Nostradamus, a 500 años de su nacimiento: el hombre que profetizó su muerte
El escritor Juan Eslava Galán se pone en la piel del médico y vidente Michel de Nostradamus y, en primera persona, repasa su vida y sus profecías. ¿Cuáles se cumplieron? ¿Cuáles podrían cumplirse? Aquí, las respuestas
La artritis me mata, y el cansancio de mi viejo corazón que se niega a seguir. Yo, Michel de Nostradamus, después de una vida larga y trabajada, en la que he visto el futuro de los hombres y de las monarquías, reposo con los ojos cerrados en mi humilde casa de Salon mientras mis familiares se afanan a mi alrededor aguardando mi muerte. No he buscado la fama, sino el conocimiento. Si me he enriquecido prestando dinero a interés y editando los almanaques con mis profecías ha sido por asegurarme los bienes materiales que me permitieran vivir sin agobios para dedicarme plenamente a la observación del mundo y a la experimentación de las cosas útiles. No conocí a mi bisabuelo, pero quizá su espíritu revivió en mí. Era judío, de la tribu de Isacar, la que dio los grandes profetas. Se llamaba Abraham Salomón antes de convertirse al cristianismo y bautizarse con el nombre de Pierre de Notre-dame. Ese apellido de converso, que es el mío, lo latinicé como Nostradamus, que suena más prestigioso para un hombre de ciencia. Mi bisabuelo tenía la ciencia del mundo y su curiosidad. Fabricaba pomadas para blanquear la piel de las damas y para devolver la salud a los enfermos, y entendía de astros y de horóscopos.
En mis tiempos, los médicos le prestaban mucha atención a las estrellas y a las misteriosas influencias de los astros en la salud. Ya sé que ahora habéis olvidado esa remota ciencia y los médicos lo fían todo a la química y a la cirugía.
Adivinanzas
Mi padre, Jaime de Nostredame, era notario y alguna vez intentó que yo siguiera sus pasos, pero yo salí inquieto y andarríos y escogí seguir los de mi abuelo. Cursé mis primeros estudios en Aviñón y después en la Universidad de Montpellier, tan afamada por su facultad de Medicina. Mi padre me había enseñado artificios nemotécnicos que eran parte del legado de mi abuelo. En Montpellier, mozo joven, vanidoso, deseoso de ser admirado, asombraba a mis compañeros y a los profesores con alardes de memoria, adivinanzas y otros juegos de salón. Nunca les dije el truco. Les hacía creer que eran facultades secretas heredadas de mis ancestros, de la tribu Isacar de la Biblia, y de los libros que se habían transmitido de generación en generación hasta mi abuelo. Os adivino deseosos de saber la verdad, si esos libros existieron. ¿Qué más da? La duda es más fecunda en el corazón del hombre. Es posible que existieran y que tuviera que ocultarlos cuando la Inquisición comenzó a vigilar mis pasos.
Eso fue antes de que la reina Catalina de Médicis me dispensara su protección. Cuando me puso bajo su manto, ya no tuve nada que temer.
