De todas las formas posibles de familia, la del padre soltero que adopta es la menos difundida. Qué hay detrás del doble tabú de la adopción y la paternidad en soledad.
Ilustraciones Patricio Silberberg
A partir de la reforma del código civil de 2015, ya no hace falta estar casado ni en pareja para adoptar. Algunos postulantes varones llegan a inscribirse en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Ruaga) luego de separarse, tras años de tratamientos de fertilización. Otros nunca tuvieron una pareja que compartiera su proyecto de familia. Cada historia es distinta; la ley las iguala: todo mayor de 25 años con residencia permanente en el país por un período mínimo de cinco años anterior a la petición de guarda puede anotarse. Los monoparentales masculinos, su nombre técnico, son una forma novedosa de familia en Argentina que rompe con estereotipos y que, todavía, permanece casi en secreto.
SIN BEBÉ TAMBIÉN HAY FAMILIA
Ángel Berg tuvo varias novias estables, pero nunca llegó el embarazo tan deseado. Pese a las rupturas, la llamita de la paternidad nunca se apagó. Durante los últimos años –tiene 44– pasó dándole vueltas a la idea de anotarse en el Registro. Primero se acercó personalmente a pedir información; meses después asistió a una charla en la que también participaban parejas y monoparentales femeninas. Con el correr de las semanas, en su cabeza quedó rebotando una idea que le repitieron en Ruaga: la adopción se trata de encontrar la mejor familia para los chicos, no de conseguirles hijos a los inscriptos. “Entiendo que los jueces buscan el mejor entorno para chicos que tienen historias complicadas. Todos sufrieron una vulneración de derechos y vivieron en instituciones. Son pocos los casos en los que un juez elige a un hombre solo para que se quede con ellos, creo que apuntan a una estructura familiar más tradicional, sobre todo, con los menores de 10 años”, dice Berg, quien ahora tiene sus papeles en regla.
Un año es lo que tarda, aproximadamente, una persona en ingresar en los registros. Por ausencia de personal, pasan seis meses desde que se completan los primeros formularios hasta que un trabajador social visita la casa del postulante. Los tiempos del proceso y algunos números no están del todo claros. Por ejemplo, no se sabe cuántos chicos hay en situación de adoptabilidad. “La última encuesta que tenemos, de 2014, la hizo Unicef, y arrojó que unos 10.000 chicos están privados de cuidados parentales. Son los niños que pueden estar institucionalizados fuera de su familia biológica. De estos 10.000, entre el 65% y el 70% se revinculó con alguien de su familia de origen, que siempre es lo primero que intentamos. Por lo tanto, no van a ser declarados en situación de adoptabilidad. El 8% sí se encuentra en esta situación, pero eso no implica que sean adoptados”, dice Graciela del Valle Fescina, la directora de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos.
Según cifras oficiales, la cantidad de inscriptos (entre parejas heterosexuales, matrimonios igualitarios, parejas convivenciales, monoparentales femeninos y masculinos) es de 5.640. El 92% se anota para niños de hasta un año, sin tener en cuenta que la presencia de bebés en el Registro es prácticamente inexistente, sobre todo, porque los trámites para que un recién nacido sea declarado en situación de adoptabilidad tampoco son tan veloces ni simples. Romper la fantasía de que una familia empieza con un bebé quizá sea la primera solución para armar una familia no tan tradicional.
