pero al entrar en otro cuarto, nos topamos con un ser híbrido de mirada perdida. Su pequeño cuerpo, con pliegues de piel fofa, tiene zonas cubiertas con pelos finos, largos, rubios. Monstruosamente hipnótico, descansa abstraído en la cama. A su lado, hay un libro del escritor canadiense Henry Kreisel que posiblemente acaba de leer; en el extremo de la cama, un par de zapatillas que quizás usará. Impactados, cerramos la puerta. Casi con desesperación, buscamos otra habitación: somos huéspedes confiables, no queremos quebrar límites. Caminamos por el pasillo, entramos en otro cuarto: seres contra natura se abrazan amorosamente.
Las criaturas de Piccinini son seres surgidos de estudios científicos basados en ingeniería genética y tecnologías digitales. Una reflexión sobre la biotecnología y sus límites éticos.
En el primer piso del centenario Hotel Patricia, en Vancouver, resultó imposible encontrar una habitación, de las 18, que no estuviera ocupada por seres híbridos, creados en base a estudios científicos de posibles cruces entre especies. Curious Imaginings es la instalación escultórica inmersiva que presentó la artista australiana Patricia Piccinini (Freetown, Sierra Leona, 1965) en la Bienal de Vancouver en 2018.
Alma máter de esta idea, el reconocido curador Marcello Dantas (Río de Janeiro, 1967), quien estará al frente de la Bienal del Mercosur en 2022, decidió sacar del cubo blanco y del entorno museístico estas criaturas, fenómenos extravagantes, y ponerlas en las habitaciones de un hotel de más de un centenar de años, situado en el antiguo barrio de Strathcona, en Vancouver. Dantas trabaja hace tiempo con Piccinini, con quien ya realizó exhibiciones en Río de Janeiro, San Pablo, Belo Horizonte y Brasilia, las cuales fueron visitadas por más de un millón de personas. Incluso ahora en pandemia, Dantas vive a ritmo vertiginoso. Si bien tiene un departamento en Nueva York y una casa en San Pablo, lo suyo son los aviones y los hoteles. Trabaja con pesos pesados como Anish Kapoor, Antony Gormley, Ai Weiwei, Cai Guo Qiang, Bill Viola, Rebecca Horn, entre muchos otros.
Las criaturas que hoy sigue creando Piccinini son seres surgidos de estudios científicos basados en ingeniería genética y tecnologías digitales. Con ellos, la artista desafía al espectador a reflexionar sobre la condición humana, y sobre las consecuencias de la biotecnología y sus límites éticos.
Las criaturas híbridas (humano-animales) de Piccinini coparon baños, techos, mesas y camas de todas las habitaciones del primer piso del hotel. Ese sector, que estaba habilitado solo para la exhibición, se transformó en un universo surrealista desconocido.
Resultó impactante entrar en la habitación de otra persona en un hotel y encontrar criaturas de otra dimensión. “Las obras tienen mucha expresión, mucho amor, hay mucha verdad en ellas, pero neutralizadas por el cubo blanco se vuelven previsibles”, señala Dantas. “Con el cambio de contexto, todo se modificó”.
Piccinini nos sumerge en un mundo de seres que se entregan incondicionalmente al amor. “Sus criaturas no existen, son fruto de estudios de manipulación genética y de un estudio real. Su obra imagina lo imposible. Es sobre el amor, pero también sobre lo grotesco; es sobre el rechazo, pero también sobre el encantamiento; sobre la unión y la separación. Es muy poderosa”, considera Dantas sobre esos seres que encarnan el amor entre diferentes especies: ya no entre distintas razas. Una idea que trasciende el amor hasta ahora conocido.
Arquitecturas anatómicas alternativas
Stelarc (Limassol, 1946), pionero de la performance y precursor de la unión entre lo humano y lo tecnológico, nacido en Chipre y criado en Melbourne (Australia), está seguro: nuestro cuerpo es obsoleto. Para demostrarlo se perforó la piel del cuerpo con ganchos metálicos y luego fue suspendido con cables metálicos sujetados de esos ganchos. Entre 1976 y 1989 en distintos países, realizó 27 suspensiones –no recomendable para personas impresionables–.
“Las suspensiones fueron la culminación de acciones físicamente difíciles, explorando las limitaciones físicas y psicológicas del cuerpo”, cuenta Stelarc a Brando vía mail. El artista señala que para no desgarrarse “lo importante es insertar los ganchos en la piel, no en los músculos, que tienen muchos capilares sanguíneos y sangrarán profusamente”. Agrega que en ningún caso “tomó anestésicos o medicación para evitar el dolor”.
