Una cantante misionera cruza músicas de raíz con cumbia, hip-hop y electro-beats.
Por Walter Lezcano
En su infancia, la cantante Corina Lawrence escuchaba lo que le llegaba a través de la radio y la televisión. Eran los tiempos en los que no había internet, así que la búsqueda para encontrar su propia música estaba más acotada. Recuerda ahora: “Al vivir en el interior, dependías más de los mass media. Escuchaba pop-rock argentino por la radio, Harry Belafonte y canciones en inglés de los 50 y 60 por mi viejo, y algo de folclore en la escuela”. En su casa sonaba el tocadiscos; en los bailes, música brasileña y en las fiestas populares, polka y chamamé. Así era Misiones por entonces: un hermoso crisol de razas, una mixtura de culturas y “un lindo mboyeré” (“cambalache”, en guaraní).
En la adolescencia estudiaba teclado y cantaba en círculos pequeños: el colegio y el coro. “Cuando me mudé a Buenos Aires, al terminar la secundaria, comenzó la etapa de la música más en relación con lo «social»: formé mi primera banda (Open Source) con Paloma Kippes y Grod Morel, y tocábamos en fiestas under: las fiestas garage, El Dorado, convenciones de tatuajes”. Luego, Corina se mudó a México y grabó participaciones en discos, tuvo bandas y salió de gira. “Aprendí mucho sobre manejo de escenario y cómo acoplarme vocalmente en una dupla. También a improvisar, una gran herramienta”. Como todo camino, fue progresivo, de menos a más. Su mayor aprendizaje fue, primero, animarse a escribir letras sin prejuicios, y después, administrar sus recursos para el show. “La fuerza, la potencia, el movimiento, el baile, la interpretación, las máscaras, los juegos de voz. Soy muy curiosa e inquieta, y tiendo a ser explosiva y volátil sobre el escenario. Aprender a soltar de a poco, y en momentos clave, los «tesoros» es fundamental para mantener encendida a la audiencia”.
El regreso al país la agarró fragmentada, saliendo de una crisis en la que absolutamente todo se desintegraba: cuerpo, relaciones, trabajo, afectos, geografía, nada hubo que permaneciera intacto. “Afortunadamente, el impulso de vida siempre pugna por seguir viviendo. Así que, de la nada, empecé a construir algo”. Apurar la primavera, su primer disco solista, nace de esta nueva etapa. Es un disco que juega dentro de la tradición, pero que mira el futuro desde ritmos folk, cumbieros, con algo de hip-hop y un poco de son cubano. Hay tierra, hay electricidad, hay diversión y un mensaje combativo. Apurar la primavera es un registro de una vida en pleno movimiento intelectual y emocional: “Es un álbum que no podría haber hecho a mis veinte, que me descubre y me devela ahora, con más colores, más profundidad, más texturas y más sombras”.
Para alguien como Corina Lawrence, que es una creadora de sonidos tan vitales y complejos, la música significa muchas cosas.
“Es sanación, alegría, goce, oración, pedido, arengue, calma, inspiración, impulso y ánimo”. Ahí están su presente y su futuro.
LA NACION