Gustavo Franceschi nació en Córdoba hace 52 años y hoy vive en Salta, donde trabaja como productor de televisión. En su primera experiencia, tuvo un acercamiento con un joven que, finalmente, se revinculó con su familia de origen. Luego visitó a un nene de 4 años en un hogar, salieron varias veces y se sintieron cómodos. Franceschi se encariñó con él. Se encargaba, por ejemplo, de cambiarle las pilas del audífono –el chico era hipoacúsico– porque en el hogar nadie le prestaba atención a ese tipo de detalles. Finalmente, no pudo adoptarlo porque en ese momento la ley indicaba que debía adoptar, también, a sus cinco hermanos: la última reforma al Código Civil pulió esa norma. Un año más tarde, Gustavo se enteró de que había una convocatoria pública para adoptar a un joven de 17 años; en este tipo de anuncios puede participar toda la comunidad, no solamente los anotados en Ruaga. Al chico le quedaba poco tiempo en un hogar de menores porque estaba por hacerse mayor de edad y no tenía adónde ir, entonces la secuencia de trámites se dio más rápido de lo habitual dada la urgencia del caso. En Salta, los monoparentales inscriptos son escasos y a Gustavo ya lo conocían en el Registro. “Empezamos todos de cero, porque antes no se había hecho una vinculación de este tipo. El equipo de trabajo fue encantador, muy distinto de lo que escucho que sucede en el resto del país”, cuenta Franceschi. El futuro padre tuvo que viajar 400 kilómetros porque Samuel vivía en Tartagal. Solo, en el auto, se sintió dentro de una película. Dejaba atrás la zona desértica de la provincia y pasaba a la selva. Se imaginaba papá, se preguntaba qué cara tendría su futuro hijo. En el bolso tenía un regalo: una versión de El principito adaptada para adolescentes. “Quería que fuera significativo”, se acuerda. La idea para el primer encuentro fue compartir un fin de semana, sin la obligación de convivir. De todos los abrazos y palabras de afecto que se había imaginado, no apareció ni uno. Samuel lo trataba de usted; él se moría de los nervios y de las ganas de saberlo todo. El equipo de acompañamiento les aconsejó que dieran una vuelta solos. Con las horas, ambos se fueron aflojando y Samuel le contó que tenía mamá, y que ella había perdido la tenencia por su alcoholismo, y también dos hermanos, a quienes no veía hacía algunos años porque los habían adoptado distintas familias. El domingo, cuando se despidieron, Gustavo lo quería abrazar. “No me gusta mucho eso de los besos”, le advirtió Samuel. Acordaron saludarse con un golpe de palma y de puño. Ya tenían un código en común.
QUE SE ENTEREN LOS JUECES
Para el antropólogo Santiago Ruiz, la posibilidad de ser padre fue el principal motivo por el que decidió volver a la Argentina después de más de 15 años de vivir en Europa, entre Alemania e Italia. Las leyes europeas no le permitían adoptar; consiguió trabajo por un año en la Patagonia, e hizo el intento. Cuando se acercó a Ruaga y leyó los formularios y los folletos que le dieron, lo desalentó la obligación de tener cinco años previos de residencia en el país. “Tengo 45 años, trabajo en Río Gallegos y no me veo viviendo otros cuatro años ahí para poder inscribirme en el Registro. Tendría que conseguir otro trabajo en una ciudad que me guste más, algo que no es precisamente fácil en esta época”, dice desilusionado. Si la adopción siempre aparece como una carrera de obstáculos, llena de vallas, trámites y juzgados, en algunas provincias se suma el problema de la escasa oferta de niños o jóvenes en situación de adoptabilidad. “Chaco pertenece a la región del noreste argentino junto con Corrientes, Misiones y Formosa. Dentro de la región tenemos el mayor caudal de niños en situación de adoptabilidad. Desde el centro del país hacia el sur están la mayoría de los postulantes para la adopción”, explica Marta Colussi, secretaria de la sala civil, comercial y laboral del Superior Tribunal de Justicia (STJ) del Chaco, bajo cuya órbita funciona el Registro Centralizado de Adoptantes de esa provincia. En todos los casos, la prioridad para comenzar el proceso de vinculación la tienen aquellos inscriptos que viven más próximos al menor. Si no se consiguen candidatos, se va abriendo la búsqueda. “Las mudanzas son situaciones muy delicadas porque suman aún más estrés. No hay que perder de vista que las vinculaciones a veces fallan y los chicos deben volver al hogar. Hemos tenido casos de adultos que a las pocas semanas de convivir se arrepintieron y tiraron todo para atrás. En los períodos de vinculación hay que trabajar estos temas para poder contener a los dos”, dice Marisa Waters, coordinadora general del Registro.
En las provincias, los antecedentes de adopción de hombres solos son casi inexistentes y los inscriptos se cuentan con los dedos de una mano. Por ejemplo, en Santa Cruz, hay un solo hombre anotado; otro valiente se dio de alta en Santiago del Estero. Quizá más suerte tengan los cuatro que hay en Misiones, donde se concretaron seis adopciones de monoparentales varones desde 2014. “El año pasado se hizo un encuentro con todos los jueces de familia de Resistencia, Chaco, y se programaron charlas informativas y de contención en las que pueden participar monoparentales que ya han adoptado para que comenten el proceso y les transmitan a los jueces la experiencia de la vinculación y la adopción. Estamos frente a un cambio en el concepto de familia y esa idea se tiene que trasladar socialmente. El juez forma parte de ese ideario social y es clave que entienda este nuevo tipo de paternidad. De a poco se va avanzando: en Chaco, por ejemplo, una pareja masculina llegó a una adopción”, cuenta Colussi.