Para el artista, estas acciones expusieron la obsolescencia del cuerpo y también generaron su deseo de aumentarlo con prótesis y artefactos robóticos. Indagó en la extensión de las capacidades corporales y exploró la relación entre cuerpo y tecnología avanzando hacia un ser hasta hoy desconocido: el humano-máquina.
En 2007, se implantó quirúrgicamente una oreja cultivada con células en su antebrazo izquierdo. Reprodujo una estructura anatómica existente localizándola en otro sitio del cuerpo y dotándola de otras posibilidades: buscaba transmitir lo que escucha en la web. En apenas unos seis meses, experimentó cómo su cuerpo mutó: su piel creció sobre la nueva oreja hasta cubrirla. Realizó performances con un tercer brazo robótico y, además, permitió que su cuerpo fuera controlado remotamente.
“El cuerpo, en su forma y funciones actuales, es inadecuado. Se fatiga a menudo, funciona mal constantemente, es blando y vulnerable y tiene una vida limitada”, considera el artista. “Estos proyectos y acciones son experimentos con arquitecturas anatómicas alternativas”.
Stelarc invita a pensar las limitaciones del cuerpo. Para él, en el futuro la esencia del ser humano no dependerá de la estructura biológica, sino de la tecnología a la que nos conectemos o insertemos en nuestro cuerpo.
A Orlan, pionera en el arte de la performance, le costó encontrar un cirujano que la operara sin anestesia general mientras la filmaban leyendo y recitando textos alusivos. Es que no entendían que lo suyo no eran cirugías por cuestiones estéticas, sino lo contrario: buscaba escaparle a cualquier ideal de belleza legitimado. No cambió su apariencia para volverse más linda según los parámetros estéticos dominantes, sino para demostrarnos la tiranía de esos cánones.
Entre 1990 y 1993, se sometió a una serie de operaciones para transformar su rostro en uno diferente, formado con partes de la cara tomadas de pinturas y esculturas de mujeres representativas de la belleza en el arte, y hasta se implantó unas protuberancias en las sienes. Tras las cirugías, Orlan se reinventó y comenzó a trabajar con nuevas tecnologías y con biotecnologías. Hizo obras con su flora bucal, intestinal y vaginal, y hasta cultivó sus propias células.
Orlan y Stelarc invitan a pensar las limitaciones del cuerpo. Stelarc lo modifica y crea nuevos atributos de órganos ya existentes. Para él, en el futuro la esencia del ser humano no dependerá de la estructura biológica, sino de la tecnología a la que nos conectemos o insertemos en nuestro cuerpo. Está seguro de que solo a través de un rediseño radical de nuestros cuerpos podremos desarrollar pensamientos significativamente distintos. Por su parte, Orlan se animó a transformarse para poner en jaque el cuerpo construido socialmente con parámetros estéticos tiránicos.
Soy un cíborg, nena
El artista Neil Harbisson (Gran Bretaña, 1982) se convirtió en la primera persona en el mundo reconocida como cíborg por el Gobierno del Reino Unido. Se implantó una antena en el cráneo, con la que percibe luces ultravioletas e infrarrojas e imágenes de otros sitios del mundo. Como nació con una alteración congénita que reducía su visión a una escala de grises, ideó esta cirugía para poder ver los colores. Se la hizo con un médico en forma clandestina ya que, por razones de deontología y ética profesional, ningún doctor quería hacérsela.
Ahora percibe a través de vibraciones más colores que cualquier humano. Como si fuera poco, el dispositivo traduce los colores en ondas sonoras. El audio es transmitido por vibración de la parte baja de su cráneo a su oído interno: Harbisson “escucha y siente” los colores.
Como Stelarc, Harbisson es un activista convencido de “esculpir el cerebro e incorporar elementos electrónicos al cuerpo para modificarlo”. En una charla TED, afirmó que “no tenemos que conformarnos con las limitaciones de nuestros sentidos, sino que todos podemos elegir qué y cómo queremos percibir la realidad hasta convertirnos en una especie capaz de explorar el espacio de una forma más profunda”.
Las obras de estos reconocidos artistas disparan interrogantes. Nos interpelan hasta dónde puede avanzar la tecnología en la transformación del hombre y cuáles son los límites físicos y éticos que podemos asumir.
