La alocada idea surgió mientras Florencia Montaruli y su marido, Héctor, pintaban el comedor de la casa. "¡Cómo me gustaría saber de qué se trata vivir en otro país!", lanzó ella con un suspiro, "Sí, sería fantástico experimentar otra cultura y que los chicos se puedan enriquecer a través de ella", asintió él.
El matrimonio vivía en Tandil junto a sus tres hijos - Bernadita, Martino y Margarita-, ambos tenían trabajo, podían cumplir con las necesidades económicas y, aun así, hacía tiempo que sentían que sus vidas habían quedado estancadas, que los días transcurrían vertiginosos, aunque vacíos, sumidos en un estrés que parecía no tener retorno.
Decidida a un cambio, Florencia comenzó a investigar las opciones aquella misma noche. Los primeros destinos que surgieron fueron Nueva Zelanda y Australia y ambos, para su sorpresa, estaban posicionados como los más seguros y brindaban programas pensados para toda la familia. De inmediato, contactó a un agente educativo en Mendoza – acreditado por Nueva Zelanda – quien enseguida le envió la información pertinente.
"A mí me ofrecían realizar un posgrado en negocios con visa de estudiante internacional y apta para trabajar medio tiempo, a mi marido visa de trabajo full time abierta, y visa de estudiantes domésticos para mis hijos, lo cual implicaba que no pagaríamos por el colegio", rememora Flor, quien hasta entonces ejercía como periodista, "La idea nos pareció fantástica".
El entorno íntimo quedó impactado con la noticia. "¿Por qué tan lejos?", "Yo ni loca separo a mis hijos de su patria", "Te vas a un país de habla inglesa, el idioma imperialista de los que nos robaron las Malvinas", fueron algunos comentarios curiosos. Pero, por fortuna, todos acompañaron, en especial la madre de Florencia, quien a pesar de que se quedaría sola y alejada de sus nietos en Tandil, no vaciló en ser un soporte fundamental: la mujer ayudó en el proceso de vender las posesiones, cuidó de sus nietos a lo largo de los trámites y recibió a todos en su casa la última semana previa al viaje, cuando ya no tenían ni cama.
"Sabíamos que íbamos a encontrar tantos juicios como personas. El camino del desarraigo nos dejó como enseñanza abrir la cabeza y aceptar todas las opiniones, aunque no estemos de acuerdo, y seguir adelante con nuestro propio objetivo", asegura Florencia.
Lo cierto era que la sorpresa no se debía únicamente al hecho de emigrar, sino al destino inesperado: el posgrado se dictaba en Invercargill, en el extremo meridional de la Isla Sur de Nueva Zelanda, uno de los lugares más despoblados del país, lo cual implicaba un enorme desafío. Para ellos, sin embargo, significaba partir hacia una vida más tranquila, alejados del estrés, las corridas de toda ciudad y, por sobre todo, suponía concretar el sueño familiar de conocer una nueva cultura y sus costumbres. Era justo lo que buscaban.
Hacia un nuevo hogar
Florencia jamás olvidará el eterno viaje que los condujo hacia su nuevo hogar. Arribaron a Ezeiza con las únicas tenencias que les habían quedado - empacadas en cinco valijas y cinco equipajes de mano- colmados de adrenalina y ansiedad, aunque sin miedo. En el aeropuerto todo resultó tan caótico, que hoy lo recuerdan entre risas.
La única preocupación que tenían era por sus hijos, con el interrogante de si se acomodarían y el leve temor de que extrañaran demasiado su suelo natal. "La primera gran sorpresa fue que apenas llegamos se adaptaron como jamás imaginamos y nunca, pero nunca, se sintieron mal o tuvieron un comentario negativo respecto a esta decisión", asegura su madre.
Luego de volar de Buenos Aires a Auckland, los esperaban dos aviones más, primero a Christchurch y por último a Invercargill. Después de una larga travesía, al fin habían llegado; por primera vez en varios meses pudieron respirar profundo y relajarse.
Nuevos hábitos, otras costumbres
En el aeropuerto final los aguardaba una pareja argentina que habían conocido a través de las redes sociales. Al tiempo, ellos dejaron aquella región pero, aun así, los ayudaron para que su transición fuera más sencilla. Las primeras dos semanas se hospedaron los cinco en la habitación de un hotel que pagó la universidad, en ese tiempo encontraron una hermosa casa en alquiler en el barrio Grasmere, una de las zonas más bellas de la ciudad de poco más de 56.000 habitantes.
"Nuestra comunidad es uno de los asentamientos más australes del mundo. De hecho, tiene el Starbucks más al sur del planeta y su local muestra la latitud y la longitud con orgullo", ríe Florencia, "Mucha gente nos dice `¿Se fueron a vivir ahí?´, `¿tan al sur?´ `¿tan aburrido?´, porque lo comparan con lugares como Auckland donde vive gran parte de la población de Nueva Zelanda. Y nuestra respuesta es que nosotros queríamos un lugar así, tranquilo, para darles una experiencia distinta a nuestros hijos. Las escuelas, todas, son de primer nivel, la comunidad educativa nos recibió con los brazos abiertos y desde el primer día se ocuparon de que nuestros chicos, que llegaron con cero inglés, se sintieran acompañados", continúa complacida.
