Lo que era una amistad en los recreos se convirtió en el primer noviazgo pero, en esos tiempos, no tener una cita con ninguna otra persona, ¿era posible?
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Paula y Pedro iban al mismo colegio, él dos años mayor y ninguno de los dos se tenía visto. Pero cuando ella estaba en octavo grado y él en primer año de polimodal coincidieron en una Peregrinación a Luján. Paula caminaba con una amiga quien saludó a Pedro pero después se fue a charlar con otra persona quedando los chicos caminando solos. “¿Qué música escuchás?” Le preguntó Paula. Pedro le compartió un auricular de su discman y caminaron juntos. Ella sabía que a su casa se volvía con una amiga de su mamá, al subir al auto se enteró de que era la madre de Pedro. Él se quedó dormido sobre su hombro y fue el comienzo de una historia de amor adolescente.
La conquista de la adolescencia
Esa misma semana empezaron a chatear por ICQ y empezaron a forjar una amistad. Al año siguiente Paula cumplió 15 años y lo invitó a su fiesta, eran amigos que disfrutaban de charlar en los recreos o por el chat.
La mamá de Paula, como buen ojo de madre le dijo “Ojo Paula” y ella lo negaba “Nada que ver mamá, somos amigos”, le causaba gracia semejante ridiculez de parte de su madre.
Se acercaba la fiesta de egresados del colegio a la que ambos estaban invitados por diferentes lados. Una amiga en común se acercó a Paula y le comentó que Pedro estába “atrás” de ella: “¿Qué le digo? Me pidió que le averigüe”, le dijo. Ella contestó con un simple: “Es mi amigo”.
A la semana, cuando se vieron en la fiesta ella inventó que le gustaba el primo de una amiga, Paula no quería que él se le declarara y no se le ocurrió mejor manera que inventar un nuevo amor. En el fondo a ella también le gustaba, lo que pasó es que todavía no lo había descubierto.
Claro que, al tiempo, cuando se dio cuenta de los verdaderos sentimientos hacia su amigo, no sabía qué hacer con su desdicha: él se había ido a Londres a estudiar inglés. Gracias a la tecnología que estaba en pleno comienzo se podían mandar mails y organizar horarios para chatear.
Una nueva mirada
“A mí me re gustaba. Ese verano tuvimos un accidente en auto con mi familia y cuando él llegó al día siguiente me vino a visitar. Seguimos charlando un montón, en el rato en que él salía de inglés y yo entraba nos quedábamos charlando en la puerta. Me acuerdo de reírnos mucho y de que me doliera la cara de la risa”, cuenta una Paula nostálgica.
Llegó el momento de las vacaciones de invierno y Pedro, que ya estaba en su último año de colegio se fue de viaje de egresados. Antes de partir un amigo le dijo a Paula: “Pedro muere por vos, te va a decir algo”. Pero a su regreso Paula se enteró de que él estaba saliendo con una chica. “Yo quería llorar, me la aguanté y ni bien me lo crucé me saqué las ganas de decir lo que pensaba: ¿cómo es eso de que estás saliendo con una mina y no me contaste? Bueno, no me preguntaste me respondió. A lo que le contesté: pero vos sos tonto, hablamos todos los días y cuando te pregunto algo nuevo eso no te parece algo digno de contar. Yo era un amor, me ponía colorada, era toda vergonzosa, pero cuando me sacaba, me sacaba”, reconoce Paula.
Se quedó bajoneada y después de un tiempo, el día de la primera comunión de su hermano sonó el teléfono, era Pedro. “Yo ahí ya había dicho listo, en el freezer, asi que ni sé que me dijo. Fuimos a una fiesta que habían organizado ellos para recaudar plata y ahí mismo, en un rincón de una escalerita del colegio me preguntó si quería ser su novia. Nos dimos nuestro primer piquito, eso fue el 8 de octubre de 2001. Después me fui a seguir bailando con mis amigas”, recuerda Paula entre risas.
El desfasaje al momento del compromiso
Los dos estudiaban derecho. El primer corte fue cuando él estaba terminando la facultad. Se había ido de intercambio seis meses a Italia, cuando volvió cambió de trabajo, se estaba por recibir. “Yo pensaba que ahora podíamos tener un noviazgo de gente grande porque veníamos medio con cosas de la adolescencia. Pero a él le quedaba cómodo y siempre salía de joda con los amigos, yo me sentía en un segundo lugar, voy al asado, al fútbol, me sobra un lugar y ahí va Paula. En cambio yo al revés, organizaba con él y después el resto. Además empezó a ganar bien, un laburo nuevo y se empezó a creer un poco mil, se fue a vivir solo. Yo le dije o me pones en primer lugar o chau. Él me pidió un tiempo y yo le dije que no y cortamos. Llevábamos ya como 5 o 6 años de novios”, recuerda Paula.
