Tras años de ejercicio de la profesión, encontró la forma de equilibrar su vida personal y el trabajo.
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Lo supo desde sus primeros años de vida y cada vez que las anginas recurrentes con las que convivió durante su infancia golpeaban a su puerta. Criado en una familia de clase media en el barrio de Villa Celina, en la provincia de Buenos Aires. con madre ama de casa, padre docente de escuela técnica y una hermana, guarda recuerdos felices de aquellas épocas.
“De chico tenía anginas recurrentes y mis padres llamaban al médico de barrio que venía a verme a casa. Me revisaba y me recetaba medicamentos. Y yo observaba con detalle cómo trabajaba. Siempre pensaba que de grande quería tener esa profesión”, recuerda Fabián Santini. Ya en la escuela secundaria, demostró un claro interés por los temas de biología y salud. Hasta que, finalmente, en 1980 ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires donde cursó sus estudios. Hizo la residencia de Clínica Médica en el Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas “Norberto Quirno” (CEMIC) y luego se especializó en Neumonología en el Hospital de Clínicas.
“¿Quién es esta mujer?”
Por aquellos años de nuevas experiencias y aprendizajes en el área clínica conoció a Miriam. Ella era supervisora de enfermería y trabajaba en el turno de noche supervisando el personal a su cargo. “Yo era residente de clínica médica del CEMIC de segundo año. Una noche, nuestras miradas se cruzaron, y yo sentí algo, como una atracción, tanto que llegué a preguntarme ¿quién es esta mujer? Creo que a ella le pasó lo mismo. Y así empezamos a compartir guardias nocturnas, momentos juntos atendiendo pacientes, y luego, comenzamos a vernos fuera del hospital. Entonces nuestra relación se hizo más fuerte, más conocimiento el uno del otro, más amor, hijos y todo lo lindo que vino con el deseo y la posibilidad de formar nuestra propia familia”.
Los primeros años de profesión fueron difíciles. A las largas jornadas laborales se le sumaban los pacientes que sufrían, otros que morían. “Eso fue lo más duro que tuve que atravesar en mi vida médica: ver gente sufriendo y muriendo, desde temprano en mi residencia de clínica, donde uno está muchas horas en el hospital, y siente lo que le pasa al sufriente y a su familia”.
La música como salvavidas
A pesar de las exigencias, de las noches sin dormir y de las presiones a las que se enfrentaba, casi de forma intuitiva, el joven Fabián supo reservar un lugar en su vida para el placer personal. Con un interés por la música que había nacido de forma temprana cuando a los siete años vio a una pianista por televisión -entonces en blanco y negro-, supo que quería aprender ese maravilloso arte que había atrapado su atención. Dio los primeros pasos con una profesora en Villa Lugano, su querida Martha, que lo inició en los secretos del instrumento. También fue clave en su formación como pianista el maestro Nicolás Ledesma.
“El encuentro con otros médicos músicos, ocurrió cuando era Jefe de Internación en el CEMIC. Un querido amigo, Martín Nogués, que toca el bandoneón y ama Piazzolla, y es además un destacado médico neurólogo, me sugirió que nos juntáramos para hacer música. Y así empezamos, e integramos a otros médicos en violín, contrabajo y guitarra eléctrica, tocando tangos y especialmente música de Astor Piazzolla. Nuestro grupo se llamó Meditango”. Meditango tiene su raíz en medi — por medicina- y porque Meditango es uno de los tangos que compuso Astor Piazolla-. Con ese espíritu el grupo hizo varias presentaciones, entre ellas en CEMIC, FLENI, algunos congresos médicos, el Jockey Club, el club Náutico San Isidro, La Scala de San Telmo, la Usina del Arte, entre otros espacios. “En pandemia todo eso bajó muchísimo y estamos tratando de recomponer el grupo”.
Una luz en el camino
Con la pandemia también llegaron las malas noticias para la familia de Fabián. Su esposa Miriam había tenido cáncer de mama y, en 2021 desarrolló metástasis a los pulmones. Después de cuatro meses de lucha, murió. La había conocido en CEMIC en 1987. Vivieron 34 años de amor, y murió también en CEMIC.
“Fue la persona más importante de mi vida. La amé como nunca amé a nadie, y ella me amó como nunca me han amado. Luego de su partida la vida continúa; pero el vacío es muy grande. El corazón queda partido. El problema con el duelo es que la persona no está pero el vínculo y el amor siguen. Cuando veo una foto, siento lo que sentí desde el primer día hasta el último día que la vi. Es difícil de explicar con palabras, pero para mí es el amor entre dos almas, que se sienten, más allá de las palabras o lo que uno ve o escucha. Como escribió Platón en uno de sus diálogos, donde dice que en el principio de los tiempos, hombre y mujer eran uno solo, pero un Dios los separó. Y desde entonces las almas separadas se buscan. Creo que en Miriam encontré mi otra mitad que estaba perdida. Estoy cursando el duelo, pero mis hijos, mi trabajo, mis amigos y amigas, la música y la lectura, entre otras ayudas, me alivian el tránsito de este doloroso camino”.
Esa misma filosofía fue la que lo ayudó a sobrevivir a la profesión y no sufrir episodios de estrés y agotamiento en todos los años de ejercicio. Asegura que la clave para ser médico en nuestro país y no sufrir burnout es el balance entre el trabajo y el ocio.
“Es obvio que el trabajo es necesario, y aunque existen problemas económicos, debemos hacer el esfuerzo para tener un tiempo para nosotros fuera del trabajo. Puede ser el contacto con la familia, con la naturaleza, un deporte, un hobby, el estudio de la filosofía, la música, en fin, miles de posibilidades. Naturalmente, hay una etapa de la vida en que trabajar muchas horas, no es necesario, es imprescindible. Pero a medida que uno avanza en la profesión esto gradualmente se va normalizando y aumenta la disponibilidad de tiempo libre. No veo 40 pacientes por día, es agotador y produce con el tiempo burnout. Pero con los pacientes que veo me arreglo perfectamente. Más ahora que tengo 60 años y mis hijos ya se independizaron. Creo que el balance entre trabajo y ocio es el que cada uno debe buscar porque, como la felicidad, es algo muy personal. En mi caso es lo que me ha ayudado a vivir mejor; aun siendo médico en Argentina. La medicina es una profesión hermosa, solidaria y de ayuda a la comunidad. Se es médico por vocación profunda y sentida”.
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