A medida que las semanas fueron pasando, para el matrimonio y sus hijos las sensaciones de bienestar en el alma se acrecentaron. Pronto descubrieron que, a pesar de no tratarse de una gran urbe, tenían todo lo necesario para llevar adelante una buena vida familiar: había varios parques, un increíble estadio, un complejo de piletas cubiertas, canchas de primer nivel para practicar cualquier deporte, algunos supermercados, tiendas y hasta un pequeño shopping. "A la vez, tiene la tranquilidad de ser una zona de campo donde, por ejemplo, a la vuelta de casa siempre hay ovejas pastando. Y muy cerca, ciudades como Queenstown o Dunedin, que son soñadas para la escapada perfecta de fin de semana o de vacaciones".
Para la familia, sin embargo, el impacto más grande llegó de la mano de ciertos comportamientos inauditos. En la isla encontraron que los ciudadanos combinaban las costumbres británicas de la puntualidad, el respeto, y la prolijidad, con la vida relajada característica de la cultura maorí originaria.
"Acá todo el mundo saluda con una sonrisa, piden las cosas con mucha educación, nadie toca bocina por andar muy despacio o tardar unos segundos más en el semáforo. En los trabajos son todos muy cordiales, entienden y respetan las diferencias y, si necesitás, hablan más despacio para que puedas comprenderlos y nadie se burla. Me ha pasado volver del supermercado caminando en invierno y que gente desconocida me ofrezca llevarme hasta casa en su auto. Los vecinos, por otro lado, nos han dejado cajas con libros para que los chicos lean y siempre se acercan para ayudarnos en lo que sea. Hay un sentido de preocuparse por el otro, que en muchos otros lugares del mundo se ha perdido. Creo que el hecho de que la vida transcurra mucho más relajada permite mirar más allá de uno mismo. ¡Algo tan necesario en estos días!"
Otro hábito que la familia abrazó con gusto fue el de los horarios, que se cumplen casi sin excepción. Esta costumbre, a veces tan compleja de incorporar para un argentino, no les resultó una traba, ni les funcionó como excusa para extrañar. "Sucede que acá las actividades arrancan muy temprano, inclusive los fines de semana, y nada cierra más allá de las 17, a excepción de los supermercados. La cena se sirve a las 18 como mucho para que no se haga tarde para los chicos. ¡Es increíble como respetan los horarios de sueño para que todos tengan el descanso necesario! Acá no ves nenes dormidos a la mañana a la hora de entrar al colegio. En verano oscurece cerca de las 23, y en invierno a las 17 ya casi es de noche. No importa esa diferencia entre estaciones, todos van a dormir temprano, aunque haya pleno sol en verano", asegura la mujer de 36 años.
"Otra cosa que le llama la atención a cualquiera que llega a Nueva Zelanda es ver a la gente caminar descalza por las calles. A veces los nenes van a sin calzado al colegio, y es habitual que los trabajadores dejen sus botas de goma sucias en la puerta del supermercado y que entren descalzos a hacer sus compras. Asimismo, por su ubicación geográfica, Invercargill es una zona muy fría en invierno, incluso con nevadas, pero es común encontrarse con chicos y adultos vistiendo shorts y ojotas en pleno invierno. Es raro verlos tan abrigados como nosotros. Al principio estos hábitos nos sorprendían muchísimo, ahora ya nos parece todo tan normal que creo que ni lo noto".
Estudiar y trabajar
Para Florencia, estudiar en aquel lugar tan alejado del mundo fue increíble desde el comienzo. Tuvo la oportunidad de compartir las clases con compañeros de China, Corea, Tailandia, Nepal, India, Sri Lanka, Alemania, Colombia, Chile y Brasil. Los salones se transformaron en espacios multiculturales en donde no solo iba a cursar las materias pertinentes, sino a aprender acerca de otras culturas y enseñar sobre la propia. "Es una experiencia maravillosa que toda persona debería pasar, sobre todo para ampliar la mente, aprender a respetar al otro y sus diferencias".
Así, en los primeros meses los días de Flor transcurrieron entre libros en inglés, armado de presentaciones y la crucial tarea de acompañar a sus hijos en el colegio, sus deportes, y su nueva vida en Invercargill. Héctor, por otro lado, se había postulado a un trabajo en un frigorífico un domingo y el lunes lo llamaron para avanzar con una entrevista que resultó exitosa. "Mi marido había aceptado un turno nocturno y yo aproveché para estudiar de noche en la tranquilidad de mi hogar. Durante el día iba a cursar y luego me encargaba de buscar a los chicos del colegio y llevarlos a sus actividades. Fue una etapa de poco dormir, mucho sacrificio (no teníamos auto y nos movíamos en colectivo), pero valió muchísimo la pena".