La reina. Una mujer singular. Mató al ejecutor, pero respetó al mensajero. ¿Qué digo? Pensaréis que estoy desvariando. No. Catalina había leído mis Centurias. Era aficionada a los adivinos y a los arúspices y, conociendo mi fama, me invitó a la corte. Fue un viaje infernal, ya viejo, pues había cumplido 53 años, pero valió la pena por el favor y la consideración que recibí en París. El astrólogo Luca Gaurico había pronosticado que el rey, Enrique II, el esposo de Catalina, podía recibir una peligrosa herida en el ojo a los 41 años. Incluso le había pronosticado que el peligro estaba en un combate singular, en campo cerrado. Yo, en una de mis Centurias, había escrito: "El león joven al viejo superará; su campo bélico por singular duelo, en casco de oro los ojos perforará, dos heridas, una para morir muerte cruel". Entonces Francia estaba en paz y no había peligro de que el rey se enfrentara en combate singular con un monarca enemigo, así que olvidaron la profecía. Cuatro años más tarde, Enrique II casó a su hija Isabel. En las celebraciones de la boda organizaron un torneo de caballeros. El rey quiso participar. Había olvidado las advertencias, o las despreciaba, y se empeñó en romper una lanza con el jefe de su guardia escocesa, el joven Gabriel de Montgomery. ¡Día aciago! Las lanzas se quebraron sobre los escudos y una astilla de madera acertó a colarse por la mirilla del yelmo dorado del rey y se le clavó en un ojo hasta el cerebro. Enrique II estuvo agonizando, entre atroces dolores, 12 días y después murió. Me dijeron que Montgomery exclamó: "¡Maldito sea el adivino que predijo tan bien tanto mal!" No sé qué habrá de verdad en esto. El caso es que el rey perdonó solemnemente a Montgomery antes de morir, pero Catalina, la reina, era una mujer de persistentes rencores. También profeticé que el escocés moriría de muerte violenta. Catalina lo hizo decapitar a los 18 años de la muerte de su regio esposo. Por eso, dije antes que la reina mató al ejecutor, pero perdonó al mensajero, a mí.
Combatir la peste
Empecé a ganar fama a los 22 años, cuando inventé los polvos preventivos durante la famosa peste de Montpellier. En mis tiempos se descuidaba mucho la higiene, por decirlo de manera suave. La gente casi no se aseaba ni lavaba mucho la ropa. El tufo resultante se combatía no con jabón, sino con perfumes y sahumerios.
La suciedad dentro de las ciudades, superpobladas y constreñidas por las murallas, favorecía las epidemias que, debido a los precarios conocimientos de la época, se designaban simplemente como peste. Entonces no teníamos microscopios ni sabíamos de microbios y virus, pero algunos sospechábamos que el morbo de la peste entra por la nariz, al respirar el aire infectado que han recogido las miasmas de los pulmones de un enfermo. En mis tiempos, la peste se combatía con un capuchón adornado con una especie de pico, como de ave, que contenía un filtro, en realidad una esponja impregnada de vinagre. Algún resultado da, pero es mejor interponer una esencia olorosa que perfume el aire y le quite la ponzoña.
Viajero
Con mis remedios me anticipé a conceptos modernos de profilaxis antiséptica. Los éxitos cosechados me procuraron cierta fama. Podía haberme quedado en Montpellier a ejercer la medicina, el próspero oficio de mis abuelos, aunque allí dos de cada tres personas son médicos o curanderos. No obstante, lo que de verdad me decidió a viajar fue la muerte de mi esposa, Adriana, y de mi segundo hijo, todavía niño de corta edad. Tomé el camino y durante ocho años viajé por Francia e Italia, observando, leyendo, aprendiendo. Milán, Turín, Ferrara, Florencia, Venecia... El conocimiento está repartido por el mundo. Sólo el que lo recorre puede cosecharlo, relacionar noticias, desechar las falsas y quedarse con las verdaderas.
Se han contado muchas cosas de mí, y las que se contarán. Cerca de Génova, por un camino polvoriento, vi venir a dos franciscanos, uno joven y otro más viejo. El joven se llamaba Felice Paretti y había sido porquero. Me arrodillé ante él y le dije: "Me postro a los pies de la Santidad". El se quedó extrañado y se sonrojó, pero muchos años después comprendería mi vaticinio cuando lo hicieron papa con el nombre de Sixto V.
No quiero ser demasiado prolijo. Aprendí muchas cosas en mis viajes, pero finalmente regresé a Francia, me instalé en Marsella y abrí una botica y perfumería. No sé si, para los que me leéis después de siglos, las cosas seguirán siendo como en mi tiempo, pero entonces una de las más saneadas fuentes de ingresos eran los ungüentos, pomadas y perfumes para aclarar la piel de las damas, para realzar su belleza y retrasar la aparición de las temidas arrugas. Eso es lo que yo fabricaba y vendía con creciente éxito. Y también filtros de amor, mis famosas grageas de Hércules con las que los hombres pudientes y viejos reforzaban su virilidad y cumplían como jóvenes.