AMPLIAR LA DISPONIBILIDAD
Los chicos que llegan a la situación de adoptabilidad suelen tener una estructura afectiva frágil y por demás golpeada. Ni fueron el centro de atención en su familia de origen, ni alguien se preocupó por estimularlos o por cuidar su estado de salud. Más bien, todo lo contrario: han sufrido abandonos, abusos, violencia física y psicológica y, después, el paso por instituciones, hogares, juzgados y casas de abrigo. Dentro de las características de los chicos en situación de adoptabilidad que el Ruaga tiene identificadas, se destacan el temor a iniciar un vínculo que podría interrumpirse, la aparición de una excesiva demanda de la mirada y presencia de adultos, utilizar los términos “mamá” o “papá” inmediatamente después de haberlos conocido y una ingesta desproporcionada de alimentos.
Alejandro, un economista de 55 años, no deja de sorprenderse cada vez que vuelve a su casa y se da cuenta de que su hijo Brian, de 15 años, se comió un frasco de mermelada. Viven juntos desde hace 11 meses, luego de haber completado el proceso de vinculación que incluyó las visitas al hogar, las salidas los fines de semana, un período de prueba de seis meses, hasta llegar al juicio de adopción en el que se formó la nueva familia. “Apenas llegó fue muy fácil de identificar el problema de la angurria, que no solo tiene que ver con la alimentación, sino también con la ansiedad, la mentira y el miedo a la represalia. A veces le pregunto si él se terminó, por ejemplo, una caja de bombones. Me miente y dice que no, cuando yo no comí ni uno y no vivimos con nadie más. No acepta su error por miedo a una penitencia que yo le pueda poner”, dice Alejandro.
Antes de conocer a Brian, se había vinculado con un adolescente de 16 a través de una ONG que realizaba actividades de recreación en hogares (Ruaga desalienta este tipo de acercamientos por fuera del Registro). Después de algunas salidas, el chico finalmente no quiso dejar la institución y la relación se frustró. Por consejo de esa ONG, Alejandro, en vez de afligirse, duplicó la apuesta y extendió la edad de adopción. Al poco tiempo lo llamaron del juzgado de San Martín para preguntarle si quería tener una primera entrevista con un chico. Aceptó y la onda entre ellos se fue dando tan fácil que casi no se dieron cuenta. Todavía le da bronca acordarse del maltrato que Brian sufrió en el hogar de abrigo en el que pasó los últimos meses hasta que se mudó con él. Le hacían lavar el baño de los cuidadores, lo ponían en penitencia, nadie se había dado cuenta de que necesitaba anteojos nuevos ni que tenía seis caries sin arreglar. Apenas empezó la convivencia, Alejandro se sintió contento, aunque también extrañado. De golpe, ya no era libre para irse al cine después de la oficina ni para pasar el fin de semana en alguna isla del Tigre. Las responsabilidades se habían multiplicado, había alguien más de quien ocuparse. “Me costó hacerle lugar en mi agenda. Fue muy repentina la manera en que se dieron los trámites y de golpe ya lo tenía en casa. Entre otros aspectos, pasé a ocuparme de su vida escolar, que tampoco es sencilla. Lo ayudo mucho con la tarea y va tres veces por semana al maestro particular”.
Tanto Franceschi como Alejandro –que prefiere no dar a conocer su apellido– ampliaron la edad de adopción que habían registrado. Ambos querían ser papás y llegó un momento en que ya les daba igual si el chico tenía 8, 13 o 16. En vez de lamentarse por todo el tiempo que no habían estado juntos, intentaron incentivar las potencialidades que traían los chicos. Samuel había aprendido a cantar hip-hop gracias a YouTube y Gustavo lo anotó en una academia cerca de su casa. A Brian le dieron ganas de aprender a nadar y también de tocar el piano. Nada de eso habría llegado si ellos no hubieran abandonado el paradigma del bebé. Los registros de cada provincia trabajan junto a los inscriptos en la disponibilidad adoptiva. “Muchos se inscriben pensando en una familia con un bebito y, al cabo de dos años, quizás pueden extenderse en la disponibilidad para adoptar a un niño de hasta 4. Algo similar ocurre con las situaciones de salud de los chicos. Un 80% se anota para chicos sin complicaciones, cuando es difícil perdirle eso a esta población. Aumentan las chances de adoptar si se anotan para estados de salud «leve» o «leve y complejo». Estas decisiones se toman en la ratificación, que se realiza cada dos años”, explica Waters.