Fue así que, luego de mucho esfuerzo, Florencia logró aprobar cada materia con excelentes calificaciones y, a su vez, ganar un concurso de Start Up en el que participó junto con tres compañeras, una de Sri Lanka y dos de China; en junio del 2019 obtuvo su diploma de Student Achievement Award por sus buenas notas durante la cursada.
"Y para cuando terminé, Héctor recibió una oferta de trabajo en otra empresa, de día, y entonces comencé a buscar empleo", cuenta sonriente, "Empecé en el supermercado que está cerca de casa, desde 20 hasta las 2 de la madrugada como repositora, lo que me permitió seguir con los chicos de día para acompañarlos y ayudarlos y, al mes, me llamaron de una organización, English Language Partners, para trabajar como asistente en las clases de inglés para los refugiados colombianos; Nueva Zelanda recibe una cuota anual, la mayoría son destinados a estas ciudades del sur para lograr un aumento en la población".
Calidad de vida
Con un empleo de medio tiempo y el trabajo de jornada completa de su marido, Florencia y su familia lograron alcanzar una muy buena calidad de vida: pagan un alquiler (que no son económicos), pueden comprar y satisfacer todas sus necesidades, así como costear los deportes extras de sus hijos y darse gustos como comer afuera, salir de vacaciones y hacer placenteras escapadas de fin de semana a los rincones paradisíacos que abundan en la región.
"¡Finalmente nos compramos un auto!", exclama, "Este país es una belleza, cada vez que agarrás una ruta te quedás con la boca abierta por los paisajes. A su vez, se observa cómo los impuestos que pagás se traducen en obras para mejorar las calles, los parques y tanto más. En esta zona del Southland el alcohol no se puede comprar en supermercados, sólo en liquor stores porque las bebidas alcohólicas tienen un impuesto que se devuelve a la sociedad a fin de construir y mantener excelentes lugares públicos destinados a la educación, deporte y esparcimiento", señala satisfecha Florencia, cuyos hijos tienen 9, 7 y 4 años.
"Acá el dinero que ganás rinde, pero ante todo, la vida es relajada, sin estrés. Vivir en un lugar chico implica que no existen embotellamientos, que todo está organizado para que puedas equilibrar tu vida laboral con la familiar, los chicos pueden ir caminando a la escuela o jugar en la vereda sin temor, y podés olvidarte el auto abierto o dejar una puerta sin llave en tu casa. Todo eso te saca preocupaciones de la cabeza, y te permite planificar tu vida mucho mejor. Aparte, cada trámite se hace online y nadie va al banco ni paga en efectivo. Todo esto hizo que nuestra calidad de vida haya mejorado más del 100% y son todos aspectos que nuestros hijos ven como algo cotidiano y natural", se emociona Florencia.
"Y en cuanto a los amigos. ¡Hemos forjado relaciones invaluables, multiculturales y de quienes estaremos agradecidos toda la vida!", continúa, "Conocimos dos familias argentinas y una chilena que nos ayudaron de formas impensadas. Siempre digo que mi visión sobre este lugar tiene bastante de subjetividad, porque afortunadamente ellos siempre estuvieron y nos hicieron todo mucho más fácil".
Los aprendizajes
Tan solo un año y medio ha pasado desde que la familia oriunda de Tandil dejó suelo argentino para embarcarse en la aventura más importante de sus vidas. Florencia, sin embargo, lo percibe como una eternidad. Tan relativo es el tiempo, que siente que sus días en el sur de Nueva Zelanda le enseñaron más que sus 34 años previos. Y hoy, sin nostalgias, recuerda a aquella mujer que solía ser, estancada, ahogada por los límites de un entorno que no le permitía desplegar sus alas, crecer y verla volar. Así, envuelta en la inacción, para ella el tiempo corría veloz e insatisfecho; semanas, meses y años se le escurrían de sus dedos dejando una angustia provocada por el vacío del sinsentido.
"Desde el 2018 que nuestra vida cambió radicalmente y para mejor. Se transformó en un pasar lleno de acción, enriquecimiento constante y vamos por más, ya que nos otorgaron nuestras visas por otros tres años. ¡Acá crecí y sigo creciendo tanto! Mejoré mi inglés, aprendí a aceptar al otro, a entender que hay tantas costumbres como personas habitan el mundo y que podemos convivir sin problemas. Y, sin dudas, ¡aprendí a relajarme!", expresa con alegría.
"Mi marido hizo un giro completo en su vida; cambió de trabajo (algo que ya no esperaba), aprendió inglés, que era una materia pendiente en su vida y, al igual que yo, vive sin estrés. Ver a mis tres hijos desenvolverse tan bien me llena el pecho de orgullo. No tuvieron la oportunidad de tener un traductor, lo que los forzó aprender a hablar inglés a gran velocidad para poder ir a la escuela, jugar, tener amigos y hacer deportes. Ellos, tan chiquitos, salieron de la zona de confort sin problemas, entonces me demostraron que se puede y que es muy sanador dejar ir ciertos lugares a los que estamos acostumbrados, pero que no nos hacen felices. Ellos son los que nos enseñan día a día a transformarnos, abrir la cabeza y continuar aprendiendo", concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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