Había sufrido maltrato y le llevó tiempo confiar en su nueva familia, hasta que una invitación a jugar dio un giro a su historia.
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Todo comenzó con un pedido de su hija Valentina que en ese momento tenía cinco años. Hacía meses que, de diferentes formas, le hacía saber que tenía las ganas, la voluntad y el compromiso para recibir a un perro en su vida. Faltaban pocos días para el cumpleaños de la nena y Roberto Davicino quiso aprovechar la ocasión para sorprender a su hija. Fueron entonces a buscar a alguna perrita a la peatonal de la provincia de Santa Fe donde, todos los sábados por la mañana, se congregaban diferentes grupos proteccionistas para mostrar a los animales que estaban listos para comenzar su nueva vida en un hogar.
“Recorrimos toda la peatonal, Valentina miró y acarició a varios perritos. Pero me dijo que le había gustado una en particular de pelaje blanco y marrón. El problema fue que, a la media hora, cuando nos decidimos, ya la habían adoptado. Mi hija empezó a llorar desconsoladamente. No había forma de calmarla. Entonces por la tarde hablé con un amigo vinculado a los rescates y adopciones, le comenté la situación y me dio el dato de una perrita que necesitaba ser adoptada. Se llamaba Olivia y, casualmente, era del mismo color y tamaño que la que había visto mi hija”, recuerda Roberto.
“Nos miró fijo y nos gruñó”
Fueron a conocer a la perrita y lo que vieron los conmovió. La casa a la que habían llegado siguiendo las indicaciones del mapa era muy precaria, la señora que la cuidaba muy humilde y la realidad era que hacía grandes esfuerzos por darle de comer. “La perrita estaba tan flaquita que prácticamente se le veían las costillas. Así que, al otro día con mi pareja Lorena volvimos a buscarla. Cuando llegamos se escapó con la cola entre las patas, nos miró fijo y nos gruño. Pero Lorena no se dejó amedrentar. Se acercó y Olivia se dejó alzar sin ningún problema”.
Una vez en el departamento de Roberto fueron todos directamente al patio. Olivia estaba muy temerosa y desconfiada. “Para entrar en confianza no se me ocurrió mejor idea que tirarle una pelota de tenis. Yo juego al tenis y en mi casa siempre hay muchas que se desgastan con el uso. Ella se transformó por completo en cuanto vio la pelota. Y no solo la corrió sino que la trajo, la dejo cerca de mis pies, y esperó que se la tirara de nuevo. Fue impresionante”.
Pasaron los días, Olivia se fue adaptando a los ritmos y horarios de sus nuevas casas. Como Roberto y su pareja Lorena no conviven decidieron que la perrita pasaría algunos días en las diferentes casas. “Con Lorena tenemos una familia ensamblada hace unos años. Para preservar la enseñanza y priorizar el bienestar de nuestros hijos decidimos no convivir. Así que Olivita está de domingo a miércoles con Lorena y el resto de los días -que son también los que mis hijos vienen a casa-, conmigo”.
Una pelota, mil aventuras
Con el tiempo, la obsesión de Olivia por las pelotas de tenis fue creciendo. A punto tal que Roberto tuvo que esconderlas y distribuirlas en cajones, armarios y muebles de diferentes tipos. “No te deja hacer nada si tiene una al alcance. Sabe dónde están y cuando las quiere, te busca, indica el lugar y llora moviendo la cola. Ni hablar cuando llego de jugar: es capaz de rascar el raquetero y abrirlo con el hocico. En más de una oportunidad lo ha hecho, es ladrona profesional de pelotas”.
Al poco tiempo notaron que la perra no bajaba la pata trasera izquierda. Luego de un examen veterinario, placas, estudios y nuevos controles, llegaron a la conclusión de que había recibido algún tipo de golpe o maltrato. Fue necesario operarla y, aunque significó una suma importante de dinero, estuvieron felices de poder ayudar a su perra a sentirse mejor.
La intervención la tuvo en reposo algunos días. Pero pronto volvió a su rutina normal. Inquieta, traviesa, inteligente, hiperactiva, su obsesión por las pelotas de tenis la llevó a quedar atrapada bajo un sommier buscando una y necesitar ayuda para salir.
Desde el día que la adoptaron, la vida de la familia humana de Olivia cambió para siempre. “La llevamos a todos lados y nos asombra su inteligencia para entender lo que uno le dice. Nunca sabremos su procedencia. Cuando la adoptamos la señora que la tenía nos dijo que se la había dado una gente que, a su vez, se la había sacado a un hombre que le pegaba. No fue claro, pero fue lo que nos dijo en ese momento. Por unos meses nos escribió para saber su estado, pero luego dejó de hacerlo. Supongo que, a su manera, la quería, aunque no podía tenerla y se sintió tranquila al saber que estaba bien cuidada y que es amada en casa”.
“Tiene miedo porque la castigaron”
Con esos datos también pudimos reconstruir un poco su pasado. Aunque confía en su familia, es muy miedosa con quienes no conoce y no se deja tocar por nadie que no sea de su círculo. Lorena (47), Roberto (48), Agustín (18), Jeremías (13), Valentina (8) y Camila (17) y Miguel (72) a quien visitan en Rafaela. El resto de la gente es imposible que la toque. No muerde, pero se aleja con la cola entre las patas. “A nosotros nos llevó mucho tiempo que se relajara y dejara de estar alerta. Todavía hay veces en que alguno levanta la voz por algo y Olivia se agacha y se orina un poco. Te parte el alma. Estamos seguros de que ese miedo que tiene es porque la han castigado cruelmente. Le tiene terror a las escobas o a los palos de piso”.
Lo único que la acerca a los desconocidos es una pelota de tenis. Ella busca una y se acerca al extraño, no se deja tocar, pero le pone la pelota en los pies para que se la tiren y ella correr y traérsela. Así una y mil veces. “Otra cosa que le fascina son las olas: las quiere morder y traga mucha agua. Esto le provoca tremendas diarreas, así que la tenemos cortita con esto. Varias veces la hemos traído en upa desde la playa porque no quería caminar del cansancio de tanto jugar y correr tras las olas”.
Olivia tiene un hermano gato que se llama Sofío. “Es un gato hermoso, negro y blanco que pesa nada más y nada menos que 11 kilos debido a su sedentarismo. Es tan vago que no hace nada de nada, solo sube al sofá y a la cama y a la mesa a pedir de comer. Olivia lo respeta, porque la cascó un par de veces. Igual lo busca para jugar porque es hiperactiva. Él le gruñe y, si la alcanza, le deja algunos recuerdos, pero conviven demasiado bien. Olivia hoy es muy feliz. Tiene su rutina de juego dos veces al día en el parque. Es parte de nuestra familia y desde que llegó a casa llenó de alegría nuestros días”.
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