Nicolás “Zabo” Zamorano tiene 28 años, es músico y conductor de radio y televisión. Cuando estaba al frente del programa #TuMuch realizó una columna en la que anunció que estaba buscando un hijo para adoptar. “Seguramente ese chico ya nació, así que solo falta encontrarnos. Quiero adoptar a uno bastante grande porque en los orfanatos los tratan como productos fallados”, dijo al aire, en 2015. Al momento de cerrar esta nota, estaba a pocos días de tener su primera entrevista para darse de alta en Ruaga. Asistió a algunas charlas abiertas y entendió dónde estaban sus posibilidades. “Me imagino adoptando a alguien mayor de 15, tampoco tendría problemas si tiene una enfermedad leve. La adopción no me es ajena, crecí rodeado de amigos adoptados o con familiares que también lo eran. Mi plan es devolver algo de todo el amor que recibí”.
NO HAY UN FAMOSO MONOPARENTAL
Desde que Juana Repetto anunció que iba a acudir a un donante anónimo no hubo detalle de su embarazo que no revelara a los medios. Desde la tensión del parto y la tristeza del puerperio hasta la presentación del bebé frente a las cámaras para cosechar los canjes de ocasión. La madre leona que todo lo puede –incluso eludir la ausencia de un compañero– era la idea que se repetía en las entrevistas. En el caso de los hombres solos que adoptan, las historias de éxito son menos difundidas y aún queda por romper el estereotipo que aparece en las publicidades o en las películas: el padre que no limpia ni cocina y es incapaz de comunicarse con el hijo, salvo a los gritos. “No me cuestan tanto las tareas cotidianas. Lo más difícil de conseguir no es la rutina con la escuela, las comidas y sus actividades, sino impulsar espacios de diálogo. Todavía lo encuentro muy cerrado para comunicarse conmigo. Tuvimos nuestra luna de miel, con viajes y fines de semana al aire libre; también hubo crisis, peleas y preguntas. De a poco lo fue conociendo toda mi familia y hoy diría que somos muy buenos compañeros y que nos queremos mucho”, dice Alejandro.
Este tipo de adopciones incluye, de manera invisible, el pasado de los chicos. Esto trae desafíos complejos, como restablecer los contactos con parte de la familia biológica en caso de que el protagonista así lo desee. Samuel, por ejemplo, hacía tres años que no sabía nada de su hermana mayor, Nancy, adoptada por una familia porteña. Gustavo se encargó de rastrearla y de promover el reencuentro. “Para él fue increíble, muy movilizante, porque la había extrañado mucho. Y para mí también fue emocionante porque me permitió conocer una faceta suya que no tiene que ver con nuestra historia, sino que empezó mucho antes. Son momentos que uno se quiere guardar, como su cumple de 18, que fue la primera fiesta que tuvo para él solo porque en el hogar festejaban un mismo día todos los cumpleañeros del mes. Nos complementamos de tal manera que es como si siempre hubiéramos vivido juntos. La paternidad me cambió mucho, le encontré sentido a cierto vacío que venía tratando en terapia. Estoy más tolerante. ¿Qué le puedo dejar a mi hijo? Valores. A veces, me muestra videos de reguetón y yo le digo que son absolutamente misóginos porque ponen a la mujer al mismo nivel que un auto, yo le hago ver eso”. Ambos padres coinciden en que se van mimetizando con los hijos; intercambiaron muletillas y, sin darse cuenta, se copiaron formas de reírse o de pararse, como en cualquier familia.
Hace décadas que en Argentina las adopciones están relacionadas con un infierno burocrático, un sistema lento y chicos que pasan años mal cuidados en instituciones. Las adopciones de hombres solos no son ajenas a ese panorama y podrían resolverse antes y mejor si hubiera más personal y si los registros y los juzgados trabajaran con mejores recursos. Pese a todo, es la manera en que chicos y adultos pueden convertirse en padres e hijos y empezar juntos una vida nueva.
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