Pero ¿cuál es el límite para llevar adelante una obra que impacta en seres vivos? ¿Puede el arte con sus recursos metodológicos desarrollar nuevas formas de vida? Encontrar en la noche, en medio del monte, un conejo verde fosforescente que encandila parecía salido de un cuento de ciencia ficción hasta que hace dos décadas el artista Eduardo Kac (Río de Janeiro, 1962) creó a Alba, un conejo que se volvió verde rutilante al inocularle el ADN de una medusa. Reconocido internacionalmente por su incursión en el campo del bioarte, Kac ideó este experimento porque quería crear una nueva criatura híbrida que conjugase un ser vivo y una obra de arte. “Mi bioarte articula una estética basada en la invención de la nueva vida. Esto significa que mis obras de arte son biológicamente vivas, pero a la vez tienen un elemento extrabiológico que puede ser poético, personal o filosófico”, señala Kac en diálogo con Brando.
Además, se implantó un microchip en la pantorrilla con un número que sirve para encontrar un animal perdido. Nueva paradoja: Kac se registró como dueño y animal al mismo tiempo.
Una ingeniería genética
Para algunos artistas es necesario que nos replanteemos la emergencia de biotecnologías que operan debajo de la piel y que el arte use técnicas de ingeniería genética para transferir material entre especies.
Pero se impone un replanteo ético cuando lo que está en juego es la vida humana o animal. El dúo conformado por Revital Cohen (Israel, 1981) y Tuur Van Balen (Bélgica, 1981) propuso transformar animales en dispositivos médicos (proveedores de reemplazo de órganos) para ayudar a personas enfermas. La idea de este dúo artístico no se llevó a cabo. Hay cuestiones deontológicas delicadas que analizar: pretendían modificar y alterar animales incapaces de dar su consentimiento. Por dar un ejemplo, propusieron que los galgos, que son retirados jóvenes de las carreras, se usen como perros de asistencia respiratoria. El galgo, que estaría equipado con un arnés que convertiría su movimiento pulmonar en ventilación mecánica, tendría que vivir constantemente conectado a su dueño por un tubo traqueal.
Un caso opuesto es el de Oron Catts, artista e investigador en The University of Western Australia, que creó un prototipo de una chaqueta sin costuras a partir de cultivos celulares y trabajó en el cultivo de una chaqueta de cuero sin matar ningún animal.
Muchos de estos artistas pensaron obras para impactar en la vida con un sustento ético. Hoy, cuando la incertidumbre no da tregua y la pandemia por covid aún no puede controlarse, algunas de estas obras abren nuevas alternativas. Suman nuevas formas de ver y analizar la condición humana y su entorno. Desatan interrogantes acerca de la posibilidad de rediseñar aspectos corporales para volvernos menos vulnerables. Y resulta inevitable analizar qué sentido tendría hacerlo. ¿Pueden estas obras iluminar aspectos de nuestra vida que hasta ahora parecían impensados?
Para Dantas, el gran desafío del arte hoy radica en pensar qué es aquello esencialmente humano: aquello que nos caracteriza y que la inteligencia artificial no puede hacer mejor que nosotros. Sostiene que la emoción humana es un código de software muy fácil de comprender. Por lo tanto, la única forma que tenemos para enfrentar este desafío es ser menos previsibles: potenciar la creatividad y producir una expansión de la mente humana en otros territorios para lograr que la inteligencia artificial sea menos poderosa.
"Las obras de estos artistas abren una exploración filosófica y conceptual. Es fundamental que lo que sea que creemos tenga amor, porque eso es muy humano."
Marcello Dantas
“Las obras de estos artistas –señala Dantas– abren una exploración filosófica y conceptual. Es fundamental que lo que sea que creemos tenga amor, porque eso es muy humano”.
En muchos de estos proyectos artísticos habita una idea tácita: la unión entre arte y tecnología puede abrir un camino para otro tipo de humanidad donde habiten especies impensadas y nuevos hombres y mujeres. La inteligencia artificial invita a pensar en una inteligencia mayor a la nuestra, pero desconocemos qué sensibilidades avizoran –¿es posible emular o crear otras diferentes a las humanas?–.
Las miradas de estos singulares artistas son claves para pensar otro mundo. Acaso a contrapelo del actual. Al explorar nuevos límites físicos y éticos, desatan una inquietud insoslayable: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a modificarnos artificialmente para caminar en una nueva dirección?
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