Algunas veces dije que el elemento esencial de mi compuesto eran las limaduras de cuerno de unicornio. No discutiré con vosotros sobre si ese animal existe o es solamente un mito. En cualquier caso, reconoceréis que su leyenda contiene más poesía que la lectura del prospecto de vuestro Viagra.
Resina y ámbar
La peste llegó nuevamente, la epidemia del carbón como la llamaban, porque los cadáveres se ennegrecían horriblemente. Fabriqué una medicina que salvó de una muerte cierta a los que pudieron adquirirla. No tengo inconveniente en deciros la fórmula: se mezcla resina de ciprés, iris de Florencia, ámbar gris y 300 pétalos de rosa rosada cocidos en ese momento indeciso que media entre la noche y la mañana, lo que mi bisabuelo llamaba el ala del cuervo. La naturaleza, que se alborota y nos envía los males, nos ofrece ella misma los remedios. Sólo hay que comprenderla, conocer los compuestos que nos ofrece y colaborar con ella. Mi remedio dio resultado y por doquiera que corría el contagio, en Lyon y otras ciudades reclamaban mi presencia o, al menos, mi medicina.
Después de eso me instalé en Salon y me casé con Ana Ponsart Gamelle, una joven viuda que me dio un hijo, César.
En este pueblecito de sogueros y cordeleros he vivido el resto de mi vida, tranquilo en mis estudios, salvo el viaje a París, cuando me reclamó la reina Catalina.
Prosiguiendo con mis investigaciones y con mis negocios, publiqué un tratado sobre la destilación de perfumes y comercialicé el filtro de Medea, un nuevo producto capaz de fortalecer al varón en la lid venérea.
Ya andaba la Inquisición tras mis pasos y bien podrían buscarme las vueltas y acusarme de avivar el pecado de la lujuria.
Por eso, curándome en salud, advertí en mi libro: "Que nadie ose usar este filtro fuera de la vida matrimonial, pues usarlo de esa manera fraudulenta y libidinosa sería hacer un triste uso de mis conocimientos".
¿La fórmula? No tengo ningún inconveniente en dárosla: macerad en vino crético raíz de mandrágora, hojas de verbena, ámbar gris, almizcle y raíces del árbol del amor.
Mi botica gozó de justo renombre. A ella acudían los amantes y las damas morenas que querían ser rubias gracias a mis ungüentos.
También fabriqué confites y golosinas, y fui el primero en Europa que hizo dulces con azúcar y no con miel (en realidad, en España hacía tiempo que conocían esos usos del azúcar, pero entonces las noticias viajaban mal).
Mi jalea de guindas, mi dulce de membrillo y mi mermelada de naranjas gozaron de justa fama.
En las noches silenciosas continuaba observando el firmamento estrellado y profundizaba en la antigua ciencia. En las estrellas pueden leerse muchas cosas, si se sabe leer, aunque ahora parece que son dominio de charlatanes. Yo tenía el instinto necesario. Como astrófilo he publicado almanaques anuales con pronósticos que alcanzan hasta el año 3793. Se venden bien y alimentan la imaginación y la esperanza de los hombres. No toméis mis predicciones como una ciencia exacta. Las he compuesto llevado de mi instinto y de un cierto furor poético.
Se dice de mí
Se cuentan muchas cosas de mí, unas ciertas y otras imaginadas. No voy a confirmarlas ni a desmentirlas. Una vez, Claudio de Saboya, el gobernador de Provenza, me preguntó, en vísperas de un viaje a la corte: "¿Me acogerán sus majestades según mis méritos?" Me limité a responderle: "Beberéis demasiado", y él pensó que asistiría a muchos agasajos. Emprendió el viaje y, en el embarcadero de Lyon, cayó al río y se ahogó.
