Convencer a las personas de que no necesitan más de 30 metros cuadrados y que son una alternativa sólida en un mundo en el que será cada vez más difícil acceder a la vivienda propia, es el gran reto de las llamadas tiny houses o microcasas. A cualquiera que dude de esos postulados le bastará poner el hashtag en Instagram o mirar documentales en Netflixpara entender cuanto más abarca la filosofía deeste movimiento cuya popularidad tomó impulso en 2008, cuando la crisis de las hipotecas en los Estados Unidos dejó sin techo a miles de familias. Dos meses de encierro forzado y un virus arrasador habrán servido, además, para resignificar la idea que teníamos del hogar y poner en perspectiva cómo queremos habitar en los próximos años.
Aunque sienta sus bases actuales en algunos mantras contemporáneos de relativa certitud ("no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita" o "menos en más", etc.) las casas pequeñas no son un fenómeno nuevo, y mucho menos una moda. Desde tiempos remotos el hombre ha vivido en ambientes reducidos, de hecho, su primer domicilio oficial fueron las cavernas y, hasta no hace mucho, los conventillos, antecedente directo del modelo "co living". Ahora no se trata de volver al pasado sino de plegarse a otra clase de revolución, auguran los gurús del urbanismo. Si se cumplen las predicciones de Naciones Unidas, en menos de 30 años el 70% de los habitantes vivirá en ciudades, lo que supone una superpoblación hacinada en mini pisos, pagando alquileres o hipotecas exorbitantes, con tarifas de servicios imposibles y espacios públicos abarrotados e ineficientes, y peor, ahora también peligrosos para la salud. Ese futuro que asoma imparable obliga a pensar en la alternativa de achicarse fuera de las grandes metrópolis y, de paso disminuir la huella ecológica, como propone el arquitecto Rem Koolhaas en Countryside, The Future, una muestra premonitoria exhibida a comienzos de febrero en el Museo Guggenheim de Nueva York.La saturación urbana ocupará el 2% de la superficie de la tierra, advierte el premio Pritzker 2000, mientras que el 98% restante deberá abastecerla de comida y recursos. Un despropósito urgente de evitar.
Según sus adeptos fanáticos, solo harían falta un terreno y un cuarto de lo que cuesta una propiedad convencional (de ladrillo) para empezar a cambiar el mundo, o al menos el propio. Las ventajas de la tiny no resisten comparación: son autosuficientes - de bajo o nulo consumo energético- permiten decoraciones de revista y la mayoría tiene un remolque capaz de transportarnos a distintos paisajes tantas veces como lo permita la geografía, así, cual gitanos, libres de cuotas y esclavitudes financieras. Y lo mejor es que se arman en tiempo récord gracias a las últimas tecnologías aplicadas a la construcción en seco, su principal característica. Vencidos ciertos prejuicios que las rodearon durante décadas (la "volatilidad" de los materiales, la creencia de que son aptas solo para las vacaciones o alojamiento de los huéspedes en el fondo del jardín; techo para refugiados y víctimas de catástrofes naturales, cuando no para personas sin recursos) hoy se proponen como hogar permanente para familias, parejas sin hijos y solteros de cualquier edad. En la postal de las series de Netflix los habitantes sonríen y parecer caber cómodamente sin darse codazos, pero la gran pregunta es cómo gestionar una morada minúscula en el largo plazo, sin acabar sintiéndose asfixiados y metidos en un Tetris.
La buena noticia es que cada vez hay más estudios de arquitectura involucrados en el diseño a menor escala, un ejercicio desafiante teniendo en cuenta que la clave es darle funcionalidad a cada centímetro. Grandes firmas han experimentado la factibilidad de la vivienda mínima. Desde Le Corbusier y su famosa Cabanon, un austero refugio de apenas 16 metros cuadrados en Cap Martin (Costa Azul, Francia) donde él decía ser feliz (aunque la verdad es que solo iba en vacaciones y tenía un restaurante al lado, pues no cocinaba), hasta Renzo Piano y su cabina Diógenes; pasando por opciones más asequibles como las islas flotantes del arquitecto danés Bjarke Ingels, autor junto con Kim Loudrup de un complejo (Urban Rigger) de contenedores apilados sobre el agua, en Copenhague. Más acá, las cabañas modulares proyectadas por el chileno Mathías Klotz, un ejemplo de cuanta precisión puede haber en la síntesis. Actualmente sigue trabajando en una serie de casas panelables, un lego pensado para autoconstrucción con un módulo base de 26 m2 que puede crecer hasta alcanzar los 60. "Me interesa el mundo de lo prefabricado porque es un modo de llevar una arquitectura de cierto nivel a algo masivo. Un proyecto chico a veces no justifica los gastos de un estudio, entonces es una buena fórmula para acercar diseño a un inversor con menos recursos" comenta desde su despacho en Santiago de Chile. "Las casas modulares se pueden plantar en cualquier parte, comprar o arrendar, ésa es la gracia de este proyecto. Aunque están pensadas con un destino multipropósito, una opción habitacional trasversal,la lógica es que si uno tiene un lindo terreno puede alquilar una o varias y, sin tener capital, hasta crear un complejo turístico. Me gusta explorar al máximo el aprovechamiento para darle calidad espacial arquitectónica al usuario; en ese sentido me inspira la náutica. Si lo pensamos en un barco puede convivir una familia bastante bien, cubriendo todas sus necesidades. Con la mía tenemos una casa de vacaciones en Chiloé de 35 m2, muy pequeña. Tiene lo esencial y, la verdad, se la pasa fenómeno" agrega.
Respecto de las dimensiones, quedará claro que las mini casas no son lo ideal para acumuladores seriales, ni compradores compulsivos, tampoco para claustrofóbicos y grupos numerosos. "La vivienda pequeña ha existido siempre, pero hay que ver quien las habita, cuáles son los objetivos y donde están ubicadas. No podemos aceptar que 20 metros cuadrados son la respuesta a la crisis habitacional. Si están situados en un edificio donde se comparten ciertos servicios o en centros urbanos donde el usuario puede resolver sus necesidades a pie - sin tener auto ni garaje, - entonces sí podemos hablar de solución, para edades concretas" sostiene Zaida Muxí Martínez, arquitecta, profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, Universidad de Cataluña, autora de La arquitectura de la ciudad Global (Nobuko), entre otros libros que indagan las múltiples formas de habitar del siglo XXI . "El peligro de su regularización, es decir de construir sin establecer y hacer cumplir una normativa que garantice el número de personas que pueden habitarlas- implicaría volver al problema que enfrentaron en el siglo XIX la arquitectura, la sociología, la política y la medicina, cuando las familias vivían en una habitación. Para una familia tipo o dos personas solas se necesita como mínimo 60 o 70 metros cuadrados, en entornos urbanos complejos. Las tiny houses son para circunstancias particulares, de lo contrario estaremos permitiendo la especulación y el mal vivir de la población".
Mientras el boom tarda en llegar a la Latinoamérica (primero hacen falta legislación específica, entornos organizados y seguros, inversión en tecnología y servicios, además de parkings especiales etc. etc.) sorpresivamente la vivienda como refugio personal adquirió una importancia inesperada. La gran pregunta que deberemos respondernos en los próximos meses es si estamos dispuestos a mejorar nuestra vida, y en ese sentido, si vale la pena seguir trabajando y esforzándonos solo para poder comprar casas (y cosas) más grandes de lo que realmente necesitamos.
Fuentes Li Edelkoort, Trend tablets; Archdaily; La arquitectura de la Ciudad Global, Zaida Muxi (Nobuko), ONU
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