Fue en pleno invierno y estuvieron separados unos meses, no mucho. Como la pelota había quedado de su lado fue él quien llamó y retomaron el noviazgo. Eran otros tiempos, ahora era Paula quien se había recibido, empezó a trabajar, a salir más y le empezó a tomar el gusto. “Siempre tuve la autoestima muy baja y cuando estaba terminando la facultad me di cuenta de que tenía levante, que no era tan fea, que los pibes me miraban y me gustó. Ya estaba recibida cuando él me dijo, por teléfono, que ahora podríamos hablar de casamiento y planear. Me acuerdo que me asusté, dije no, no estoy segura de esto y corté”, admite Paula, una respuesta por la que volvieron a cortar.
Fueron tres meses sin hablar, ni verse, ni cruzarse. Cada uno salía por su lado y con el paso del tiempo se enteraron de que tuvieron citas en el mismo restaurante. Paula soltera aprovechó para salir de jueves a sábados, salió con otros chicos, fue a casamientos estando soltera, vivió y disfrutó cosas que nunca antes había hecho.
Todo vuelve a donde empezó
Pero Cupido se cansó de tantas idas y vueltas de los chicos y una mañana bien temprano, cuando Tribunales aún no había abierto, Paula y Pedro se cruzaron en Diagonal Norte. “Hola, que tal”, “Qué haces por acá”, fueron las primeras plabras de una conversación mundana de dos personas que se cruzan por la calle pero con el tinte de los nervios por la historia pasada. Fueron a tomar un café, en el camino Paula sentía el impulso de querer tomarlo de la mano y se contenía, recordaba que no podía hacerlo, pero se daba cuenta de que era lo que ella quería. Café por medio acordaron volver a encontrarse para charlar en serio.
Pedro la llamó para verse pero Paula tenía acordada una cita con un conocido con el que se había encontrado en un casamiento, no quería dejar de salir. Así que pasó la cita con Pedro para unos días después y optó primero por divertirse en lo que terminaría resultando un fiasco de cita.
Finalmente fue con Pedro a tomar algo por San Isidro. Él planificaba un viaje por Latinoamérica y le contó de sus ganas de comprarse una moto. “No te vas a compra una moto” dijo ella, “¿Por qué?” preguntó él, “Porque me quiero casar con vos y no te pienso dejar andar en moto”. Pedro largó la cerveza y se quedó duro. Le pidió un mes para pensarlo, es que él también tenía una cita programada con una chica y necesitaba procesar lo que estaba sucediendo.
“Tomate el tiempo tranquilo, yo ahora ya sé lo que quiero, quiero esto y sé que me vas a decir que sí”, pensaba Paula.
Al mes exacto Pedro la invitó a salir, le llevó un regalo de navidad y decidieron retomar el noviazgo esta vez con miras a un compromiso aún mayor por medio del casamiento.
A fines de marzo, Pedro pasó de sorpresa por su casa una mañana temprano, pero Paula ya estaba lista, su madre no era muy buena para disimular pero para su suerte no sabía del destino ni el motivo. Paula se sorprendió cuando tomaron la ruta directo a pasar el día a Cariló. Almorzaron con los nervios de Pedro disimulados de la mejor manera que pudo y cuando salieron a caminar por la playa él le preguntó “¿Te querés casar conmigo?”. El 2 de octubre del año siguiente realizaron sus promesas matrimoniales en la Basílica Nuestra Señora del Pilar con una gran fiesta y las alianzas hechas con el oro de las joyas de la abuela tan querida por Paula.
Diez años después
A días de cumplir 10 años de casados, con cuatro hijos y viviendo en Estados Unidos por trabajo, el balance es positivo. “Hay miles de peleas, cosas que van cambiando, pero volvés a elegir estar con esa persona. Hay discusiones en las que te mirás dando a entender que no podés creer que la persona con la que te casaste te dice esto que no te lo decía la misma persona en la época en la que aceptaste casarte. Y no, pasaron 10 años, ¡más vale! Hay cosas que cambian. De chicos era todo más infantil, pero yo desde el día en que me puse de novia era muy consciente de que me ponía de novia y quería proyectar algo, aunque era chiquita yo quería que lo que hubiera ahí fuera para construir algo”, cuenta Paula.
Tenían la idea de poder viajar a Buenos Aires para renovar votos en Cariló, la pandemia les modificó los planes pero no las ganas de celebrar y volver a elegirse. Cuenta Paula que “los primeros años en la facultad me decían ¿nunca estuviste con otro pibe?, era como una condena, me decían que era obvio que me metía los cuernos, me re boludeaban pero nunca me terminó de afectar demasiado. Además, yo me tomé los dos cortes como para hacer un switch de sigo y me caso no porque me toca sino porque quiero, que sea una decisión consciente. Hay mucha gente que te mira raro, pero ahora hay gente que lo mira como más romántico, desde el lado ¡qué lindo, crecieron juntos”, concluye Paula.
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