De lo que será mi memoria, nada sé. Ya dijo Galeotti, el consejero de Luis XI, que nuestra ciencia no nos permite adivinar nuestro propio destino. Galeotti había fallado en una predicción y el rey estaba tan furioso que lo convocó a su presencia con las peores intenciones: "¿Puedes predecir tu muerte?", le preguntó el rey. Y Galeotti salvó su vida respondiendo: "No sé cuándo moriré, solamente que mi muerte ocurrirá tres días antes que la vuestra".
Yo sí puedo predecir que mi muerte está cercana, porque la barrunto y porque me siento cansado. En mi epitafio escribirán: Aquí reposan los huesos de Miguel Nostradamus, cuya pluma, casi divina, todos juzgan digna de trazar y transmitir a los hombres, según los influjos de los astros, los acontecimientos futuros en toda la Tierra. Falleció en Salon de Crau, Provenza, en el año de gracia de 1566, el día dos de julio, a los 62 años, seis meses y 17 días. ¡Los que vengáis, no toquéis sus cenizas y no envidiéis su reposo!
Durante la Revolución Francesa, las turbas profanaron la tumba y dispersaron mis cenizas. Después el municipio aseguró que las había recuperado. Hoy, algunos peregrinos curiosos acuden a contemplar mi lápida sepulcral en la capilla de la Virgen de la Colegiata de San Lorenzo.
Hace mucho tiempo que pasé. Nadie recuerda mis filtros de amor, mis pomadas antiarrugas, mis remedios contra la pestilencia ni mis mermeladas de azúcar, pero todos recuerdan mis profecías e incesantemente se escriben libros sobre ellas, libros que intentan explicar el pasado reciente con las cuartetas escritas por un desconocido en un pasado remoto, libros que pretenden, también, penetrar en las tinieblas del futuro.
Juan Eslava Galán es escritor. Su última obra, sobre la Guerra Civil, es La mula (Planeta, 2003).
Para saber más
- Sobre la biografía de Michel de Nostradamus, todas sus profecías y posibles interpretaciones en Internet: www.guai.com/nostradamus/profeciasguai.htm
Burló a la inquisición
- Nacido el 14 de diciembre de 1503, fue un hombre culto, muy distinto de los charlatanes de su época. Publicó libros de cosmética, almanaques astrológicos y traducciones, aunque su obra clave fue Prophéties (profecías). Sus pronósticos comprendían los siglos XVI a XXXVIII, con vaticinios que, al parecer, culminarán en el año 3797.
- Una de las grandes paradojas que rodea a estas profecías es que no existe ni una sola que haya sido interpretada con precisión antes de sucederse los hechos que anunciaba. Esto ocurre porque empleó un lenguaje críptico, arcano, repleto de veladas referencias astrológicas y muy difícil de traducir, con objeto de eludir la larga mano de la Inquisición y las iras de los afectados por las futuras desgracias. Las interpretaciones modernas son a menudo subjetivas y parciales, pero nos dan una idea de su peculiar hacer profético.
Profecías cumplidas
- LA REVOLUCION FRANCESA
Cuando la litera sea volcada por el torbellino/ y los rostros se cubran con sus mantos/ la República tendrá problemas por nueva gente./ Juicios erróneos harán rojos y blancos. La litera es el símbolo de las clases nobles. Su derribo equivale al estallido de la revolución.
Muchos nobles huyeron de Francia después de 1789, por lo que sus rostros cubiertos por mantos obedecen a los disfraces que usaron para salvarse.
La interpretación más certera responde al rojo y blanco, símbolos de los revolucionarios y de los nobles.
- TRAS EL ASESINATO DE JOHN F. KENNEDY
La muerte súbita del principal personaje/ provocará cambios y otro será puesto en su lugar./ Pronto, llegado tarde a tan alta posición/ por tierra y mar será preciso que se le tema. Algunos han visto en estos versos la descripción minuciosa de lo ocurrido tras el asesinato de John Kennedy. El otro al que alude el profeta sería Lyndon Johnson, que lo sucedió en la presidencia. Fue quien se implicó en la Guerra de Vietnam, lo que se alude en la última línea.
- EL ACCIDENTE DE CHERNOBYL
El año que Saturno y Marte iguales combustión/ el aire muy seco, larga trayección/ por brillos secretos de ardor gran lugar adusto/ poca lluvia, viento cálido, guerra, incursión. Larga trayección: el cometa Halley.
En abril de 1986, éste se encontraba entre Saturno y Marte, por lo que muchos interpretaron la incursión como los bombardeos americanos sobre Trípoli y Bengasi de aquel mes. Ese día, una nube radiactiva procedente de Chernobyl se extiende sobre Rusia.
- LA BOMBA ATOMICA EN HIROSHIMA
Sol naciente gran fuego se verá/ ruido y claridad hacia Aquilón tendente./ En el redondel muerte y gritos habrá/ por espada, fuego, hambre, muerte esperándoles. Sol naciente bien puede referirse a Japón, donde el gran fuego de la explosión nuclear se extenderá hacia Rusia (Aquilón). Esta extraña palabra es usada siempre por Nostradamus para referirse al Norte.
Los dos últimos versos recogen, según los intérpretes del profeta, el horror que el mundo presenció aquel agosto de 1945.
- LA MUERTE DE JUAN PABLO I
Elegido Papa del elector será burlado/ muy pronto súbitamente enmudecerá activo y tímido/ por demasiado bueno y dulce morir provocado/ temor oprime la noche de su muerte guía.
El pontificado de Juan Pablo I en 1978 duró 33 días. Aunque todavía subsisten dudas sobre la verdadera causa de la muerte del pontífice, son pocos los intérpretes que creen que esta cuarteta resume la esencia de lo sucedido.
El papa demasiado bueno quiso, al parecer, investigar las cuentas vaticanas y crear una iglesia cercana a los más necesitados.
Profecías pendientes
- ¿OTRO 11 DE SEPTIEMBRE?
Cinco y 45 grados el cielo arderá./ Fuego se aproxima a la gran ciudad nueva/ al instante gran llama esparcida saltará . Algunos creyeron ver en la ciudad nueva una alusión a Nueva York, afianzada en su ubicación geográfica entre los paralelos 40 y 45. Sin embargo, la alusión a fuego se aproxima puede ser leída como gran explosión o fuego nuclear.
- EL REINO DE FELIPE
Paz, unión habrá y cambios/ estados, ministerios, lo bajo alto y lo alto muy bajo/ preparar tormentoso viaje al primer fruto/ cesan guerras, procesos civiles, debates. Esta cuarteta describe el proceso democrático vivido por España en la Transición y que derivó en la implantación de las autonomías (Estados). No obstante, la sombra está en el tormentoso viaje del primer fruto, el sucesor al trono (el príncipe Felipe).
- ¿EL ANTICRISTO?
De lo más profundo del occidente de Europa/ de gente humilde, un niño nacerá/ que con sus palabras seducirá a todo el mundo./ En Oriente será más famoso. La cuna humilde se ha aplicado a Mussolini, y lo más profundo del Occidente a Córcega, donde nació Napoleón. Pero sus famas en Oriente fueron limitadas. Hitler no se ajustó al modelo. Quizás, este seductor de masas aún no haya nacido.
- EL PROXIMO PAPA
Nadie de España sino de la antigua Francia/ será elegido para la barquilla temblorosa. Refleja los intensos debates que precederán a la elección del sucesor de Juan Pablo II. Un español estará a punto de ascender al trono de Pedro, pero alguien de Francia o de sus ex colonias lo conseguirá.
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